COLECCIÓN SELECTA

ANTIGUAS NOVELAS ESPAÑOLAS

TOMO III

^^ I UULECCION SELECTA

DE

Antiguas Novelas Españolas Tomo III

LA NIÑA OE LOS EiUSTES

TERESA DE MANZANARES

NOVELA DE

m ALONSO DE CASTILLO SOLÓEZANO

COn introducción y notas

de

DON EMILIO COTARELO Y MORÍ

I)e la Real Academia Española

Madrid, 1906

publícala la

librería de la viuda de rico

Travesía del Arenal, 1 Madrid

mmmm

IMPRENTA IBÉKICA, A CARGO DE ESTAXISl.AO MAESTRE POZAS, 12.— MADRID

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INTRODUCCIÓN

Vida literaria de

Don Alonso de Castillo Solórzano.

Con el presente tomo damos comienzo á la re- impresión de algunas de las menos conocidas novelas del célebre D. Alonso de Castillo Solór- zano, uno de los principales representantes de aquel género literario en los fastos de nuestras letras.

Por el número y calidad de tales historias, so- brepuja á la mayoría de los escritores que antes y después de él cultivaron el mismo ramo. De la cantidad iremos dando razón en las siguientes lí- neas, y de su valor estético y moral son pruebas evidentes el aplauso con que el pueblo español las recibía á medida que brotaban de la pluma

INTRODUCCIÓN

de su autor y el alto aprecio que merecen hoy á los más doctos críticos y á los bibliófilos de bue- na cepa, que las buscan, estiman y saborean con el deleite con que paladearían el divino licor q\ie en otras edades templaba la sed de los dioses.

Verdadero hijo de las musas, supo Castillo adornar el enredo de sus fábulas con tales pri- mores de lenguaje y estilo y salpicarlo con las agudezas de su ingenio festivo, algo satírico y maleante, que desde el primer instante le califi- caron sus coetáneos por uno de los buenos auto- res de la época, con ser tan fecunda en ellos.

Todavía no era conocida del público más que una parte de sus versos, cuando otro excelente escritor saludaba su aparición literaria excla- mando:

¡Oh tú, que tienes al Parnaso en peso, Atlante de sus círculos dorados! En Don Alonso de Castillo admira gracia, donaire, ingenio y dulce lira (1).

Tales fueron, efectivamente, en adelante los

(1) Orfeo en lengua castellana, por el Dr. Juan Pérez de Montalbán.' Madrid, 1624. Va dedicado «A la décima musa doña Bernarda Ferreyra de la Cer- da, señora portuguesa», con censuras y aprobacio- nes del mes de Agosto de dicho año.

El elogio de Castillo está en el Cunto IV. Si, como algunos críticos presumen, este poema es, en reali- dad, obra de Lope de Vega, la alabanza sube en- tonces de quilates.

INTRODUCCIÓN

caracteres de su numen. Gracia para contar los sucesos de un modo agradable, sin que llegue á producir fatiga; donaire para entremezclar sales y agudezas por doquier; ingenio para urdir con hábil mano la trama de sus ficticias historias y desenlazarlas con arte primoroso, y, por último, dulzura para narrar, huyendo así del estilo en- crespado y obscuro que en su tiempo afectaban algunos, como de la excesiva llaneza y vulgari- dad que en debida, aunque funesta, reacción vino á predominar después de los días de nuestro no- velista.

Algunos críticos ó atrasados ó poco aptos para discernir las arcanidades, perfiles y lindezas de una lengua que no era la suya, han achacado á Castillo una supuesta inclinación al culteranis- mo, nombre con que en otro tiempo se confundía y censuraba toda afectación de estilo. Pero nada menos cierto que este pecado en el de Castillo Solórzano.

Si algún enemigo acérrimo y constante tuvo aquella moda literaria, introducida por Góngora, fué nuestro D. Alonso. Centenares de pasajes de sus obras pudiéramos aducir en comprobación de ello, pues viniese ó no á cuento, con el menor motivo sacaba á plaza, siempre con donaire y burla, el estilo culto.

Entre sus versos ha}' muchos dedicados á ri- diculizar aquella secta. Bastará mencionar, por corresponder á la primera paite de sus poesías.

INTRODUCCIÓN

aquel romance de Anarda, quien, con toda dili- gencia, buscaba para casarse

un novio que sea poeta,

que escriba en la lengua culta.

El tal debería poseer ciertas condiciones que la dama enumera, diciendo, entre otras muchas cosas, que había de ser

hombre de profundo ingenio y de vena tan profunda, que sus versos, por lo escures, á muchos dejen á escuras. Que no se estima el poeta si, cuando toma la pluma, mil veces no esplejidorea y millones no pulula.

Tuvo la dama el placer de hallar lo que pre- tendía, recibiendo la contestación, cuyo princi- pio es:

Bella, de los cielos niña; candor brillante á quien cede ampos, á nieve animada, la de Guadarrama nieve. Bellas de tu rostro luces, si homicidas esplendentes, son las de amor aleluyas contra la envidia de requifm. Los de tu madre cien años que por obstáculo sientes, y las de tu sangre tías,

INTRODUCCIÓN

júbilo me dan alegre.

La de esposo te doy mano:

examina, porque ostentes

éste de sazones mozo,

mi del Parnaso caletre... (1)

Esto se escribía por los años de 1620 á 1622, pues no menos que diez más tarde componía nuestro poeta el graciosísimo romance que puede leerse en la página 150 del presente tomo, en que pone cima y corona á su sátira anticulte- rana {2).

De lo que Castillo se picaba un poco era de conceptista; pero esto, en vez de lunar, constitu- yo una filigrana más de su estilo. El concepto, cuando es transparente y no muy continuado, aviva la atención y mantiene el interés del que lee ú oye, solicitado doblemente por el asunto de la obra y la ingeniosa manera con que se refiere,

Quevedo, que tanto abusó de esta facultad que posej'ó como nadie, es, en general, tan sugestivo (por decirlo según uso) en esta parte; de tal modo encadena la cuiiosidad y hace funcionar las po- tencias comprensivas, que, después de él, toda otra lectura inmediata parece sosa y desprovista de atractivo.

(1) Donaires del Parnaso, por D. Alonso de. Castillo ¿¡olorzano. Madrid, 1624, S.", folis 129 y 13U,

(¿) La novela titulada El Cidto graduado es toda ella una sátira contra el gougorismo.

INTRODUCCIÓN

Don Alonso de Castillo no solamente no extre- mó semejante tendencia, sino que, en varias de sus obras, apenas se advierte. Su estilo tiene la sencilla nobleza y transparencia de la lengua y carácter de los habitantes de la región castellana eu que había nacido. Y este recuerdo nos condu- ce, sin más preámbulo, á reseñar su biografía.

INTRODUCCIÓN

II

Es aun bien pobre y obscura. Hasta el presen- te ni siquiera se conocía el lugar de su naci- miento. Nicolás Antonio no lo supo; D. Juan Antonio Mayans, erudito ilustrador de la novela española (1), ere}'© que era andaluz; D. Ramón de Mesonero Romanos, que le estudió como autor dramático (2), guiándose por un pasaje equívoco de la primera parte de sus Donaires del Parna-

(!) El Pastor de Filida, de Luis Gálvez de Montalbo: Valencia, 1792, 8.° En el prólogo de esta reimpresión, p. 66, dice Mayans: «D. Alonso de Castillo Solórzano, caballero andaluz...»; pero no expresa la razón de esta hipótesis, nacida quizá de ver que con frecuencia lleva Castillo los persona- jes de sus novelas á Andalucía.

(2) Dramáticos contemporáneos de Lope de Vega; tomo segundo (Bib. de AA. españoles), en los preliminares; con ocasión de reimprimir allí dos comedias de Castillo se manifiesta propicio á creer que su patria «pudo ser un pueblo de la pro- vincia de Cuenca». Aunque Mesonero tampoco ex- presa el motivo de su creencia, parece indudable que le fué sugerida por una poesía de Castillo con- tenida en la primera parte de los Donaires del Parnaso (folio 67 v.) «En despedida de una Acade- mia que se bacía en una pieza muy estrecha, y la jornada era á Cuenca». En ella dice que por la

INTRODUCCIÓN

80 (1), supuso que era conquense. Sólo el insigne, el benemérito Barrera, con su notoria perspicacia, avanzó, aunque con su habitual modestia, por carecer de datos precisos, que pudiera haber na- cido en Castilla (2).

Nosotros, bien que con auxilio ajeno, podemos establecerlo resueltamente (3). D. Alonso de Cas-

gracia de una muía se parte á la ciudad que bañan el Huécar y el Jiicar, pesaroso de dejar la coi-te y la futura Academia.

(1) Y acabando mi negocio, poca flema y priesa mucha, recto trámite, me vuelvo sin buscar más avtíuturas... Hasta llegar á mi centro, que en pedernales se funda,

y entre su fuego se siembran los rábanos y lechugas... Adiós, insignes sujetos; que Tin octavario me oculta desta primera Academia hasta verme en la segunda.

Un poco poco más adelante (folio 77 v.) describe la ciudad de Cuenca, sin desprecio, pero tampoco sin el entusiasmo, que pudiera traducirse por amor filial.

(2) Catálogo bibliográfico y biográfico del Tea- tro antiguo español. Madrid, 186U, p. 75.

(3) La primera indicación de la villa natal de Castillo nos la ha dado el Sr. D. Marcelino Gutié- rrez del Caño, laureado autor de una Tipografía valisoletana y de un Diccionario de escritores de la provincia de Valladolid, obras que por fortuna no tardarán en ver la luz pública para recreo de los eruditos. Sujo, pues, es el descubrimiento déla pa- tria del insigne novelista.

INTaODüCCIóiV

tillo Solórzano había nacido en Tordesilias, cé- lebre villa y plaza fuerte darante la Edad Me- dia, y más famosa aún en el siglo xvi, por ser la última residencia y lugar de la muerte de la reina doña Juana la Loca, madre del emperador Carlos V. Pertenece á la provincia de Vallado- lid, de cuya capital dista 29 kilómetros en direc- ción oeste.

La filiación está confesada por el mismo don Alonso en el siguiente soneto, con que loó la Historia de Santa Teodora de Alejandría, com- puesta en octavas reales por su paisano Cristó- bal González del Torneo, é impresa en Madi'id en 1619 (1,1.

«DE ALONSO DE CASTILLO S0L0R-4AXO, NATURAL DE TORDESILLAS

Soneto.

Anciano Duero, que á Tordesilla» bañas el fuerte muro y hermoseas, florido de náyades y napeas V celebrado de las dos Castillas.

(1) Vida, y , penitencia \ de Sta. Teodora \ de Álexandria. \ Dirigida n la puríaima Madre \ de Dios. I Por ChriMoual Güzalez del Tor \ neo, natu- ral de Tordesilias. ' (Estampa de la Virgen). Con privilegio. \ En Madrid, Por Diego Flamenco. \ Año de 1619.

8.°; 8 hoj. prels., 205 foliadas y una más de colo- fón. Es un poema en unas 600 octavas reales, es- critas con facilidad y estro poético.

INTRODUCCIÓN

Un cisne que has criado en tus orillas, honrado de tus claras semideas, á pesar de las márgenes Leteas nos canta de Teodora maravillas.

No teme al vulgo, fiero cocodrilo que atrae al ignorante á su deseo, para que esté gozosa Alejandría.

Duero aqueste presente ofrece al Nilo; Tordesillas á España este Torneo, sutil ingenio que á sus pechos cría.»

Conócese por este soneto que no era la poesía grave y elevada la que mejor convenía á la musa de Castillo, juguetona y alegre más que otra cosa.

Con la indicación, pues, contenida en el libro de González del Torneo no nos fué muy difícil obtener (1) la partida de nacimiento de nuestro poeta, que dice asi:

(1) Escribí al Sr. D. Eleuterio Fernández To- rres, presbítero y aplaudido autor de una erudita y agradable Historia de Tordesillas (Valladolid, Í905\ á quien sólo por este motivo conocía, y este excelente escritor, sin pérdida de tiempo, se puso á la busca del documento hasta que dio con él. Al remitírmelo, y con el escrúpulo que siempre asalta al que como el Sr. Fernández Torres está acostum- brado á manejar esta clase de papeles, manifiesta algunas dudas, que él expresa mejor que yo pudie- ra hacerlo.

«Sólo siento (dice) que tal vez mis esfuerzos no se vean coronados por éxito feliz. He recorrido to- dos los libros de bautizados de estas iglesias, cuyos párrocos, amigos míos, han tenido la atención de

INTRODUCCiÜN

«Lunes, primero de Octubre deste año de mili y quinientos y ochenta y quatro. El bachiller Juan de la Fuente, preste y cura de la Señora

facilitarme, y he encontrado muchos Alonsos de Castillo, pues cou nombre y apellido andan juntos en estos libros parroquiales; pero jamás ni con ellos ni con otros aparece el de Solórzano.

Mas como las partidas de aquellos siglos están redactadas con laconismo desesperante, pudiera acontecer que el Alonso de quien se trata no usara el apellido de la madre, y los dos del padre; y como en ninguna de estas partidas se consignan los abuelos paternos ni maternos, me es imposible averiguar esta sospecha. Yo no hallo esto difícil, puesto que aquí tenemos el ejemplo de un hijo que no lleva ninguno de los apellidos del padre; y es Pedro Velázquez de Guevara, maestresala de En- rique IV, é hijo de Fernán López de Saldaña, con- tador mayor de D. Juan II.

De todos modos, por si algo puede aprovechar á usted para sacar ex ungue leone, remito adjunta la partida de un Alonso de Castillo, que coincide con los años que usted supone y que llama la atención por incluir detalles que son una verdadera excep- ción en las concisas partidas de aquellos tiempos.

Si no fuera ésta, no queda más que la sospecha de que se hallase en los libros de la parroquia de Santiago, cuyos tres primeros tomos han desapa- recido.»

Nada tenemos que añadir á las discretas razo- nes del Sr. Torres, porque ellas mismas absuelven la duda que pudiera abrigarse sobre el particular, cuando en todo le demás hay perfecta coinciden- cia. Sólo diremos, en confirmación de nuestro pa- recer, que la profesión del padre explica la del hijo El de un camarero del duque de Alba, pudo perfectamente ser maestresala del marqués de los Vélez.

introducció:í

María de esta villa de Tordessillas, bapticé á Alonso, hijo del señor Francisco da Castillo, ca- marero de Excel lentissimo señor Duque de Alba y de la señora doña Ana Griján, su legítima mu- jer. Fué su abogado Santo Antonio; padrino el licenciado Baltasar Suro, preste de Santa María y su acompañada la señora doña Catalina Gri- ján, su tía; siendo testigos el doctor D. Luid Vázquez de Cepeda, caballero de la orden de Santiago y el Sr. Jerónimo Gaitán y otros mu- chos señores. Y por ser ansí verdad lo firmo de mi nombre. El bachiller Juan de la Fuente.» Firman también los testigos (1).

En Tordesillas pasarían probablemente los años de la infancia de nuestro D. Alonso, al lado de la familia de su madre, avecindada, como se ha visto, en esta villa. La buena posición de su padre, empleado en casa de tan principal señor como el duque de Alba, le permitiría dar á su hijo instrucción conveniente, que tal vez recibi- ría en las aulas salmantinas, aunque sus estu- dios no llegaron á su término.

En sus novelas introduce con harta frecuencia gorrones y estudiantes. Parte de la titulada Aventuras del bachiller Trapaza sucede en Sa- lamanca, haciendo papel principal varios estu- diantes. Si hubiese llegado á poseer algún grado

(1) Tomo I de bautizados de la parroquia da Santa María de Tordesillas.

INTRODUCCIÓN

académico, con su talento y despejo no le hubie- ra sido difícil lograr algún empleo distinto del servicio personal á quo estuvo condenado toda su vida. Hay que suponer, pues, que algún con- tratiempo, acaso la muerte prematura de su pa- dre, le obligó á abandonar los estadios por falta de medios para continuarlos. En una de sus no- velas refiere un personaje, no sin cierta melan- colía, idéntica causa para explicar su posición humilde de ayuda de cámara.

Y á este cambio de fortuna parece que aludía Lope de Vega, al elogiar en 1630 á nuestro don Alonso en su Laurel de Apolo, diciendo (Sil- va VIII):

Las gracias en la cuna de 3U dichosa infancia tan risueñas vinieron, que á Don Alonso de Castillo dieron más gracia que fortuna, y que premio, elegancia; que tiene repugnancia tal vez con la virtud. Pero si miras sus libros, sus papeles, superiores á cuantos hoy de aquel estilo admiras; llenos de tantas elegantes flores, como la copia de su fértil genio con prodigioso ingenio por el mundo derrama, no le quieras más premio que su fama ni laureles mayores, ni más ricos favores

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES II

XVm INTRODUCCIÓN

que de su pluma la dorada copia, pues la virtud es premio de propia.

Barrera explicó también así estos versos, al decir: «Esta alusión nos indica que D. Alonso vio desaparecer en su edad adulta la prosperidad que su nacimiento le prometía.»

Pero nada sabemos de la juventud de Castillo, hasta que en 1619 lo hallamos en Madrid elo- giando, como hemos visto, el poema de su com- patricio González del Torneo.

Estaba ya, sin embargo, recibido entre los poetas cortesanos, no mucho después, cuando en 1621 le eligió nada menos que el insigne Mer- cenario Tirso de Molina, para que, en unión de Lope de Vega, celebrase con sus versos el libro misceláneo que se imprimió entonces con el títu- lo de Cigarrales de Toledo, obra de aquel gran- de ingenio. Castillo le compuso una elegante décima.

Aunque no concurrió á la justa poética que para solemnizar la beatificación de San Isidro se celebró en Madrid el año antes, no dejó de ha- cerlo en 1622, al festejar, aún con más esplendor, la canonización del mismo y otros santos.

Presentó dos composiciones (unas décimas y un soneto) con su verdadero nombre, y otras dé- cimas y un romance bajo el seudónimo del Ba- chiller Lcsmes Díaz de Calahorra. Obtuvo el ro- mance el tercer premio y «treinta ducados apar-

IMTR.ODUCCIÓN

te», según dice la lista de las recompensas, que así, como la relación de estos festejos, nos ha conservado Lope de Vega, que actuó de secreta- rio en ellos (1) y elogió los poetas premiados, sin excluir á D. Alonso, de quien dice, dirigiéndose á las Musas:

Pero diréis que os halláis turbadas, viendo que quiero hablar luego en Lesmes Díaz, si bien fué nombre supuesto. Don' Alonso de Castillo fué de aquellos versos dueño, en cuyo ingenio sabroso vive un panal de los cielos,

Pero lo extraño del suceso es que á Castillo se le privó luego del premio otorgado por el Jurado, según nos informa él mismo en unos versos joco- sos que escribió «A un precio que le quitaron (ha- biéndosele dado) por mudarse el nombre, en un certamen delante de Sus Majestades». Era el premio, según dice,

El Santo Patrón de España, en una hermosa pintura, que aunque al olio estaba hecha,

(1) La Relación de estas fiestas y noticia de los certámenes poéticos la ha publicado el mismo Lope en 1G25, por la viuda de Alonso Martín, y fué reim- presa en el tomo xu de sus Obras no dramáticas ó sueltaii, hecha en el siglo xviii por D. Antonio :.-at!cha. Madrid, l77. -79: 21 vols en 4.**)

INTRODUCCIÓN

se le despintó con dudas; con un vei'negal de plata, que se le llevó en las uñas el ave de G-animedes, porque del Júpiter gusta. Quedó el valiente don Lesmes. (frustradas sus alleluyas), cantándole responsorios al precio que le sepultan.

Ante sus reclamaciones, acordó la villa exi- mirle de la parte de sisa que le tocase.

Fiat, dijo el buen don Lesmes, aunque escarmentar procura en no hacer versos adonde cuando le premian le multan (1).

Leyó Castillo estos versos y otros muchos en la Academia de Madrid, que se reunió primero en casa de un clérigo poeta llamado D. Sebas- tián Francisco de Medrano, de quien se hizo Castillo amigo íntimo, y después en la de don Francisco de Mendoza, secretario del conde de Monterrey. A esta Academia concurrían todos los principales poetas de la corte, con Lope á su cabeza.

Si hubiéramos de entender literalmente otra poesía de Castillo, escrita en estos tiempos para la misma Academia, se hallaría ya viudo. En

(1) Donaires del Parnaso, 1.* parte, folios 35 y siguientes.

INTRODUCCIÓN 3£Xi

otra, perteneciente á igual período, nos traza con gran despejo su propio retrato, diciendo que calla lo primero, su edad, remitiéndose al as- pecto.

Porque el tiempo en lo aparente, por favorecer mis partes, permite que disimule lo que pudiera agraviarme.

No lo era, por lo visto, el carecer de cabello, porque añade á renglón seguido:

Soy lampiño de celebro, no porque seso me falte, sino que el resto del pelo se quedó en los aladares. Soy calvo, al fin, con perdón; y esta fué causa bastante (por si pongo cabellera) de no querer retratarme.

Frente espaciosa con grandes entradas, ojos negros, nariz ni romana ni aguileña.

La boca no la limito, porque ha querido espaciarse; de donde han salido muelas, por ver la salida fácil. El garbo délos bigotes, que la circundan su margen, inclinados á los ojos, ü'ritan sus lagrimales, . gracias al cuidado eterno

INTRODUCCIÓN

que me tengo con alzarles, al hierro que los conduce y á los ambarinos parches. Algo de zambo me notan, pero puedo consolarme viendo á un Esteban de piernas que es de fisgas protomártir (1).

Como acabamos de ver, el principal defecto fí- sico que en mismo reconoce Castillo Solórza- no es la carencia de cabellos. Su calvicie debía de ser característica, porque es lo único con que tropezó el famoso poeta, algo culterano, Anasta- sio Pantaleón de Ribera, para el Vejameyi satí- rico que, por el tiempo á que venimos refiriéndo- nos, escribió y leyó en la Academia de Madrid, y de seguro delante del mismo D. Alonso, así como de los demás vejados amistosamente, según cos- tumbre en aquellas reuniones. Lo relativo á Cas- tillo tiene ciertamente mucha agudeza y á veces no poca gracia. Dice así:

«Llevóme de allí don Lucido á otra mansión donde se divisaba un hombre de buen talle y rostro. Relampagueaba sobre todo élunacalvaza, ó, por mejor decir, una calabaza, con tantos vi- sos y tornasoles que quitaba la vista de los ojos.

En estos relámpagos y ventiscas de aquel ce- rebro conocí que debía de tener la calva-trua-

(1) Donaires del Parnaso, 2." parte, folio 3.

INTRODUCCIÓN

no. Pregunté quién era y di jome mi guiador:

Este es un hombre lunático, ó lunar; quiero decir que vive en el orbe de la luna y llámase don Ansolo.

Entonces volví á decir:

Lunático bien puede ser; mas no lunar, pues no tiene cabello. Pero ¿qué don Ansolo es éste? ¿Es, por ventura, el Casto?

No, sino, por desgracia, el Castillo i^me res- pondió); que, como otros suelen traer cabelleras postizas, trae él postiza la calva; porque tales páramos de cabello no se pudieron hacer sino á sabiendas. Con todo eso dicen algunos que ha- ciendo concierto con un amigo suyo, de la misma cabeza que él, jurando de no volverse atrás, echaron pelillos á la mar y se qiiedaron mondos de pie y pierna. Su ejercicio es ser poeta jocoso, de aquella data verbi gracia; pero no tiene verbi gracia, aunque se precia de más salado que un arenque. Vamos á otra cosa. Digo que su tema es escribir cada día librillos; y, si Dios no lo re- media, escribirá cada hora artesas y barreños. Ha pedido esta semana pasada en el Consejo Real de la Luna que, ])ues da licencia á don Zafiro para que se vista como quiera, y actualmente anda de azul, le permitan á él andar cabellado, y encarnado á don Pradelio, que se le ven al po- bre los huesos.

Pregunté otra vez:

Este loco, dado que tiene asomos por una de

INTRODUCCIÓN

bien nacido, no me parece, por otra parte, hom- bre de buen pelo. ¿Es noble ó no?

Apenas oyó la duda cuando, viniéndose para nosotros, y asiéndome de un brazo, soltó de esta manera la maldita:

Yo traigo en la comisura sangre antigua y verdadera, porque es Ñuño mi mollera, de extraordinaria Rasura. Quien averiguar procura, sepa que sangre medió ilustre mi padre, y que jamás en Castilla fué Lain Calvo como yo» (1).

Tan ajeno estaba Castillo de ofenderse porque le sacasen á relucir su calva cabeza, que él mis- mo hizo donaire de ello, en general, como se ve por muchos pasajes de la presente novela, y es- pecialmente en el entremés de El Barhador.

En cuanto á la posición y condición sociales de D. Alonso por este tiempo, se resumían en ser gentilhombre del marqués del Villar don Juan de Zúñiga Requesens y Pimentel, como él mismo se declara en las dos primeras obras que dio á la estampa en 1624 y 1625, con el título de Donaires del Parnaso, primera y segunda parte.

(1) Obras de Anastasio Pantaleón Ribera Madrid, Ti-ancisco Martínez, 163é, 8,** -

INTRODUCCIÓN XXV

Contienen uno y otro tomo de poesías las leí- das en la Academia de Madrid, según nos dice el autor, y aseguran una y otra vez sus aproba- dores Lope de Vega, Tirso de Molina y D. Se- bastián Francisco de Medrano. Son, en general, versos jocosos y satíricos, sobre costumbres, de- fectos'físicos y morales de personas, parodias y fábulas mitológicas tratadas á lo burlesco. To- das rebosan alegría, vis cómica, intención satí- rica, aunque no muy profunda ni sangrienta. En algunas poesías es j^a el encabezado un epigra- ma, como la enderezada «A un médico que se casó con una mujer vieja estando en su mano el matarla>; la de «Un galán que, desconfiando de alcanzar una dama que pretendía, se empleó en la tercera de sus amores»; «A una creciente del Manzanares en el mes de Julios, etc.

Dedicó la primera parte de sus Donaires (1)

(1) Donayres \ del Parnam. I Por Don Alonso de Cadillo Solorgano \ GTtüombrc del Marques del Villar. I Al Excelentissimo Señor Don Antonio San I cho Dauila y Toledo, Marques de Velada y | de San Ponían, Señor de la casa de Villa Toro I y Vi- llanneva de Gómez, Comendador de I Mancanares, por la Orden de Calatraua, \ y Gentilombre delRey N. S. (Escudo del Marques). Con prioilegio. En Madrid, por Diego Flamenco. Año de 1624.

8.°; 8 h. prels. y 132 foliadas. Al fin repite las se- ñas del impresor y año. Tassa (tres mrs. y medio cada pliego = 2 rs. todo el tomo): Madrid 1 1 Febre- ro de 1624. -Erratas: (Murcia de la Llana): Madrid 12 de Febrero de id. Suma del privilegio: Madrid

INTRODUCCIÓN

á D. Antonio Dávila y Toledo, marqués de Ve- lada, que quizá le costearía la impresión del tomo, pues no aparece otro editor en él, y la se- gunda á su propio amo el marqués del Villar (1).

5 de Diciembre de 1624 (sic: debe ser 1623).— Apro- bación de Tirso: Monasterio de Nuestra Sra. de la Merced á 3 de Noviembre de 1623 Aprobación de Lope de Vega: Madrid 18 de Noviembre de 1623. - Décima laudatoria de don Alonso Mergelina Mon- tejo.— Redondillas de don Fulgencio Osorio y Pi- nelo. Décima de don Fernando Bermúdez de Car- vajal.—Otra de Sebastián Francisco deMedrano. Otra de don Juan Díaz de Aguilar. Otra del Maes- tro Juan de VillaloboTi.— Dedicatoria, sin fecha, fir- mada por Castillo.— Prólogo (en verso).— Texto.

(1) Donayres ¡ del Parnaso, \ Segvnda paHe. I A Don Juan de Zuñiga, Requesens, Cardo | ua, y Pimentel, mi señor, Marques del Vi \ llar, Comen- dador de Ocaña, por la Orden de Santiago, y Gen- tilom I bre de la Cámara del Rey \ nuestro señor . \ Por Don Alonso de Castillo Solorgano, \ Gentilom- bre de su casa. \ Año 1625. | Con privilegio, \ En Madrid, Por Diego Flamenco. \ A costa de Lucas Ramírez mercader de libros \ Véndese en la calle de Toledo.

8.°; 8 h. prels. y 126 foliadas. Tasa (4 mrs. plie- go: tiene 15) Madrid, 19 de Abril de 1625. Erratas: Madrid, 12 de Abril de id. (Murcia de la Llana).— Suma del privilegio (al autor por diez años): Ma- drid, 1.° de Octubre de 1624.— Aprob de Sebastián Francisco de Medrano: Madrid, 2o de Septiembre de 1624. Aprobación de Lope: Madrid 25 de Sep- tiembre de 1624 —Declaración de las Enigmas. Escudo de armas. -Dedicatoria, sin fecha, firmada por Castillo. Al lector (en tercetos).— Texto con algunos grabados.

INTRODUCCIÓN

III

Pero no era ciertamente la poesía lírica el gé- nero literario en que raás había de sobresalir D. Alonso del Castillo Solórzano; y claro se veía en la preferencia que otorgaba al estudio de las costumbres, de los caracteres, ya singulares ó ya ridiculos, y al asomo de acción, descripción y crí- tica que ajmntaba en todos sus versos, cuan ne- cesario le era un campo más vasto y más cómodo que el de la lírica para desenvolver sus faculta- des de observador y narrador de las más varia- das acciones humanas. Este campo era la novela.

Bien se le alcanzaba la grande importancia que ya tenía entre nosotros y la altura á que ha- bían sabido llevarla Cervantes y sus coetáneos; pues como él mismo dice, por boca de uno de sus personajes: «Yo me ofrezco... á entretener ese rato con algún cuento ó novela... que, como he leído tanto, asi de lo italiano, en que tantos se han escrito, como en español, que de poco acá los han sabido imitar y aun exceder, no faltaré á lo que aquí prometo con mucho gusto.»

Y no faltó, en efecto; pues en cerca do veinte años apenas dejó uno eu que no diese al público alguna de sus graciosas historias fingidas.

INTRODUCCIÓN

En 1624 tenía ya terminadas y aprobadas las seis que imprimió á principios del siguiente con el título general de Tardes entretenidas. Cono- cía ya el delicado y difícil paladar del público, y no teme desafiar sus iras, dirigiéndose «A los críticos» en esta forma: «Ya gremio censurador me consta tu modo de vivir, y por las diversas herramientas que en tus oficinas he visto (cui- dadosamente afiladas por el ocio) conozco de cuántos oficios se forma tu perniciosa congrega- ción. Sé que no hay en nuestra república paño que no tundas, seda que no acuchilles, cordobán que no piques, holanda que no cortes, cabello que no rasures y, finalmente, uña, aunque sea del mismo Pegaso, que no cercenes.»

No se olvida do recomendar la originalidad de su obra diciendo: «Lo que te puedo asegurar es que ninguna cosa de las que en este libro te pre- sento es traducción italiana, sino todas hijas de mi entendimiento: que me corriera mucho decir de lo que de los que traducen ó trasladan, por hablar con más propiedad» (1).

(1) Tardes \ entretenidas. \ Al Excelentissimo señor don Francisco Gómez de Sa7idoval, Padilla y Acuña Duque de TJceda y Cea... Por Don Alonso de Castillo Solorgano. | Año (Escudo del Mecenas) 1625. I Con privilegio. \ En Madrid, Por la Viuda de Alonso Martin. | A costa de Alonso Pérez, merca- der de Libros.

S.°; 8 h. prels. y 254 foliadas. Láms-, en mad«X'a.

INTRODUCCIÓN

Siü embargo, aunque las historias sean suyas , la urdimbre ó enorarce de ellas es de todo punto italiana, nacida del Decamerón, procedimiento usadísimo entonces, no sólo por Castillo, sino por casi todos nuestros cuentistas.

Supone, pues, que en una quinta, á orillas del risueño» Manzanares, se reunieron en la prima- vera dos principales señoras, viudas, con dos hi- jas jóvenes cada una; dos criadas, dos ancianos escuderos y dos pajecillos. Acompañábalas tam- bién un amigo de alegre genio, llamado Octavio, que por la noche se retiraría á Madrid. Este es quien organiza los divertimientos que habían de tener en todo el mes de Mayo, pues cantaba, ta- ñía y hacía versos. Las damas jóvenes habrían de proponer enigmas, referir historias y cantar con Octavio.

Así va el autor ensartando las seis novelas que

Novelas que contiene este libro: El amor en la venganza; La Fantasma de Valencia; El Proteo de Madrid; El socorro en el peligro; El Culto gradua- do y Engañar con la verdad. -Erratas (Murcia de la. Llana): Madrid, 15 de Marzo, 1625.— Tasa (4 mrs. pliego): Madrid 21 Marzo 1625.— Suma del pri- vilegio (por diez añosa D.Alonso): Madrid 24deSep- tiembrel624. Aprobación de Fr. Plácido de Rojas, benedictino: Madrid, 6 Septiembre G24. Licencia del Vicario: Madrid, 7 Septiembre 1621. Aproba- ción de D. Juan de Jáuregui: Madrid, 18 de Sep- tiembre 16j4 —Dedicatoria, sin fecha, suscrita por Castillo «A los críticos». Décima de D. Gabriel del Corral. Texto.

XXX INTRODUCCIÓN

forman este libro, y cuyos títulos se leen en la nota. Algo estudiado parece el estilo al princi- pio; pero luego entra el autor en su natural que- do de narrador abundante, sencillo y gracioso.

Don Juan de Jáuregui, aprobador del libro, dice de él «que es muestra de la fertilidad de in- genios de España, pues con tanta abundancia como facilidad, no ofendiendo á las buenas cos- tumbres, antes aprovechando con avisos mora- les, divierte y deleita en variedad de asuntos y artificio de trazas notables, donde los entreteni- mientos desta lección reconocerán mucho cau- dal y gracia».

Las novelas, sobre todo las de asunto español, son dignas del aplauso con que fueron recibidas á su aparición en el mundo. Como se han de reimprimir la mayor parte de los tomos de Cas- tillo Solórzano, si el editor ó el público no se cansan, no nos detendremos individualmente en el estudio y apreciación de aquéllas, aunque daremos una bibliografía lo más completa y exac- ta posible, corrigiendo los muchos errores que hay introducidos en el asunto, cosa de grande importancia, porque afecta á la biografía del novelista.

Pero antes debemos deshacer la superchería con que un editor poco escrupuloso adjudicó á D, Alonso de Castillo obras que compuso. Ti- túlase el libro en cuestión, que figura como im- preso en esto aao iJe 1625, en que uod eucon-

INTRODUCCIÓN XXXI

tramos, Varios y honestos, entretenimientos en varios Entremeses y pasos apacibles, qne dio á Luz Don Alonso de Castillo Solorzano. A él Du- que Don Vasco de Andrada, cauallero de la or- den de Santiago, Tezorero, y Teniente de Baile de la ciudad de Alicante. En México 1625. Por orden del autor, Juan Garsés. En octavo, con dos hojas de principios y 162 páginas. No lleva licencias ni más que una aprobación de Fray Tomás Roca, fechada en Méjico á 19 de Abril de 1624.

Todo en este libro es falso. Ni fué impreso en 1625, sino lo menos de veinte después; ni en Mé- jico, sino en Amberes, Anisterdan ú otro punto punto de los Países Bajos; ni hubo entonces, ni antes, ningún duque don Vasco de Andrada, ni el teniente de Baile de Alicante tuvo tanta ca- tegoría, sino que era un hidalgo de la localidad, como se. ve por la presente novela de Teresa de Manzanares, dedicada precisamente al que lo era en 1632, D. Juan Alonso Martínez de Vera, lo que indudablemente sugirió el título al falsi- ficador.

El Fray Tomás Roca que aparece en Méjico en 1624 era un trinitario catalán que por los mis- mos años residía en el convento de Santa Catali- na do Barcelona, y aprueba allí otros libros de de Castillo Solorzano, y, por último, el Juan Glarsés que rigura como a})oderado de éste, quizá sea el Juan Gáirii: que estampó en Valencia

IMTRODUCCIÓX

obras suyas ó el Pedro Q-arcés, aprobador de otras.

Gallardo incluyó este libro en el Ensayo sin hacer salvedad alguna. Pero aunque Barrera, haciéndose cargo de las dudas manifestadas por D. Pascual de Gayangos acerca de un ejemplar que había visto en Londres, le sospecha apócri- fo, todavía D. Pedro Salva, en el Catálogo de su biblioteca (I, 382), insiste en darlo como auténti- co, ponderando la rareza del libro y espaciándo- se en describir el perfecto estado de conserva- ción de su ejemplar que, en gran parte, aún es- taba sin abrir.

INTRODUCCIÓN

IV

El buen éxito que obtuvo la primera tentativa romancesca de D. Alonso del Castillo movióle á dar á luz inmediatamente otra serie de novelas, como lo hizo, en 1626, bajo el título de Jornadas alegres (1).

El procedimiento para ordenar sus cuentos es el mismo que en la colección anterior. La esposa de un oidor del Consejo Real regresa á Madrid, desde Talavera, en compañía de dos hermanas,

(1) Jornadas alegres. | A D. Francisco de Eras- so ¡ Conde de Humanes, señor de las Villas de Mo- hernando i y el Canal. | Por D. Alonso de Castillo Solórzano \ (Escudo) Con privilegio. | En Madrid, por Juan González, año 1626, \ A costa de Alonso Pértz, inercader de libros.

8."; 8 h. prels. y 224 foliadas.— Erratas (Murcia de la Llana): Madrid, 26 Abril 1626.— Tasa (4 mrs. pliego): Madrid, 23 Abril de id. Suma del privile- gio (á D. Alonso, por diez años): Madrid, 25 Junio 1625.— Aprob. del P. Mtro. Fr. Pedro Martínez He- rrera (De las Jornadas y del Abril de flores divi- nas). Convento del Carmen de Madrid, 12 de Junio 1625. Lie. del Ordinario (para las dos obras). Ma- drid, 13 Junio de id.— Aprob. de D. Diego de Cór- doba, capellán mayor del infante D. Carlos (para el Abril y las Jornadas). Madrid, 17 Junio de id. Dedicatoria, sin fecha, firmada por D. Alonso. Prólogo.— Madrigal de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo.— Décima de D. Juan de Larrea y Zur- bano. Otra de Luis de Villatón.— Texto.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES III

INTRODUCCIÓN

dos cufiados, un poeta amigo de la casa y varias doncellas que, según uso de entonces, sabían ta- ñer arpa, vihuela y guitarra, y cantar los tonos más famosos ó más de moda.

Las cinco cortas jornadas del regreso son las que se emplearon en referir las cinco novelas ti- tuladas: No hay mal que no venga por bien, La obligación cumplida, La cruel aragonesa, La li- bertad merecida y El obstinado arrepentido, con más la fábula, en prosa, Las bodas de Manza- nares.

A la vez que esta obra presentó D. Alonso de Castillo á la censura otra titulada Abril de flores divinas, libro devoto del que no tenemos más no- ticia que la de haber satisfecho á los aprobadores Fray Pedro Martínez de Herrera, carmelita, y D. Diego de Córdoba, capellán mayor del infan- te D. Carlos de Austria, hermano de Felipe IV. Este libro sería probablemente de versos á lo di- vino, como el Jardín de Alonso de Bonilla, con el cual parece confundirle Gallardo, pues da equivocado el título del de Castillo.

El Tiempo de regocijo y Carnestolendas de Madrid, que, aunque suena aprobado á media- dos de 1625, no salió á luz hasta dos años más tarde (1), quizá tuvo por modelo inmediato Las

(1) Tiempo de \ Begozijo, y Carnestolendas de ! Madrid. \ Al Exmo. S. D. Alvaro la \ cinto de Portugal, Almirante de las In \ días, Conde de Gelues, Duque de Vera | gua, Marques de Xamai-

INTRODUCCIÓN

Carnestolendas de Castilla, de Gaspar Lucas Hidalgo, vecino de Madrid, impresas en 1605; pero, en realidad, uno y otro siguieron el méto- do italiano. Tres caballeros amigos que vivían en la calle Atocha, muy cerca unos de otros, acuerdan festejar los tres días de Carnaval, uno en cada casa, con cena, novela-, lectura de ver- sos y máscara ó representación de alguna pieza dramática.

Así intercala Castillo en este tomo tres nove- litas, tituladas El Duque de Milán, La quinta de Diana y El ayo de su hijo; el entremés El ca- samentero y varias composiciones líricas.

Es digno de tener en cuenta que al solicitar la aprobación de este libro lo hizo también de otro

ca, &c. Pordon Alonso de Castillo Solorgayio. | Año (Escudo del Mecenas) 1627. \ Con privilegio. \ En Madrid: Por Luis Sánchez: Año de 1627. | A costa de Alonso Pérez, mercader de libros. (Al fin repite las señas de impresión.)

8.°; 8 h. prels. y 170 jÉoliadas.— Suma del privile- gio (á D. Alonso, por diez años): Guadalajara, 7 Enero 1626.— Suma de la tasa (4 mrs. pliego), sin fecha. Erratas (Murcia de la LL): Mailrid, 7 Ene- ro 1627. Aprob. de Jáuregui (para esta obra y la Vida de Cleopatra): Madrid, 20 Diciembre 1625. Otra del Mtro. F. Fr.co Boil ípara ambos libros): Convento de la Merced de Madrid, 14 Octubre 1625. Décima del Dr. Francisco de Quintana. Otra de D. Juan de Larrea. Dedicatoria de Castillo, sin fe- cha. (Aquí ya le da á D. Alvaro el apellido Colón, que se le olvidó en la portada). «Al bien intencio- nado», prólogo de Montalbán. —Texto. Nota final.

INTRODUCCIÓN

que había de llevar por título Vida de Cleopatra y que, según toda probabilidad, será la misma obra, más ó menos ampliada, que dio á luz en Zaragoza en 1639.

Era amigo Castillo del librero Alonso Pérez, más célebre por haber sido padre del Dr. Juan Pérez de Montalbán, famoso poeta. Habíale el librero comprado el privilegio y costeado la im- presión de las dos primeras series de novelas, é hizo lo mismo con esta tercera. Así no es de ex- trañar que el prólogo Al bien intencionado, en lugar de ir suscrito por el autor, lleve la firma de Montalbán. Pudo en este prólogo hacer ya sin escándalo el elogio de Castillo; elogio en que, ponderando lo bien recibidos que habían sido sus anteriores escritos, habían insistido también, cual si se pusieran de acuerdo, los aprobadores del presente, D. Juan de Jáurogui y el P. Maes- tro Fray Francisco Boil, en términos del mayor encomio.

Pero á la vez anuncia Montalbán las cinco obras que en el curso del referido año se proponía publicar su padre, y eran: la Vida de Don Juan de Austria^ por D. Lorenzo Vander Hamen; el poema de La Conversión de la Magdalena, de D. Francisco López de Zarate; versos de D. Ga- briel del Corral y D. Gabriel Bocángel y Unzue- ta, leídos en la Academia madrileña; la Historia de Hipólito y Aminta, del Dr. Francisco de Quintana, que, según Moltalbán declara, es el

INTRODUCCIÓN

mismo D. Francisco de las Cuevas, autor de las Experiencias de amor y fortuna, impresas con este seudónimo en 162G; y, por último, El Pur gatorio de San Patricio, obra del mismo Mon- talbán, que espera ver favorecida del lector bien intencionado, «fuera de que cuando te enojare (dice) con mis desaciertos, volveré á rogar á don Alonso de Castillo escriba otro libro como éste, que á él le honre, á ti te despique y á me desempeñe» (1).

(1) En el orden cronológico de las publicaciones de D. Alonso de Castillo Solórzauo figura la si- guiente, que no hemos logrado ver más que men- cionada en el Catálogo de la biblioteca del Marqués de Heredia, cuya venta se efectuó hace algunos años:

«1628. Castillo Solórzano. Escarmientos de amor moralizados. Seuilla, Sande, 1628; pet. in 8, veJin. Prémiere editíon». {Catál., IV, 248.)

La nota Aq primera edición prueba la ignorancia del redactor de este catálogo; pues no sólo prime- ra, sino obra totalmente desconocida pudo llamar- la, si fuese persona versada en bibliografía espa- ñola. Su misma rareza; el ser ignorada de todos nuestros bibliógrafos, de Nicolás Antonio á Gallar- do y Gayangos; el no haberse impreso ningún libro de Castillo en Sevilla, y el ejemplar de lo sucedido en los Varios entretenimientos, nos hacen sospe- char ó una franca y verdadera superchería biblio- gráfica ó una atribución infundada de obra perte- neciente á otro autor. Sin embargo, la asistencia en Sevilla de D. Alonso de Castillo resulta acre- ditada por multitud de graves indicios, y no sería imposible que imprimiese allí esa ú otra obra se- mejante. Habiendo consultado el caso últimamen-

INTRODUCCIÓN

te con el Sr. Menéndez y Pelayo me ha manifesta- do que él posee un ejemplar de dicho libro; pero por desgracia falto de portada y demás prelimina- res. La obra es una novela seguida; y, á lo que el Sr. Menéndez y Pelayo recuerda, su estilo no pare- ce impropio de Castillo Solórzano.

INTRODUCCIÓN

En esta época se verificó un cambio importan- te en la vida de Castillo Solórzano. Dejó el ser- vicio del marqués del Villar, y quizá por conse- jo suyo entró en el de su pariente el marqués de los Yélez, que á la sazón desempeñaba el virrei- nato de Valencia.

Don Luis Fajardo de Requesens, cuarto mar- qués de los Vélez y de Molina, adelantado y ca- pitán general del reino de Murcia, como todos sus antepasados, desde el siglo xiv y Comendador Villarrubia en la Orden de Santiago, había suce- dido á su padre D. Pedro, insigne general de Fe- lipe II, en 12 de Febrero de 1579. Figura casado con doña María Pimentel, hija de D. Alonso, oc- tavo conde de Bena vente, de quien tuvo dos hi- jas, doña Mencia de Zúñiga, que se unió en la misma casa de Benavente con D. Juan Alonso Pimentel, décimo conde; doña Catalina Fajardo, mujer de don Fadrique Enríquez de Guzmán, oc- tavo conde de Alba de Liste, y un hijo, D. Pe- dro, que le heredó.

En 1628 fué nombrado virrey de Valencia, en sucesión deD. Enrique Dávila y Guzmán, mar- qués de Povar, y en su compañía se fué nuestro

INTRODUCCIÓN

D. Alonso con el cargo, íntimo y de cierta consi- deración, de maestresala de su casa.

En alguna de sus obras muestra Castillo no ser el empleo de maestresala muy socorrido, pues dice que los tales siempre andaban escasos de dineros; pero en otras indica la grande importan- cia que, dentro de la casa, tenía el tal criado; pues no solamente asistía á las comidas del se- ñor, haciéndole la salva y otros delicados menes- teres, sino que era como el jefe de todo el servi- cio lacayuno y aun se extendía en autoridad so- bre los pajes (benjamines de los palacios), á quie- nes podía mandar azotar, como lo hacían con de- masiada facilidad.

Apenas llegado á Valencia dio á la estampa D. Alonso una nueva novela, con el titulo de Lí- sardo enamorado, que, aunque aprobada en el mes de Mayo de 1628, no salió á luz hasta princi- pios del siguiente año. Dedicóla al principal per- sonaje de Valencia, el futuro príncipe de Es- quilache, D. Francisco de Borja y Aragón, en- tonces marqués de Lombay (1). En el prólogo

(1) Lisardo enamorado. Al Excelentissimo se- ñor D. Francisco de Borja, Marques de Lombay, &c. Por D. Alonso de Castillo Solórzano . (Escudo). En Valencia: con licencia, por Juan Crisóstomo Garriz, junto al molino de la Rovella, 1629. A costa de Filipe Pincinali, en la Plaza de Villarasa.

8.°; 12 li. prels. y 358 pp. Al fin repite las señas de la impresión. Aprob. del Presentado Fr. Lam- berto de la Novella, dominico: Valencia, 27 Mayo

INTRODUCCIÓN

«Al lector», después de mencionar otros traba- jos, escribe: «Xo espera meaos favor, aunque en ajeno reino, donde tan agudos ingenios saben honrar á los forasteros^. Y acaba ofreciendo un nuevo libro de novelas que, en efecto, dio á luz en el mismo año de 1629.

Titulólo Huerta de Valencia, prosas y versos leídos en las Academias literarias de esta ciu- dad, y aparece dedicado al heredero del marqués de los Vélez, su amo (1). Hízolo preceder de un

1623. Dedicatoria de D. Alonso: sin fecha. Al lec- tor.— Versos laudatorios de D. Gaspar Vivas y Ve- lasco, canónigo de la Seo; D. Luis Castellá de Vi- llanova: D. Vicente Gascón de Siurana; D. Jusepe Gil Pérez de Bañatos; Montserrat de Cruilles, ca- ballero de Moutesa; Mosén Abdón Clavel; Mosén Cosme Damián Tofiño; Jacinto Navarro; D. Fran- cisco de Tamayo y Porras; Marco Antonio Orti, se- cretario de la ciudad de Valencia, y D. Jacinto Hernández de Talavera y Arias. Se conoce que Cas- tillo quería congratularse con los valencianos bus- cando tantos valedores.

(1) Huerta de Valencia, Prosas y versos en las Academias della. Al Excelentissimo Sr. D. Pedro Faxardo, mi señor, Marqués de Molina, primogé- nito del Excelentissimo Sr. D. Luys Faxardo, Re quesens y Zúñiga, mi señor, Marqués de los Vélez, y Martorel, Adelantado mayor del Reino de Mur- cia; Virey, y Capitán general del reino de Valen- cia. Por Don Alonso de Castillo Solórzano, Maestre- sala de su casa. (Dos Escudos de Valencia). Con li- cencia. En Valencia, por Miguel Sorolla, menor, y quinto deste nombre. Año 1629. Y á su costa. (Al fin). En Valencia, por Miguel Sorolla, junto á la Universidad , 1629.

8.*"; 8 h. prels, 286 pp. y 88 más sin numerar para

INTRODUCCIÓN

gran número de elogios poéticos de escritores va- lencianos, quienes, jugando del vocablo le dicen que, gracias á él, ya tiene Valencia dos huer- tas, una natural y otra poética; ó bien le consi- deran

que, aunque moderno hortelano, sois en cultura el primero,

la comedia del Agravio satisfecho , que constituye el Divertimiento quinto. Aprobacióu muy lisonjera del maestro Fray Vicente G-ómez, dominico: Va- lencia, 20 Enero 1629. Licencia del Dr. Garcés, Vi- cario: 27 de id. Otra licencia de Guillen Ramón de Mora, abogado fiscal de Su Majestad: Valencia, 30 de id. Sigue un escudo de armas de los Fajardos; luego la dedicatoria y carta prólogo A los críticos, en que recuerda el buen pasaje concedido á su an- terior producción, el Lisardo.

Van á continuación los versos laudatorios, que son: Soneto de D. Sancho de Molina Cabeza de Vaca; décima de ü. Alonso del Hierro; otra de Alon- so J. de Salas Barbadillo; otra de D. Lorenzo de Soto y Vargas (que parece ser uno de los interlocu- tores de la obra); otro de Felisarda Leonarda; otra del Licenciado Luis de Villalón; otra de D. Fulgen- cio Osorio y Pinedo, y otra de D. Francisco de Ta- mayo y Forres. Siguen la Introducción y el texto, compuesto de cinco divertimientos, formando los cuatro primeros las novelas, seguidas cada una de cinco composiciones. El quinto es, como queda di- cho, la comedia, á la que preceden seis poesías, la última obra de D. Luis Castellá de Villanova, caballero de Valencia.

Las cuatro novelas déla Huerta fueron incluidas en la Colección de ellas que se publicó en Madrid en los años 1787 y siguientes, en ocho volúmenes, con los números 40 á 44, tomo VII.

INTRODUCCIÓN XLIÚ

aludiendo al poco tiempo que aún llevaba en la ciudad.

En este libro, en que insertó las cuatro nove- las tituladas; El amor por la piedad; El sober- bio castigado; El defensor contra sí, y La du- quesade Mantua, con más la comedia El agra- vio satisfecho, quiso variar algo el procedimien- to para enlazarlas, por más que en el fondo sea siempre el mismo.

Supone, pues, que cinco caballeros, todos más ó menos relacionados con el ejercicio de las le- tras, pues el uno era algo poeta; y médico, juris- ta, dedicado á la filosofía y artes literarias y teólogo los demás, ibaa en un coche de Valencia al Grao, en el rigor del invierno y vacaciones de Navidad, á visitar sus haciendas y alque- rías que todos tenían por aquellos lugares. Pro- pone el primero que alternativamente tengan en cada heredad «una Academia formada, no como las celebradas de Italia, sino un reme- do suyo, en cuanto á traer cada uno de los cin- co (^pues hacemos versos) los que se les repar- tieren al asunto que se les diere». Referirán no- velas con moralidad y animarán sus fiestas con el regocijo de la música y alguna representa- ción de teatro.

Tiene, como se ve, algún parecido esta obra con la titulada El Prado de Valencia, de D. Gras- par Mercader (Valencia, 1601), pero sólo en cuan- to á contener poesías diversas; porque El Prado

INTRODUCCIÓN

no incluye novela suelta alguna, siéndolo toda ella de asunto pastoril y alegórico.

Había por este tiempo adquirido nuestro don Alonso la amistad de los literatos valencianos; y así vemos que elogió con una décima el raro to- mito de poesías Tropezón de la risa, compuesto por Jacinto Alonso de Maluenda, é impreso (por Silvestre Esparza) en Valencia en este mismo año de 1629.

No olvidaba, con todo, sus antiguas relaciones madrileñas; pues habiendo de ir á Italia con el cargo de tesorero del duque de Feria, su capellán D. Sebastián Francisco de Medrano, hízole Cas- tillo el presente de todas las obras literarias que Medrano había escrito y leído en la Academia de Madrid el tiempo eu que fué presidente de ella, y que D. Alonso, con solicitud de verdadero amigo, había coleccionado. Llevólas consigo Me- drano, y las publicó en Milán á fines de 1631 con el título de Favores de las musas hechos á don Sebastián Francisco de Medrano (1) . La cir-

(1) Favores de las musas \ Hechos d Don Sebas- tian I Francisco de Medrano. \ En varios Rimas, y Comedias, que compuso en la mas | celebre Acade- mia de Madrid donde fue i Presiclejite meritissi- 7no. I Fecopilados por Don Alonso de Castillo \ So- lorzano, intimo amigo del autor. \ Al Eminentiss. y Excell. señor \ El Señor Theodoro Trivultio, Diá- cono Cardenal de la S. Iglesia Romana... Con pri- vilegio. En Milán, por Juan Baptista Malatesta. Impressor \ Regio, y Ducal, acosta de Cario Fe-

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cunstancia de aparecer como colector de estos versos (cuyo segundo tomo se perdió en el mar, por haber naufragado el buque en que venía á España la edición entera), nuestro novelista hizo sospechar á algunos que hubiese él mismo pasa- do á Italia por esta época. Es suposición comple- tamente infundada. Nada hay en el tomo que in-' dique que sea verdaderamente Castillo el editor de las obras de Medrano, sino éste mismo, que quiso cubrir con el nombre de su amigo lo que tal vez le pareció ser falta de modestia en un sa- cerdote: imprimir aquellas fruslerías poéticas.

La presencia en España de Castillo Solórzano, en la época referida, consta por muchos datos seguros.

£n 24 de Diciembre de 1631 falleció en Valen- cia el anciano marqués de los Yélez, y á la vez

rranti, librero. \ Año 1631. Con licencia de los su- periores.

8.°: 7 h. prels. y 319 pp. Aprob. de la Inquisición de Milán: IG de Septiembre de 1631. Otra: Milán: 20 id. «El Doctor D. Sebastián Francisco de Me- drano á D. Alonso de Castillo Solórzano». Dícele, entre otras cosas, que «desde Barcelona» le había suplica-^o que desistiese de la idea de dar á luz sus obras. En esta curiosa epístola es en donde habla de su Academia y da los nombres de los que á ella concurrían. Sigue una epístola al que leyere, sin firma; luego la dedicatoria al cardenal Trivulzio. En ninguna parte aparece que Castillo esté pre- sente á la impresión, ni se vuelve á hablar de él. Lleva, además de los versos líricos, el tomo, dos comedias, una tragedia y un diálogo.

INTRODUCCIÓN

que en los estados familiares, sucedióle también en el virreinato de aquella provincia su hijo don Pedro Fajardo de Zúñiga y Requesens, quinto marqués de los Vélez. Tomó posesión de su nue- vo empleo, y juró el 2 de Mayo de 1632, habien- do tenido la honra de recibir y festejar á Feli- pe IV, que en el mismo año fué á la capital le- vantina á celebrar Cortes,

INTRODUCCIÓN"

VI

Es probable que, aun algo antes del falleci- miento del viejo Marqués, dejase Castillo, tem- poralmente, el servicio de la casa de los Fajardo. Su residencia en Barcelona parece acreditada por el hecho de imprimir allí varias obras en los años 1631,1632 y 1633. Sin embargo, también puede explicarse el hecho, por haberle ofrecido mayores ventajas, la publicación de ellas en la capital de Cataluña, bajo las hábiles manos de Sebastián de Cormellas y Juan Sapera, editores acreditados, que aparecen costeando su estampa.

Es la primera una rarísima colección de doce novelas, impresa con el título de Noches de pla- cer, que enderezó á otros tantos caballeros va- lencianos de los más distinguidos, figurando en- tre ellos D. Gaspar Mercader, conde de Buñol; el Dr. D. Gaspar Vivas y Velasco, D, Vicente y D. Carlos de Borja, Juan Bautista Martí y don Luis Castellá (1).

(1) Noches de | 2)Ia¡:er. \ En qve contiene | cloze Nouelas, dirigidas d diuersos \ Títulos, y Cauallei-os de I Valericia. \ Por Don Alonso \ de Castillo Solor- qano. I Año (Escudo del impresor) 1631. | Con li-

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Y también en 1631, repitiéndola en 1633, salió á la luz la curiosísima titulada Las Harpías en Madrid, que ofreció al conde de la Granja don Francisco Maza de Rocamora, señor de Mogente y de Novelda (1). En esta obra manifestó una tendencia diversa de la que llevaban sus ante- riores ficciones, empezando á cultivar con más

cencia. \ En Barcelona, Por Sebastian de Corme- llas I al Cali. Y a su costa.

8.°; 218 h. - índice. Aprob.: Barcelona, 2 Febre- ro 1631. Lie: Barc, 4 id. Prólogo. Introduc- ción.— Texto.— No hemos logrado ver este libro: la descripción va copiada del Ensayo de Gallardo (II, n.° 1.689).

(1) Las Harpías \ en Madrid, \ y co \ che de las Estafas. \ Por Don Alonso de Castillo Solorga- no. \ A Don Francisco Maza, \ de Eocamora, Conde de la Granxa, SeTior | de las villas de Moxente, Agos \to , y Nouelda, 8ic. | Año (Escudo del im- presor) 1631. I Con licencia. \ En Barcelona , Por Sebastian de Corme | lias, al Cali. Ya su costa,

8.°; 3 h. prels. y 116 foliadas. Dedicatoria, sin fecha, del autor. Aprobación deD. Rafael Cerve- ra: Barcelona, 8 Abril 1631.— Otra de Fr. Tomás Roca: id. id.— Al lector. Texto.

A los dos años publicó Cormellas nueva edición con este título:

Las I Harpias \ en Madrid, | y \ coche de Las [ Estafas. Por Don Alonso de \ Castillo Solorqa- no. \ A D. Francis Comaza, \ de Rocamora, Conde de la Graxa, \ Señor de las villas de Mogente, \ Agosto, y Novela, íkc. | Año 1633. \ Con licencia. \ En Barcelona, Por Sebastian de Cormellas, \ al Cali. Y a su costa.

8.°; 3 h. prels. y 112 foliadas. Dedicatoria.— Aprob.: Barc, 8 Agosto {sic) 1632 y 8 Abril de id. Al lector,— Texto.

INTRODUCCIÓN

extensión y con mucha fortuna el género pica- resco, de que ya había dado gallardos indicios en alguno de sus anteriores cuentos, como el ti- tulado El Proteo de Madrid, que forma una de las Tardes entretenidas.

Con mayor perfección aún desarrolló un enre- do del mismo género en La Niña de los embus- tes, Teresa de Manzanares , que reimprimimos á continuación de este prólogo, y de la que no es ahora ocasión de hablar, sino más adelante; y tornando luego al género á que pertenece el Li- sardo enamorado, estampó en 1633, también en Barcelona, la extensa novela do Los amantes andaluces (1), que con alguna exageración cali- ficó el P. Tomás Roca, diciendo: «Es libro de mucho ingenio y admirable invención; con estilo terso y casto y narraciones muy verosímiles, como son los demás libros que este autor ha sa- cado á luz. Además desto abunda en documen- tos morales, que pueden ser de grande provecho á los lectores píos y católicos.»

(1) Los i Amantes andaluces. \ Historia entrete- nida, I prosas y versos. | Por Don Alonso de Cas tillo Solorgano. | ^?iío (Escudo del impresor) 1683. ¡ Con Hcencia. \ En Barcelona: En casa de Sebastian de Cormellas, al Cali.

8.°; 2 h. prels. y 224 foliadas. Aprobación y Li- cencia de Fr. Tomás Roca: Barcelona, i de Noviem- bre de in32. Aprob. y Licencia. La l.'"^ del maes- tro Fr. Francisco Viader: Barc, 22 Noviembre id. La licencia del Regente D. Miguel Sala.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTÍS IV

INTRODUCCIÓN

Con no menor fervor le celebra y ensalza el P. Francisco Viader, al decir: «La invención es grave; el asunto honesto; el idioma terso; los conceptos sentenciosos; el verso limado y los do- cumentos deducibles importantes para en mu- chas ocasiones huir el cuerpo en que puede nau- fragar el alma.»

Vuelto á Valencia, ó en mejores términos, con loseditores deesta ciudad , publicó en ella, en 1634, una colección de novelas y comedias con el dic- tado comprensivo de Fiestas del jardín (1). Son los títulos de las primeras: La vuelta del ruisri- ñor; Laivjusta ley derogada; Losliermanos pii- recidos (sacada de un hecho real) y La crianza bien lograda. Las comedias se nombran: Los en.- cantos de Bretaña; La fantasma de Valencia

(1) Fiestas \ del Jardín, \ que covtienen \ tres comedias y cuatro novelas. \ A Don Victnte Valte- rra | Conde de Villanueva, Barón de Torrestorres, y I Castelmontant, señor de Canet, y de la isla I de la Formentera, del Hábito | de Calatrava. \ Por Don Alonso de \ Castillo Solorzano. \ Año (Escudo) 1534. I Con licencia. \ En Valencia, j)or Silvestre Esparsa, en la calle de las Barcas. \ A costa de Fe- lipe Pincinali. Véndese en su casa a la plaza de Villarrasa.

8.° Lo que contiene este libro. Aprobación del Presentado Fr. Felipe Salazar: Valencia, 2 Mayo 1G34. Licencia (del Vicario): Valencia, 4 de ídem. Dedicatoria: de D. Alonso, sin fecha. Pró- logo.— Décima de D. Alejo del Hierro. Otra de Jacinto Alonso de Maluenda.— Otra de D. Fran- cisco de Aguirre Vaca. ^Texto.

INTRODUCCIÓN U

(de cuyo título hizo también una novela) y El marqués del Cigarral, comedia de figurón que estrenó Avendaño, así como los dos anteriores, Morales y el Valenciano, famosos autores ó jefes ■de compañías cómicas.

Para unir tan opuestos elementos ideó Cnsti- 11o un episodio novelesco más con que comienza «1 libro, por cierto despertando gran curiosidad en el lector, pues supone que hallándose multi- tud de personas, de Valencia, presenciando la entrada en el puerto del Grao da una faluca que venía de Italia, apenas saltó del barco un gallar- do macebo fué llamado de dos mujeres arreboza- das, una de las cuales le disparó, casi á boca de jarro, un pistoletazo. El desarrollo de esta aven- tura y sus consecuencias constituyen el nudo de obra y causa de las Fiestas con que se celebra su feliz resultado.

Es también muy curiosa la aprobación que mereció el libro al Presentado Fr. Felipe de Sa- lazar, catedrático de Teología en la Universidad valenciana, que dice: «Hay demás en los libros úe D. Alonso de Castillo mucha moralidad que, á sombra del entretenimiento, puede ser prove- chosa. Desto tengo experiencia; porque á muchos es imposible, si no es por este medio, llegar á las advertencias necesarias que son freno de los vi- cios, y han logrado importantes efectos: en qué juzgo á este autor por singular; pues la agudeza de su ingenio es de tal calidad que pica sin mor-

INTRODUCCIÓN

der, para advertk no más: con que son sus do naires para todos graciosos y de ningún agravio. Las comedias son suyas; no sólo por haberlas' compuesto, sino por no haberlas vendido; punto en que se debe reparar; porque imprimir las que han comprado los que representan, sin su gusto, no que pueda hacerse sin escrúpulo, pues es- manifiesta injusticia y en perjuicio del poseedor legítimo». El mismo Castillo dice en el prólogo- que sus comedias habían granjeado el aplauso público en el teatro; con que parece que, á dife- rencia de los demás poetas, no quiso desprender- se de la propiedad de ellas.

La última obra que estampó en la ciudad dei Turia en 1635 fué una de carácter religioso, titu- lada Sagrario de Valencia (1), que contiene las vidas de los santos, hijos de ella ó del antiguo- reino: San Vicente, mártir; San Vicente Ferrer,,

(1) Sagrario \ de Valencia en | quien .se in~ cluyen las vidas | de los Ilustres santos hijos suyos y. y I del reino. \ A la muy noble, leal, y coronada ciudad de Valencia. \ Por Don Alonso de Castillo Solorzano. \ (Escudo). Con licencia. \ En Valencia,, por Silvestre Esparsa, a la calle de las Barcas. \ Año 1635. I A costa de Juan Sanzonio, mercader- de libros.

8.°;4h. prels.yl59 foliadas. Dedicatoria, del au- tor, sin fecha. Aprobación del P. Maestro Fr. Juan Bautista Palacio, trinitario: Valencia, 27 Febrero 1635. Licencia del Vicario: Valencia, 5 Marzo 1635. Sumario y epítome de las vidas que contie- ne el presente libro del Sagrario de Valencia. Texto.

INTRODUCCIÓN

«1 B. Tomás de Vülanueva (hoy también cano- nizado), el B, P. Luis Bertrán (hoy santo), el B. P. Pascual Baylón (santo) y el P. Francisco de Borja (santo).

Fundaba Castillo ciertas esperanzas de re- compensa en esta obra al dedicarla á la ciudad «de Valencia, personificada en sus generosos, ra- ■cional, sindico y jurados; pero no le salieron bien sus cálculos, á juzgar por lo que dijo más adelante en el capítulo xvi de las Aventuras del Bachiller Trapaza, cuando, al verse conver- tido impensadamente en Mecenas de aquel pobre Léicenciado Díaz de Talamanca, que le quería •dedicar un libro, y no sabiendo cómo gobernarse nuestro Bachiller para agradecer el obsequio, vino á sacarle del trance su amigo D. Alvaro, •dándole consejo, y evocando á la postre el si- guiente recuerdo: «Esto os aconsejo que hagáis <;on el autor de esa obra, el cual ha andado pru- dente en haberos escogido antes á vos que á al- guna comunidad, en quien se logran menos la es- timación y el agradecimiento. Y hablo de esto por expeiñencia, pues de un escritor que des- pués de haber acabado un libro, con no poco des- velo y cuidado suyo, revolviendo papeles y escu- driñando autores, le dirigió á una ciudad de las insignes de España, y cuando pensó que su tra- bajo tendría estimación y agradecimiento, le fué admitido; mas lo que resultó fué poco conoci- miento de la obra y menos logro de su estudio;

INTRODUCCIÓN

dictamen que tuvieron aquellos á quienes tocaba conservar la autoridad de su república, por pa- recerles que el ahorrar aquel donativo era el to- tal desempeño suyo». Aunque añade que recogió el autor el libro para dedicarlo á otra persona^ vemos que esto no lo hizo.

INTRODUCCIÓN

VII

Terminado el tiempo de su virreinato en Va- lencia, pasó el marqués de los Vélez á ejercer igual cargo en Aragón, donde se hallaba ya an- tes de mediar el año de 1635.

Acompañóle nuestro D. Alonso de Castillo, y en la capital aragonesa comenzó á publica otra serie de libros, parte de ellos compuestos ya con bastante anterioridad.

Pertenece á su residencia en la ciudad del Tu- ria, donde tal vez no tuvo tiempo para imprimir- lo, el poema titulado el Patrón de Alcira, San Bernardo, mártir, cnja, vida en prosa había dado en el Sagrario de Valencia, y que ahora impri- mió en Zaragoza, entrado el año de 1636 (1).

(1) Patrón de | Alcira | el glorioso \ Mártir San Bernardo, de la Orden del Cistel. \ Al Ilustris- simo y Reuerendissimo Señor | Don Baltasar Na- narro de Arroyta, Obispo \ de Tarazona, del Con- sejo dd Rey | Nuestro Señor, &c. | Por Don Alon- so de Castillo Solorzano. \ (Escudo del Obispo). Con licencia, en Zaragoza; por Pedro Verges, 1636.

8.°; 112 h.— Aprob. y lie. del Ordinario: Zarag., 8 Octubre 1635.— Aprob. de Dr. Diego Amigo: Za- ragoza, 18 ídem. Licencia del Capitán general, al autor: Zarag., 26 Octubre 1635. Dedicatoria del

INTRODUCCIÓN

Y también venía ya en la maleta, y acaso desde su salida de Madrid, la lindísima novela Aven- turas del Bachillar Trapaza^ una de las mejores de Castillo Solórzano, y que salió á la luz por primera vez en ZuMgoza en 1637, }' no en 1634, como se ha supuesto (Ij. Demuéstranlo las apro-

autor. Soneto de Pedro Barbarán. Décima de D. Pedro Fernández Saavedra. Otra de D. Sancho de Molina, Cabeza de Vaca Otra de un amigo. Texto en nueve cantos.

(1) Aventvras \ del Bachiller Trapaza, \ qvin- ta essencia de Embusteros, y Maestro de \ Embele- cadores. I Al Illustrissimo Señor Don Ivan \ Sanz de Latras, Conde de Atares, Señor de las \ Baro- nías y Castillos de Latras y Xavierregay \ y de los Lugares de Auzaneyo, Siejo, Arto^ Belarra, y Es- cálete y I Caballero de la Orden de \ Santiago. \ Por Don Alonso de Castillo \ Solórzano. (Escudo). Con licencia, j En Qaragoqa: Por Pedro Verges. Año 1637. I A costa de Pedro Alfay, mercader de libros.

8.°; 44 h. prels., 157 foliadas y una de tabla.— Aprobación del Canónigo Doctor Pedro de Aguilón y Briz: Santuario del Pilar, 22 Julio 1 635. Licencias del Vicario. Aprob. de D. Diego Amigo por comi- sión del Virrey D. Pedro Fajardo, Marqués de los Vélez: Zaragoza, 18 Octubre l(i35. Licencia del Virrey. Zaragoza, 26 Octubre 1' 35.

En el siglo xviii se reimprimió esta novela con el siguiente título: Aventuras del Bachiller Trapa- za, escritas por Don Alonso de Castillo Solórzano. Segunda impresión. Pli. (Escudo del editor) 20. Año de 2733 (sic). Co?i licencia: En Madrid. A cos- ta de D. Pedro Joseph Alonso y Padilla, Librero de cámara de su Mag estad. Se hallara en su im- prenta, y librería calle de Santo Thomas, junto al Contraste.

8.°; 7 h. prels., con un catálogo de libros de en-

INTRODUCCIÓN

baciones y licencia para la impresión, fechadas á 22 de Julio y 26 de Octubre de 1635.

También por entonces tuvo ocasión de hacer conocimiento con la famosa doña María de Za- yas y Sotomayor, que en 1637 dio á la estampa en Zaragoza la primera edición de sus Novelas amorosas y exemplares, que tienen mucho de lo primero y poco de lo segundo, tantas veces reim- presas en adelante. Compuso Castillo, en elogio de la escritora madrileña y de sus obras, unas décimas y un soneto que figuran sólo en las más antiguas impresiones de las Novelas (1).

tretenimiento formado por el editor, 314 pp. y 3 h. más para el índice.

Padilla suprimió los preliminares de 1637 y puso una licencia del Consejo, para él, sin fecha; fe de erratas, de 8 de Junio de 1733, tassa y prólogo del autor.

Según Salva {Caf., T, 381), se volvió á imprimir en 1844 por Tenes, con adiciones del Licenciado Lanceta, y en 19U5 se hizo en Madrid, por un anó- nimo, una nueva edición con algunas notas. Salva supone, sin ningún fundamento, una edición de 1635: el hecho de llamar Padilla á la suya «segun- da impresión», indica que sólo huho antes de él la de 1637.

En el cuerpo de esta novela ingirió Castillo otras dos episódicas y brevei, sin título. Con el de El pretendiente orulto y casamiento efectuado se reimprimió la segunda de ellas en la Colección de novelas del siglo xviii, núm. 39 (tomo Vil).

(1) Novelas amorosas y exemplares, compvestas por Doña María de Zayas y Sotomayor, natural de Madrid. Con licencia. En Zaragoga, en el Hos- pital Real y General de N. Señora de Gracia,

1NTK.ODUCCION

Residía Castillo Solórzano en Zaragoza á fines de 1637, según aparece del original autógrafo de su comedia El mayorazgo figura, existente en nuestra Biblioteca Nacional (1), y que lleva la suscripción siguiente: «Acabóse en Zaragoza, en postrero de Octubre de 1637. Don Alonso de Cas- tillo Solórzano». Como esta comedia parece ha- berse representado en Madrid al año siguiente, enmendóse entonces el 7 final de la fecha ante- rior, para que la obra pareciese más reciente.

año 1637. A costa de Pedro Esquer, Mercader de libros.

8.°; 12 h. prels. y 380 pp.— Aprob. del M. Valdi- vielso: 2 Junio 1636. Licencia del Vicario: Ma- drid. 4 Junio 1626 (.sic). Aprob. y lie: Zarag., 6 Mayo 1635. Versos laudatorios. Introducción.

En la reimpresión del año siguiente, también de Zaragoza, se corrigió la errata de la licencia del Vicario de Madrid, que es de 1636.

La segunda parte de las novelas de doña María de Zayas no se dio á luz hasta 1649.

(1) Ms. 18.322. Al íinal lleva la orden y censura siguientes: «Véala Juan Nauarro despinosa. (Bú- brica)—e bisto esta comedia y puede representar- se, en Madrid A 16 de Diciebre de 1638. Juan Nauarro despinosa. Madrid y Diciebre 28 de 633. Dase licencia para que se pueda representar esta comedia>. (Rúbrica.)

INTRODUCCIÓN

VIH

Los grandes preparativos guerreros que hacía. Francia para invadir nuestro territorio movieron al Gobierno de Madrid á enviar al marqués de los Vélez, en la primavera de 1638, á Navarra, con título y empleo de virrey, pero principalmente con el encargo de vigilar y defender la frontera por aquella parte, por la que se temía hiciesen, su entrada los enemigos . Intentáronla, en efecto;, pero la energía y desvelos del Marqués les ale- jaron, resolviéndose el nublado en aquel formi- dable ataque marítimo y terrestre sobre Fuente- rrabía.

Salvaron, por entonces, á la patria las hábiles medidas del Marqués, que ejercía, con el almi- rante de Castilla, oficio de capitán general, y la brillante ejecución de los marqueses de Mortara y Torrecuso, héroes principales, con los valien- tes sitiados, de aquella facción gloriosa.

Después del socorro de Fuenterrabía siguió el marqués de los Vélez en el virreinato de Nava- rra, adonde probablemente le seguiría don Alon- so, si bien no tardó el Marqués en lograr su res- titución á Zaragoza.

INTRODUCCIÓN

Aquí continuó Castillo imprimiendo algu- nos libros, unos escritos mucho antes y otros fruto de su permanencia en la capital aragonesa. A la primera clase corresponde la Historia de Marco Antonio y Cleopatra, última reina de Egipto, que, como hemos visto, tenía ya escrita y aprobada en 1625, para la que solicitó nueva aprobación y privilegio en Zaragoza en 1635, pero que no salió á luz hasta 1639 (1), libro de •agradable lectura y que, así como el que va á se- guir, demuestra que no carecía nuestro novelista de las particulares dotes de historiador elo- -cuente.

(f) Historia \ de Marco Antonio, \ y Cleopa- ira, I vttima Bey na de Egipto, j A Don Ivan de Moncayo y Garrea, ca \ uallero de la Orden de Santiago, GenHl-hombre de la Bo \ ca de su Ma- gestad, y Sucesor en el Estado del | Marquesado de Sant Felices, en el \ Rey no de Aragón. \ Por Don Alonso de Castillo Solorzano. \ Año (Escudo del Mecenas) 1639. | Con privilegio, en Qaragoga; por Pedro Verges.

8.°; 5 h. prels. y 150 pp. Dedicat. del autor, siu fecha. Aprob. del P. Mtro. Fr. Jerónimo Fuger, regente de estudios del Colegio de Sau Vicente de Zaragoza: 18 Mayo 1689. —Lio. del Vicario: 14íd. Aprob. del Dr. D. Diego Amigo, por comisión del Virrey D. Pedro Fajardo, Marqués de Its Vélez: Zaragoza, 18 de Octubre de 1635. Suma del privi- legio: Zaragoza, 2G Octubre 1635. -Soneto de Don Sancho de Molina y Soto. Prólogo Texto.

Segunda edición: Historia de Marco Antonio y Cleopatra, vltiona Reynade Egypto. Por Don Alon- so de Castillo Solorzano. Segunda impresión. Ma-

INTRODUCCIÓN

El Epítome de la vida y hechos del rey Don Pe- dro III de Aragón (1) habrá, servido para vulgari- zar el conocimiento de las acciones de aquel ín- clito monarca. Escrito solo con este fin, todas sus noticias están tomadas de obras ya conocidas^

drid, Don Pedro Joseph Alonso y Padilla^ 1736. 8.°; 8 h. prels. y 271 pp.

(1) Epitome I de la vida, y hechos del | ínclito Rey Don Pedro de \ Aragón, Tercero destc nomhre, cognomínado \ el Grande. Hijo del Esclarecido Pey don I layme, el Conquistador, i Al Excelentissimo seíior I Don Antonio Ximenez de Vrrea, y Manri- que, Conde \ de Aranda...., compuesto por Don Alonso de Castillo Solorzano. \ (Escudo del Conde). Con licencia y privilegio. \ En Zaragoza, por Die- go Dormer, Año 1639.

8.°; 4 h. prels. y 224 pp. Aprob. de Fr. Martín Ximénez de Embum, Maestro y Catedrático: En el Carmen de Zaragoza, á 8 de Agosto de 1636. Aprob. de D. Diego Amigo, del Consejo de su Ma- jestad y Presidente de su Consejo Ciúminal en el Rej^no de Aragón: Zaragoza 8 de Septiembre de 1636.— Privilegio del Virrey D. Pedro Fajardo de Zúñiga, Marqués de los Vélez: Zaragoza, 27 de Oc- tubre de 1636. Dedicatoria del autor, sin fecha. Prólogo. —Texto.

La aprobación del Doctor Amigo, como escrita por persona tan calificada, es un documento bio- gráfico de Castillo. Dice de este libro: «He hallado en él mucho que admirar, pues en tan sucinto libro pinta su autor tan grandiosa historia, quetoda ella, si no fuera con su cuidado y buena dirección, fuera imposible cosa el reducirla á tan breve discurso: esto se le debe alabar, que no es lo más fácil, si en él no se juntaran tan conocidas partes que lo ha- cen eterno en la fama que tiene adquirida, y cada día, con sus escritos, aumenta.»

INTRODUCCIOK

pero la narración afectuosa y fluida da una forma poética y casi novelesca á la historia, que si por un lado le quita seriedad y precisión científica, la reviste, en cambio, de amenidad y atractivo. Ya quisiéramos hoy que los libros de vulgariza- ción histórica que S3 escriben fueran como éste. Estaba compuesto y aprobado en 1636, y no sa- bemos por qué causa se dilató su impresión has- ta 1639.

Mayor retraso experimentó todavía otra obra de nuestro autor, qu9 aprobada y autorizada des- de 1639, no salió al público hasta diez años des- pués, cuando su autor había pasado ya de esta vida. Titúlase Sala de recreación, y abarca cinco novelas, como son: La dicha merecida; El dis- frazado; Más puede amor que la sangre; Escar- mientos de atrevidos y Las pruebas de la m,ujer, á que añade, al final, la comedia de La torre de Florisbella (1).

(1) Sala de recreación \ A Don Francisco Anto- nio González | Ximenez de Vrrea I Señor de Bei'bi- del {antes Tizenique). \ Por Don Alonso de (/astillo Solorzano. \ Con licencia. \ En Zaragoza. Por los herederos de Pedro Lanaja j y Lamarca, Impresor del Beyno de Aragón y de la Universidad. | Año 1649. I A costa de Jusepe Alfay, mercader de libros.

8.°; 4 h. prels. y 252 pp.-Aprob. del P. Fr. Gui- llermo Salinas, agustino: Zaragoza, 18 Septiem.- bre l639.-Aprob. del P. Mtro. Fr. Andrés Horti- gas, de la Merced: Zaragoza, 21 de Septiembre de 1639. Dedicatoria suscrita per el librero Alfay, sin fecha. Al lector. Lo que contiene este libro.

Gallardo {Ensayo, II, núm. 1.698) da á esta edi-

INTRODUCCIÓN

No son de las peores de nuestro autor estas novelas-, y así lo entendieron también sus apro- badores Fr. Guillermo Salinas, agustino, y el Maestro de la Merced Fr. Alonso Ortigas. «Ade-

cióu la fecha de 1640; pero es error indudable. He visto y comparado tres ejemplares que hay en la Biblioteca Nacional, y todos son iguales entre é iguales al descrito por Gallardo juzgar por el titulo, impresor, editor, tnmaño, número de pági- na>í, aprobaciones, dedicatoria y demás partes del libro). La confusión entre el 9 y el O es fácil en tipos de imprenta. Pudiera muy bien haber una impresión de 1G40 y aun de 1639; pero en tal caso tendría preliminares distintos, y sobre todo la de- dicatoria sería obra del autor, según su invariable costumbre. Por eso Gallardo fque quizá fechó bien su papeleta y el error sea de los editores) presume que sea esta reimpresión, especialmente por lo que dice Alfay en la dedicatoria, escrita después de muerto Castillo.

Dice el editor:

«El ingenioso y justamente celebrado D. Alonso de Castillo y Solórzano, autor de estas novelas, procuró siempre elegir los más nobles señores y títulos de España, para amparo de sus obras... Cada cosa en su género; cuando tocan en lo famo- so y se dan á nueva luz deben ser atendidas y co- locadas en los aplausos de señores desapasionados que saben dar calidad y honor. Hoy quedará nue- vamente ilustrado en esta impresión que ofrezco con afectos finos de voluntad y deseos de servir á V. m. como á tan señor de mis acciones y dueño de mis deseos, para que como el fénix renazca en lo eterno la fama del autor y yo cobre pie en los fa- vores de V. m. en premio de mis solícitos pasos...»

El bárbaro estilo de Alfay no permite apreciar bien el sentido: pero no será extraño que, en efec-

INTRODUCCIÓN

más de haber mostrado (decía el primero) en otros libros que tiene sacados á luz y dados á la estampa este autor, en éste parece que se ha mi- rado más; porque, con ser el título Sala de re- creación, siempre que halla ocasión en las nove- las que escribe procura recrear el alma morali- zando y dando luz á los mozos y aun á los ancia- nos». «Trae consigo muchos avisos (escribe el segando) y documentos para todos, y da en ella D. Alonso de Castillo Solórzano, su autor, mues- tras de su grande ingenio y mucha prudencia, disponiendo con ella en el recreo la utilidad, y en el divertimiento el provecho. Con la recrea- ción entretiene, y con la doctrina enseña. Con la invención gustosa atrae el genio, y con los avi- sos verdaderos y sentencias bien ponderadas mueve la voluntad á amar lo bueno, huyendo de todo mal y engaño.»

Por excepción aparece impresa én Barcelona, en el año siguiente, otra colección de igiaal clase, á que dio Castillo el nombre de Alivios de Ca- sandra (1), por girar el asunto del übro en ver

to, aparezca algún día edición anterior de esta obra. Las cinco novelas contenidas en la Sala de recreación han sido incluidas, con los números 16, 17, IH, 33 y 38, en la Colección de novelas escogi- das impresa en Madrid en los años 1787 y 17SS, to- mos III, V y VI.

(1) Los Alivios 1 de \ Casandra. ' Al Exzelentis- simo I señor Don layme de Yxar, Sarmiento, de Silua, 1 Cerda y ViUandrando, Conde de Salinas,

INTRODUCCIÓN LXV

de remediar la melancolía de una joven de aquel nombre, hija del marqués Ludovico, «gran prín- cipe en Milán». Para aliviar á la doliente le cuentan sus doncellas las siguientes cinco nove- las: La confusión de una noche; A un engaño otro mayor; Los efectos que hace amor; Amor con amor se paga; En el delito el remedio y la comedia (que representan) El mayorazgo figura, que, como sabemos, había escrito poco antes.

Las aprobaciones de este libro son de media- dos de Mayo de 1640; lo que nos demuestra que su composición tipográfica debió de correr du- rante aquellos tristes días de la rebelión cata- lana, que comenzó por el asesinato de su virrey en el día de Corpus.

Primo I genito del Excelentissimo señor Duqite de Ixar. I Conde de Salinas, Conde de Ribadeo, Con- de de I Belchite, Adelantado de la mar, General de las tres provincias, Alaua, Guipuz \ coa, y Vizca- ya, 8¿c. I Por Don Alonso de Castillo Solorqano \ Año (Grabado) 1640. \ Con licencia. | En Barcelo- na: En la Emprenta de laynie Ro \ meu, delante Santiago. \ Véndense en misma Emprenta y en casa de \ luán (papera, librero.

8.°; 3 h. prels. y 191 foliadas. Aprob. y licencia: Barcelona, 10 y 19 de Mayo de 1G40 ( Las licencias son del Vicario y del Regente de la audiencia: la aprob. del P. Vicente Navarro, jesuíta, falta, aun- que la menciona la licencia del Vicario). Dedica- toria del autor, sin fecha. Prólogo. Lo que con- tiene este libro. Ticknor dice que esta obra se tra- dujo al francés é imprimió en París en 1683 y 1685.

LA Nl5fA DE LOS EMBUSTES

INTRODUCCIÓN

IX

Para atajar este peligroso incendio en sus co- mienzos, nombró el Poder central generalísimo y virrey de Cataluña al marqués de los Vélez, bien reputado por su feliz gestión en Navarra y en el auxilio de Fuenterrabía.

Organizó en Zaragoza sus fuerzas, y el 22 de Octubre salió á campaña con 30.000 infantes, 3.000 caballos y 45 piezas de artillería. Sujetó á Tarragona y otros lugares, y el 25 de Enero de 1641 se hallaba delante de Barcelona. Su con- fianza excesiva, la falta de medios adecuados para el ataque y la precipitación de sus genera- les, le hicieron fracasar delante de Montjuich, que no pudo asaltar, y tuvo que retirarse vencido y humillado.

Pidió inmediatamente su relevo, y se marchó á Valencia. Al cabo de algunos meses volvió á Madrid, y al expirar el año de 1641 fué nombrado embajador en Roma, de donde, por motivos de de- licadeza, á, causa de la sublevación de Portugal, hubo que trasladar á Alemania al marqués de Castel-Rodrigo (que era portugués) y más des- pués de haber el Papa admitido embajadores de este reino aún no consolidado.

INTRODUCCIÓN LXVIÍ

No tenemos certeza de si Castillo Solórzano acompañó á Italia al Marqués, de quien suena como secretario por estos días; porque si bien pa- rece natural, hay que tener en cuenta que ha- biendo publicado en 1642, en Madrid, su novela La Garduña de Sevilla, cuyo privilegio es de 6 de Maj'o, pudiera creerse que todavía asistiese Castillo en la corte. También pudo suceder que después de solicitado el privilegio abandonase las gestiones para obtenerlo al comprador de él, que era el librero Domingo Sanz. El libro estaba ya impreso el 7 de Julio, fecha de la fe de erra- tas (1).

(1) La I Gardvña de \ Sevilla, y anzvelo \ de las bolsas. I Al Ilvstrissimo Señor \ don Martin de To- rrellas, y Bardaxi, Here \ dia, Luna, y Mendoza, Andrada, y \ Rocaberti, Conde \ de Castel Florido, Seíior de las Baronías de \ Anf ilion, y de Noballas, villa de la Almol \ da. Naual, y Alacon. &c. | Por Don Alonso de Castillo, Solorqano. \ Año 1642. \ En Madrid. En la Imprenta del Rey no. \ A costa de Domingo Sanz de Herran, Mer \ cader de libros.

8.°; 8 h. prels. y 192 foliadas. Suma del privile- gio: Madrid, 26 de Mayo de 1642.— Tasa: Madrid, 23 de Julio de 1642. (Se llama á Castillo Secretario del Marqués de los Vélez).—Fe de erratas (Murcia de la Llana): Madrid, 7 de Julio de 1642. Aproba- ción del P. Mtro. Fr. Diego Niseno: San Basilio de Madrid, 29 de Marzo de 1642.— Aprob. del Dr. Fran- cisco de Quintana, rector del Hospital de la Lati- na: Madrid, 13 de Mayo de 1642.— Dedicatoria: del autor, sin fecha. Prólogo. Texto.

Ninguno de estos tan curiosos preliminares en- tró en la edición de esta novela hecha en la Biblio-

IXTRODUCCION

Niuguna dificultad habría si La Garduña de

Sevilla hubiese sido impresa mucho antes, como creyeron Nicolás Antonio, que cita una edición de Logroño de 1634, y Bai'rera otra de Valencia

teca de Autores españolas. Eu ella incluye el au - tor otras tres muy cortas con los títulos de Quien todo lo quiere tocio lo pierde; El Conde de las Le- gumbres y Alo que obliga el honor.

Se reimprimió en Barcelona en 1644: por Sebas- tián de Cormellas, en la emprenta administrada por Mercader, en 8.", 192 li. foliadas. Lleva una aprob. en catalán de Fr. Berthomeu Rafols: Bar- celona, 24 de Julio de 1644 y lie. del Vicario á 5 de Agosto.

Quizás se imprimió otra vez en el siglo xvir, pues Padilla llama á la suya «Quarta impresión»; á no sor que tenga en cuenta la supuesta de Lo- groño que cita D. Nicolás Antonio.

La edición de Padilla llera el título La Gardu- ña de Sevilla y anzuelo de las bolsas, hija del ba- chiller Trapaza. Por Don Alonso de Castillo Solór- zano. Añadido un Catálogo de libros entretenidos y ocho Enigmas curiosas. Quarta impresión. Madrid Don Pedro Josej)h Alonso y Padilla, 1733; 8.°, 11 h. prels. y 192 foliadas.

Las demás impresiones que conocemos son:

Madrid, Imprenta de la Viuda de Jordán é hijo, 1844; 8.»

Nueva edición aclo 'nada con bellos grabados eje- cutados por el artista D. Calixto Ortega y dibu- jados por D. Antonio Bravo. Madrid , Mellado, 1846, 4.°

Madrid, 1879, 8.°

Barcelona (s. a.) Bib. clásica española, 4.°

Hay una tradueción francesa con el título: His- toire et avantures de Dona liufine, famcuse Cour- tisane de Sevilla. Trad. de l'Espagnol, par Don- ville. París, 1731; 8.°, 2 vols,, con grabados.

IXTRODUCCIOX

en el mismo año, Pero una y otra afirmación son erróneas. La Garduña es segunda parle doli>a- chiller Trapaza, pues aunque al final do esta novela dice el autor: «Los sucesos de tu vida se remiten á la segunda parte, que se intitulará La Hija de Trapaza y polilla de la Coríe^ que saldrá presto», también es cierto que luego cambió el titulo, y acaso el corte de la obra prometida, pues al comienzo de La Garduña escribe: «Dejamos en las Aventtívas del Bachiller Trapaza á este personaje en galeras». Reanuda luego la historia del héroe, á quien saca de galeras su antigua que- rida Estefanía, madre ya de Rufina, hija de am- bos y futura Garduña de Sevilla y otros lugares.

Y como, según hemos demostrado, las Aven- turas del Bachiller no se publicaron hasta 1637, claro es que su continuación tiene que ser pos- terior.

Por otra parte, tenemos algunas noticias de la época precisa en que Castillo iba escribiendo la más famosa de sus novelas. El capítulo vi lo redactaba en el mismo año do 1(337, como se com- prueba por estas palabras que hay al fin do él: «En estos tiempos luco y campea con felices aplausos el ingenio de doña María de Zayas y Sotomayor, que con justo título ha merecido el nombre de Sibila de Madrid, adquirido por sus admirables versos, por su felice ingenio y gran prudencia; habiendo sacudo ú la estampa un li- bro de diez noyelas, que son diez asombros para

LXX INTRODUCCIÓN

los que escriben este género; pues la meditada prosa, el artificio de ellas y los versos que inter- pola es todo tan admirable, que acobarda las más valientes plumas de nuestra España, Acompá- ñala en Madrid dona Ana Caro de Mallén, dama de nuestra Sevilla, á quien se deben no menores alabanzas; pues con sus dulces y bien pensados versos suspende y deleita á quien los oye y lee: esto dirán bien los que ha escrito á toda la fiesta que estas Carnestolendas se hizo en el Buen Retiro, palacio nuevo de su Magestad y décima maravilla del orbe.»

La primera impresión de las diez novelas de doña María de Zayas se hizo en Zaragoza en 1637, como llevamos dicho; y el libro de la sevi- llana doña Ana Caro Mallén pertenece al mismo año (1) y como impreso después de las fiestas, y

(1) Contexto de las Reales Fiestas que se hicitron en el Palacio del Bucn-Retiro á la coronación del rey de Romanos y entrada en Madrid de la Señora Princesa de Carinan, en tres discursos, por Doña Ana Caro Mallén. Con licencia, en Madrid, en la imprenta del Reino, año Í637.

4.°; 3 h. prels. y 29 foliadas. Está en romance. María de Borbóu era esposa del príncipe Tomás de Saboya, y la había enviado á España mitad como en rehenes y resguardo de áu sospechosa conducta en Italia y mitad como espía. Años adelante el príncipe se quitó la careta y su mujer salió sigilo- samente de Madrid Las fiestas se hicieron el do- mingo 15 de Febrero. La entrada de la Princesa se había festejado además en el mes de Enero, que f u^ cuando vino,

INTRODUCCIÓN LXXI

habiendo llegado á Zaragoza, donde se hallaba Castillo, no será aventurado suponer que ésto escribía hacia fines del verano de dic ho 1637 la parte de su obra, en que cita ambas damas, y no la habrá. dado fin hasta principios del siguiente año, pues aún le faltaba lo más de ella.

Siendo, por tanto, la primera edición de La Garduña de 1642, y hallándose ya en Roma el marqués de los Vélez por el mes de Agosto, es de suponer que si no le acompañó Castillo, como secretario suyo (1), no tardaría en reunirse con él.

Y desde entonces perdemos nosotros toda no- ticia de nuestro personaje. Hemos buscado su partida de defunción, con algún interés, en las parroquias de esta corte, y casi tenemos la segu- ridad de que aquí no ha fallecido.

Si, como creemos, acompañó al Marqués, su vida se habrá extinguido en Roma, Ñapóles ó Pa- lermo, lugares en que residió el Marqués hasta su fallecimiento, también en tierra extranjera.

(1) Le menciona también con el mismo dictado de Secretario el manuscrito del siglo xvii del auto sacramental EL fuego dado del cielo, de que habla- remos ai-riba,

LXXII INTRODUCCIÓN

A poco de llegar á Roma de embajador ante la Sede de Urbano VIII, nada afecto á los españo- les, vio dificultadas sus gestiones por la presen- cia del obispo portugués de Lamego, que á títu- lo de embajador de Portugal, recién levantado en armas contra España, y con la tácita aquies- cencia del Papa, molestaba sin descanso al di- plomático español. Y como éste no le reconocía igual carácter al portugués, y el Pontífice no tra- taba de impedirlo, los choques entre uno y otro llegaron á términos de que, en varias ocasiones, los empleados de ambos se combatieron cuerpo á cuerpo. Los portugueses, auxiliados de algunos catalanes, trataron de asesinar al embajador de España, acometiéndole cierto día que iba en su coche. Defendiéronle sus criados con valor, aun- que en refriega mataron los portugueses un ca- marero del Marqués y le hirieron otros servi- dores.

Como el Papa no dio en el acto la satisfacción debida, nuestro embajador salió con toda su casa de Roma, y se retiró á Ñapóles á esperar órdenes del Grobierno de Madrid.

La muerte del Pontífice, ocurrida poco despué?

IXTRODUCClüN LXXIU

á fines de Julio do 1644, zanjó por mismo tan enojoso asunto.

Entretanto el cambio en el gobierno do los Estados de Italia motivó que, á fines de 1643, se nombrase al Marqués virrey de Sicilia, adonde se fué á residir y adonde le acompañaron en breve su esposa y familia, embarcando en Carta- gena.

Gobernando aquella isla residía en Palermo D. Pedro Fajardo, cuando por Agosto de 1647, respondiendo al general desquiciamiento de nues- tra patria, y como un eco de la insurrección napolitana de Masaniello, estalló en Palermo un motín furioso, con su dictador popular, que aquí lo fué un tirador de oro, llamado José Alessi. El virrey acogióse á los navios del puerto, y en tanto la revolución, al ver que no era secundada por las demás ciudades, sobre todo de Messina, rival siempre de Palermo, fué decayendo, y los mismos alborotadores asesinaron á su jefe y re- clamaron el reintegro de las autoridades espa- ñolas.

Pero el disgusto causado por aquel desorden ocasionó al virrey una grave enfermedad, de la que falleció en Palermo el 3 de Noviembre del mismo año de 1647.

Hombre de mérito, pero de muy poca fortuna, no tuvo el Marqués, como general, más que un período favorable, que fué el de la primera inva- sión francesa, en 1638, por Navarra, que recliazó,

LXXIV INTRODUCCIÓN

y g1 hábil socorro de Fuenterrabía. Su retirada enMontjuicli, de que sólo es responsable en cuan- to á que no supo hacerse obedecer por sus gene- rales, como el duque de San Jorge, que pagó con la vida su imprudente arrojo, arruinó completa- mente su crédito militar.

Su corta vida diplomática fué contrastada por el indigno suceso de Roma, y hasta su habilidad y los buenos resultados obtenidos como gober- nante en los virreinatos de Valencia, Aragón y Navarra se obscurecieron ante el inesperado motín de Palermo.

Habíase el Marqués casado dos veces: la pri- mera con doña Ana Grirón, hija del tercer duque de Alcalá, con quien tuvo sólo un hijo, que murió joven.

Casóse do nuevo con doña Mariana Engracia de Toledo y Portugal, hija del sexto conde de Oropesa, y que sobrevivió á su marido hasta 1.** de Enero de 1686, que falleció en Madrid.

Dióle esta señora cuatro hijos, que fueron:

Don Pedro Fajardo, quien, renunciando elpor- venir que le brindaba el ser primogénito de su casa, tomó el hábito de carmelita descalzo. Vi- vía aún en 1696.

Don Fernando Fojardo, sexto marqués de los Vélez; hombre famoso en su tiempo. Desempeñó los más altos puestos; entre otros los de virrey de Cerdeña y de Ñapóles, muriendo, sin hijos, el 2 de Noviembre de 1693,

INTRODUCCIÓN

No le sucedió su tercer liermano D. José Fa- jardo, porque había muerto soltero, en 1560, en las galeras de España, peleando heroicamente contra los turcos.

Y vino á heredar todos aquellos estados y gran casa doña Mariana Fajardo, último de los hijos de nuestro D. Pedro y séptima marquesa de los Vélez, que casó con D. Fernando de Aragón y Luna, octavo duque de Montalto. Tampoco tu- vieron sucesión masculina; y su hija doña Cons- tanza de Moneada casó en segundas nupcias (pues de las primeras no había tenido hijos) con D. José Fadrique de Toledo, duque de Fernan- dina y séptimo marqués de Villafranca, en cuya gran casa vino á entrar la antigua y gloriosa familia de los Fajardos.

Y nuestro D. Alonso de Castillo, ¿habrá pre- cedido en el sepulcro á su constante favorecedor y patrono? ¿Le habrá sobrevivido? Nada sabe- mos, sino que en 1648 era ya positivamente di- funto.

INTRODUCCIÓN

XI

Llegaron á manos de un librero de Zaragoza, llamado Matías de Lizán, unas novelas cortas, al parecer de Castillo Solórzano (alguna de ellas por lo menos), y las dio á la estampa en dicha ciudad el año de 1649, con el título común de La Quinta de Laura, por suponerse que en una si- tuada á orillas del Po, y perteneciente á la dama de aquel nombre, se reúnen otras señoras y algu- nos caballeros para cantar, leer algunos versos y oir la narración de las seis novelas siguientes: La ingratitud castigada, La inclinación espa- ñola, El desdén vuelto favor (novela escrita sin la letra i), No hay mal que no venga por bien, Lances de amor y fortuna y El duende de Za- ragoza.

No tenemos toda la certeza deseable sobro la autenticidad de este libro y aun de alguna de las novelas. Desdo luego creemos que no se publicó, como el autor lo dejó dispuesto (si es que lo dejó, en efecto), para la imprenta. Los intermedios ó enlaces de las novelas son demasiado cortos, aunque los versos no se diferencian de los de Castillo. Una de las novelas, la titulada No hay mal que no venga por hicn, liabía sido ya i^,

INTRODUCCIÓN

cluída ea la colección auténtica de las Jornadas alegres, impresa en 1626. Otra, EL duende de Zaragoza, imprimió por aquellos días (1649) ó poco después, también en Zaragoza, Diego Dor- mer, atribuyéndosela al alférez D. Baltasar Ma- teo Velázquez, de quien no es ciertamente; pero la circunstancia de disponer do ella dos editores coetáneos prueba que era una obra vagabunda, aunque fuese, como es muy probable, de Casti- llo Solórzano.

A falta de prólogo original, el editor Lizán copió en La quinta de Laura el mismo que José Alfay estampó en la Sala de recreación, en su edición de Zaragoza y 1649. También lleva de- dicatoria, no de Castillo, sino del editor Matías de Lizán, quien, al ofrecerle las novelas á don Francisco Jacinto de Villalpando, marqués de Osera, y también novelista, pues compuso la ti- tulada Escarmientos de Jacinto, no se acuerda del autor de La quinta de Laura, lo cual prue- ba la ninguna intervención de él en esta repro- ducción de sus obras.

Todas estas circunstancias, bien se compren- de, dificultan la admisión como auténtico del tomo, aunque aisladamente pertenezcan á Casti- llo todas las novelas que contiene.

Que su autor había ya fallecido cuando este libro se dio al público, queda más atrás demos- trado, al hablar de la Sala de recreación, impre- sa en el mismo año y pueblo.

INTRODUCCIÓN

Confírmanlo aquí, en primer lugar, las pala- bras con que se expresa el aprobador de La quinta de Laura, el cronista D. Juan í^raucis- co Andrés de Uztai'roz, diciendo: «Leíla cora mu- cho gusto mío, no sólo por la comisión... sino también por la amistad que debí á su autor los años que vivió en esta ciudad». Y ¿cómo, si no faltase ya el autor de la obra, se había de atre- ver otro aprobador, el Dr. Juan Francisco Gi- novés, á estampar estas frases impropias en documentos de tal clase?: «Señor Vicario gene- ral: V. m. me mandó reconociese estos días ge- niales ó novelas deD. Alonso de Castillo Solór- zano, que se intitulan La quinta de Laura. Helos atendido con la obediencia que debo á su mandamiento; y, aunque no pueden ser de uti- lidad alguna, por ser tan sutil el asunto; pero, cuando no sean sino para divertir el ocio de los desocupados, "pneáen cohonestar el fin del autor». Esta aprobación lleva la fecha de 10 de Mayo de 1648 (1).

Una de las novelas de la colección está, como hemos dicho, escrita sin que en ella figure la le-

(1) La 1 Qvinta \ de \ Lavra, \ qve contiene seis Nouelas, adornadas de dife \ rentes Versos. | Por Don Alonso Castillo \ Solorzano. \ Con licencia. \ En Carago(^a: En el Real Hospital de nue \ stra Señora de Gracia, Afio 1649. \ A costa de Matías de Lizan. Mercader de Libros.

8.°; 7 h. prels. y 219 pp. Dedicatoria de Lizán, fechada en Zaragoza á 18 de Diciembre de 1648.

INTRODUCCIÓN

tra i, una de las vocales. Leída sin esta preven- ción no se advertiría la falta; tan rico y ñexible es nuestro idioma. Pero el esfuerzo es algo pue- ril; era moda, sin embargo, ó cosa no inusitada, porque por el mismo tiempo escribió D. Jacinto de Zurita y Haro otra novela, titulada Méritos disponen premios y sin la letra a. Sin el uso de la misma vocal está escrita, y se imprimió suel- ta por aquellos días otra novela de Francisco de Navarrete y Ribera, Los tres hermanos^ y, por fin, Alonso de Alcalá y Herró: a no paró hasta componer cinco, cada una sin su correspondien- te vocal (1).

Aprobación del Dr. Juan Francisco Ginovés: Zara- goza, 10 Mayo 1648. Censura del Dr. Juan Fran- cisco Andrés, Cronista del reino de Aragón: Zara- goza, 21 Mayo liMS.— Prólogo. Lo que contiene este libro. Texto.

Quizá se reimprimió en el siglo xvii otra vez, porque en la siguiente edición se dice ser la ter- cera.

La Quinta de Laura. Que contiene seis novelas entretenidas. Por D. Alonso Castillo Solorzano. Pliegos (Escudo) 18. Tercera Í7npresion. Año 1132. Con licencia. En Madrid: A costa de D. Pedro Jo- seph Alonso y Padilla, librero de Cámara de su Magestad. Se hallará en su imprenta y libreria, calle cIp Santo Tomas, junto al Contraste.

8."; 8 h. prels. y 272 pp. Lie. del Consejo á Padi- lla.— Erratas y Tasa, ambas sin fecha. i'rólogo al lector (el de 1649).— Tabla de las novelas Texto.

(1) Varios effetos de amor en cinco novelas exemplares. Y nuevo artificio de escribir prosas y versos, sin una de las cinco letras vocales, exclu

INTRODUCCIÓN

A uno de los dos primeros (creemos que á Na - varrete) aludió Pellicer en sus avisos históricos, donde dice: «Pero supla la brevedad de mi re- lación el capricho de ese papel impreso en que porfió un hombre á escribir la novela sin que en cuantos periodos la forman se halle la letra que sea a. Rara aplicación de genio ; extraña para intentada; inútil después de conseguida. Esto se ofrece hasta hoy 22 de Junio de 1G39.» (Avi- sos en el Semanario erudito, de Valladares, tomo XXXIV, p. 38.)

yento vocal diferente en cada novela. Autor Alonso de Alcalá y Herrera, residente y natural de la in- clyta ciudad de Lisboa. Dirigidas a diuersas per- sonas. A custa de Fracisco da Costa, mercader de liuros. En Lisboa. Con Ucencia. Por Manuel de Sylva, an. 1641. 8.°; 156 hojas.

Con el título de Varios prodigios de amor, con otras varias novelitas, y atribuyéndolas á Isidro de Robles, se imprimieron otras muchas veces á fines del siglo xvii y primeros años del siguiente. También pasaron á la Colección de novelas que se imprimió en Madrid en los años de 1787 y 1788, en ocho volúmenes en 8,°

INrRODUCCION LXXXl

XII

Entre las obx'as qiie D. Alonso de Castillo com- puso y no dio á luz, además del Abril de flores divinas, de que ya hemos hablado, hay las si- guientes:

Los vengadores de las estafas. Citada al fin de Las Harpías en Madrid (1631), de la que se- ría segunda parte.

La Congregación de la miseria. Formaría se- gunda parte de La Niña de los embustes, se- gún dice al fin de esta novela (1G32).

Divertimientos alegres en torres de Zarago- za. La menciona al final de las Aventitras del Bachiller Trapaza (1G37).

El catálogo dramático de Castillo Soiórzano no es muy abundante, á pesar de su no escasa apti- titud para el cultivo del drama; pobreza que hay que atribuir á su larga residencia fuera de Ma- drid; lugares en que la diversión teatral no era continua, cual sucedía en la corte. Faltándole, pues, el estímulo de la inmediata representa- ción, sólo de cuando en cuando se ocupó en es- cribir alguna que otra comedia, principalmente en Valencia, donde más á menudo entraban las compañías cómicas.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES VI

INrRODUCCION

Compuso, pues, las comedias:

El agravio satisfecho, impresa en 1629 en la colección de novelas, titulada Huerta de Va- lencia.

Los encantos de Bretaña.

La fantasma de -Valencia.

El Marqués del Cigarral. Todas tres publica- das en las Fiestas del Jardín (Valencia, 1634). La última se repitió en la Parte 42, de la gran colección dramática de Varios autores (que se empezó á imprimir en Madrid en 1652), y pasó á la Biblioteca de Autores EspaJioles.

El Mayorazgo figura, escrita en Zaragoza en 1637, según dice el original autógrafo de la Bi- blioteca Nacional, á que ya hemos hecho refe- ferencia. Entró en la colección Alivios de Ca- sandra, impresa en 1640, y figura también en Autores Españoles.

La torre de Florishella. Se halla en la Sala de recreación, que suena aprobada en 1639, y quizá se imprimió ai año siguiente y también en 1649.

La victoria de Norlinguen. Hállase en la Par- te 28 de la colección dramática de Varios, ya citada.

El fuego dado del cielo. «Auto sacramental. Por D. Alonso de Castillo Solórzano, Secretario del Marqués de los Vélez». Así reza el ejemplar manuscrito (núm. 15.245) que existe en la Bi- blioteca Nacional, escrito en letra de la época, y acaso original. Está bien versificado, é intervie-

INTRODUCCIÓN"

nen en él los personajes siguientes, por los que se viene en conocimiento del asunto: Ciro, rey de Persia; Darío, su tío; Astiages, agüelo de Ciro; Artahano; Alcino; Elíseo; Florinda; Rosa; Da- niel, Profeta; Nehemías; Eliazar; Heli; Zabu- lón] Un capitán y Soldados.

Compuso también Castillo algunos entremeses muy graciosos, como puede juzgarse por los dos que van en el presente tomo, que son:

Elbarbador, y

La prueba de los doctores.

Los demás llevan los títulos de

El casamentero. En el Tiempo de regocijo y Carnestolendas de Madrid (1627).

El Comisario de Figueras.^n Las Harpías en Madrid (1631).

La castañera. En las Aventuras del Bachiller Trapaza (1637).

Es muy probable que Castillo haya escrito más piezas dramáticas, porque en 1G32, en quo sólo hallamos publicado El agravio satisfecho y al- gunos entremeses, le cita como poeta cómico el Dr. Juan Pérez de Montalbán en su Para todos, en la Memoria de los que escriben comedias en Castilla solamente, diciendo: «Don Alonso del Castillo, ingenio conocido por los muchos y sazo- nados libros que tiene impresos, las escribe con notable facilidad y donaire.» {Para todos, pá- gina 278 de la edición de Sevilla, Francisco de Lira, 1645).

LXXXIV IIÍTRODUCCIOX

XIII

La novela que reimprimimos á continuación es una de las más raras y mejores de Castilo So- lórzano (1).

Pertenece claramente al género picaresco, algo mitigado por natural tendencia benévola del au- tor, y porque era difícil, personalizando el tipo en una mujer, hacerla partícipe en escenas de cierta índole, propias sólo del sexo opuesto.

La época de crudeza picaresca en las obras es- critas había ya pasado, á causa de la oposición

(1) El original lleva la siguiente portada: La Niña de | los embustes. I Teresa de Man | ca- vares, Natural de Madrid. \ Por Don Alonso de | Castillo Solorzano. \ A Juan Alonso Martínez de~\ Vera, cavallcro de | la Orden de Santiago^ Tesore- ro, I y Teniente de \ Bayle de la ciudad de Alican- te. I Año (una figura de mujer) 1632. \ En Barce- lona. I Por Gerónimo Margarit. \ A costa de Juan Sapera, Librero.

8.°, 4 h. prels., 118 foliadas y 3 más con la Tabla al fin. (No especificamos los demás preliminares, porque van reproducidos íntegramente). Al final del texto lleva un grabado con una gallina y sus pollos, una comadreja que so le aproxima y una mosca volando. Siguen luego las tres hojas de ín- dice y al final de todo otro grabadito representan- do un Grato con un ratón eu la boca.

INTRODUCCIÓN

que le» habían Lechólos moralistas, y porque, desgraciadamente, las continuas guerras del rei- nado de Felipe IV, antes y después de ios levan- tamientos peninsulares, habían traído una pica- resca en acción que constituía una verdadera plaga en nuestro país, y daba mucho que pensar y hacer á nuestros políticos y gobernantes, que en vano ahorcaban, azotaban y enviaban á gale- ras centenares de individuos que se habían pro- puesto vivir sobre el prójimo, valiéndose do toda suerte de engaños, trampas y aun violencias.

No eran, pues, los tiempos de Felipe II, en que unos ejércitos disciplinados y un poder fuer- te y bien organizado, impedían los desafueros y picardías que sólo por excepción y en corto tiem- po perpetraban los cursantes de la bribia.

Por eso no causaba escándalo que los Lazari- llos y Guzmanes burlasen muchas veces la per- secución de la justicia, saliesen bien de sus en- redos y aun que, al parecer, los autores de los li- bros de sus aventuras simpatizasen con tales personajes, porque en la práctica sucedía todo lo contrario. Muy distinto era lo que pasaba en 1G30 y años sucesivos; y así vemos que, por ejemplo, en las Aventuras del Bachiller Trapa- 2a, novela picaresca bien calificada y bien urdida, nunca se le logran al protagonista sus astucias; antes al contrario, pierde siempre el fruto de sus estafas en el momento en que parece empezar á gozarlo, y por iin concluye por ir á remar en las

INTRODUCCIÓN

galeras. No obstante el éxito merecido de esta novela, Castillo no asegundó, pues todo y más de lo que él podría imaginar en punto á engaños y embelecos amorosos, en los encaminados á ha- cer papel y en los referentes á estafas y hurtos de dinero, podía leer todos los días en los avisos y relaciones que se recibían de la corte y de al- gunas grandes capitales, como Sevilla y Lisboa.

Limitóse, pues, á presentar el tipo en forma menos temible para el ejemplo y más agradable y dulce para la lectura, personificando el picaro en una mujer. Tal viene á ser el objeto de las tres novelas tituladas Las Harpías en Madrid, La Niña de los embustes y La Garduña de Se- villa.

Mucho antes que Castillo Solórzano, había en 1605 dado á luz el licenciado Francisco López de Ubeda, ó sea el dominico Fray Andrés Pérez, su famosa novela de La picara Justina, en que re- fiere las aventuras de una mujer que, al fin, acaba por casarse con Guzmán de Alfarache. Con esto, dicho está cuan semejantes son su carácter y condición á los de su imaginario consorte.

El libro del fraile leonés peca de excesivamen- te largo; en ser las aventuras que refiere dema- siado comunes y lugareñas; en estar recargado de episodios ajenos al asunto principal, y, sobre todo, en estar escrito en un estilo en parte afec- tadífimo y en parte chocarrero; lleno de alusio- nes difíciles de reconocer; cxiajado de compara-

IXTRODUCCIOX

ciones inútiles, vulgares é impropias, todo lo cual produce cansancio al lector que busca en él un libro de arte y amena lectura.

Pero en cambio, ¡cuántos tesoros de idioma y de costumbres! Vocabulario, giros, refranes, di- chos agudos y proverbiales; usos y hábitos ri- dículos; modo común de vivir de toda clase de gentes: clérigos, venteros, médicos y cirujanos, arrieros, caminantes, mercaderes, barberos, es- tudiantes, ermitaños, sacristanes, varias castas de oficios mujeriles y otros muchos.

De este libro, tan extravagante como divertido, pudo haber tomado nuestro Castillo el tipo de su Niña de los embustes (1), llevando por norma cierta advertencia queel maleante dominico puso en el prólogo al lector, diciendo:

«No es mi intención ni hallarás que he pre-

(1) Sin embargo, el modelo más inmediato y directo, aunque sólo parcial, de Castillo Solórzauo fué el cuento ó novela corta incluida por Salas Barbadillo al tiu de su Corrección de fécios (impre- sa en 1616) con el propio título de la La Niña de los embustes, y cuyo nombre es también Teresa,

Hasta parece que el mismo Salas le invitaba á continuar y ampliar el asunto, estampando al final de su novelita estas palabras: «Tiempo ten- dremos y pluma más bien cortada con que referir- las (las aventuras de la dama) á los amigos de buen gusto que saben celebrarlas.»

El carácter de la protagonista no está más que esbozado, y sólo dos burlas ó embustes hace á sus amantes. La primera tiene su gran semejanza con la de Toledo (que puede leerse en este tomo),

INTRODUCCIÓN

tendido contar amores al tono del libro de Celes- tina] antes, si bien lo miras, he huido de eso to- talmente, porque siempre que de eso trato voy á la ligera, no contando lo que pertenece á la ma- teria de deshonestidad, sino lo que pertenece á los hurtos ardidosos de Justina; porque en esto he querido persuadir y amonestar que ya en estos tiempos las mujeres perdidas no usan sus gustos para satisfacer á su sensualidad, que esto fuera menos mal, sino que hacen de esto trato, orde- nándolo á una insaciable codicia de dinero.»

Este es el carácter de las protagonistas de La Niña de los embustes y, sobre todo, de La Gar- duña de Sevilla. De esta última puede decirse que su asunto lo forman los cuatro hurtos que realiza Rufina: el del avaro de Sevilla, el del al- quimista de Córdoba, el del falso ermitaño de Málaga y el del autor de comedias de Madrid. X/O demás de la obra lo constituyen las tres no- velas episódicas, ajenas al fondo del libro.

Teresa de Manzanares tiene alguna mayor variedad, j tal vez más verdad ó carácter histó- rico. El autor mismo dice, hablando de su he-

presentando un fingido cuerpo muerto al galán en el momento de entrar en su casa. La segunda etj mu3' distinta; pues se reduce á introducir á un su amartelado con una esclava negra y hacer que la justicia los sorprenda juntos. Todo está contado con suma brevedad, aunque con bastantes digre- siones morales, á que era muy afecto el novelista madrileño,

INTRODUCCIÓN

roína, «haber sacado á luz su vida formada de los sucesos de muchas que han servido de hacer aquí un compuesto». Y por lo menos en algunos incidentes del asunto principal tuvo á la vista documentos y enseñanzas de la realidad, como se evidencia en algunas notas que van al final. En todo lo demás no se aleja nunca do lo vero- símil, ni en los personajes secundarios ó episó- dicos abusa de la libertad satírica que suelen tomarse los autores de novelas festivas: algu- gunos, como el primer marido de Teresa, pare- cen arrancados de la vida y sociedad comunes de aquel tiempo.

El interés so sostiene en las primeras dos ter- ceras partes de la obra. Después que la protago- nista deja el teatro decae un poco, no obstante algunos felices rasgos de la aventura llevada á cabo en Toledo, solamente apuntada en Salas Barbadillo.

El estilo y lenguaje son los más propios para esta clase de obras; en esto sólo plácemes y elo- gios merece el autor. Maneja con gusto y acier- to la ironía y el tono epigramático; la narración es abundante y seguida, sin incisos ni tropiezos; sólo adicionada con alguna frase aguda ó algún sabroso comentario. El tono de sinceridad y bue- na fe con que la picara Teresa refiere sus trave- suras, llega á hacer su figura agradable y sim- pática al lector, especialmente en sus primeros lances, Esta es una cualidad peculiar de Casti-

INTRODUCCIÓN

lio, que vemos emplea también acertadamente en El Bachiller Trapaza y en Las Harpías en Madrid, y no tanto en la Garduña de Sevilla. En esta novela intercaló Castillo, como so verá, dos de sus graciosos entremeses; otros tres figuran en El Bachiller Trapaza, en las Carnes - tolendas y en Las Harpias en Madrid, y no son menos regocijados. Respecto de sus comedias, p. Ramón de Mesonero Romanos, que incluyó las dos más famosas y conocidas en la Biblioteca de Autores españoles, El Mayorazgo figura y El Marqués del Cigarral, dice de ellas que encie- rran: «Caracteres y cuadros perfectamente dra- máticos, desenvueltos á mi ver con una maes- tría y corrección que nada tienen que envidiar en el género apellidado figurón á las posterio- res de Rojas, Morete, Leiva, Zamora y Cañiza- res, y son muy superiores á las farsas de Molie- re, quien, sin duda, le tuvo muy presente, como podríamos probar, en alguna de ellas. Scarion tradujo la de El Marqués del Cigarral bajo el título de Don Japhet d^Arme7iie.»

U-,jJ§\(^.t,^

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IJSTDIOHI

DE LA VIDA LITERARIA DE CASTILLO SOLÓRZANO

Páginas.

I. Carácter general de los escritos

de este autor v

II. Patria, nacimiento y primeros es- critos de Castillo. Su retrato, trazado por él mismo. Vejamen satírico de Anastasio Pantaleón de Ribera. Sirve como gentil- hombre al marqués del Villar. Publica los Donaires del Parnaso, primera y segunda parte. Exa- men de estas colecciones poéticas

(1584-1625) XI

III. Su inclinación al género noveles- co.— Compone las Tardes entrete- nidas (1625),— Su examen.— Apó-

xcii índice

Páginas.

crifo ati'ibuído á Castillo Solórza-

no con fecha de 1625 xxvii

IV. Otras novelas compuestas sucesi- vamente por Castillo: Jornadas alegres (lG2G).— Tie7npo de rego- cijo y Carnestolendas de Madrid (1G27). Escribe, aunque no pu- blica, la Vida de Cieopatra. Cas- tillo y el Dr. Juan Pérez de Mon- talbán. Los Escarmientos de amor moralizados , ¿son obra de

Castillo? (ir.28) xxxui

V. Entra Castillo de maestresala del marqués de los Vélez, D. Luis Fa- jardo, virrey de Valencia (1628). Obras publicadas por Castillo en aquella ciudad: Lisardo enamora- do {l(j2d) .— Huerta de Valencia (1629). Examen de estas obras. Intervención de Castillo en la pu- blicación de los Favores de las Musas, obra de D. Sebastián Fran- cisco de Medrano (1631) xxxix

VI. Muerte del virrey (1631). Sucé- dele en el cargo su hijo D. Pedro Fajardo, y Castillo prosigue á su servicio. Imprime en Barcelona algunas obras escritas por este tiempo. Noches de placer, Las Harpías en Madrid (1631). La

XClII

Páginas.

Niña de los embustes (1632), Los amantes andaluces (1G33). En \'^alencia da á luz otros oscritos. Fiestas del. jardín (1034). Sa- grario de Valencia (1635). Análi- sis de estos libros xlvii

VII. Es trasladado D. Pedro Fajardo al virreinato de Aragón. Acom- páñale Castillo, y publica allí al- gunos trabajos literai'ios. Pa- trón de Alcira {XCi'M).— Aventuras del Bachiller Trapaza (1637).— Elogia las novelas amorosas de doña María de Zayas, y escribe su comedia El mayorazgo figu- ra {IGSl} LV

Vnr.-~Pasa el marqués de los Vélez al virreinato de Navarra, para que impida la invasión francesa por este reino. Acude al socorro da Fuenterrabía (1638). Vuelve á su virreinato de Aragón. Nue- vas publicaciones de Castillo: í?is- fo7-ia de Marco Antonio y Cleopa tra (1639). Epitome de la vida y hechos de Don Pedro III de Ara- gón (1639). Castillo, historiador. Sala de recreación (1()39). Su examen, y causa de retraso en su publicación. Alivio de Casan-

Páginas.

dra (1640). Su contenido lix

IX. El marqués de los Vélez general en jefe del ejército de Cataluña. Fracasa delante de Montjuicli. Su relevo y retirada á Valencia (1641). A poco es nombrado em- bajador en Roma, adonde proba- blemente le acompañó Castillo. Pero antes publica en Madrid La Garduña de Sevilla (16á2). Épo- ca verdadera de la composición de

esta novela LX vi

X. Dificultades que el marqués de los Vélez halla en el desempeño de su embajada. Pasa al virreinato de Sicilia (1643). Insurrección de la ciudad de Palermo (1647),— Dis- gusto, enfermedad y muerte del marqués de los Vélez (1647). Ul- timas noticias de este personaje y sus descendientes . Castillo, ¿le habrá sobrevivido? Era cier- tamente difunto en 164S lxxíi

XI. Publica en Zaragoza el editor Ma- tías de Lizán una colección pos- tuma de novelas de Castillo Solór- zano, con el título de La Quinta de Laura (1649). Dudas acerca de la autenticidad de este libro. Novelas escritas sin aiouna de las

:

P&ginas.

vocales lxxvi

XII. Obras que Castillo Solórzano com- puso y no dio á luz, Su catálogo

dramático. Obra inédita. A lxxxi

XIII. Análisis y juicio de La Niña de los embustes. Sus fuentes. Juicio de Castillo como autor di-amático. lxxxiv

,_^v^J^w^

1

LA NIÑA DE

LOS EMBUSTES.

TERESA DE MAN

gANARES,

NATURAL DE MADRID

Por DON ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO.

A JUAN ALONSO MARTÍNEZ DE VERA,

Cavallero de

la Orden de Santiago, Tesorero,

y Teniente de

Bayle de la Ciudad de Alicantei

(Una figura de mujer)

Año 1632. En Barcelona.

Por JERÓNIMO MARGARIT.

A costa de Juan Sapera

Librero.

^-^'íi^xi

APROBACIÓN

Puédese dar licencia para que se imprima y salga á luz este librito, cuyo título es: La Niña de los embustes: Teresa de Manzanares, por don Alonso de Castillo Solórzano. Porque ni contie- ne cosa que impida su publicación, y según el argumento que trata tiene muchas buenas y de curiosidad y entretenimiento; de donde se pue- den sacar documentos morales y escarmientos en cabeza ajena, que son dicha para quien de se- mejantes se sabe aprovechar. Este es mi parecer. En Santa Catheriua de Barcelona, á 19 de Abril de 1632.

Fray Tomás Roca.

Atienta aprohatione, imprimatur, haec die 24 Aprilis 1632. Clarefüalls, Vic. Gteneralis, &. Officialis.

CASTILLO SOLORZANO

APROBACIÓN

Por comisión del Muy Ilustre Señor Dou Mi- guel Sala, del Consejo del Rey Nuestro Señor, y Regente de la Real Cancillería en este Principado de Cataluña y Condados del Rosellón y Cerda- ña, he leído este libro que se intitula: La Niña de los eriibustes: Teresa de Manzanares, com- puesto por don Alonso de Castillo Solórzano, y no reconozco en él cosa que disuene á nuestra cristiana educación, ni puede debilitar las bue- nas costumbres; antes con sus consejos servir para alentarlas, y con sus avisos quien le le- yere) quedar lecionado á portarse bien en lo que le pueda suceder. Y así puede salir á luz para que todos le reciban: este es mi parecer. En el Monasterio de la Santísima Trinidad de Barce- lona, á 21 de Agosto de 1632.

El Maestro, Fe. Prakcisco Viader.

Ministro de la Trinidad.

Huiusmodi Relatione atienta Mandetur typis, Don Michael Sala Regens.

LA NINA DE LOS EMBUSTES

A JUAN ALFOXSO MARTÍNEZ DE VERA, Caballero de la Orden de Santiago^ Tesorero y Teniente de Baile de la ciudad de Alicante.

Desde que ocupé la pluma en la primera línea deste peqiieño volumen, puse la mira en hacer elección Je v. m., para que á su sombra pasasen muchos yerros que tendría, más seguros de la censura de tantos detractores que se hallaran sin tal patrocinio, que delincuentes contra los preceptos del Arte (como hijos de ingenio tan lego), sólo tendrán de alabanza el haberse aco- gido á tan buen sagrado.

Atrevimiento ha sido poner á v. m. en tal em- peño, y no le disculpan sino mis buenos deseos, que han querido en esto dar muestra de mi vo- luntad, haciendo á v. m. dueño de mis pensa- mientos. Si no fueren como merece el protector, de generosos pechos es el perdonar estas osa- días por el acierto de ponerse en tal seguro. V. m. admita este servicio por primicia de mu- chos que le pienso hacer en mayores asuntos, cuya persona guarde Nuestro Señor, como deseo.

Don Alonso de Castillo Soló rz ano.

CASTILLO SOLORZANO

PROLOGO AL LECTOR

Teresa de Manzanares, hija nacida en las ver- des riberas de aquel cortesano río, se presenta con sus embustes á los ojos de todos; su trave- sura dará escarmientos para huir de los que si- guen su profesión. Y esto sea disculpa de haber ■sacado á luz su vida formada de los sucesos de muchas que han servido de hacer aquí un com" puesto.

Si malicioso y mordaz te atrevieres á cen- surar este breve discurso, lo sucinto del te dará poca materia para dilatados vituperios; con- sidérale con la intención que le escribí, que fué para advertir descuidados y escarmentar di- vertidos, no para ser blanco de Zoilos, que ponen su atención más en calumniar leves yerros que en enmendar pesadas culpas de su mala inclina- ción. Ingenio arguye una buena censura, funda- da en fuertes razones, si no la adalterase el que- rer hacer alarde de superior juicio á la vista de tantos que pueden decir que quien en esto se ejercita tome la pluma para hacer otro tanto y verá si comete yerros; los muchos que aquí ha- llarás supla tu discreción, corrigiendo en secreto

y honrando en público.

Vale.

'?f^<É><Éxá>-4í'^ ,-^ ^ ^ * <*, i.

La Niña de los embustes.

EíSCHiBO la vida, inclinaciones, costumbres y máquinas de una traviesa moza, de una garduña racional; taller de embustes, alma- cén de embelecos y depósito de cautelas. Con sutil ingenio fué buscona de marca mayor, sanguijuela de las bolsas y polilla de las haciendas. Con lo vario de su condición fué malilla de todos estados, objeto de di- versos empleos y, finalmente, desasosiego de la juventud ó inquietud de la anciani- dad. Parte de estas cosas heredó por san- gre y mamó en la leche, y parte ejecutó con travieso natural y depravada inclinación, pudiendo bien decirse por ella aquellos dos versos de un romance antiguo:

dellas me dejó mi padre, dellas me ganara yo,

Teresa de Manzanares es el asunto de este pequeño volumen: nombre que se le

CASTILLO SOLORZANO

puso en la pila con el agua del bautismo, y el apellido con la del río de Madrid, en cuya ribera se engendró este buUente azogue con alma ó esta alma infundida en azogado cuerpo.

Sus pueriles travesuras la dieron nom- bre de La Niña de los embustes (título que honra este libro), prosiguiendo con ellos por todo el discurso de su vida, como ella mis- ma hace relación al lector, á quien se la cuenta desde el origen de sus padres. En ella podrá advertir los daños que se pueden prevenir para guardarse de engaños, para abstenerse de vicios, huyendo de vida tan libre y condición tan oscura.

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CAPITULO PRIMERO

Da cuenta Teresa de quién fué su madre; cótno salió de su patria, engañada, hasta llegar á Madrid.

Habeá de saber el señor lector, de cual- quier estado que sea, que, como los liijos, en tiempos de tanta malicia como éste, tie- nen la mayor certidumbre el serlo de la ma- dre (hablo de la gente de bajo estado), yo comienzo mi historia con referirle el origen de la nuestra que, si bien me acuerdo, tuvo su patria en Galicia, en la villa de Cacabe- los. Su padre se llamó Payo de Morrazos y su madre Dominga Morrillo. Mi abuelo no era bien tinto en gallego, sino de los asoma- dos al reino, quiero decir, de los ratiños, que ni son de Dios ni del diablo; que como eu los vizcos está dudoso el saber á que parte miran, así él, ni bien era cristiano ni deja- ba de serio; tan bárbaj'os hombres se hallan tal vez en aquella tierra. A los de aquel pa-

10 CASTILLO SOLÓRZANO

raje les dan nombre de maragatos , j ellos cumplen bien con la mitad del nombre cuan- do se ofrece ocasión.

Vino á Cacabelos con una partida de va- cas (á una feria que allí se hace cada año), y halló repastando otra, cuya guarda era Do- minga Morriño, mi señora abuela. La igual- dad del oficio pastoril, la soledad del campo (mientras se llegaba el día de la venta), oca- sionaron á los dos de modo que en él no fal- tó osadía para emprender, ni en ella ganas para admitir.

Era doncella en cabello, por falta de al- banega, Dominga, y, en pocos coloquios, tuvo buen despacho mi abuelo en su preten- sión; con que se vino á formar de aquella calabriada mi señora madre, obligando la suya á mi abuelo que se quedase á vivir en Cacabelos, que fué fácil de acabar con él, por haberle herido el virote de Cupido y he- cho despojo de aquel montaraz serafín.

Encubrió cuanto pudo Dominga su pre- ñado; mas conocido el bulto por sus padres, con un poco de celo del honor (que no les faltaba) inquirieron quién era el dueño del chichón que Dominga no pudo encubrir, con lo cual se hizo la boda de los dos muy

LA NlJÍA DE LOS EMBUSTES 11

en conformidad de la parentela, por ver en Payo de Morrazos presencia para emplear- la en todo agreste ejercicio.

Llegóse el noveno mes y salió á luz el valor de Galicia, y la gala de Cacabelos, que fué mi madre, á quien pusieron por nom- bre Catuja, que allá es lo que acá en Casti- lla Catalina.

Crióse la muchacha en todo lo que acos- tumbran allá á los hijos de la gente común; paladeáronla con ajos y vino, y salió una de su linaje; fué la primer moza que dio el ser á los pliegues de las sayas, pues lo que en otros parecía grosería, en ella era perfec- ción.

Usó poco el calzarse, aunque tal vez se traen botas en aquella tierra; fué la causa desto el verse de pequeños pies, ajeno de las mozas de aquel país, que todas los tie- nen grandes.

A los quince años de su edad llegaba (que un culto dijera tres lustros) cuando de acha- que de un magosto, que es un hartazgo de castañas asadas (así se llama en Galicia), murieron sus padres en una noche. Quedó la mczuela niña huérfana y sin hacienda, con .que fué fuerza ampararse de una hermana

12 CASTILLO SOLÓRZANO

de su madre, que era mesonera en el mismo lugar. Esta la llevó á su casa, donde la ser- vía como una esclava, acudiendo, así al ser- vicio de los huéspedes como al monte, por leña para guisar de comer.

Era Catuja de Morrazos, naturalmente, aseada y limpia y con razonable cara, que para aquella tierra es un prodigio, pues pa- rece que Ja naturaleza repartió en ella con pródigas manos la fealdad.

Verdad sea que el rústico traje la aumen- ta más, y lo poco que se precian las muje- res de asearse y componerse.

No era así Catalina; que, sin liacer agra- vio á ninguna, era la gala de Cacabelos. Alentábanla á estimarse las alabanzas de los huéspedes que cada día tenía en su casa (que es lugar pasajero), los cuales, como venían acostumbrados á ver demonios con cofias de estopa, parecíales la Catalina án- gel en su parangón. Muchos aficionados de paso tuvo que la dijeron su pena; mas ella (si bien se holgaba de oírlos) rigurosamente los despedía, que por los documentos de la tía deseaba conservar su honra, esperando por su buena cara el mejor labrador de Ca- cabelos.

LA N'IÑA DE LOS EMBUSTES 13

Xo se le lograron los intentos como pen- só, porque llegando el día de la feria que allí se hace, pasaba de la ciudad de Com- postela á Madrid un canónigo de aquella •^anta iglesia; y habiendo de asistir en la Lorte, quiso comprar una muía para rúa, y detúvose á esto en Cacabelos.

Traía en su servicio uncriado, natural de

>>egovia,de los refinos hijos que aquella ciu-

.ad cría. Era gran socarrón, alegre, deci-

or, con su poquito de músico; gran perso-

a de ponerse á caballo sobre una jácara y

irarle una jornada sin descansar. Sin esto -lia un diluvio de pullas, un torrente de Jianzonetas y una sima de donaires. Que- ríale bien su amo, así por haber hallado en ti fidelidad, como por verle siempre de buen humor.

Duraba seis días la feria, y no vino en los primeros cabalgadura á propósito de lo que el canónigo pretendía; y así, oyendo decir que hasta el último día todos los de feria venían muías, no quiso irse sin comprarla.

En este tiempo, Tadeo (que así se llamaba el criado), comenzó á hacer fiestas á Cata- lina, ya celebrando su buena cara, ya dán- dola músicas, con un discantillo que con-

14 CASTILLO SOLÓRZANO

sigo traía para divertirse en aquel viaje.

Como la moza hubiese visto pocos humo- res de la data del Tadeo, gustaba mucho de sus donaires y solemnizaba sus chanzone- tas, oyendo con mucho gusto las jácaras que cantaba, con los cuales, y la labia del mozo, adornadas con promesas que la hizo de llevarla á la corte, se rindió aquel fuer- te, que no hay amante encogido ni dudoso en prometer, y así Catalina se vio con espe- ranzas de ser cortesana y en posesiones de dueña.

Efectuóse la compra de una buena muía, mu}^ al propósito para el intento del canó- nigo, con que esotro día determinó de pro- seguir su jornada. Llevaba una acémila de- lante con prevención de cama, por saber con experiencia cuan malas las ha,}'- en el reino de Gralicia, y aun hasta llegar á Castilla la Vieja.

En ésta acomodó Tadeo á Catalina, lle- vando intento de llegar con ella á Madrid, y allí vestirla y que corriese por su cuenta; y así avisada la moza que el día siguiente, dos horas antes de amanecer, había de par- tir, ella no quiso irse, como dicen, las ma- nos en el seno, sin darle un araño á la bol-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 15

sa de la tía, que la tenía buena con la ga- nancia del mesón.

Fiábase la vieja mucho de la sobrina y dormía con ella. Levantóse aquella noclie quietamente y, tomando la llave de una arca, fué á darle golpe á la moneda, y por dar en el talego mayor, fué su suerte tal, que encontró con el pequeño, que tendría hasta cuatrocientos reales en plata: éstos acomodó en el lío de dos camisas suyas, y así salió á verse con su Tadeo, el cual la aguardaba , porque ya estaba el acemilero apercibido.

No se había levantado la tía, aunque es- taba despierta, por ver que su sobrina lo estaba, y presumiendo que ella y un mozo del mesón darían recaudo. Con esto pudo la Catalina irse á hurtas del mozo, saliendo á ponerse á caballo fuera del mesón, con que dejó su patria, llevándose los cuatrocientos reales escondidos entre las camisas sin ha- ber dado cuenta del hurto á su galán, que no le fué de poca importancia.

Llegóse la hora de partir el canónigo, y haciendo Tadeo cuenta con la huéspeda, partieron de su casa, no echando la vie- ja menos ala sobrina, porque á aquella

16 CASTILLO SOLÓRZANO

hora siempre solía ir por agua á la fuente.

Prosiguieron sus jornadas hasta llegar al pie del puerto, que llaman del Ravanal, go- zando Tadeo todas las noches de su hermo- sa ninfa gallega; mas allí, considerando que le sería embarazo la moza en tan largo ca- mino, y que si su amo sabía su empleo no lo había de recibir bien, trató de dejarla en Fuencebadón, un lugar donde posaron aque- lla noche: y esto hizo usando un engaño con ella, y fué que la dijo que por haber acrecentado carga en la acémila, no podía ir en ella, mas que tenía concertado con un arriero que la llevase por su cuenta hasta Bena vente, adonde por ciertos negocios que el canónigo tenía que tratar, habían de es- tar dos días, y que de allí buscaría en que fuese hasta Madrid. Púsola en posada dife- rente y habló con el huésped la parte en lo que la había de decir á la mañana.

Era Catalina muy bozal en caminos, como quien no había salido de su lugar en su vida, sino sólo por leña al monte, y así creyó cuanto la dijo Tadeo. Ese día, al amanecer, salió el canónigo (más temprano que otros), por pasar el áspero puerto, con lo cual que- dó la pobre moza aguardando el prometido

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 17

arriero (que nunca vio) hasta bien entrado el día; y preguntando al huésped que cuán- do había de venir, él la desengañó, dicien- do que aquel gentil hombre que allí la ha- bía traído le dio doce reales para que la die- se y dijese que él no la podía llevar consi- go por temor de su amo.

Aquí comenzaron los trabajos de la galle- ga Olimpia, viéndose dejada del segoviano Vireno.No dijo aquello de «¡pluegue á Dios que te anegues nave enemiga!», ni «¡mal huracán te sorba!», que no sabía nada de marinaje, y su engañador caminaba en una muía. Mas, convertida en llanto y con dila- tados sollozos, que parecía sorber caldo, dijo mucho de aquello de ^Doiich'o denio el Tiome^, que es la mayor maldición que el idioma gallego tiene. Recibió los doce rea- les, porque los duelos con pan son menos. Veinte le había dado Tadeo al huésped; mas él, con poco temor de Dios y daño de la opinión del galán, se aplicó para los ocho. Vióse la olvidada Catalina confusa sobre- manera en lo que haría de su persona. Vol- ver á su tierra no le parecía cosa conve- I niente, así por su reputación como por el dinero que había tomado á su tía; quedarse

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 2

18 CASTILLO SOLÓRZANO

en aquel lugar tampoco le estaba bien, por ser corto y malo. En estas dudas estaba, cuando infundiéndosele un valor olimpiaco, más de correo de á pie que de mujer enco- gida, se determinó proseguir poco á poco su viaje hasta Madrid, y que si llegase con bien á aquella corte, tratar de vengarse de el desdén de Tadeo.

Con las faldas en cinta, como dicen, y con ellas los zapatos, por no los romper (propia prevención de las damas de su país) , se puso en camino informada del viaje que había de llevar; en la tal información supo cuan cerca estaba de la Cruz de ferro, tan nombrada en aquella tierra; pasó por cerca della y hízola oración, sin tener cuidado de la promesa que todas las gallegas la hacen, pues ya Tadeo, con su buena diligencia, la había sacado del.

Prosiguió con sus jornadas, hallando en ellas tal vez quien (teniéndola compasión) la daba bagaje para aliviar su cansancio, y no se sospeche que esto era por interés de su persona; que desde que vio el mal pago de Tadeo, nunca admitió martelo ni oyó requiebro, temiéndose de otro engaño: que de los escarmentados se hacen los arteros.

i

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 19

Por sus jornadas, ya cortas, ya largas, llegó á aquella insigue villa, madre de tan- tas naciones, gomia de tantas sabandijas; y como á una de ellas, la amparó y recibió en sus muros.

Admiróle la máquina de edificios, la mu- cha gente que pisaba sus calles, y en la de la Cava de San Francisco vino á parar, guiada de un arriero que la había traído en un macho de los suyos desde el lugar de las Rozas hasta la posada.

En ella se apeó, y viéndola la huéspeda, la dijo si venía á la corte para servir. Cata- lina la respondió, con semblante triste, que á eso la habían condenado sus trabajos, si hallase casa á propósito.

En la mía (replicó la huéspeda) os tu- viera JO de muy buena gana; mas ha dos días que recibí una criada en lugar de otra que casé, }- así tengo el servicio que he me- nester. Pero en casa de una hija mía os aco- modaré; que también tiene casa de posadas, j yo que no os descontentaréis de estar allí, que hay ocasiones de medrar las que la sirven, y más vos que traéis lo más. facili- tado, con la buena cara que tenéis.

Agradecióle Catalina la merced que la

20 CASTILLO SOLÓRZANO

hacía, y la huéspeda la llevó á su aposento, donde la regaló y dio de comer. Esa misma tarde la llevó á casa de su hija, de la cual fué gustosamente recibida, así por traerla su madre, como por ver en Catalina partes para ser bien servida della.

Tenía esta mesonera otra mozuela de ra- zonable cara, y había menester dos para ser sus huéspedes mejor servidos. Esta, como viese que en Catalina la venía alivio para su trabajo, la recibió con muestras de muy grande amor, trabándose desde aquel día una firme amistad entre las dos.

I

CAPITULO II

JSn que da razón cómo lo pasó la gallega en el mesón y cuan celebrada fué en el río hasta su casamiento.

Ya tenemos á mi señora madre (buen siglo haya) acomodada eu un mesón de los de más nombre que kabía en la calle de la Cava de San Francisco, cobrando desde su llega- da el nombre del «Mesón de las dos Hermo- sas», por ella y la otra moza que halló en él. Esta, como amiga que se dio de mi ma- dre, aquella noche la hizo breve relación de lo que había que hacer en casa, de los inte- reses que se tenían con los huéspedes, á los cuales debía servir con solicitud y á cuáles con no tanta; cómo se había de portar en materia de amores; cuan sin afición había de vivir con ninguno, llevando su fin á solo su provecho y viéndole primero antes de ha- cer su empleo. Pero que lo más importante para su estimación era el estar bien vestida,

22 CASTILLO SOLÓRZANO

para lo cual pidiese á su ama que le ade- lantase tres ó cuatro raeses de salario.

Tomó Catalina la lección de Aldonza (que así se llamaba la compañera) muy en la me- moria, y á lo último la dijo que no pensaba obligar á su ama á que le diese lo que no había servido; que un pariente suyo tenía que la daría lo necesario para vestirse, y que así esotro día le buscaría y la vería bre- vemente en otro pelo. Holgóse Aldonza, que con tanta brevedad pudiese lucirse, mas después le vino á pesar, porque no le estu- vo bien tener tan buen lado.

Era por tiempo de entre las dos Pascuas, y cerca de la de Pentecostés, para lo cual propuso Catalina salir en limpio, que hu- biese que ver en ella, y así, fingiendo ir á verse con el pariente, trujo dinero con que rogó á su ama le comprase lo necesario para vestirse. Era buena mujer la huéspeda, y viendo que el lucimiento de su criada le era mejoría de su casa y crédito de su mesón, se holgó, que sin pedirla nada adelantado, tuviese con que vestirse, y así se ofreció á salir á comprar con ella lo necesario.

Valióle el no revelar el hurto Catalina á su galán el verse vestida, pues eso fué la

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 23

piedra fundamental para su medra. Llegó con su am.a á la calle de Toledo, donde hay bodegones de vestidos, hallando allí siempre guisados los que pide el gusto para adorno de las sirvientes de mantelli- na. Allí compraron en acomodado precio un manteo azul, con su poca de guarnición pa- jiza; una basquina y jubón de estameña parda, guarnecido el jubón; mantellina de bayeta de Segovia, que oyendo dónde era, casi no quiso comprarla Catalina, acordán- dose de su galán. Pasaron á una tienda de lencería, donde sacó dos camisas, valonas y cofias, y no se le olvidaron del calzado, que quiso de golpe ponerse el que traen las fre- gonas de más presunción en la corte, bien mirado en tiempo de lodos, pues su limpie- za acredita la curiosidad y gala de la que los pisa sin detrimento suyo.

Con todo este ajuar volvieron á casa, no faltando para cumplimiento del arnés sino algo desto que se trae en la cara y dos sor- tijas de plata, cosa conveniente en el frega- triz estado; aunque ya le vemos subido de punto con alguno de oro, donativos de los que, hartos de perdices, gustan tal vez de comer vaca.

24 CASTILLO SOLÓRZANO

Llegaron, pues, á casa, y mostraron á Aldonza las galas recién compradas, en que no se empleó aún todo el dinero del hurto, guardándolo Catalina en una arca que otro día compró. Ya la compañera estaba un poco envidiosa del lucimiento que esperaba tener Catalina: disimuló su recién nacida pena, y propuso no manifestarla por no pa- recer que se tenía en tan poco, que temía ventajas de otra. De allí á dos días, sin acompañarse Catalina de su ama, corrió las almonedas de la plaza de la Cebada, donde halló una basquina y jubón, traído de una mezcla honesta, que compró en acomodado precio para que la excusase de traer de or- dinario los vestidos que poco antes había comprado, no olvidándose del aderezo del rostro, que ya la habían dicho la que le es- taría mejor para curársele de los aires y el sol del camino, ni de las sortijas de plata.

Llegó el día de la Ascensión, que tenía diputado Catalina para salir vestida de nue- vo; hizo por la mañana las haciendas de casa, y para asistirles á los huéspedes á la comida púsose de gala, dando admiración á su ama, más envidia á Aldonza y gesto á los huéspedes, porque con la buena cara

LA NINA DE LOS EMBUSTES 25

que tenía y los vestidos tan ajustados á su cuerpo, parecía que toda su vida Labia an- dado en aquel hábito; tal despejo mostraba en él.

Era apacible la gallega, graciosa en su lenguaje j de no mal natural; de suerte que con esto, dentro de pocos días, ya no cabía la casa de huéspedes. Eran muchos los afi- cionados de la moza, y ella se portaba con ellos de modo que, por el poco recato y es- tima, nunca ganó opinión de fácil ni des- envuelta. Granjeaba voluntades y hallaba medra, cosa que fué echando de ver la com- pañera por los galanes que Catalina le tira- nizaba.

Acudía cada una la semana que le tocaba á lavar al río, y por haber cantidad de ropa siempre, se ocupaban tres días en su lim- pieza.

Para echar de Aldonza á la compañe- ra y que no asistiese á la posada, dio en fingirse mala de un brazo, con que era fuer- za ir Cataliaa cada semana á ocuparse tres días de ella en el río.

Si por acá tenía aficionados, no menos los tuvo extramuros de la villa.

No había lacavo de estimación lucido en

26 CASTILLO SOLÓRZANO

librea que no se confesase su amartelado. Ella, con el buen despejo en hablar, voz en cantar y donaire en el baile de la capona, era imán de las raciones lacayas y motivo de los regocijos de las riberas del cristalino Manzanares, después que en ellas se acre- ditó y llevó la palma de hermosa entre el gremio fregatriz. Nunca tomó paño en sus manos para lavarle, que no faltaba quien, á costa de sas salarios, le pagase la lavadura porque en tanto le diese audiencia.

Anduvo algunos días neutral sin incli- narse á ninguno de sus pretensores, y así los traía perdidos tras de sí. Entre más de ocho que andaban en la danza, había uno que si no se portaba con librea de lucidos colores, sirviendo á grande ó á título, anda- ba bien tratado, vestido de veintidoseno ne- gro, calzas, ropilla y capa terciada: éste era natural de Gascuña, en Francia, á quien en nuestra España llamamos «gabachos». Ha- bía sido ocupado en el oficio de bohonero, trayendo caja y vendiendo por la corte: proveíale su casa un francés rico, que tenía tienda de por junto, con el cual había ga- nado tanto crédito que le fió más de lo que fuera bien. Fingió el tal bohonero que le

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habían robado, con que quebró para con el francés que le proveía: púsole en la cár- cel, donde le tuvo algunos días; mas como no hubiese remedio de poder cobrar del, creyóle el hurto, y así, de compasión de ver- le padecer preso, le perdonó más de tres mil reales que le había fiado, y salió de la trena. Con éstos se halló en su poder el gabacho habidos con tan poca conciencia por cono- cer la bondad del que le fió. Entró á medias en el trato con un tabernero, y él, por disi- mular, entró á servir de lacayo á un letrado de los que abogaban en los Consejos.

Tenía á su cuenta un caballo anciano, en el que el jurista andaba, de buena presen- cia y adornado con la honorífica gualdrapa. Era lucido el dueño y de los más acredita- dos en las letras de la corte; con éste salía á las siete de la mañana por el verano, y en dejándole en Palacio, había de volver por él á las diez; por la tarde acudía desde las tres á Provincia, salía á las cinco, y gastaba todo el día entre sus negociantes, sin salir de casa.

Con este oficio tenía el de despensero, en que ocupaba una hora por la mañana, antes de ir al Consejo, en la cual, mientras él

23 CASTILLO SOLÚRZANO

compraba, le limpiaba un francesillo el ca- ballo y gualdrapa, gustando de esta añadi- dura á su costa el letrado por verse bien ser- vido de su lacayo despensero, el cual no era lerdo en sisarle cuanto podía j había, bien en que por ser mucha su familia.

Este, pues (cuyo nombre era Fierres de Estricot), era el mayor aficionado de la ga- llarda Catalina y el más puntual en ser- virla, sin haber día que no gastase con ella algo, así de colación, merienda ó dádiva de cintas, valona ó calzado, con que la hembra le estaba más aficionada que á los demás.

Admirábase Aldonza de ver en la opi- nión en que estaba su compañera, y que si su traza había aprovechado para ausen- tarla de día, por la noche le deshacía sus máquinas, como la tela de Penélope.

Un día que en el río había dado sus- pensión en el baile á sus amantes y envi- dia á las ninfas de la limpieza, anocheció- le allí por haber tardado en enjugársele la ropa; asistióla á su compañía el aficionado Fierres, prevenido de esportillero para lle- var los paños y de un jumento de aguador para que ella no se cansase en subir la cues-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 29

ta de la Puerta de la Vega. Mientras des- cansaba del trabajo de haber doblado la ropa, le pudo decir el derretido gabacho, en el mal aliñado lenguaje que hablaba, que era medio en gascón y medio en caste- llano, estas razones:

Seora Catalina: ya voasté habrá echado de ver en mi asistencia cuántas ventajas hago á lis competidores que tengo, y asi- mismo en la liberalidad con que la sirvo en lo que se ofrece, por lo cual debe te- ner más atención an mi persona que de los demás, pues casi todos llevarán la mira á solo su apetito y dejalla luego, y yo la tengo en merecer ser su marido. Aunque sirvo de lacayo, como ve, puedo dejar de serlo sin que me falte el sustento, pues gracias á Dios tengo más de cuatro mil reales, con que tengo á medias cierto tra- to con que se aumenta mi caudal cada día; si se determina á que nos juntemos en con- sorcio, será de estimada como merece su persona y regalada como la propia rei- na. Este caudal que traigo en compañía le tendré yo solo, tomando modo de vivir, con que me prometo antes aumento que dis- minución. Su gusto , aquí que estamos á

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solas, me holgaré de saber: voasté me li diga.

Era el gabacho de buena presencia, y es- tábale inclinada Catalina, la cual se holgó no poco de verle con caudal; aunque recelo- sa del engaño del segoviano quien no ha- bía podido hallar en Madrid), quiso que la evidencia la desengañase; y así le dijo que estimaba su voluntad, y que en cuanto á disponer de no se determinaba hasta que con más certeza viese que lo que decía era verdad; que ella había de tocar el dinero primero y verlo en depósito de su amo, y que entonces se haría el casamiento; porque te- nía tanto escarmiento de los engaños de los hombres, por uno que la hizo quien la des- terró de su patria y dio á conocer las aje- nas, dándole palabra de ser su marido, que estaba desde entonces con propósito de no creer más de lo que viese con sus ojos. Aquí le dio á entender como no iría virgen á su tálamo.

Fierres, que era hombre de buen estóma- go y que aquel defecto ya le daba por sabi- do, aceptó el partido de Catalina, y así, en esa conformidad, volvieron á Madrid, que- dando de concierto que dentro de cuatro

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días el gabacho llevaría su dinero en poder del amo de su moza, y que liecho deposita- rio del, estaría en su poder hasta tener las bendiciones de la iglesia. Con esto lle- garon á la posada, donde aguardaban á Ca- talina con algún cuidado por verla tardar más que otras veces. Queríala su ama tan- to, que no la dijo nada por su tardanza.

Acabado de dar recaudo á los huéspedes, Catalina dijo á sus amos que quería hablar- les á solas; y así se retiraron con ella á su aposento, donde les dio cuenta del empleo que se la ofrecía y la seguridad que su fran- cés le daba. No les dio gusto esto, porque en Catalina tenían muy buen servicio y bien acreditada su casa de huéspedes, y por la fama de su buena cara, voz y donaires, jamás se vaciaba; procuraron estorbarla el casamiento poniéndola por delante los en- gaños que había en la corte y que aquel di- nero podría (no obstante que le depositaba) no ser suyo, sino de algún amigo que se le daría para efectuar el consorcio. Esto y otras cosas le dijeron á Catalina, mas no por eso la disuadieron de su'propósito, co- nociendo ella (que no era necia) la causa por que la apartaban de casarse, que era

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por servirse de ella j serles importante en casa. Vista del mesonero y su miijer su re- solución, vinieron en que se efectuase su gusto con el concierto que habían heclio.

No anduvo descuidado el gabacho, esti- mulado del amor de la moza; que antes del término puesto ya tenía cuatro mil reales depositados en poder del amo de Catalina y tomado recibo dellos para su seguridad. Con esto se hicieron las amonestaciones, y mien- tras pasó el término dellas, la hija de mi madre (que soy yo) se forjó en las riberas del señor Manzanares, porque persuadida de Fierres (ya con seguridad que quien en- tregaba su caudal no la faltaría como el segoviano), no supo hacerle resistencia, brindada de la soledad del campo. En aque- lla ribera se formó Teresa de Manzanares, dándome el apellido el mismo río. Final- mente (por no alargarme), los dos se casa- ron, siendo aquel día muy célebre entre los lacayos y fregonas de Madrid. Los novios salieron muy lucidos, sin tocar en el dinero depositado; porque Catalina le tenía gran- jeado de huéspedes con su buena labia y liberal proceder en un año que sirvió en el mesón, y Pierres hubo del letrado, su amo,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 33

el vestido para casarse, que presumiendo no le dejaría de servir, le quiso obligar con lu- cirle el día de su boda.

Duró el baile della hasta que la noche di- vidió á la gente. Pierres se quedó en el me- són con su mujer, y esotro día trataron de mudar de albergue.

Habían los dos novios comunicado en qué sería bueno ocuparse, y quedó resuelto que tomasen una casa para hacerle de posa- das, comprando de aquel dinero los ajuares necesarios.

Esto pusieron por ejecución esotro día; compraron de aquellas almonedas ropa para seis camas en buen precio, sillas y de- más adornos forzosos, y con ellos dieron en la calle de Majadericos, adonde tomaron casa capaz para aquella ropa, por probar la mano y ver cómo les iba; queriendo Pie- rres volver á ser bohonero, por ver que el francés que le fiaba se había ido á Francia.

Con esta conformidad, ve aquí v. m. (se- ñor lector) casada á mi madre, señora de su casa, y mi padre dueño de una lucida casa de buhonería.

LA NINA DE LOS EMBUSTES

CAPITULO III

En que refiere Teresa su nacimiento y ocupa- ciones puenles hasta la muerte de sus pa- dres.

A los nueve meses de casados ya Teresa de Manzanares había visto este mundo, sa- liendo á él con buen alumbramiento de mi madre. Fué grandísimo el gusto que tuvo el francés con mi nacimiento y igual á él, el cuidado con que me crió hasta edad de sie- te años; salí con razonables alhajas de la madre naturaleza en cara y en voz; mi vi- veza y prontitud de donaires prometieron á mis padres que había de ser única en el orbe y conocida por tal.

Ya hacía mis mandados trayendo vino para los huéspedes y otras cosas de una tienda vecina á nuestra casa, imprimiéndo- seme lo de la risa como carácter, que no se me borró en toda la vida. Era un depósito de chanzonetas, un diluvio de chistes, con

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que gustaban de los huéspedes, y me las pagaban á dineros, con que mis padres me traían lucida.

Hubo una junta de gabachos en que mi padre se halló, y rematóse el festín en una cena, que fué bien proveída de carnes y me- jor de vinos; los brindis se menudearon de modo, que ninguno volvió en sus pies á su casa. Trajeron á mi padre á la suya atra- vesado en un frisón de un coche del emba- jador de Francia, que en casa de su des- pensero se había hecho la gera.

Nunca tan confirmada zorra le había vis- to mi madre, aunque muchas veces se ha- bía asomado á serlo. Recibióle con tristeza prenuncio de lo que de allí resultó, que fué darle á la inedia noche una apoplegía, con que no bastó remedio humano, ni le tuvo la medicina para volverle en su acuerdo para que siquiera se confesara, y así murió esotro día á las cinco de la tarde. Estos da- ños vienen de la gula y embriaguez, y nun- ca se puede prometer menos quien la usare.

Quedó mi madre viuda y en su casa, con algún caudalejo, con que prosiguió en tener casa de posadas, viendo que le iba bien en .aquel modo de vivir; siempre tenía una

36 CASTILLO SOLÓRZANO

criada y á mí, que la servia de mandadillos menudos; pero viendo en buena habili- dad para todo, quiso que aprendiese á la- brar en casa de dos hermanas viudas que vivían en aquellos barrios. Allí acudí á la- brar, aventajando en esto á todas cuantas condiscípulas tenía, en menos de un añOj cosa que admiraba á las maestras.

Era yo tan inquieta con las demás mu- chachas, que siempre las estaba haciendo burlas, haciéndolas creer cuanto quería, que eran notables disparates, todos con or- den, á salir con mis burlas, con lo cual granjeé el nombre de La Niña de los em- iusfeSj que dilaté después porque no se bo- rrase mi fama.

Hallándose mi madre viuda, moza y va- cío el lugar que dejó mi padre, quiso que le ocupase un huésped que había días que es- taba en casa, temiendo no poder pasar los rigores de un recio invierno que aquel año hubo, y así se enlazó en ambos una firme amistad, que la obligó á hacer expulsión de mí, acomodándome á dormir en la cama de la criada, cosa que 3^0 sentí en extremo, y aunque niña, bien se me traslució la causa porque se hacía aquella novedad conmigo,

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con lo cual tuve tanta ojeriza al huésped, que no le podía ver delante de mis ojos, de suerte que su presencia me helaba en lo más sazonado de mi humor, y así todas las veces que podía quedarme á dormir en casa de mis maestras no iba á casa, acomodán- dome en la cama de una hija que tenía la una dellas, doncella, de edad de dieciocho años, moza de buena cara.

Era la profesión del huésped (familiar de mi madre) arbitrista, hombre de grandes máquinas, fabricadas entre sueños y pues- tas en ejecución despierto, por una que acertó á salirle bien (hurtada de un amigo suyo, que murió siendo compañeros de po- sada, en que medró con el ingenio del otro tener trescientos escudos); prosiguió con el ejercicio arbitrario, y vino á dar con el jui- cio por esas paredes, cansando á ministros y gastando memoriales en balde, pues to- dos se reían del.

Mejor le iba con el arbitrio de haber gran- jeado la voluntad de mi madre, pues con ella hallaba comida y posada de balde y andaba vestido como un rey. Traíale des- velado un arbitrio, que era no menos que el desempeño de toda España, cosa que él

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tenía por muy fácil con la traza que daba, con que se prometía una gran suma de di- nero, y á mi madre hacerla rica para toda su vida.

Tenía una labia en explicar sa arbitrio entre la gente ignorante, que creían todos que saldría con él, y entre los boquimuelles era una mi madre, cosa que le costó la ha- cienda y la vida, porque habiendo este hombre presentado sus memoriales en el Consejo y comunicado con los ministros del su arbitrio, viendo ser sin pies ni cabeza^ no sólo no le admitieron; mas, por eximirlo de sus cansancios y necias máquinas, le mandaron que dentro de ocho días saliese desterrado de la corte.

Sintiólo terriblemente el licenciado Ce- badilla (que así se llamaba), y viendo ser forzosa su partida y haber de dejar á mi madre que le sustentaba, quiso pagarle lo que la debía con una buena obra, y fué que la noche antes de irse (que ocultó á mi ma- dre) la descerrajó un cofre y del la sacó más de cuatrocientos escudos en plata que tenía granjeados con su trabajo. Madrugó aquel día mucho, y dejándola muy descui- dada del hurto, tomó muías y partióse á su

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 3S

tierra, que era Mallorca. Queriendo ese día mi madre abrir el cofre, vio quitada la ce- rraja del y vacío de la moneda que había ganado con no poco trabajo; hizo sus dili- gencias en buscar el ladrón, mas fueron en balde, porque él se supo guardar bien con la pena del hurto.

Cayó mi madre enferma, y agrávesele la enfermedad de modo, que en ocho días aca- bó con su vida, dejándome huérfana, de edad de diez años, y pobre, que era lo peor, porque en pagar los gastos del entierro j el alquiler de la casa (que lo debía de un año) se consumió casi todo el menaje de ella.

Hallé amparo en aquellas dos hermanas ^ mis maestras de labor, y recibiéronme en su casa, pasando á ella lo poco que había quedado de la de mis padres, que era la ropa de dos camas, sillas y uno ó dos cofres vacíos.

Aquella noche, primera que dormí en su casa, hiciéronme las dos ancianas un largo sermón en orden á decirme, como quedaba huérfana de mis padres y pobre, y de las tales sólo la virtud les era su dote y reme- dio; que procurase siempre inclinarme á ella, pues era lo que me había de \'aler, que

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CASTILLO SOLORZANO

ellas, en cuanto pudiesen, no me faltarían, queriendo su compañía. Aunque de tan poca edad ya yo tenía bachillería para agra- decerles esta merced y prometerles hacer lo que cristianamente me aconsejasen; con que me quedó en su servicio, querida dellas como si fuera hija suya.

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CAPITULO IV

^n que prosigue lo que pasó en servicio de sus maestras.

Lbes años continué en servir á mis amas, en los cuales supe todo lo que había que aprender en materia de labor, y juntamente con ello á leer y escribir con mucha perfec- ción, porque desde pequeña fui inclinada á esto, y la inclinación lo facilita todo.

Tenía Teodora, la hija de una de mis dos amas (como he dicho), muy buena cara, y traíanla bien vestida, aunque honestamen- te, pues como fuese lucida y por ello bien vista, acudieron "galanes á servirla. Tres eran los que andaban paseando su calle con deseos de tener lugar de verla: un mé- dico, un gentilhombre de un señor de títu- lo y un estudiante.

Los deseos de ellos ya se vían al fin á quc; tiraban; no se conocía sino sólo en el me-, dico que aspiraba á consorcio.

42 CASTILLO SOLÓRZAXO

Todos eran mozos y no de la condición que las viejas querían para Teodora; porque quisieran ellas más juicio y más provechosa ocupación, porque el médico más asistía á- la calle á buscar remedio á su dolencia que á dársele á los enfermos, para ganar dine- ros y adquirir fama. El gentilhombre;, sir- viendo, claro manifestaba no tener proprios ningunos, pues necesitaba del socorro de su amo; era gran músico y de las mejores vo- ces que había en la corte. El estudiante no había acabado sus cursos de leyes en Alca- lá, faltándole los tres años de pasante para esperar provecho del. Era aficionado á las Musas más que á los textos (plaga de quien huye el dinero, como la gente de lugar apestado).

Esta trinca de galanes festejaba á la se- ñora Teodora, á la cual no la pesaba del cortejo, porque no hay mujer que la pese de ser querida. Era yo el archivo de sus se- cretos y la llave de su corazón, y así con- fería conmigo lo requestada que era de es- tos tres galanes, por recaudos y papeles, aunque no se mostraba inclinada á ninguno,, ni jamás respondió á papel que la diesen.

Quien más entrada tenía en casa era el

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médico, y esto por haber venido en compa- ñía de otro que curó á la madre de Teodora en una peligrosa enfermedad que tuvo, de donde se originó el conocimiento y de allí el amor. Deseaba el segundo mostrar su ha- bilidad en cantar más cerca que de la calle, y buscaba todos los medios posibles para tener entrada, pero no había orden. El ter- cero (que era el poeta) estaba desahuciado de tener lugar en casa de Teodora, por ser mozuelo y no tener ocasión con que poder visitar á su madre y tía.

Era yo acariciada de todos tres, desean- do trabar conversación y tener conocimien- to conmigo. Unos días anduve muy severa con ellos, en las ocasiones que salía fuera de casa por lo necesario para ella; mas como era inclinada á la travesura, me pare- ció traer embelesados á estos tres amantes. Vime primero con el médico, haciéndome encontradiza con él; apenas me hubo visto, cuando, deteniéndome, me dijo:

¿Es posible, señora Teresa (que ya todos me sabían el nombre), que v. m. sea tan es- quiva con quien la desea servir, que no me- rezca un rato de audiencia en tantos días como ha que la pretendo? Sin duda se le ha

44 CASTILLO SOLÓRZANO

pegado á v. m. la esquividad de su ama, pues con ella trata así á quien la quiere bien; humánese v. m. y atienda un rato.

Yo me paré y le dije:

Crea v. m., señor doctor, que los que servimos en casas tan recatadas como la de mis señoras, debemos andar con mu- cho tiento en esto de que nos vean ha- blar con nadie, y menos con v. m., que está declarado por pretendiente de la señora Teodora; que á no haber esto de por medio, sabe el cielo que ninguno de cuantos pasean aquella calle deseo que mi señora favorezca como á V. m.; y esto me debe, en las ocasio- nes que se han ofrecido, de hablar de su? pretensores, que á todos ellos le antepongo, por lo que le estoy inclinada.

¿Es posible (replicó el médico) que

tanto bien tengo en v. m. sin haberlo sabi- do? Puesto me ha con eso en obligación de regalarla y sevirla, como lo verá por la ex- periencia. Ahora la suplico me diga cómo estoy en la gracia de la señora Teodora.

Si he de decir la verdad, como v. m. me palabra de que no diga que lo sabe de mí, á v. m. muestra inclinación sola- mente (dije yo); porque se huelga mucho

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 45

cuando la hablan en sus cosas y alaban su persona.

¿Qué haré yo (acudió el doctor, loco de contento de lo que oía) para que se dig- ne de responder á un papel mío, que algu- nos la han dado y á ninguno ha gustado de dar respuesta?

Eso yo bien (dije yo), y que entre los que ha recibido de otros galanes sólo los de V. m. ha guardado, y los demás ha hecho pedazos; porque dice que tan discre- ta enamorada prosa no ha leído en su vida.

Todo esto era echar leña en el fuego de mi médico, el cual, oyéndome esto, me echó los brazos al cuello diciendo:

jAy, mi Teresa; no cómo exagere el contento que con oir eso he recibido; hoy ha sido su presencia de ángel para mí, pues como tal me ha consolado! No se volverá á casa sin ser servida de sino como deseo, como lo pide la ocasión de haberme cogido en la calle; véngase conmigo.

Seguíle y llevóme á una tienda, en la cual me compró cintas, arracadas y valonas; y pasando á otra, un muy curioso calzado de medias, ligas, chinelas y zapatillos; dicién- dome que perdonase, que en otra ocasión

46 CASTILLO SOLÓRZANO

Yería cuánto más se alargaba conmigo. Agradecile el favor y díjome que cuándo quería dar un papel á mi ama. Yo le res- podí que esotro día le tuviese escrito, que yo liaría fácilmente el oficio de intercesora suya y que le aconsejaba que procurase re- galar á su dama; que siempre había oído decir que los regalos eran eslabones de que se hacía y forjaba la cadena del amor.

Estimó mi consejo y prometió hacerlo; con que me despedí del, pareciéndome que para primera visita no había surtido mal, pues salía della con ferias, prometiéndo- me, así del médico como de los otros ga- lanes, más medra á costa de sus bolsas sin que Teodora lo supiese. Volví á casa, ocul- tando el donativo de la vista de mis amas, depositándole en mi arca.

No se descuidó el doctor el siguiente día en aguardarme al mismo puesto donde el pasado me había hablado; ya traía su papel escrito, saludóme, y dándomele, me llevó consigo á una casa, donde tenía una caja, y en ella cuatro pares de medias de seda y oro de diferentes colores, y otros tantos pares de ligas conformes á las medias, con guarniciones de puntas de plata y oro; mu-

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oha cantidad de tocas, cintas, guantes y flores para la cabeza; bien valía el presente buen dinero. Confieso que viéndole me arrepentí de haberle obligado á tal exceso, no sabiendo el modo que tener para guar- darlo de los ojos de Teodora; de su parte le agradecí la generosidad, y de la mía le ofre- cí darle el papel y procurar respuesta.

Con esto volví á casa en ocasión tan bue- na, que todas mis amas estaban en misa, y sola una niña, discípula de labor, me aguar- daba. Abrióme, y sin manifestarla lo que traía, di con ello en el secreto de mi arca. Sucedió esa tarde asistir los tres galanes en la calle, como lo acostumbraban, y Teodora á hacerles ventana, á quien yo acompañaba; quise darla un tiento para saber cuál era más bien recibido en sus ojos, y diciéndo- me que ninguno, la repliqué:

Pues yo cierto que el médico os de- sea con buen fin.

¿Cómo lo sabes? (me dijo ella).

Sus acciones lo manifiestan; (acudí yo) y el haberse él declarado con personas que á me lo han dicho, y yo tengo por perfec- to amor aquel que se manifiesta no sólo con acciones, sino con obras.

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¿Pues cuáles son las del médico? (dijo Teodora) que hasta koy no he visto que se haya alargado á eso?

Y si lo hiciera (dije yo) ¿qué se le si- guiera?

Tales pudieran, ser (dijo Teodora) y tanto me pudiera obligar, que teniendo fir- me experiencia de su voluntad hallara en- trada en la mía, porque estoy informada que espera heredar á un tío suyo.

Hallé el cabe de paleta y no quise dejar de tirarle, y así la dije lo que con él me ha- bía pasado, y cuan verdadero amante era. Saqué el papel y dísele, pidiéndola perdón de haberme atrevido á tomarle sin su licen- cia; y díjela que la subiría el presente sin decirle lo que era por menudo, con inten- ción de que del participase un par de me- dias y otro de ligas.

Era Teodora un poco vana y no tenía mu- cho de lo de Salomón, y así hízola buen estó- mago lo del presente, y con este gusto mos- tró no desplacerse de haber admitido el presente, ni de darla el papel, el cual leyó allí en ocasión que pudo el médico verlo desde la calle, de que me holgué mucho. Significaba en él, con bien pensadas razo-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 49

nes, su voluntad, el fin á que la dirigía, los desvelos que por ella pasaba, y sin tratar del presente le suplicaba respondiese al pa- pel, firmándose en él «perpetuo esclavo de v. m.»

Otros babía tenido Teodora más enamo- rados que aquél de que pudiera haberse pa- gado más mas; fué gran cosa la cortapisa del donativo, que es gran batería la que ha- cen en cualquier mujer las dádivas, que al fin (como dice el antiguo brocardico) que- brantan peñas.

No lo era mucho Teodora; y así, como una manteca blanda y como una corderilla man- sa, después que encareció la buena nota del papel, quiso verse jíí con el presente en las manos. Mandóme subirle á su presencia; 3^0 lo hice, reservando empero para las me- dias y hgas que más me contentaron, que fueron unas de nácar y plata. Compúselo bien y subí la caja; esto se pudo hacer sin que lo viesen las viejas, que estaban en vi- sita con dos beatas de su misma edad.

Abrí la caja delante de Teodora, y abrié- ronsele á ella más los ojos viendo los vivos colores de medias, ligas, cintas y rosas con todo lo demás ya referido. Ya estaba con

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lo visto tan de parte del módico, que si en su mano estuviera, aquella noche se la die- ra de esposa; tanto las envanece á las que son amigas de galas que se las ofrezcan.

Respondió esa noche al billete del doctor con ayuda de vecinos; porque aunque mu- chachas, tuvo el papel más de mi nota que de la suya. Lo que contenía era estimar su voluntad, dándole esperanza, que con per- severancia en ella obligaría mucho á su madre 3'" tía para llegar á verse del todo favorecido j de camino agradecía el pre- sente con grandes exageraciones en que qui- siera Teodora gastar un pliego de papel si yo no lo resumiera en breves razones.

Quería corresponderle en la firma ponien- do como él «esclava de v. m.»; mas yo la reprendí su arrojamiento diciéndola que en muchos días no había de merecer ese favor. Mas ella lo hacía sólo por si esto sacaba más presentes á la traza de aquél, que le había ganado mucho la voluntad. Di esotro día el papel al Avicena de poquito, con el cual hacía cosas de hombre fuera de juicio; tal le tenía el contento.

Prometióme montes de oro, no acabando de darme las gracias del buen tercio que le

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había hecho con su dama: despedíme del prometiéndole no me descuidar en su servi- cio, con que revalidó la promesa.

No me contenté con traer al médico solo en la danza de amor, pues es más de estima cuanto más gente se ve danzar; y así me procuré ver con el galán sirviente en pala- cio, por no decir escudero.

Los mismos lances me pasaron que con el médico; los cuales excuso por huir de prolijidad j haber mucho que decir en el discurso de mi historia.

Díle á entender cómo el médico regalaba á mi ama, por ver si esto le animaba á otro tanto para excederle; y quiso mi buena suerte que había llegado el plazo de la paga de su salario, con que se animó á en- viar á Teodora un corte de tafetán doble negro para un vestido con su guarnición y adherentes, y á me dio la misma tela para un jubón. Sentí ser el presente en es- pecie que no pudiese circuncidarle, como había hecho con esotro.

Llevé todo aquello á casa con otro pa{'el, y viéndome con Teodora, la dije:

Señora, no hay sino buen ánimo y iio mostrar afición á nadie; hoy he hecho la

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mejor hazaña que mujer del mundo acabó, pues he sacado de poder de un hombre de palacio un vestido para v. m.; valor ha sido grande quitarle á un hombre en un día lo que guardaba para matar el hambre en muchos. Ahora veo caán poderosa fuer- za es la del ciego Dios que hace anteponer su deseo al sustento de una sabandija pala- ciega.

Mostréla el tafetán y recaudos necesarios, con que Teodora se acabó de rematar de juicio, considerándose ser ella sola la deidad de Madrid, pues por su belleza la contri- buían los galanes, en tiempo que cerraban el puño á toda demanda. Leyó el pape!, no menos enamorado que sucinto, que como el galán tenía más vivo el ingenio á puras dietas, excedió en la prosa al Galeno, que sólo tiraba á las substancias sin andarse por los arrequives de la filatería. Prometía por cortapisa de su papel darle á Teodora una música aquella noche, que ella aguardaba muy alborozada, porque era aficionadísima á oir cantar, y tenía muy buena voz y ma- 3^ores deseos de aprender á tocar una gui- tarra, y yo no menos que ella con la oca- sión de tener también razonable voz.

LA NIÑA DE LOS EMUUSTES 53

Esa tarde no quise dejar de andar todas las estaciones, y así me vi con el estu- diante. Era grande socarrón; recibióme afa- blemente, diciéndome:

Señora Teresa, gala de la mantellina y donaire de la pedante ser afinidad: no pon- dero con hipérboles ni exageraciones cuánto júbilo ha sentido mi alma con ver esa an- gélica presencia de v. m.; válgame ella en la de mi señora Teodora, para que conozca de este su amante la más fénix voluntad que ha visto el orbe. Todas mis potencias ocupo en amar á su ama y mi dueño; la me- moria siempre la tiene presente, conside- rando sus partes tan dignas de ser amadas; el entendimiento busca exquisitos modos para darla, entre mil atributos que maqui- na, el que merece su beldad; la voluntad está prontísima á adorarla; no he dejado hermana de todas las nueve que ministran el ambrosía, al deifico planeta, protector suyo, que no invoque para hacerla encomios á sus perfectas facciones; dos resmas de pa- pel tengo escritas de octavas en su alaban- za, que pienso imprimir, dándoles el título de la Teodorea, derivada de su dulce nom- bre, que fué quien me subtilizó la vena.

CASriLLO SOLÓRZANO

avivó el ingenio y me dio conceptos. Sírva- se V. m., de hacer presentación á su señora destos servicios, para que pronto, en su tri- bunal, alcancen el premio que merecen.

No pensé que acabara el licenciado en aquella hora, hallándome confusa con tanto almacén de palabras; que es peor escuchar un verboso, que sufrir un dilatado tormen- to en un potro. Con todo (si va á decir ver- dad), lo decía con tanta gracia, que á me dejó parada de lo crespo de su prosa; y si hubiera de estar en mi mano el premiar á los tres amantes, éste se aventajara á los demás, que tenía gallardo entendimiento; á me enamoró.

Diráme v. m., señor letor, que no fuera yo mujer, pues escogía lo peor; á que res- pondo que como disculpa á un amante el casarse bajamente por la hermosura de una mujer, así me puede disculpar á por el buen entendimiento del licenciado Sarabia, que así se llamaba. Con todo le quise dar algún tiento en el ánimo por ver el qué tenía, y así le dije cómo sus competidores anda- ban muy finos en obligar á mi ama con pre- sentes. Un poco se atajó con esto, cono- ciendo yo en su semblante que le había pe-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES

sacio que á esto hubiesen llegado; mas en- cogiéndose de hombros dijo:

El verdadero amor, señora Teresa (si hemos de seguir la opinión de muchos que trataron del), ha de ser sin interés alguno; desnudo le pintaron los antiguos por eso, que amor vestido ya deja de serlo y es in- terés. Si la señora Teodora mira bien esto con los ojos de su prudencia, yo que seré preferido á mis dos competidores sin dádi- vas de por medio. No digo que no las diera con más generoso ánimo que esos caballe- ros; pero un hijo de familias, estudiante por un ladoy poeta por otro, mire v. m. qué caudal podrá tener para ofrecer á las aras de la señora Teodora lo que merece su dei- dad. Resuélvome en que no siendo la dádi- va igual á la persona que se da, que antes es desprecio que estimación suya. Grande cantidad de finezas haré yo por su servicio, menos las que tengo reservadas por mi im- posibilidad; gran suma de encomios oirá de mi boca, destilados de este ingenio, á costa de muchos desvelos, que dilatados por la corte no la harán menos celebrada que lo fué la hermosa Laura del Petrarca. Esto la ofrezca v. m. de mi parte y una perse-

CASTILLO SOLORZANO

verancia firme en quererla, y de lo demás no se trate si v. m. gusta.

El despejo con que dijo esto ocasionó un cuidado en mí, que desde aquel día quise bien á aquel hombre; teniendo ya celos de que con tanto afecto se mostrase aficiona- do de Teodora, pareciéndome que, según la voluntad se iba empeñando en quererle, todo lo que la suya se enderezaba á servir- la era tiranizármela á mí. Hízoseme tarde, y así me despedí del, sin darle con demos- tración alguna á entender la nueva pena que en mi pecho llevaba.

Esta noche á las doce, cuando todos es- taban en quieto silencio, se puso en la calle don Tristán (que así se llamaba el galán músico); acompañábanle otros dos amigos, todos con instrumentos bien templados, y después de haber, con un sonoro pasacalle, pedido el silencio á los que les podían oir, cantaron este romance;

Teosinda, ninfa que al Tajo favoreció sus cristales, con más prenda de hermosura, ya es gloria de Manzanares.

Ufanos están sus bosques, si pisa su verde margen.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTKS 57

y el seguro de qae el Sol pueda atreverse á agostarle.

La amenidad de las flores vivos aromas esparce, por imitar de su boca los que exhala más suaves.

Acrecienta su hermosura cada vez que al campo sale, en la juventud deseos como envidia en las beldades.

Trineo que de este Sol es flor de Ciicie constante, alabando lu belleza esparció la voz al aire.

Quién habrá que iguale á este Sol que á los campos nace, que si rinde las almas, alagra las selvas y calma los aires.

El es sólo quien gana las voluntades, extraño hechizo de amor puso el cielo eu tal beldad, pues no haj' libre voluntad exempta de su rigor: á poder tan superior, resistouciai poco valen, que si rinden las almas, etc.

Cantóse á cuatro voces este romarrce con grande destreza, dando mucho gusto á Teodora, y más de ver que la letra se había hecho á propósito con su disfrazado nom- bre, dando más ciertas señas con decir ha-

58 CASTILLO SOLÓRZAXO

ber salido de Toledo, donde había nacido para venir á Madrid.

Quiso don Tristán dar muestras de su habilidad solo; y así, templando su instru- mento, cantó esta letra:

Si en cuidados, en penas y celos, se conocen las muestras de amor, yo cuidando, penando y celando, manifiesta se ve mi pasión .

Amor qvie es pasión que inflama, por más que su ardor se emboce, por el humo se conoce adonde asiste su llama: cobren mis fineza'í fama y quilates su valor, que cuidando, penando y celando, manifiesta se ve mi pasión.

La pena con el desdéu mal se encubre, que es mortal, y manifiéstase el mal adonde espera su bien; no hay amante en quien no estén esperanzas en verdor, si cuidando, penando y celando, manifiesta se ve su pasión.

Apenas acabó el enamorado galán de can- tar esta letra, con dulce voz y diestros pa- sos de garganta, á satisfacción de Teodora, que la tenía enternecida, cuando de tropel

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 59

f embestido de cuatro hombres que, arma- dos de broqueles y espadas, le comenzaron á acuchillar. Arrojó el instrumento de las manos (malogrando el cuidado que en él puso su artífice), y sacando la espada se co- menzó á defender con valor; los compañe- ros que con él habían venido á ayudarle á dar la música eran pagados, porque de aquello vivían, y no se extendía su esfuerza de la garganta á las manos; y así, con su dinero en las faltriqueras, que habían reci- bido de antemano i.por temerse de perros muertos como las damas de placer), toma- ron la calle abajo con mucha priesa, dejan- do á don Tristán en poder de sus enemigos, que le maltrataban de suerte, que con seis heridas quedó tendido en tierra pidiendo confesión.

Conocióse ser el autor deste desmán el médico; que diestro en la hoja, del tiempo que la ejercitó en Salamanca, sabía ser ho- micida de á dos manos, con las purgas y el acero. Dejaron él y los cómplices la calle, y á nuestro don Tristán muy al cabo, pidiendo á voces que le trajesen confesor.

A ellas salió un clérigo vecino, y compa- decido del le entró en su casa, ayudado de

CO CASTILLO SOLÓKZANO

un criado suyo, adonde le confesó, envián- dole en el ínterin á llamar á un cirujano que le curase.

Alborotóse la vecindad, despertaron mis amas y halláronnos á la ventana; quitáron- nos della con no pocos golpes, afeándonos la liviandad de haber salido á oir la música. Acudió gente á la casa del clérigo, y no fal- tó su poco de alguacil, que acertó á pasar por allí, con su añadidura de escribano y zarandaja de corchete.

Comenzó á hacer luego información do la pendencia, examinando testigos, mientras al pobre de don Tristán (habiéndose confe- sado) le curaban.

Hallóle muy mal herido el cirujano, y apartóse del con muy pocas esperanzas de su vida. Así lo declaró al alguacil, el cual fué examinando vecinos de la calle, y no faltó alguno que dijo haber conocido al mé- dico, y con esto también dijo la afición que los dos tenían á Teodora y que nunca salían de la calle, si bien á ella la salvó alabando su^ virtud y recogimiento.

No estaba el herido en estado para to- marle su declaración; porque una herida que le dieron en la cabeza le tenía fuera de

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 61

SU sentido. Dejó el alguacil allí, por guarda suya, al corchete, y fuese á la casa del mó- dico, donde no sólo no le halló, mas ni la cama en que dormía, que todo la había tras- puesto, visto lo que dejaba hecho.

Luego se comenzó á divulgar haber sido la pendencia por Teodora, con que vino á oídos de su madre y tía, que lo sintieron sumamente, pagándolo la pobre moza y yo; porque nos maltrataron mucho y estuvimos condenadas á rasura, castigo de las garzo- nías de palacio.

Con lo que se libraron de otras fué con mudar de barrio, yéndose á vivir á la E-ed de San Luis, en una casa á la malicia que tomaron sólo por no tener vecinos que las registrasen.

Dentro de tres días murió don Tristán, que nos causó grande lástima, y Teodora el lloró algunas lágrimas, viendo que por su causa había perdido la vida. El médico se ausentó de Madrid; porque si le cogieran peligrara, que era don Tristán bien nacido y su amo le quería bien, y tomó muy á su cargo el buscar el homicida, mas él se puso en salvo por huir de verse en poder de la justicia.

62 CASTILLO SOLÓRZANO

De los tres competidores sólo el lincen- ciado Sarabia quedó en la tela, armado de versos j no de las armas reales en acuñada moneda. Ya deseaba yo encontrarme con él, que le había cobrado grande afición; pero las viejas me celaban de modo que no me dejaban salir de casa, y así aguardaba á que se les pasase el enojo y recelo que de nos- otras tenían, disimulando Teodora las ga- las, que sabía tan poco, que ya quería ma- nifestarlas si no fuera por mí.

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CAPITULO V

De cómo Teresa halló con su industria ejercicio con que salió de sirviente; da cuenta de su medra y lo que sobre esto le sucedió.

L\o era mi habilidad tan poca que en mate- ria de labor de costura, y cualquier curiosi- dad, no la aprendiese luego que la viese ha- cer. Valióme esto para salir de criada de aquellas ancianas viejas, y subir á que me estimasen por compañera suya: cómo vino á ser esto, diré al señor letor.

Llegóse la Cuaresma, hasta la cual no fué posible dejarme salir mis amas fuera de casa, temerosas aún del pasado suceso; mas asegurándose ya del susto, volví á salir á comprar lo necesario, bien cuidadosa de ver al licenciado Sarabia, á quien no había per- dido de mi memoria. No poca diligencia hizo él (según después supe) por saber dón- de había sido nuestra mudanza; mas como Madrid es tan grande, y nosotras vivíamos

64 CASTILLO SOLÓRZANO

recogidas, sin darme lugar á salir fuera si no era á misa, no pudo dar con nuestra po- sada.

Sucedió, pues, que un día que mis amas me enviaron á visitar á una amiga suya que estaba enferma, y vivía en la calle de Can- tarranas, la hallé ya levantada de su indis- posición, y en su compañía una mujer de buena cara, que, á lo que después supe, era de la comedia y una de las mejores repre- sentantas que por entonces babía.

Estaban en aquella sazón diez autores de comedias en Madrid, haciendo sus compa- ñías de nuevo, que siempre por las Cuares- mas hacen su capítulo general los represen- tes, como por Pentecostés las religiones. Volviendo, pues, á esta mujer, estaba ocu- pada con la amiga de mi ama quien iba á visitar) en una extraordinaria labor; á me lo pareció, por no la haber visto, y era forjar de pelo postizo un copete con sus ri- zos y guedejas, tan bien rizadas que enga- ñaran á cualquiera, juzgándolo puesto en la cabeza ser del propio pelo.

Esta invención (nueva en la corte é in- ventada en aquella forma por aquella mu- jer) era para ahorrar prolijidad en tocarse;

LA niRa de los embustes 65

pues estando todo hecho, en el espacio de un cuarto de hora está una mujer com- puesta.

Atenta estuve mirando del modo que se forjaba y cómo se componía y rizaba el ca- bello. Después, aguardando más de una hora hasta verle puesto en perfección, atrevíme á la tardanza á costa de tener un poco de rencilla con mis amas; pero no me estuvo mal porque me valió después mucho. Tomó la respuesta de la amiga de mis amas y vol- ví á casa con ánimo de poner en ejecución otra invención como aquélla, pareciéndome que sería necesaria para muchas mujeres que quieren abreviar con su compostura, y para suplir canas y falta de cabello. Riñe- ron las viejas mi tardanza; mas yo dición- doles la causa porque había sido, se sose- garon.

Llegóse un día de fiesta, en el cual, qui- se (ayudándome Teodora) fabricar la inven- ción del copete. Tenía ella mucho pelo qne la habían quitado en una enfermedad que tuvo, con el cual se comenzó la obra, y de la primera vez salió con tanta perfección hecha de mis manos, como si toda mi vida hubiera usado aquel ministerio, cosa que,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 6

QG CASTILLO SOLÓRZANO

puesto el copete en la cabeza de Teodora, dejó admiradas á las ancianas, mi presta habilidad , viendo cuánto la adornaba el rostro, y cuan estimada había de ser aque- lla invención si se comenzaba á usar della en la corte.

Salió Teodora con ella, otra fiesta á misa á la Victoria, donde se vio con algunas amigas suyas, de las bizarras de Madrid. Repararon en la novedad del pelo, y le ala- baron mucho lo bien tocada que estaba. Ella, que era muy rollar, pudiendo pasar plaza de ser cabello suyo, les dijo como era postizo de raiz; quisieron informarse las amigas, cómo estaba asentado, y por no destocarla allí, remitieron el verlo despacio en su casa aquella tarde, adonde la querían pasar visitándola.

No se descuidaron, que las novedades para las mujeres, es la cosa que más ape- tecen. Mostróles Teodora (estando yo pre- sente) el pelo postizo en forma de copete, y cada una propuso hacerse otro. Di joles cómo 3^0 era la maestra de aquella inven- ción, y todas me comenzaron á hacer mi- mos y lisonjas, y á prometer cada una ser- virme. Yo les pedí cabello del color de los

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 67

suyos, para poner en ejecución mi obra y en algo más cantidad que era menester, porque me sobrase para mí. Esotro día me enviaron el cabello y algunos regalos por el trabajo que ponía en su servicio y ador- no. Yo les hice tres copetes curiosísimos con que se lucieron y me trujeron nuevas parroquianas á casa. Tanto se fué dilatando"" la fama de mi habilidad, que ya no nes dá- bamos manos para nuestro ejercicio.

Nunca Teodora se dio maña á saber ha- cer aquella labor; entendía en aderezarme el pelo y prevenírmelo para que yo lo pu- siese en su perfección. Con esto lo pasába- mos bien, comenzándose con estima la in- vención, pues no sacaban ninguno de aque- llos copetes, que yo puse nombre de mofios^ menos que con desembolsar cuatro escudos, y si era señora la que le pedía, lo que me- nos daba eran cien reales.

Vieron las viejas presto el aumento por su casa, y conociendo ser yo la causa del, me vistieron y trataban como á la misma Teodora; ya yo presumía de dama, con mi moño, que no era el peor de los que salían de mis manos, porque la buena muestra Atrae la gente.

68 CAS.IILLO SOLÓRZANO

No se vaciaba la casa de mujeres de to- dos estados, unas, peladas de enfermeda- des; otras, calvas de naturaleza; otras, con canas de muchos años; todas venían con buenos deseos de enmendar sus defetos, y porque se les supliesen, no reparaban en cualquier dinero que les pedía.

Las viejas lo pasaban con sus niñas mos- trándoles labor, y Teodora y yo, con mis moños. Parecióles que, conociendo yo ser la maestra de aquella invención y ellas las que se echaban el provecho en la bolsa, no podrían conservarme en su compañía, y trataron de curarse en salud y prevenir re- medio con ofrecerme que en su casa me querían, de allí adelante, tener, no como criada, sino como compañera, y que la ga- nancia se partiese. Acepté esto, porque me estaba bien no perder su lado, que era bue- na gente y la ganancia mucha. Fuese au- mentando más cada día de suerte, que toda la corte acudía á nuestra casa, y las mayo- res señoras de ella se preciaban de tenerme por su amiga.

Acudía á sus casas 3'-, con un buen des- pejo y no pocas lisonjas que oian de mí, sa- lía de sus presencias no solamente bien pa-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 69

gado mi trabajo, mas con algunas dádivas de consideración; como era el vestido des- echado (que para nosotras es como nuevo) ó la sortija. Lo que eran las dádivas particu- lares, no entraban en par ti ja con las vie- jas, que eran derechos míos; con ellas me vestí y puse lucidísima.

Ya el licenciado Sarabia había hallado nuestra posada, y continuaba el galanteo de Teodora. Ofrecióse verme con él un día en San Luis, adonde de ordinario íbamos á misa, y allí le dije que no se cansase en pretender enamorar á Teodora, que no sería admitido jamás en su gracia, porque la apremiaba su madre á que viviese recogi- da. El, viendo mi desengaño y que ya yo estaba en hábito para poder ser galantea- da, y con más razón que Teodora, porque tenía mejor cara, me dijo:

Señora Teresa, yo nací para servir en la casa de esas ancianas señoras; esto ten- go propuesto, y supuesto que no ha lugar el servir á la señora Teodora, á v. m. le toca admitirme por suyo, asegurándola que con no menos afición, la entrego mi liber- tad.

Sonreíme un poco y díjele:

70 CASTILLO SOLÓRZANO

Señor Sarabia, brevemente muda V, m. de aires, no soy tan boquimuelle que crea eso de la libertad, piénselo bien y cuando esté fijo en la determinación, aví- seme.

Con ésto me despedí del, no poco conten- ta de que mudase de intento, proponiendo, si hallaba en él perseverancia en amarme, favorecerle en lo lícito, porque á otra cosa, no me estendiere por cuantos tesoros tiene el orbe, que esto era como una devolución de monjas, y por darle motivo que me hi- ciera versos, que gustaba mucho de ellos.

Dilatóse mi buena habilidad á cubrir ca- bezas de hombres, que parecían calaveras con vida; comenzando la prueba desto en la calva de un señor de título, hombre mozo que tenía este defecto. Era marido de una señora condesa, grande aficionada mía, la cual le persuadió á que se pusiese en mis manos. En tan buena hora se determinó que yo le hice una cabellera tan ajustada y con tanta propiedad á su pelo, que los que no le habían visto calvo, juzgaban ser cosa natural.

Pasó la palabra y había más hombres en casa á que les encubriesen sus faltas, que

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 71

á los confesores. Vióse nuestra casa enpocos días de otro pelo; yo estimada, Teodora con aumentos para su dote, y en vísperas de casarse, porque ya tenía edad jJara ello. No se determinaban á esto su madre y tía por temerse que yo luego las había de dejar.

No se olvidó Sarabia de lo quo le había dicho, y para darme la respuesta andaba rondándome la puerta; no halló entrada en algunos días, mas por tenerla á su gusto , trujo por discípula de labor á una herma- nita suya de edad de diez años, para que estuviese entre las retiradas, que había di- vión en las discípulas; las de gente ordina- ria asistían en el portal de casa á la ense- ñanza, de la tía de Teodora, y su madre era maestra de las hijas de gente principal, retirada en una sala más adentro, que c¿iían sus ventanas á un pequeño jardín, y otra que estaba antes désta servía para el recibimiento de nuestras parroquianas de pelo, donde las dábamos despacho.

Aquí, pues, trujo Sarabia á su hermana, encomendando á la madre de Teodora su enseñanza, y por continuar en nuestra casa, él mismo la acompañaba por la tarde y ma-

72 CASTILLO SOLÓRZANO

ñaña, y volvía á su posada. Con esto se vino á hacer familiar en casa, y tan afecto á las dos ancianas que hacían mucha esti- mación del.

Regalónos á Teodora y á mí, aunque de poquito, y era yo muy celebrada en sus ver- sos. También era músico, con razonable voz, con que vino á ser nuestro maestro de tonos, que antes les había tenido Teodora en un viejo que ganaba la vida á enseñar tonos á mujeres; mas con esto usaba el ofi- cio de tercero, ganando más en este trato que con las letras. Este trujo ciertos recau- dos á Teodora, que ella no admitió antes, dio traza como no volviese más á su casa. Adviértese de paso á los padres que tienen hijas ^ que miran los maestros que les dan, y lo consideren primero, porque no metan algún «paladión» en su casa que sea causa de abrasar su fama.

Volviendo al hilo de nuestra historia, en breve tiempo salimos Teodora y yo diestras en cantar, de suerte que nos celebraban. Valióse de la traza de Sarabia un hidalgo de Madrid, galán en su opinión, si bien cor- cobado en las de todos, porque no tenía me- nos que dos corcobas, sobre que salía la ca-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 73

beza harto oprimida con los dos bultos. Este, pues, fué también mi amartelado, con mayores demostraciones de obras que el li- cenciado. Llevaba otra hermana á la labor y así también alcanzaba un bocado de con- versación, siéndole de tósigo el verle allí Sarabia por el estorbo que le hacía.

Era el corcobado hombre de humor, de graciosos dichos y muy entretenido; y no sabía Sarabia qué modo tener para deste- rrarle de nuestra casa. Sucedió, pues, que nn día, hallándose este sujeto con otros ami- gos en casa de un capellán del rey, nuestro vecino, que tenía una mona, comenzaron á darle matraca de cuál de los dos tenía mejor cara, porque era el hombrecillo algo axi- miado de rostro; pasó la fiesta viendo enco- gida á la mona con el frío que hacía, con decirle que le remedaba en lo corcobado. El, esforzándose por no parecer que estaba corrido, comenzó á haberlas con la mona, preguntándola cuál era más corcobado , con que atajó la mofa que del se hacía convir- tiéndola en risa de oir el razonamiento que tenía con el sagaz animalejo.

Esto supo el licenciado Sarabia, lo cual fué asunto para tomar la pluma en la mano

74 CASTILLO SOLÓRZANO

y escribir estas décimas, que yo le di al cor- cobado un día que nos visitó; que si bien me acuerdo eran éstas

DÉCIMAS

Un semicoloquio entona mi musa, alegre y jovial, entre un ximio racional y una apersonada mona. Válganme de esta Helicón a las doncellas zahareñas, con opiniones de dueñas, que pintó en dos cami^eones un diluvio de razones y una tempestad de señas.

Estábase un corcobado (glosa de dos redondillas) viendo á una mona en cticlillas, quizá por falta de estrado. Atento el hombre anudado á su agobiado modelo, dijo: «Ya con menos duelo puedo confiar de mí, pues hoy, mona, ha visto en ti mi corcoba su consuelo.»

La cortina de los dientes corrió la mona con risa

LA niSa de los embustes 75

batiéndolos muy aprisa, que fué decirle, «tú mientes, gibado, si esto no sientes muy poco en el daelo estás; más me responderás que agravio aquí no recibe el que tan cargado vive pues no puede estarlo más.»

«Corcobado soy de bien (la dijo) y menos que tú.» Mas la que nació en Tolú se volvió á reir también; «No me ofende tu desdén, monilla ruin, y si intentas agraviarme, cuanto inventas barre de mi honor la escoba, que de corcoba á carcoba corren pullas, más no afrentas. >

La mona, sin mas disfraces, pecho y espaldas rascó, con que al hombre le llamó, corcobado de á dos haces. Haga con la mona paces, nuestro camello galán, y si en lo vivo le dan busque consuelos á pares, el que de dobles pesares, es eterno ganapán.

Leyó estas décimas para el gibado ga- lán, mudándosele con cada verso de vario s

76 CASTILLO SOLÓRZANO

colores el semblante, en que mostró estar corrido: dobló el papel y dijo:

Mucho me holgara de saber quién es el poeta destos versos para hacerle otros en pago del cuidado que tiene conmigo.

No lo sabemos (dije yo); que aquí nos dieron ese papel con sobrescrito para y recomendación que á v. m. se diese.

Ya V. m. cumplió con su legacía (dijo él); mas no me prometiera que había de re- cibir pesares de quien me debe amor. Si ha sido desengañarme por este camino, de que V. m. no gusta que entre aquí, sin sátira fuera obedecida; pero ya con ella lo habrá de ser, despejando la casa para acudir á otra donde, aunque encorbado, me hacen más merced.

Levantóse con esto de la silla, y sin aguar- dar á mis satisfacciones se fué hecho más mona que la del capellán vecino. Quedamos Teodora y yo muertas de risa, de ver su corrimiento; y ayudó á solemnizarla el li- cencenciado Sarabia, que acudió luego á ver qué efecto habían hecho las déci- mas.

Hicimos la relación de todo, con que dio por bien empleado el tiempo que se ocupó

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 77

en escribirlas; pues habían despedido de aquella casa aquella sabandija.

Con esto continuó en servirme; pero du- róle poco el vivir con esperanzas de alcan- zar favores de mí, como se verá en el capí- tulo siguiente.

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CAPITULO VI

En que hace Teresa relación de cómo se casó, con quién y las costumbres del novio, hasta su muerte.

Entre padres ó hijos es cierto que aun suele faltar la paz; y así no se maravillará, señor letor, que faltase entre y las dos viejas, que cudiciosas de adquirir moneda á costa de mi sudor y habilidad, y con poca ayuda de Teodora, me reprendían y re- ñían si tal vez me salía á divertir con algu- na amiga ó á ver una compañera nueva, diciéndome que mejor me estaría, así al pro- vecho, como á la reputación, el no salir de casa.

Ya yo era de diez y seis años, edad en que la que no es entonces mujer de juicio, no le tendrá en la de cincuenta, y corríme de que me quisiesen apremiar á estar siem- pre trabajando en mi labor, llevándose de- Ua tanto provecho como yo, y siendo la

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 79

mayor parte del trabajo mío; y así, mos- trándoles dientes, dije que yo nos las servía como hasta allí, que no era mucho desorden salir á divertirme, tal vez de la continua asistencia de la labor; que si les parecía esto exceso, procuraría no darlas enfado, bus- cando vivienda donde pudiese usar de mi lidertad, sin estar sujeta á sus repren- siones.

Sintieron mi sacudimiento, y temiendo perderme, y conmigo su ganancia, no halla- ban satisfacciones que dar á lo dicho, procu- rando desenojarme, dando por disculpa que ellas lo hacían con celo de madres, y por ver que el salir me estaba mal á mi repu- tación si quería hallar buen empleo. Yo las dije que bien sabía de quién me acompaña- ba, y que estuviesen ciertas que las que te- nían por amigas no serían causa de que yo perdiese un átomo de mi opinión. Con esto se dejó la plática, quedando yo no poco es- tomagada de su impertinente celo, fundado en su codicia.

Tenía un hidalgo honrado y rico dos ni- ñas (que la mayor sería de diez años) á que aprendiesen la labor en casa de las an- cianas, y él acudía á casa muchas veces á

80 CASTILLO SOLÓRZANO

visitarlas; el cual, aficionándose á mí, qui- so saber quién eran mis padres, y hallán- dose un día á solas conmigo, me lo pre- guntó; yo ya sabía algo de su intento por una vecina suya con quien él había comu- nicado: el haberle yo parecido bien, y por si tiraba á lo bueno, le dije:

Señor Lupercio de Saldaña (que asi era su nombre), yo no tengo de negar á vuesa merced quién sea mi padre; era un caballe- ro de Burgos que se llamaba don Lope de Manzanedo, y mi madre, Catalina de Mo- rrazos. Húbola doncella, y nací deste des- mán; casóla con un francés, y siempre pasó plaza de hija déste; porque mi padre murió luego , teniendo intento de llevarme á su pa- tria, que era viudo, y allá meterme monja en un convento. Esto (como digo) atajó la muerte, aunque dejó mandado á don Jeró- nimo, su hijo y mi hermano, que lo pusiese en ejecución; mas él, menos generoso que su buen padre, por ahorrarse mi dote y apli- cársele, no ha hecho caso de mí. Con esto, le digo que soy hija natural deste caballero, y muy su servidora de vuesa merced.

Holgóse el hidalgo de saber mi descen- dencia y que fuese tan calificada, con lo cual

LA XIÑ'A DE LOS EMBUSTES 81

trató de admitirme por su esposa, que era viudo. De esto fué la medianera una su ve- cina que me persuadió á ello. Reparaba yo mucho en la edad, porque tenía más de se- tenta años, aunque se mandaba bien y es- taba ágil; mas la amiga me dijo cuan rico estaba, cuan apacible era, y lo que me re- galaría; que cuando reparase en la edad no me había de dar cuidado eso, que de tal suerte le podía aficionar que me mandase un pedazo de su hacienda con que después mejorase de empleo en hombre de mi edad.

Yo estaba con tanto deseo de salir de la sujeción de las viejas, que me determiné á casar aunque fuese con tantos años, y así el casamiento se trató secretamente, sin que ellas supiesen nada del, hasta que la misma noche que el novio me llevó á casa de una hermana suya, viuda, adonde nos desposa- mos, no lo supieron.

Quedaron muertas cuando vieron mi re- solución, y quejáronse de mi recato, pues no habían de ser estorbo de lo que fuera mi gusto, en particular, tan aventajado casa- miento. Quien mostró notable sentimiento de perder mi compañía fué Teodora, que me tenía mucho amor. Compúseme de tocado,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 6

82 CASTILLO SOL(')S.ZAXO

porque de vestidos, en casa de la hermana del uovio , me tenían prevenido uno muy costoso para salir á desposarme.

Con todo, llevé yo el mejor que tenía, que no era inferior al que después me puse por haber sido dádiva de una mujer de un Grande de España en albricias de haberle acertado á hacer dos moños.

Llevé á las viejas y á Teodora conmigo en el coche, y llegando á la casa donde ha- bía de ser el desposorio fui recibida en ella de la hermana de Lupercio con mucha afa- bilidad. Tenía casi tantos años como él; holgóse mucho con ver mi persona, y llamó de buena dicha á su hermano, el cual vino con sus amigos y deudos, y luego nos di- mos las manos. A la mañana habíamos de recibir las últimas bendiciones de la iglesia, por lo cual el novio, después de cenar con- migo, me dejó en compañía de su hermana y se volvió á su casa, aguardando á esotra noche todas sus finezas.

Vino el día, y con otro vestido diferente del pasado me fui á velar, y de la iglesia á la casa de mi velado, que halle excelentísi- mamente adornada, así de colgaduras como de estrado, camas yplata.que era el hombre

LA XIÑA DE LOS EMBUSTES 83

rico por haber sido antes marido de dos mujeres que le trajeron grandes dotes, y de la última eran aquellas dos niñas, las cua- les me agasajaron con muestras de tanta alegría como si fuera su verdadera madre. No menos la mostré con ellas por considerar que así granjeaba más la voluntad del viejo.

Aquel día estuvieron las viejas en la boda, y su hija, y hubo gran fiestas. Harto sin- tieron verme puesta en estado por lo que perdían; yo las dije que se asentarían las cosas, y que de secreto tendría yo mi gran- jeria en la labor de los moños, la cual les enviaría allá, y con esto daría opinión á Teodora. Consoláronse con la traza, y sien- do hora de irse á sus casas, ellas y los de- más huéspedes se fueron á recoger y nos- otros hicimos lo mismo.

No había estado en Madrid el licenciodo Sarabia en el tiempo que se trató el casa- miento, y cuando vino fué el día del despo- sorio. Mucho sintió verme en estado, aun- que no vivía sin esperanza de que, casada con hombre tan viejo, me acordaría del.

Viviera engañado si el casamiento me saliera como yo pensaba. El siguiente día, que era de estafeta, entre las cartas que le

84 CASTILLO SOLÓRZANO

trujeron á mi esposo recibió una del licen- ciado Sarabia, cu^'^a letra conocí, que él tuvo inteligencia con el cartero y modo cómo se la diese. Enviábale en ella un satí- rico romance que^ por comunicarle conmiga y bacer cbacota del mi viejo, le tomó memoria, y decía así; advirtiendo primero que mi esposo, por mentir los mucbos años que tenía, se escabecbaba las canas de la cabeza y barba, grande defecto en los de su edad siendo tan conocida de todos, con la^ cual acción manifiestan menguas en el jui- cio como si aquello les bubiese de alargar la vida. Va de romance:

Vejezuelo, vejezuelo, el que las canas te tiñes, que casaste de cien años con una niña ele quince.

De los cientos de tu edad ya tus ojuelos nos dicen, mostrando tantos capotes, ser juego de pocos piques.

Conocidas son en ella las pérdidas sin desquite, pues gustó jugar un juego donde los treses no sirven.

Y aunque á la primera juegues la ganancias no codicies,

LA N'IÑA DE LOS EMBUSTES 85

porque quien no tiene resto no puede querer envite.

Un viejo en leyes de amor ignora glosas civiles, pues aunque sus textos sabe, jamás en Derecho escribe.

Del ingenio en que destilan viene á ser el viejo un símil, que en faltando el fuego están de balde los alambiques.

Falta el vigor á la edad, y con sombras del eclipse queda cual reloj de sol, en hora menguada el índex.

Si en la esgrima del amor con tu esposa no compites, sólo armarse de i)acienc¡a es remedio en quien no esgrime.

-Tu blandura y tus halagos más á tu esposa la afligen, que eres cual gozque en su casa, que festeja y no resiste.

Proteste agravios de amor, y no á sufrirlos se obligue, que pensión sin gozar renta es muy necio quien la admite.

Sus amigas, lastimadas, los pésames la aperciben del sufrimiento de mártir por la entereza de virgen.

86 CASTILLO SOLÓRZANO

Llevó, como he dicho, mi viejo en chaco- ta el gracejo del romance, pareciéndole que á las bodas siempre la ociosa juventud de la corte hacía aquellas sátiras. Esto decía muy satisfecho , como si hubiera hecho obras que desmintieran al bien escrito ro- mance, que yo leí una y muchas veces, pa- reciéndome cada día más donairoso, y no lo quisiera tan verdadero.

Veme aquí el señor lector mujer de casa y familia, y con un retumbante don añadido á la Teresa y un apellido de Manzanéelo al Manzanares. No fui yo la primera que de- linquió en esto; que muchas lo han hecho, y es virtud antes que delito, pues cada uno está obligado á aspirar á valer más. Mi es- poso pasaba por la transformación que era con quien había de cumplir; un don más en la corte no la pone en costa quien á tantos (puesto de improviso) ampara cada día.

Doña Teresa de Manzanedo pasó los dos meses primeros de la boda gustosamente (hablo de lo que se puede platicar, que de lo oculto no trato). Era regalada, servida, festejada y estaba el viejo muy enamorado de mí; salíamos algunas veces los dos en coche, que algunos amigos de mi esposo le

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prestaban; y como yo fuese conocida de machos á quien cubrí sus cabezas sin ser ellos grandes ni yo rey, unos me hacían la cortesía, y otros me llegaban á hablar, dán- dome la enhorabuena de mi empleo, y yo les hablaba con afabilidad, que toda mi vida la tuve con todos.

Con esto continuado, vinieron á engen- drar en mi viejo unos recelos que después se hicieron celos necios, pues yo no le daba causa para tenerlos de mí. Confirmáronsele más con verme dos veces hablar desde el balcón de mi cuarto con dos caballeros des- tos enmendados con mi artificio. Repren- diómelo, y de allí adelante puso candados á las ventanas y vidrieras; con que no era se- ñora de salir á ver la calle. Acortóme las salidas á visitar á mis amigas, y estorbó que ellas no viniesen á verme; con que co- mencé á comer la corteza del pan de la boda, que era muy dura: deshacíame en llanto; teníamos cada día mil disgustos, y hallábale cada hora más insufrible.

A tanto llegó su extremo, que me prohi- bió las galas y las guardó debajo de llave, sin dejarme vestir más que un hábito de San Francisco. Con esto estaba desesperada, y

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•mis ojos nunca se enjugaban. Si liabía de ir á misa, él me acompañaba, y había de ir por la calle cubierto el rostro; en la iglesia no se apartaba de mi lado mientras duraba la .Misa; y acabada^ aún no me daba lugar á encomendarme á Dios, que al instante nos habíamos de volver á casa.

Con esta vida me vine á consumir de suerte, que no era mi cara la que antes. Sola una visita no me vedó, que fué la de mis viejas y su hija Teodora, y esto era porque tenía sus hijas á la labor en su casa. Con ellas descansaba el rato que nos dejaba á solas, que eran raras veces, porque aun en las visitas quería estar presente. Mil ve- ces estuve dispuesta á pedir divorcio en la mala vida que me daba; mas esta negra honra me lo estorbó.

¡Qué mal hacen los padres que tienen hi- jas mozas y de buenas caras en darles ma- ridos desiguales en la edad como éste, pues raras veces se ven con gusto, que la igual- dad de edad es el que le fomenta y adonde reina siempre la paz y el amor! De lo con- trario, hemos visto muchas desdichas y fla- quezas que no se cometieran si los empleos se diesenal gusto de quien los ha de hacer;

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sino que este negro interés tan válido en el mundo es causa destos desaciertos. Valga éste por aviso á los padres que tienen hijas para remediar.

Supo el licenciado Sarabia mi desconsue- lo y triste vida, y escribióme un papel muy tierno condoliéndose de mi trabajo y ofre- ciendo su persona si era menester para su remedio. Este me trujo una criada de mis viejas á quien no se le negaba la entrada ■en casa, ni se examinaba á lo que venía -como otras. Respondíle á él agradeciéndole su sentimiento y descansando con él en re- ferirle mis desdichas.

Continuóse esta correspondencia de suer- te, que cada día tenía papeles suyos y él míos, porque al venir la criada con las ni- ñas podía dármelos y llevar respuestas de- Uos. Tan desesperada me vi con el celoso humor de mi mal viejo y con el desabri- miento que conmigo tenía, que me resolví en favorecer al licenciado Sarabia y á pro- curar lugar para que entrara en casa. Sea este recuerdo para los viejos celosos y para los mozos también; que oprimir á sus espo- sas y encerrarlas, sólo sirve de que busquen modo para su deshonra; taparle el curso á

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la f uente, es hacerla correr después con más violencia.

Yo estaba contenta ya con mi estado; pasábalo gustosamente, porque el regalo y las galas suplía la desigualdad de edad, ó los defectos de la ancianidad por decir mejor.

Volvióse Marzo; vime opresa, sujeta y afligida con celosas impertinencias, y resol- víme en que lo que mi esposo temía sin causa lo experimentase con ella.

Continuada la correspondencia con el li- cenciado, yo le di la traza para poder ver- me, que me costó no pocos desvelos^ previ- niéndole primero que me hiciese una llave maestra para lo que se ofreciese. No se descuidó, como interesado en la fiesta, y en- viándome la llave, le di aviso de cuándo pudiese venir con la traza dada.

E-ecogíase mi esposo temprano á casa las raras veces que salía; y esas era dejándome en mi cuarto cerrada y llevándose la llave. Pues el día del concierto, ya de noche, que aún no habían cerrado las puertas de casa,, se entró por ellas el licenciado dando voces, que le favoreciesen, que le querían matar.

Venían en su seguimiento cuatro amigos

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suyos bieu puestos de armas con las espa- das en blanco. Estaba el viejo en unos apo- sentos bajos donde él asistía á aquella hora á rezar sus devociones. Pues como viese aquel hombre en su casa, huyendo de los otros salió á favorecerle con la espada en blanco, dando voces á los que le seguían que le dejasen. Ellos (que ya estaban industria- dos er. lo que habían de hacer) se salieron á la calle; el viejo cerró la puerta y llevó á Sarabia á su aposento, el cual, fingiendo turbación, no acertaba á darle las gracias del socorro. Preguntóle cómo había sido acometido y por qué ocasión ; á lo que res- pondió que la ocasión no la sabía, sino que viniendo descuidado por la calle, á una es- quina le habían salido de través aquellos cuatro hombres y dicho: «Este es; ¡mue- ra!»; y al instante le comenzaron á acuchi- llar, por lo cual le fué forzoso acostarse al refugio de su casa que le había librado de aquel peligro, que él era un hombre pacífi- co, y sin tratar de otra cosa que de sus es- tudios, por lo cual tenía por cierto que le habían tenido por otro de su hábito. Esto dijo siempre sobresaltado, que lo supo fin- gir muy bien el socarrón de Sarabia. Di jóle

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el viejo que no tuviese pena, que en su casa estaba, donde se holgaba que hubiese ha- llado amparo.

Llegaron á este tiempo dos criados de casa que habían salido á unos recaudos, por cuya causa se habían dejado las puertas abiertas. Llamaron á la puerta, con que fin- gió Sarabia alborotarse; salió el anciano á una ventana de reja á saber quién llamaba, y conociendo á sus criados, él mismo los bajó á abrir, á quien contó lo que había su- cedido. Subieron adonde estaba Sarabia, y preguntóles muy temeroso si habían encon- trado á alguien en la calle al entrar en casa.

Ellos dijeron haber visto debajo de las rejas de una que estaba enfrente dos hom- bres parados y que habían hecho ruido con broqueles.

Cierta es mi desdicha (dijo Sarabia): ellos me aguardan para quitarme la vida. ¡Oh pobre de mí, que me hallase sin armas cuando me acometieron, que todavía ma- nejarlas razonablemente! No que me haga que no querría dar á v. m. ningún en- fado esta noche, donde tanta merced se me ha hecho (dijo volviéndose al viejo).

El le dijo que se sosegase; que allí cena-

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ría y que después reconocerían la calle, y si no viesen en ella á nadie, se iría con sus criados á su posada.

Agradeció Sarabia el favor y merced que le ofrecía, y así se pasearon hasta las nueve de la noche, haciendo el viejo que los baja- sen á aquel cuarto de cenar. Después de ha- ber cenado mandó el viejo á sus criados que mirasen si había alguien por la calle, salien- do á ella á reconocerlo. Mostraron rehusar- lo, con lo cual, indignado el viejo y llamán- dolos gallinas, les quiso acompañar: el es- tudiante se lo estorbaba: con que él, picado de la valentía (que la había tenido cuando joven), porfió en que con su espada había de salir con ellos á asegurar la campaña. Hí- zolo así, dejando cerrado al licenciado en aquel cuarto, diciendo que lo hacía por más seguridad sujsl. Pues como se viese el veje- te y sus criados en la calle, descubrieron un hombre embozado en la pared de enfrente, á quien llegaron á reconocer con mucho ánimo. El, que los vio venir, comenzó á irse la calle abajo con pasos acelerados, y el vie- jo y sus criados á seguirle hasta que le de- jaron en otra calle. Cuando volvieron á casa muy ufanos de haber hecho aquella heroica

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facción, ya estaban los otros tres amigos del Sarabia á la puerta del viejo arrimados con las espadas desnudas y las rodelas embraza- das, los cuales, no sólo les impidieron la en- trada, mas con muy valientes cuchilladas los fueron retirando por aquella y por otra calle, alejándoles cuanto pudieron.

Vióse el viejo afligidísimo y daba al dia- blo al estudiante y aun á quien le liabía en- caminado á su casa. No supo qué hacerse; porque temía el volver á encontrarse con aquella arriscada gente: entretúvose con los criados un par de horas en un cementerio de una iglesia, y oyendo dar las doce y que las campanas de los conventos tocaban á maitines, le pareció que ya se habrían ido á acostar, presumiendo que le habrían tenido por el estudiante y que por esto le acome- tieron.

Volviendo, pues, á casa hallaron la mis- ma gente á la puerta della, y con el ruido de las rodelas mostraban apercibirse para dar- les otra ruciada de cuchilladas: no aguar- daron á verse en la refriega los criados que. dejando al viejo solo, se valieron de sus pies y no parecieron en aquella ni en otras cua- tro calles ni hasta ahora han parecido. El,

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que se YÍó desamparado de su gente, tomó por mejor arbitrio irse en casa de un ami- go, que estaba lejos de allí, á dormir aquella noche, echando mil maldiciones al estudian- te que era causa de la inquietud en que se veía, yendo consolado de llevarse las dos llaves consigo con que nos dejaba cerrados á y á Sarabia en separadas estancias.

Dejémosle en casa del amigo, que le re- cogió y consoló en su aflicción sin prome- terle ayuda^ porque tenía más años que él, y volvamos á casa. Luego que el viejo salió della y ocuparon la puerta aquellos amigos de Sarabia, yo, con la llave maestra, abrí mi cuarto, dejando dormida mi gente, y entré donde estaba, sin haberle valido al viejo todo su recato; que sirven poco des- velos y prevenciones contra la resuelta de- terminación de una mujer.

Víme con Sarabia; lloré mi trabajo; y él, consolándome en mi aflicción, procuró no perder la ocasión con la que nos dio el ha- ber echado de la calle al viejo y tener tales guardas á la puerta, que nos aseguraban que no le dejarían entrar. No pensé hacer tal flaqueza; mas los celos sin ocasión pe- didos y los recatos sin causa ejecutados,

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juntamente con la opresión en que me vi, me hizo determinarme á lo que sin nada des- to no hiciera. Sirva esto de advertencia á los que imprudentes tratan así á sus muje- res; que lo excusen, porque el afecto de la venganza es vivo siempre en ellas, y así la ponen en la ejecución contra qiúen las opri- me sin causa.

Allí se pasó la noche; mas viendo que la aurora comenzaba á desterrar sus sombras, los guardas avisaron que se iban, y yo, des- pidiéndome de mi Sarabia (aunque contra su gusto y el mío, me volví á mi cuarto, ce- rrando las dos puertas, sin haberme sentido ni las niñas ni los criados bajar ni subir. La puerta de casa se quedó apretada como el viejo la dejó; el cual, luego que vio la luz del día, vino de casa del amigo huésped á la suya: abrió el cuarto bajo, y con un ai- rado semblante dijo á Sarabia:

—Vayase con Dios, señor licenciado, que no quisiera haberle conocido, pues tan caro me ha costado su visita.

A me pesa (dijo él) que, por favore- cerme, hayáis recibido tal trabajo: desde esta reja he visto la superchería de aquellos hombres viles, deshaciéndome de estar ce-

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rrado aquí y no poder salir á perder la vida á vuestro lado. No exagero el cuidado con que he pasado esta prolija noche, que en toda ella no se han cerrado mis ojos (decía verdad en esto, pero no era de pena); per- donadme el enojo que habéis recibido por mí, que siempre estaré reconocido á servir á V. m.

No quiero ese reconocimiento (dijo el viejo), sino que v. m. haga cuenta que no me ha visto en su vida.

Dicho esto, cerró el aposento y subióse á mi cuarto, de donde le salí á recibir desati- nada y descompuesta, como que esto proce- día de haber pasado mala noche por su mal suceso; échele los brazos al cuello, diciendo:

Señor mío, ¿es posible que por un hom- bre no conocido os hayáis metido en tanto empeño que os hubiese de costar la vida?

¿Cómo lo sabéis vos? (dijo él).

Desde la puerta de esa escalera vi el origen de la salida vuestra, y detrás de esas ventanas he estado oyendo lo que pasó en la calle, y de ahí no me he quitado en toda esta noche, afligida con mil congojas y bañada en lágrimas. Decidme, mi señor, ¿os hirie- ron? Y ¿qué se han hecho vuestros criados?

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No me los nombréis, señora, por Dios (dijo él), que si aquí hallara esos picaros los hiciera tajadas. Yo vengo indispuesto de la mala noche que he tenido: venid á desnu- darme y llámenme al médico.

Esto sería peor (dije yo). ¡Ay desdicha- da mujer! Esto me faltaba.

Después de mis penas comencé á afligir- me, y sabe el cielo que no me pesaba de que viniese tal; tan cansada me tenía su compañía. Finalmente, el viejo se echó de burlas en la cama, y dentro de veinte días de la mala noche le dio tal enfermedad, que acabó con su vida. Hizo su testamento, y por ser su hacienda de las mujeres que ha- bía tenido, no pudo mandarme más que mil ducados y todos mis vestidos y joyas. Pidió- me muchas veces perdón de los disgustos que me había dado, y decía que quisiera tener más vida, no tanto por vivir, cuanto por enmendar los yerros que en orden á pe- dirme celos había hecho.

Confieso que el amor de marido tiene grandes raíces aun con los que obligan tan poco como éste; y que sentí entrañablemen- te su muerte, muy pesarosa de haber sido su origen por vengarme de sus terribilida-

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des. Lloróle mucho é kice que le sepultasen con mucha pompa; puse tocas largas, mon- jil grosero y manto de añascóte. Fui visi- tada de amigas y aun regalada, que las que lo son de veras en la corte saben en tales ocasiones asistir con cuidado. Quiso verme Sarabia una noche; mas yo le envié á decir que no se acordara más de ni de aquella casa si no quería que le estuviese mal; con que me dejó.

CAPITULO VII

Donde^ prosiguiendo con su historia^ dice haber, entrado á servir á una señora de dueña; da cuenta de la vida que en su casa tenía y otras cosas hasta salir de allí.

Hacíanme las tocas , manto y monjil una honorífica y venerable viuda; y aunque en este hábito, no me descuidaba de la cara por conservar la tez y curarla de lo que el llan- to la había maltratado.

Bastó el recaudo que envié á Sarabia para no frecuentar más mi calle, dejando mi martelo, del cual no quisiera acordarme; ya se hizo aquélla ligera; una no es ninguna, y así quedé con propósito de ser espejo de mujeres.

Supo una señora de título, de las que cu- brían sus canas con mi industria, mi des- gracia, y pareciéndola que para su servicia era yo cosa muy á propósito, pasó en su co-

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clie por mi calle, y mandó saber si estaba sola. Dijéronla que sí, y subió á mi cuarto, queriendo que el exceso de visitarme le co- nociese por obligación; abrazóme con mu- cho amor, significándome que aquel día había sabido mi desgracia, la cual había sentido mucho; y que luego determinó salir á verme y á llevarme á su casa, donde quie- re tenerme en su compañía y hacerme mu- cha merced, como lo vería. Tantas cosas me dijo y tanto me persuadió con caricias, que no pude resistirme ni dejar de hacer su gusto, y así para otro día la prometí ir á servirla; dióme de nuevo abrazos, y fuese muy contenta. Yo puse mis cosas en razón; entregué mis vestidos para que se vendie- sen; recogí mi dinero, y con dos cofres de ropa blanca y cosas necesarias y un escri- torillo de Alemania, previne aquel día la partida.

No se descuidó la señora (era condesa) en enviarme su coche aquella tarde, en el cual fui acompañada de una de las dos viejas, que aprobó la elección que hacía, diciéndo- me que yo vería las mercedes con que me favorecería la condesa. Hallámosla muy gustosa; abrazó á las dos, y dijo á la vieja:

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He traído á mi casa á doña Teresa por lo mucho que la quiero, para tenerla en ella como á hija, no como á criada.

Extrañó el lenguaje á dos dueñas que la acompañaban, arqueando las cejas y mirán- dose la una á la otra; conocí de sus sem- blantes no se haber holgado con la razón de su ama, y desde luego me di por envi- diada. Entré luego donde estaban dos hi- jas que tenía, á quien llegué' á besar las manos. Recibiéronme muy afables y con cortesía; hallé con ellas asentadas á la la- bor cosa de seis criadas, todas de buenas caras, que me recibieron con gusto. Yo les dije cuan ufana venía á aquella casa, por saber las personas principales que en ella servían, y que así me ofrecía á su servicio, y correspondieron á mi oferta con otras muy corteses. Finalmente, 3^0 quedé en palacio; señaláronme aposento donde tuviese mi cama y cofres, que fué en compañía de una dama.

Aquella noche fui muy regalada en la cena de la mesa de mi ama, dándome un plato della sin haber tocado á él, el cual re- partí entre las compañeras para comenzar á obligarlas por estar bien en su gracia, que

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es lo más importante para conservarse en palacio.

Era custodia j guarda de aquella reclusa doncellería y continente congregación una dueña, que lo debía de haber sido de la con- desa doña Sancha, mujer del conde Fernán González; tantos años debía de tener. Por no mentir, ella había criado á la madre de mi ama, á ella y actualmente era aya de sus hijas. Esta era la que gobernaba aquella virgen manada, su predicadora, y con quien ellas estaban muy mal; porque la mucha edad la tenía en asomos de caduca y decla- rada por impertinente.

Como tan antigua en la casa, observaban las criadas sus estatutos inviolablemente; en orden al ahorro de sus raciones era grandí- sima ayunadora por esforzar esto, y se- guían todas su estilo, excediendo de las obligaciones del precepto ; y dilatándose por el calendario adelante; á San Dionisio, ayunaban por el dolor de la cabeza; á Santa Lucía, por la vista; á Santa Polonia, por las muelas; á San Blas, por la garganta; á San Gregorio, por el dolor de estómago; á San Erasmo, por el de vientre; á San Adrián, por las piernas; á San Antonio Abad, por

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el fuego; á San Vicente Martín, por las fie- bres; á San Antonio de Padna, por las co- sas perdidas; á San Nicolás, obispo, por re- mediador de doncellas; y, finalmente, á San Crispín, por la duración de su calzado. Sa- caban del a^^uno tres provechos, que eran: adelantarse en la virtud para mayores gra- dos de gloria, preservación de apoplejías y aumento de su dinero, que sabían guardar con siete ñudos y treinta llaves, en particu- lar la vieja (cuyo nombre era doña Beren- guela). Esta fué la primera mujer á quien vi aderezar la rotura de una zapatilla con un remiendo de cadeneta, gastando más en hilo y tiempo que pudiera con un zapatero. Era el conde grande amigo de soldados, por haberlo sido en su mocedad y tener por ello cargo de Su Majestad, que actualmente ejercía; y así gustaba de comer siempre con cuatro á seis capitanes, por tratar en la mesa de las cosas de la guerra, á que era tan inclinado. La condesa y sus hijas comían aparte, á quien servíamos las criadas. Aquí andaba solícita nuestra doña Berenguela en quitar platos, anticipándose (aun con su vejez) á las mozas; no era celo de servir, sino razón de estado para no tocar en la ración,

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pues cuanto sacaba de comida, no teniendo seguridad de sus arcas, lo depositaba todo en las dos mangas de su monjil, q^ue debía traer forradas en baqueta, pues tan fiel- mente guardaban una líquida lebrada sin verterse, como una pierna de capón asado. Mas era tan mirada y advertida, que la una manga era diputada para las cosas de pes- cado, y la otra para las de carne; que era tan buena cristiana, que no quería mezclar uno y otro, por no pecar el día del ayuno con mezclas de carne y pescado.

A título de alacena habían tomado en las mangas posesión los ratones, y no es enca- recimiento, que esto se verificó estando un día rezando el Oficio Divino de Nuestra Se- ñora (ejercicio que usaba siempre), en el cual, ocupada con mucha devoción, la vimos acompañada de dos gatos, que la cercaban cada uno de su lado muy atentos á las man- gas; todas pensábamos que la querían dar asalto á lo que encerraba en ellas, y tuvi- mos curiosidad á esperar á ver en qué pa- raría tal atención y particular asistencia. Aferraron cada uno con su manga, hallán- dose conturbada de los dos gatos la vieja, de lo cual casi se desmayara con el susto

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que la dieron; bien se pensó que la acome- tían por los relieves de la mesa, mas presto vio el desengaño, hallando á cada gato con su ratón en la boca, con que se le quitó el temerario juicio que había hecho de que se acusara á su confesor; tan escrupulosa era. Anduvo el suceso dilatado por la casa, de suerte que llegó á los oídos de nuestros due- ños, que lo rieron y celebraron grandemen- te. Bien pudiera correrse y afrentarse la tal doña Berenguela y servirle de enmienda de su golosa costumbre; mas iba enderezada al ahorro sobre que no se ahorrara con su mismo padre, pues con esto estaba intacta su ración, sino su monjil de no traer mu- chas manchas, que ella por lo corto de vista no veía.

Portóme siempre caballerosamente en casa; porque como tenía dinero, trataba de regalarme, sin tener mi confianza puesta en la ración, no obstante que era siempre re- galada y favorecida de la condesa y de sus hijas, dándome un plato todos los días, con el cual, y lo de la ración, podía convidar cada día una dama á comer conmigo, va- riando con unas y con otras, con que las te- nia á todas muy á mi devoción, sino eran á

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la doña Berenguela y á otra dueña, las cua- les nunca me quisieron dar la investidura de doña Teresa, sino sólo me llamaban la pHvadn ó la moñera^ como trataba de com- poner el pelo de la condesa y sus hijas.

A se me daba muy poco de que me mordiesen y murmurasen por los rincoces, como estaba segura en la privanza de las señoras, de las cuales tenía casi cada día dádivas, sin acordarse de las demás criadas, que también lo sentían; pero hallo en todos casi esta misma condición, que no son como la disciplina que salpica á todas partes, sino como la puñalada que todo va á una.

Dos años me conservé en palacio, restán- dome en el ínterin mi dinero de la manda de mi esposo que le tenía dado á los Fúca- res. No hay privanza segura, particular- mente cuando ha}' émulos; yo caí de ella y perdí la casa de la condesa desta suerte.

Entre las criadas que había estaba una hija de un maestresala de casa, viudo y hombre de edad. Estudió en ser bien mira- da de un paje que poco hacía que había su- bido de serlo á gentilhombre. Tenía el maes- tresala hacienda; siendo en esto fénix de los maestresalas, porque parece que con tal

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cargo se le pega la desdicha de los poetas y astrólogos, que es no llegárseles moneda á treinta pasos. Pues como el galán viese que siendo hija única con hacienda y de buena cara le estaría bien para esposa, dio en ser- virla con cuidado; escribiéronse algunos papeles, en que se concertaron cómo se ha- bía de hacer la boda.

Esta dama era la que tenía en mi aposen- to su cama, y una de mis mayores amigas; mas puedo jurar con verdad que era tal su recato, que nunca me dijo su afición, quizá por temerse que, como era privada, no lo dijese á mi ama. Sucedió estar enfermas doña Berenguela y la otra dueña, por lo cual en un día de jubileo me encomendaron á la guarda de aquellas damas, que salían en coches á ganarle. Fuimos al Monasterio de San Francisco, donde se hacían las dili- gencias y adonde tenían concertado los amantes de verse; con la mucha gente pude perder á la enamorada dama; y ella, vién- dose con su galán, se salió con él de la igle- sia y se entraron en un coche, que los llevó á casa del vicario, en cuya presencia se des- posaron, llevándola de allí el galán á casa de una tía suya.

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Después de haber todas rezado, echan- do de menos á la ya desposada señora, fué buscada de con grande cuidado, dándome grande pesadumbre que no pare- ciese; el portero que nos acompañaba no dejó capilla en toda la iglesia que no bus- case dos veces; mas su cansancio era en balde; en esto nos detuvimos largas horas. Visto, pues, que no parecía, con harto temor de lo que podía oir de mi ama, un día que me encomendaba la guarda de su familia, nos volvimos á casa, yendo yo bañada en lágrimas. Ya en ella se sabía el casamiento de la dama, porque por excusar que no la buscasen desasosegados, escribió un papel á su padre, dándole cuenta de su determina- ción, y él le puso en manos de la condesa, á la cual hallé hecha un león contra mí. Sufrí cuanto quiso decirme, y en cuanto á la cul- pa que me imponía, satisfice con que las de- más criadas dijesen si había estado en nues- tra mano el remediarlo.

Retiróme con esto á mi aposento, adonde me comencé á afligir de suerte, que no ha- bía consuelo para mí.

Faltábame lo peor, que era la venida del conde, el cual, luego que llegó á casa y supo

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de su maestresala lo que pasaba, habiendo él culpado mi poco cuidado, y aun mostra- do sospechas de que con mi consentimiento había sido, mandó que se me hiciese la cuen- ta de lo que se me debía y me despidiesen, sin bastar ruegos de la condesa para desde- cir su determinación; antes, por verla tan de mi parte, aceleró al contador para que hiciese aquello con brevedad.

No se descuidó, de suerte que á la noche ya se me había dado cuanto se me debía, y con ello, el aviso de que estaba despedida de casa.

No dejó de sentir verme echar della con tanta violencia no teniendo culpa; llevólo en paciencia y di con mi vida grandes ale- grías á las dos dueñas y aun á las criadas, que por más que me lisonjeaban no estaba aquella amistad muy firme estando de por medio mi privanza. Decía la doña Beren- guela desde la cama donde estaba enferma:

Vaya la moñera con Dios á hacer mo- ños y déjenos aquí, que con pagárselos en su casa podía mi señora excusar el traerla á la suya, hacerla igual con tantas principales criadas como tiene.

Algo de esto vi aquella noche; mas como

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me había, de ir esotro día por la mañana, qníselo llevar con cordura y no me dar por entendida. Pasé mala noche; vino el día, y me tenían prevenido coche para irme; qui- se despedirme de la condesa; mas fuéme di- cho que su señoría sentía tanto mi partida, por ser contra su voluntad, que no tenía corazón para que entrase á despedirme de- 11a. Envióme una pieza de plata y á decir que la avisase dónde tomaba casa. Con esto me bajé á poner en el coche, despedida de las criadas y aun de las dueñas, diciendo á la Berenguela al salir:

Ya V. m., señora, ha visto en casa el día que esperaba tan á medida de sus de- seos; procure la privanza de mi señora y de aumentárselo para los ratones.

Con esto la volví las espaldas, y fuíme de allí á casa de mis viejas; las cuales se ale- graron mucho con mi vista, y más con sa- ber venía á vivir con ellas, por parecerles que con mi compañía tenían la flota del Perú en las ganancias de los moños y cabe- lleras.

CAPITULO VIII

De la salida de Madrid á Córdoba; el robo que la hicieron unos bandoleros en Sierra Morena, y cómo se libró de sus manos, con otras cosas.

JcfN casa de las dos viejas volví á usar mi ejercicio de los moños y á tornar á acredi- tarme en la corte, no perdiendo por esto el doña Teresa de Manzanedo, que con este nombre me honraban todos, procurando tenerme contenta para suplir sus faltas con mi industria.

Entre las damas que acudían á mi posada á que las hiciese moños iban dos damas, naturales de Córdoba, y recién venidas á Madrid, las cuales alababan tanto mi ha- bilidad y cuan estimada fuera en su patria por no haber llegado á ella aquella inven- ción. Con esto me hicieron determinar á dejar la corte, asegurándome grande ganan- cia allí. Di cuenta desto á las viejas, y pro-

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curaron disuadirme de mi propósito; mas yo estaba tan resuelta en él, que no aprovechó su persuasión para quedarme. Dispuse de mis ajuares, encargándolos al ordinario de Sevilla para que me los llevase á Córdoba; el dinero que venía en los Fúcares lo aco- modé en letras para Córdoba, y tomando "cien escudos para el camino, acompañada de un criado (que había sido de mi esposo, de aquellos que le desampararon la noche de la burla), salimos en dos mulos de Ma- drid un sábado en la tarde, en la compañía de dos sacerdotes y un estudiante, que iban el mismo viaje.

Seguimos nuestras jornadas sin suceder- nos cosa que sea de contar hasta el fin de Sierra Morena, que llegando á una aspe- reza de camino, por donde era forzoso ca- minar de uno en uno, nos salieron ocho hombres con escopetas, y trabándonos de los frenos de las muías, nos mandaron apear dellas.

Todos se afligieron, y yo mucho más por no me haber visto en aquellos lances, y ya estaba arrepentida de haber dejado la corte. Maldije mi corta suerte y mi resuel- ta determinación que á tal lance me había

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traído, pucliendo estar quieta y con no poco descanso.

Apeados que fuimos de las muías, quita- ron dellas los cojinetes y portamanteos, sin osar nadie replicar á la voluntad de aque- llos ladrones; después que los tuvieron jun- tos nos llevaron á pie á un hondo valle, adonde á los hombres les mandaron desnu- dar sus vestidos. Rehusaron aquello; mas las amenazas de aquella facinerosa cuadri- lla y el temor de perder las vidas los hizo obedientes, dejando sus vestidos hasta que- darse en jubones y calzoncillos de lienzo. Así los dejaron atados cada uno á un roble, y cargando con la ropa y cojines, dieron con ellos y conmigo en otra estancia más oculta, que era en una espesura de árboles, .adonde tenían formada una barraca de ra- mos; allí me encerraron sin tocarme en el vestido, y dejándome sola con el desconsue- lo que puede pensar el lector, se salieron á fuera á hacer división de los bienes de to- dos. Hicieron sus partijas fielmente, y acor- daron que mis vestidos también entrasen en ellas, y mi cuerpo en poder del que le cu- piese por suerte. Con este decreto entraron á desnudarme, sin moverles mi llanto á que

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dejasen tal propósito; quedóme en solo un corpino y en faldellín de cotonía; del pecho rae quitaron una cruz de oro y las letras que llevaba de mil escudos para Córdoba, diciendo el mayoral dellos:

¿Háse visto en lo que han dado estos caminantes; en traer su dinero en papeles, no considerando que nos lo quitan á nos- otros de nuestros aumentos?

Rompieron las letras con los dientes de rabia, y enviando á los cinco compañeros á buscar de cenar, se quedaron los tres en la barraca. Allí, brindados de esta malograda hermosura (que nunca yo tuviera), trataron de echar entre ellos suertes de quién había de ser mi dueño, estando yo (que oía esto) deshaciéndome en llanto y rogando á Dios me quitase la vida antes que me viese des- honrada del que me poseyese. Cayóle la suerte á uno de los más robustos de los tres, el cual les dijo que le dejasen á solas conmi- go. Halláronse envidiosos de que hubiese cabídole la suerte; y no queriendo pasar por el concierto, poniendo mano á las espa- das, dijeron que la mujer había de ser co- mún á todos ó morir sobre ello.

Era alentado el que ya se llamaba mi due-

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ño, y sacando su hoja se salió á acuchillar con los dos fuera de la barraca. Comenzóse la pelea con grande furia; mas yo viéndolos encarnizados en ella y aun heridos, me salí de la barraca por un agujero que tenía, yem- breñándome, así desnuda como estaba, por aquella sierra, caminé sin llevar senda cier- ta gran parte de la noche con no poco te- mor de que me siguiesen aquellos hombres. Oía de cuando en cuando unas dolorosas voces que se duplicaban con los ecos de aquellas soledades, y éstas me atemorizaban grandemente.

Bajando, pues, de una parte á otra, acer- té á ver en una cumbre una pequeña luz, adonde comencé á guiar mis pasos, pen- sando que estaría cerca; engañóme en la distancia, porque primero caminé más de media legua que llegase al pie de la cum- bre. Descansé allí un rato, y prosiguiendo mi camino, subí la cuesta con no pocos tra- bajos; mas al fin me vi en su cumbre y cer- ca de una ermita, de donde salía aquella luz por una ventana della. Llamé á la puerta con grandes golpes, y al cabo de grande rato responder de lo hondo de la ermita una cansada voz, que me decía:

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¿Quién llama?

Yo respondí con fatigado aliento:

Una desdichada mujer es, que ha llega- do á este refugio por grande milagro del cielo; por Dios os suplico, quien quiera que seáis, que si tenéis clemencia de mi trabajo me deis entrada en esta ermita, que aun aquí no estoy segura de que me venga siguien- do una facinorosa gente que ha querido quitarme el honor después de haberme ro- bado.

A este tiempo había la hermana del ma- yor planeta salido á comunicar su luz á los mortales, con la cual pudo el ermitaño (que era el que había respondido) verme por las junturas de la puerta de la ermita, según después me dijo. Compadecióse de mi des- dicha, y encendiendo luz en la lámpara que ardía siempre, me abrió; así como entré me arrojé á sus pies, bañándoselos en lágrimas y dando tantos sollozos, que no me dejaban darle las gracias de haberme recogido en su morada; levantóme el santo varón y llevó- me á sentar en un poyo de la iglesia.

Era un hombre de buena estatura y de edad de cincuenta años, entrecano, y con la barba y cabello muy largo; vestía un saco

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de sayal, y sobre él traía un manto con su capilla; al cuello traía un grueso rosario y del pendiente una cruz mediana que traía ceñida con un cordón de cerdas. Sin este rosario traía pendiente de la pretina otras diez cuentas gruesas, y en su remate una muerte de boj. Después que estuvimos los dos sentados me rogó le dijese la causa de mi venida; yo le hice relación della, exage- rándole la crueldad de aquella bárbara gen- te, y que por milagro del cielo liabía esca- pado de ser deshonrada dellos.

Bien lo podéis decir, hija mía (dijo el venerable ermitaño); mas tal Señor tene- mos que no sólo tiene cuidado de los que le sirven con almas racionales, mas aun del humilde gusano de la tierra. Esa cuestión la movería el demonio, y Dios ordenó que, en tanto, tuviésedes ánimo para huir de su violencia y conservar vuestro honor; gra- cias al cielo que estáis aquí segura; des- cansaréis lo que resta de la noche, y á la mañana (placiendo á Nuestro Señor) dare- mos orden en lo que habremos de hacer, para que prosigáis vuestro camino hasta Córdoba, que es adonde me decís que vais.

Con esto entró en su retiro, que era ua

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corto aposento, de donde sacó un transpon- tín de hojas de enea y espadañas, en que él se reclinaba sobre una tabla; éste le tendió allí en la iglesia, y dándome una manta con que me cubriese, se despidió de diciendo que olvidase cuidados y que pusiese la con- fianza en Dios, que me remediaría, y procu- rase reposar. Con esto se fué, dejándome allí sola á la luz de la lámpara de la iglesia; mullí mi transpontín. y cubriéndome con la manta pasé lo que faltaba hasta venir la aurora sin dormir sueño, acordándome del aprieto en que me había visto, en el cual perdí cien ducados de oro, mis vestidos, al- gua ropa blanca y dos ó tres jojnielas y sor- tijas, que también me quitaron. El faltarme las letras no me daba pena, pues con pedir otras estaba remediado.

Llegó la aurora á dar consuelo á los mor- tales, alegría á los campos y alborozo á las aves. Las que trinaban por aquellos verdes campos despertaron al anciano varón, el cual se levantó; abrió su ermita y fueme á dar los buenos días, diciéndome que cómo había pasado la noche. Yo le respondí que bien, pues no me podía ir mal en tan santa casa y en su compañía. Sentí mucho verme

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desnuda; echólo de ver el viejo, y sacando otro manto suyo me lo dio para que me abri- gase con él, prometiéndome que remediaría presto mi desnudez.

Yo se lo agradecí con lágrimas; hicimos los dos oración, y dándome algunas frutas y pan con que me desayunase, nos pasamos así hasta medio día, en que tenía prevenida su comida, que fué de unas hierbas cocidas y unos pescados, por ser aquel día de vigi- lia. Después que hubimos comido y dado las gracias á Dios, nos salimos á sentar á dos asientos que estaban á la puerta de la er- mita, por gozar desde allí del campo. El que dio principio á la plática fué el ermitaño, para que guardo diferente capítulo.

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CAPITULO IX

En que da cuenta de la plática que tuvieron en- tre ella y el ermitaño, y cómo él la hizo rela- ción de la causa de haber dejado el mundo.

¿Rentados, como tengo dicho, á la puerta de la ermita, aquel santo varón habló desta suerte:

Cuan poca sea la seguridad desta vida nos lo avisan, no sólo los sucesos que llenan historias sacras y profanas, pero los que cada día vemos que pasan, los que vivimos, somos peregrinos que caminamos sin sosie- go hasta llegar á la Jerusalén triunfante; en la militante no hay prometernos quietud tranquila, placer consumado ni gusto per- fecto; todo tiene su punta de acíbar. El po- deroso y rico, en medio de su opulencia, se- guro con su potestad, ó por robarle le qui- tan la vida ó una breve enfermedad le hace dejar las riquezas en cuya custodia puso

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todo desvelo. El que se ve en el cargo y la dignidad, no le goza sin la pensión de los que le envidian el puesto que tiene y le es- tán censurando el menor átomo de sus ac- ciones, hasta que le ven desposeído de lo que antes tuvo. La juventud más lozana suele perder su lustre sujeta á cualquier acciden- te; la hermosura más perfecta, en breves días se halla trocada y á las puertas de la senectud; finalmente, quien viviere en este mundo y siguiere sus gustos, pretendiere sus honras, buscare sus acrecentamientos, anda errado, sabiendo cuan breve término las ha de gozar. Ayer, hija mía, veníades caminando á Córdoba contenta y con deseo de llegar á ella, y donde menos pensábades hallastes quien os estorbó el viaje, robó la hacienda y puso á pique de perder vuestra honra; no os fiéis de las cosas del siglo; pro- curad en él vivir ajustada á los mandamien- tos de Dios, siendo muy temerosa de Su Ma- jestad, que es principio de la sabiduría; acordaos de la brevedad de la vida y la du- rable que nos espera si somos lo que de- bemos.

Estos sanos consejos os puedo dar, hija mía, como escarmentado de las cosas del

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mundo j retirado del. Yo me vi joven, gallar- do, enamorado y divertido en sus cosas; un desengaño de lo que somos y de la instabi- lidad de sus gustos me hizo cuerdo en apar- tarme deste daño aquí, donde habrá que vivo cosa de diez y ocho años poco más; pido por estos lugares convecinos lo que he menester para pasar la vida en esta soledad, donde es mi consuelo la oración, mi divertimiento mirar estos campos y por ellos engrandecer á su Criador. La causa de retirarme aquí quiero deciros, porque os entretengáis y os sea de recuerdo para que no os envanezca el veros moza y en verde juventud; tenedme atención, que esta es mi historia.

Isací en la antigua ciudad de Málaga, hijo de ilustres padres y rico de bienes de fortuna, pues para y un hermano segun- do tenían bien ochenta mil ducados que de- jarnos después de sus días; éramos los dos los más lucidos caballeros de aquella ciudad, los primeros que se hallaban en sus regoci- jos y fiestas públicas con lucimiento y, final- mente, los que teníamos más amigos. Libres vivíamos, en cuanto á no rendir parias á ese Dios de amor, pero ajustados siempre á no salir de la obediencia de nuestro padre,

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que nos procuró criar con temor y respeto inclinándonos á la virtud, y así salimos obe- dientes discípulos de tal escuela.

No cursábamos los lascivos entreteni- mientos de los caballeros mozos que desen- frenadamente corren por ellos, llevados de sus insaciables apetitos, polilla de sus ha- ciendas y saludes; nuestro ejercicio era hacer mal á caballos, con la ocasión que nos da la Andalucía con los que en sus riberas del Betis sustenta con sus pastos y alienta con sus cristales; tal vez gustábamos de la caza de todas maneras, estando tan diestros en la cetrería como en tirar una escopeta en el monte; otras veces acudíamos por no nos mostrar extraños á una casa que tenía dos mesas de trucos, juego á que yo fui aficio- no, y allí nos divertíamos.

Sucedió que sobre la compra de un caba- llo que trujeron allí de Córdoba nos baraja- mos un caballero y yo no más que de pala- bra y ninguna pesada; entráronse amigos de por medio, hicieron las paces; pero yo me quedó por dueño del caballo, dejando de esto sentido al competidor en la compra. Dentro de un mes ofrecióse hallarme en la casa de los trucos, al tiempo que este caba-

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llero jugaba un partido. En él hubo una duda que fué necesario tomar votos de los que estábamos mirándoles; yo di el mío, que vino á ser en favor del que jugaba con el caballero, y aunque pudiera darle en secre- to, como los demás, por parecerme iiaber sido cosa muy patente á todos y fuera de duda, no me recaté de hacerlo así. Fué con- denado por los más votos; perdía y estaba picado, y quiso despicarse conmigo dejando el taco y diciendo:

Bastaba que el señor Feliciano (que éste es mi nombre) me condenase sin ser en alta voz para que todos siguieran su voto, que á algunos hubiera de parecer contrario; yo soy desgraciado con él, y así estoy con presupuesto de no sufrir más demasías en orden á oponérseme á todas mis acciones.

Salióse con esto de allí y no dio lugar á que la satisfaciese que lo iba á hacer, de- seoso de que no presumiese de que por torcida voluntad yo le hubiese condenado, sino por no tener justicia en lo que pedía. Pasóse aquel día, y esotro por la mañana me dio un criado suyo un papel, en el cual me desafiaba y señalaba parte donde me esperaba á las dos de la tarde con sola su

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capa y espada. Mucho quisiera excusar por tan leve causa el ponerme en desafíos; mas porque mi contrario no me tuviese por co- "barde, sin dar parte á nadie en casa de esto le respondí que aceptaba el desafío y acudi- ría al puesto á la liora que señalaba.

Era donde nos habíamos de ver un campo cerca de un monasterio de religiosos des- calzos y de unas huertas. Fui á él, hallando allí á don Rodrigo (que así se llamaba mi contrarÍQ); saludóme cortésmente y yo á él; apartámonos del camino, y en un sitio solo y sin impedimento de gente, me dijo:

Aquí, Feliciano, podéis oponeros con- tra mí con la espada en blanco, como lo ha- céis en otras ocasiones con la contradicción que en vos hallo á todas mis acciones.

—Engañado estáis y presumís mal de no conociendo mi sana voluntad (dije yo); mas bien se ve que la vuestra no es la que debe de corresponder á mis deseos, pues fuera de la razón os fiáis tanto de vuestras manos que pensáis aventajarme. Yo qui- siera satisfaceros á dos cosas en que me habéis imaginado contrario vuestro ; que está de mi parte la verdad, y así no pienso cansarme, sino ponerme en puesto

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donde me castiguéis si tuviéredes poder. Saqué la espada y él hizo lo mismo; aco- mefcímonos con destreza, que él lo era y á no se me habían olvidado las liciones de mi maestro en armas; duró el acuchillarnos más de una larga media hora, sin hallarse ninguno de los dos herido. Bien quisiera descansar don Eodrigo, y así lo dijo: mas yo le respondí que quien tan alentado venía para castigarme que lo ejecutase. Encen- dióse con esto en cólera, y sin guardar re- glas de destreza se arrojó contra con una punta; yo se la rebatí con la daga, y hallán- dole á mi lado izquierdo le tiré una cuchi- llada con que le hice una peligrosa herida en la cabeza, de que le comenzó á salir mu- cha sangre que le caía sobre los ojos. Vióse con esto congojado, y procurando retirar- me con otra punta, no le saliendo como pen- saba, dio un grito que vino á ser seña para que saliesen detrás de un vallado dos ami- gos suyos, si bien con mascarillas, los cua- les me acometieron. Acusé su villanía y co- mencé á defenderme. Venían bien armados, con que pudieron entrarse conmigo y dar- me á su salvo dos heridas, una en el pecho j otra en el brazo de la espada, con que no

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la pude gobernar. Noquiso don Rodrigo que yo saliese de la pendencia sin saber á lo que sabía su riguroso acero; y así, vién- dome sin manos, me dio dos heridas en la cabeza á su salvo con que me dejó en tie- rra pidiendo á voces confesión. Dejáronme con esto en aquel campo, y, á más correr, se fueron por desusados caminos á la ciu- dad. Yo quedé en aquel sitio, dando voces que me socorriesen, y fué suerte mía que viniese de una huerta una señora viuda en compañía de una hija suya y acertase á pa- sar por cerca de mí; oyó las voces y man- dó á un criado que supiese lo que era; llegó donde estaba y vióme como os he dicho ya, casi falto de aliento, revolviéndome en mi sangre y pidiendo confesión. Llegó á de- círselo á su señora, y ella, haciendo acer- car el coche, me hizo meter en él y llevó á aquel convento que os he dicho, de donde hizo salir un religioso que me oyó de con- fesión.

No era lejos la ciudad, pues no estaba medio cuarto de legua; con todo le pareció largo trecho para llevarme, y así rogó á los religiosos que me pusiesen en una cama. Más compadecidos de mi desgracia lo hicie-

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ron, y en el ínterin que me desnudaban y ponían en ella mandó aquella señora que en el caballo de la silla que tiraba el coche fuese el cochero á la ciudad y que llamase á un médico y un cirujano que me viniesen á curar. Hízolo el hombre tan bien, que con mucha brevedad estuvieron allí; viéronme las heridas y no les contentaron mucho, y menos mi disposición, que estaba muy sin aliento de la mucha sangre que había per- dido. Dejáronme hecha la primera cura, al tiempo que mi padre, hermano y amigos acababan de entrar á verme, que el mismo cochero los había hecho relación de cómo me dejaron.

Preguntáronme quién me había puesto en aquel estado. Yo dije que no era tiempo de declararme en aquel particular, sino de en- comendar mi alma á Dios; tal me hallaba entonces. Quedóse allí mi hermano, y mi padre salió á dar las gracias á la señora viuda de haberme traído al convento y he- cho llamar al médico y cirujano.

Ella le significó cuánto pesar tenía de mi desgracia; convidóle con el coche, y él se fué acompañándola hasta la ciudad.

La ausencia de don Rodrigo le declaró

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por delincuente en mis heridas; mas por en- tonces no se supo quién habían sido los cómplices en el delito.

Dentro de diez días hallaron mejoría en mí, de suerte que de allí á otros diez dije- ron ©1 médico y cirujano que podían llevar- me en una silla á la ciudad. Hízose así, adonde en casa de mis padres vine á estar en breves días fuera de peligro, si bien muy flaco.

Visitábame un escudero de aquella se- ñora viuda cada día, y en uno que me halló á solas me dio un recaudo de parte de su señora doña Leonor, que era la hija de su ama. Contenía el recaudo darme la enhorabuena de la mejoría y significarme cuánto había sentido mi desgracia, la cual le había costado muchos desvelos y cuida- dos. Estimé la merced que me hacía y ofre- címe á que, dándome Dios entera salud, se- ría uno de los más asistentes servidores suyos que tuviese, reconocido siempre de aquel favor. Con esto partió el escudero; no paró en este recaudo, que dentro de unos ocho días, que me comenzaba á levantar, vino y me trujo un regalo de dulces de par- te de esta dama y una banda bordada con

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cifras de su nombre y el mío para que des- cansase el brazo, que aún no estaba del todo sano; mandábame traerla en su nom- bre, que tendría gusto particular en esto y que de lo que se me ofreciese la avisase.

Yo tomé recaudo de escribir, y con los mayores encarecimientos que pude exageré el gran favor que me hacía sin liaber méri- tos de mi parte para ser digno del.

Este papel ocasionó respuesta, y de aquí enlazamos una correspondencia fomentada con un muy firme amor, que duró cosa de seis meses. En este tiempo hablaba con mi dama por la reja de un jardín casi todas las noches, favoreciéndome con grandes veras doña Leonor.

Tenía esta señora un anciano tío, her- mano de su madre, que se hallaba sin hijos y con mucha hacienda, la cual había de de- jar á su sobrina como se casase á su gusto; que la que tenía de parte de sus padres era poca, si bien su calidad era grande. Salié- ronle algunos casamientos á mi dama y nin- guno le satisfacía al viejo, no le contentan- do los novios por defectos que les ponía.

Había tenido ciertos encuentros con mi padre y nunca se tiró bien con él, mostrán-

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dosele contrario en cuanto se ofrecía; y ahora en esta ocasión muy parcial con el padre de don Rodrigo, que no volvió más á Málaga; antes se embarcó para Italia con deseo de ver aquella tierra, y aun quedarse en ella y servir al rey por esta causa.

No traté de dar á mi padre cuenta de mi afición por saber que por este caballero no había de recibirle bien. Con esto estábamos los dos amantes aguardando á que la muer- te, en su mucha edad, nos dejase conten- tos y con hacienda; pero no sucedió así, que en sobrando un hombre en un linaje, vive más que dos Matusalenes.

Ofreciósele á mi padre un negocio en la corte, y por hallarse cansado para asistir á él libró ese cuidado en mi diligencia, en- viándome allá. No encarezco cuánto sentí ausentarme de mi dama; pero siendo fuerza hube de obedecer á mi padre, j ella y yo lle- var con paciencia este pesar. Al despedir- me de sus ojos los vi llenos de lágrimas, acompañándola con el mismo sentimiento. Pedíla que me escribiese todos los ordina- rios, y que fuese firme en guardarme la fe y no admitir á otro que á por esposo suyo, aunque su tío la compeliese á ello; así

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me lo prometió, pero no lo cumplió, como se verá adelante.

La causa de no admitir ningún casamien- to el tío de doña Leonor para su sobrina no era porque hubiese defectos en los pre- tensores, que con muchos le estaba muy bien emparentar y aun tenerlo á mucha di- cha. Era que este caballero había estado en Indias mucho tiempo, donde dejó un hijo bastardo, que sería ya hombre de cuarenta años, á quien había escrito que se partiese á España para hacerle esposo de su sobri- na, y de secreto había hecho traer la dis- pensación y la tenía en su poder. Quiso mi corta suerte que el novio esperado viniese en aquella primera flota, desembarcando en Sevilla con salud, y acudiendo luego á Má- laga fué recibido de su padre con mucho gusto, y manifestando á todos ser su hijo trató luego las bodas, dando de esto parte á su hermana y ella á Leonor. Lo que sin- tió verme ausente no se puede ponderar; porque sin duda alguna se saliera de su casa y se fuera conmigo, adonde yo la llevara. Vióse la pobre, lejos de ejecutar esto, cerca del plazo del consorcio y apretada de su madre y tío, y al fin, aunque contra su gus-

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to, se desposó con el capitán don Sancho de Mendoza, que así se llamaba el novio; escribióme una carta con mil lástimas, sig- nificándome no haber podido hacer más re- sistencia que la que se hizo, y que se había casado con un hombre muy fuera de su gusto, con quien viviría muriendo todo lo que la vida le durase, que á no perder el alma, se la quitara antes que darle la mano á hombre tan aborrecido de sus ojos.

Lo que sentí esta nueva dejo sólo á la discreción vuestra (hija mía), que amando con tantas veras de creer es cuan al alma me llegaría el sentimiento. Del que tuve caí enfermo, que estuve mu}'' á pique de perder la vida, y obligué á ir á mi hermana á Madrid á asistirme en cuanto durase la enfermedad.

El negocio de mi padre se redujo á un pleito muy reñido con un hombre poderoso y rico, con que duró más de tres años. No me pesó de esto, por no volver á Málaga, pues había de sentir mucho ver á mi dama casada. Supe que el primer año de su em- pleo tuvo una hija que era el consuelo de sus aflicciones. Murió su tío y suegro, y que- dó el capitán hecho absoluto señor de toda

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SU hacienda, que serían más de tres mil du- cados de renta.

Era hombre muy miserable, de la data de muchos que vieron de Indias; pero éste no tenía la causa por qué serlo, porque las haciendas de los indianos ganadas con tra- bajo obligan á ser bien guardadas, y esto les hace ser miserables; ésta se le había ve- nido al capitán sin poner ningún cuida- do de su casa, con la cual debiera ser gene- roso.

Verle de esta condición desesparaba á su mujer; yo me estaba en Madrid, tan ajeno de entrenerme los ratos que me dejaba el pleito y otras pretensiones como si estuvie- ra en un desierto. Cayó mi padre enfermo, y fué el último mal que acabó su vida; fui avisado de su peligro; púseme en camino, mas cuando llegué á mi patria ya había dado cuenta á Dios y su cuerpo ocupaba un nicho de su capilla.

Mucho se consoló mi viuda madre con verme, que era yo su Benjamín, aunque el hijo mayor, en el amor se entiende; yo es- tuve retirado en casa cosa de un mes, y cuando después de este tiempo salía de ella era ó á un monasterio de religiosos ó al

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campo; de suerte que nunca me pudo ver doña Leonor, aunque lo deseó mucho. Obli- góla esto á perder el recato de casada y á escribirme un papel acusando mi extrañeza de vida y dándome hora para que por la reja del jardín, donde solíamos hablarnos, la viese.

Volviéronseme á enternecer las heridas y traté de obedecerla escribiéndola (después de darle cuenta de las causas de mi melan- colía) que sería muy puntual al lugar don- de me mandaba. Llegóse la hora, fui }'■ víme con ella; hubo gran cosa de llanto y quejas de su esposo, si bien no le perdió el decoro con mi vista, sino en solo salir allí. Dí- jome cuánto se holgaba de verme; que no me escondiese de sus ojos y que creyese que ya su amor se había convertido en otro, que era de tenérmele como á hermano. Yo esti- mé el favor que me hacía y prometíla ser- vir en lo que me mandaba, pues era cosa que tan bien me estaba. Parecióle hora para despedirme, por no ser echada de me- nos por su esposo, que había dejado en la cama, y así nos dividimos. De allí en ade- lante continué el acudir adonde ella se ha- llaba por darla gusto, aunque para era

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martirio, que cada vez que la vía ajena de mi poder perdía la paciencia.

De esta suerte pasó dos años sin querer tratar de casarme, ni aún que me lo menta- sen. Sucedió en este tiempo la mayor des- gracia que se ha visto hasta hoy, por cuya causa estoy aquí. Fué, pues, que habiéndose ido doña Leonor y sus criados á holgar ori- lla del mar en un coche y llevando consigo á su hija, que sería de cinco años, el coche se rompió, y siendo ya casi cerca de anoche- cer; hubo de volver el cochero por otro co- che en que llevarlas. En el ínterin que él y un criado partieron á ésto, anochecido, ha- llándose solas cerca del mar, en ocasión que ocho moros, que en hábito de cristianos habían entrado en Málaga, volvían á em- barcarse para partirse luego; vieron la pre- sa al ojo y una barca prevenida; abrazá- ronse con las mujeres; quien entre todas se resistió más fué doña Leonor, dando gran- des voces y echándose en tierra. Quisieron entre dos moros llevarla; mas ella que era varonil mujer, pudo sacar á uno un puñal de la cinta y herirle con él. Visto esto por el herido, en venganza de su herida desen- vainó la espada y usó de la mayor crueldad

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que ha hecho bárbaro, qae fué cortar de un golpe la cabeza á la dama, acabando la ma- yor hermosura que tuvo la Europa. Hecho esto, con la demás gente se embarcaron, llevándose también la niña.

Corrió la voz de esto luego por Málaga; porque llevó la nueva un pescador, que se escondió de miedo de los moros, porque no le prendiesen; acudió luego toda la ciudad á la marina, donde vieron aquel trágico es- pectáculo, que causó compasión y llanto á todos. Las cosas que hacía su esposo eran más de hombre loco que de cuerdo; tal le tenía el sentimiento de la pérdida de su es- posa j captiverio de su hija; lleváronle á casa, y con él el cuerpo de la malograda señora.

No me excedió el capitán en sentimiento, que fué tan grande el mío, que me llegó con una enfermedad á los últimos términos de mi vida. Convalecí della, y habiendo en mi convalecencia pensado lo que debía hacer, una noche me salí de casa en un cuartago de campo, y en él me alejé de mi patria cuanto pude, dejando escrito un papel á mi madre, en que la daba cuenta cómo deter- minaba dejar el mundo y servir á Dios; que

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se consolase con la presencia de mi herma- no, á quien hiciese señor de toda su hacien- da, que mi parte se la renunciaba.

Con esto me vine á Sevilla, donde en el Monasterio de las Cuevas, que es del Orden de la Cartuja, tomé el hábito; pero no fué tan buena mi suerte que pudiese profesar, por otra grave enfermedad que me dio. No se supo jamás que yo allí fuese religioso; tan enfermo me vieron los monjes, que me pusieron en conciencia que dejase la aspe- reza del hábito; hícelo así, y curáronme allí hasta que estuve en mis primeras fuerzas. Salí de aquella santa casa con no poco pe- sar de verme indigno de ser su religioso, y tomando un saco como éste que traigo pi- diendo limosna, llegué hasta Adamuz, don- de estuve dos años en una ermita, que está dentro de aquella villa. Parecióme mejor entrarme á vida de más aspereza; y así, eligiendo este sitio, he fabricado este edifi- cio de limosnas, adonde ha diez y ocho años que estoy. Aquí he sabido que murió mi madre, y que mi hermano está muy bien casado y con hijos; el capitán, marido de doña Leonor, no se ha casado, ni hasta hoy ha tenido nuevas de su hija; verdad sea que

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él es tan civil, que por no gastar en diligen- cias lo ha dejado así, cosa que todos le cul- pan. Mas dícese que de aquel sobresalto no está con entero juicio; téngole por cuerdo en haberle perdido en tal ocasión; que no po- día menos en tal desgracia.

Esta es mi historia; ved si he tenido cau- sa para haber conocido la poca seguridad del mundo.

Yo aprobé su elección, admirada de la trágica historia de la dama. En esto pasa- mos aquella tarde, diciéndome el ermitaño que quería otro día llevarme á Adamuz para tratar de vestirme y de enviar á Cór- doba, que estaba de allí media jornada. Con esto nos retiramos á la ermita, donde pasa- mos en ella aquella noche como la pasada.

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CAPITULO X

Cómo Teresa fué vestida por el ermitaño y llegó d Córdoba, y cómo allí se acomodó á usar de su antigua labor, con otras cosas.

LfUEGO que la aurora comunicó su luz á los mortales, el ermitaño me despertó, que con el desvelo de la noche pasada me había dormido. Páseme en pie, y dejando cerrada la ermita tomamos el camino de Adamuz, que distaba este lugar de la ermita tres cuartos de legua. Fuímonos poco á poco á nuestro placer, ocupando el tiempo que tar- damos, en contarme el ermitaño devotos ejemplos. En unos me exageraba la gran misericordia de Dios, y en otros su tre- mendo castigo; con tan gustosa conversa- ción llegamos al pueblo, donde á la entrada de él estaba la casa de un labrador que apo- sentaba al ermitaño cuando allí iba. Fui- mos recibidos del con mucho agrado, que la

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sincera santidad del anciano varón merecía tal agasajo; elle dio cuenta de mi desgracia, de la cual ya él tenía noticia por haber acu- dido allí los dos sacerdotes, que venían en mi compañía, desnudos como los dejaron atados aquellos ladrones. De ellos supieron mi desgracia, habiendo dado en el lugar no poca compasión, por la cual salió la justicia con mas de treinta hombres de cuadrilla en busca de aquella facinorosa geate. Mas como no tenía lugar seguro, cuando ellos llegaron á la sierra y á la parte que los sacerdotes dijeron ya se habían ido de allí. El ermitaño, en compañía de su huésped, salió por el lugar á buscar con que socorrer- me, y como el venerable viejo era allí tam- bién recibido entre la gente devota y com- pasiva, halló con que me vestir de cosas desechas; della al íin tuve con que cubrir mi desnudez, y asimismo cabalgadura en que llegar á Córdoba. Comí allí, y luego me puse en camino, agradeciendo al ermitaño la caridad que conmigo había usado, y ro- gándole que me encomendase á Dios; él se ofreció á hacerlo, pidiéndome que siempre me inclinase á la virtud; que procediendo así, nunca me faltaría Nuestro Señor.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 143

Con esto me partí, y esa noche llegamos á Córdoba, ^^éndome á apear al parador de los carros, donde acudía á dejar sus cargas el ordinario que me había traído mi ropa. Hállele allí cuidadoso de partir esotro día á Madrid, no sabiendo á quién había de en- tregar aquella hacienda. Holgóse con mi llegada y sintió mi desgracia, de la cual le hice relación, aunque ya se la había hecho Hernando, mi criado, con no pocas lágri- mas, dos noches hacía. Holguéme mucho que hubiese llegado á Córdoba por tener quien me sirviese, que era mozo fiel y de verdad.

Hízome el carretero entrega de mi ropa, aunque fué menester para vestirme desce- rrajar los cofres y hacerles otras llaves, por haber perdido en la refriega las que traía.

Aquella noche la pasé más quietamente que las pasadas, pareciéndome estar ya en puerto de salvación y libre de trabajos. A la mañana escribí con el carretero á Ma- drid, así á mis viejas como á los Fiicares, para que me enviasen nuevas letras, dicien- do la desgracia que me había sucedido; sin esto escribí también á los mismos por la es- tafeta que se partía aquella noche. Descansé

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en aquella posada dos días, en los cuales me vino á buscar mi criado: pero contar las co- sas de regocijo que conmigo hacía , fuera alargarme muclio.

Buscamos casa cerca de la plaza, j hallá- rnosla á propósito para mi ejercicio. Comen- cé á manifestar mi habilidad yéndome á las iglesias á verme con las más bizarras da- más que allí veía, con quien me introducía y les decía lo que habían menester para an- dar bien tocadas, ofreciéndome á servirlas; con que en menos de un mes ya tenía gran- des conocidas, que fueron las que bastaron para hacer mi mercaduría muy vendible, y fuéralo más sino fuere por estos mantos de añascóte y sombrerete (que se usan allí), cosa que estorbaba mi buen despacho. Con todo me iba bien de ganancia, y se me gas- taba la mercaduría con la buena ayuda que hallé en una criada que recibí, que parece que había nacido para aquello; no vi tan curiosas manos en mi vida^

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CAPITULO XI

En que se hace relación de un embuste que hizo, con lo que sobre ella sucedió hasta dejar á Córdoba.

jSl primero de los galanes calvos- que vino baja la cabeza á mi obediencia, fué un ca- ballero estudiante, cuyo nombre era don Jerónimo de Godoy, familia muy noble en aquella ciudad. Era de edad de veinticua- tro años, muy galán, grande músico y ex- celente poeta. A éste le hice una cabellera, con que le dejé otro del que antes era; que cierto esto de ser uno calvo cuando es tan mozo como éste, es un gran defecto, y pué- densele disculpar las diligencias que hiciere por ocultarse. Déjele hecho un Narciso, y quedó tan agradecido á mi cuidado, que, además de pagármele muy bien, era de los que más continuamente acudían á mi casa, pues pocos días se pasaban sin que me vie- se. Cantábamos algunos tonos juntos, no de- jando yo mi labor, con que pasábamos las

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES - 10

146 CASTILLO SOLÓRZANO

tardes; también él hacía por su particular interés, porque como á mi casa acudían las damas á hacer sus moños, participaba tal vez de su conversación, aunque no de sus defectos, que esos (con su licencia) yo los sabía en otro aposento más adentro.

Un día, entre éstos que me visitó, vino muy melancólico á mi casa, yo, que se lo eché de ver, quise saber la causa, y no hallé modo cómo pedírselo. Díjele que cantá- semos.

No estoy para esos solaces, señora doña Teresa (me respondió), que reina hoy Sa- turno en mí, aunque bien pudiera Marte, según me hallo colérico.

¿Y contra quién, mi rey? (dije yo).

Coiitra una dama que, aunque no ha- bía de ser la pendencia con ella, quisiérala tener con su galán por darla pesadumbre.

¿No podría yo saber quién es (repli- qué), con confianza de que guardaré secreto?

No es de las que v. m. conoce (dijo él), porque trae hábito, que con él no necesita de pelo.

Yiuda es, segiín eso (dije yo); aunque no sea de mis sufragáneas conozco ya mu- chas en la ciudad.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 147

Pues así es (dijo él); sin nombrarla, porque importa, diré la ocasión que lia dado á mi enojo.

Vaya de historia (dije yo).

El. prosiguiendo, dijo:

Habrá cosa de seis meses que en una festividad que había en la iglesia mayor míe hallé con otros caballeros de mi edad; esto fué cerca de unas damas embozadas que, con solemne risa, nos miraban y tenían entre gran chacota. Quise atreverme á saber dellas la causa de su contento, si era á costa de alguno de los que allí estábamos, y así me acerqué á ellas y dije:

Muchos deseosos tienen vs. ms. de sa- ber por qué se ríen tanto, temiéndose (y yo el primero) que es á costa nuestra su risa, por defectos que deben de ver en nosotros; todos hemos comprometido (toque á quien tocare) que vs. ms. nos digan quién es el que padece entre los filos de sus tijeras.

Una de aquellas damas dijo:

Si tanto lo desea saber el señor emba- jador, sepa que él es el asunto de nuestra risa.

Daré mucho que hacer en esa materia (dije yo), por tener tantos defectos; pero yo

148 CASTILLO SOLÓRZANO

perdono el que me lian censurado como me lo declaren.

Encubierto anda (volvió á decirme la dama).

Pues aun lo encubierto no se escapa de vs. ms. (dije yo); sin duda son zahoríes que penetran con la vista las cosas secretas.

Han sido públicas hasta ahora (volviá á replicarme).

Ya está v. m. entendida (dije yo); ha- brán vs. ms. murmurado de mi cabellera; no lo podrán hacer de lo mal hecha que está, como les daba antes ocasión la fiera calva que ha cubierto, que por ser asombro de tales serafines traté de encabellecería con la ocasión de tener la maestra en Córdoba, á quien vs. ms. conocerán también como yo, aunque no por este defecto.

Cayóles en gracia que yo hiciese gala del sambenito con tan buen despejo, y así me admitió la que solamente había hablado á conversación. Yo la tuve un rato con ella sin descubrirse, y confieso que me dejó pi- cado con su donaire, que le tiene grande en hablar. No fué posible que se descubriese, ni yo pude penetrar nada por el manto, por ser de tres suelas. Fuéronse de allí, y yo^

U\ N'iÑA DE LOS EMBUSTES 119

disimuladamente, las seguí, teniendo parti- cular cuidado con la que me dejaba tierno. Víla entrar en su casa, donde luego la cono- cí. Desde aquel día he andado inquietísimo porque me audiencia; hela dado músi- ca, escrito papeles solicitado el servirla, dándoselo á entender por terceras; pero no ha sido posible que me quiera admitir, ni que responda á un papel mío siquiera des- pidiéndome en él. Es mujer moza y hermo- sa; la calidad es mediana; yo, viendo esta esquí vidad, presumí que no era posible, sino que á alguno, más dichoso que yo, favore- ciese; he andado con grande cuidado y des- velo por saber esto, y al fin he salido con saberlo, teniendo su empleo con muestras de grande amor en una persona, que me habéis de perdonar el callarla por no agra- viar su flaqueza.

Yo le porfié en que no había de dejar el cuento destroncado, sino que había de aca- barle, y tan importunado se vio de mí, que me dijo:

Ya que tanto porfía v. m. , habrá de sa- ber que esta dama debe temer mucho dar cuidado á las comadres, y así gusta de en- tretenerse con quien le asegure de esto que,

160 CASTILLO SOLÓRZANO

hablando con más claridad, es con un can- tor de la iglesia mayor, capón, con perdón de V. m. Tiene el mozo buena voz, y por allí ha entrado la afición, hasta llegar á lo que me ha asegurado de cierta criada que la ha servido y se salió de su casa porque la reprendió esto.

Comencéme á santiguar oyendo el mal gusto de la dama, admirándome de cuan estragada elección tenemos las mujeres.

Si á V. m. se le ha dado parte del cuen- to (dijo don Jerónimo), porque cese el ha- cerse cruces quiero leerla un romance que á propósito de esto la escribo, el cual he hecho esta mañana.

Yo le dije que me holgaría mucho de oír- le, que siendo de su ingenio y con el pican- te de los celos, desde luego me prometía que sería bueno. Sacó el papel y leyó estos versos:

¡Qué mal gusto tienes, Laura, en favorecer á OlimiDO, punto menos de ciclan y punto más de lampiño!

Contentamientos mengtiados hallarán tus incentivos; qtiien despierta y no ve almuerzo de balde está el apetito.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 151

Expira el trato de amor donde hay gasto sin recibo; del debe el libro te muestra, qiTe del ha de hciber no hay libro.

Con privilegio de Yenus no entra un capón en juicio, que está de los aelloa falto y arrugado el pergamino.

Y en amorosuS audiencias no halla de-pacho cumplido viendo que sus escrituras traen cancelados los signos.

En el fuego del amor es garitero contigo, Laura, que saca y no pierde, ley tirana del garito.

Estravagante es tu gusto y singular tu capricho, haber puesto tu afición en quien tiene el seso ambiguo.

Ya no dudo del empleo, aunque lo dudé al principio, ni que la vergüenza pierdas con hombre que es tan raído,

A hacer de limpieza pruebas hallara muchos testigos, pues de barba y lo demás á todos excede en limpio.

Si al uno añaden dos ceros para ser ciento en guarismo,

152 CASTILLO SOLÓRZANO

uno solo apenas vale

el que sin ellos has visto.

«Más al ruido que las nueces» sólo por éste se dijo, cuando estimaras, Laura, más las nueces que el ruido'.

Deja el mal gusto que tienes con galán que es perseguido de órganos de faltriquera que se tocan con un silvo.

Excelente me pareció el satírico romance de don Jerónimo, y así lo celebré mucho y le rogué que no dejase de ponerle en manos de la dama, para que viendo que se sabía su mal gusto procurase dejarle.

No qué me diera (dijo don Jeróni- mo) por verme vengado de este capón con una graciosa burla.

¿Qué me daréis (dije yo) si se la hago de modo que esa dama le aborrezca, pena de ser ella una mentecata si no lo hiciere?

Una cadena tiene mi señora doña Te- resa (dijo él) si sale con lo que me promete.

Pues acepto la oferta (dije 3^0), y vuél- vaseme por acá mañana; verá cómo la trazo, que es menester comunicarla con mi almo- hada.

Bien me parece (dijo él); yo me voy á

LA NiÑA DE LOS EMBUSTES 153

hacer que este romance llegue á las manos de esta señora capona , y en tanto , afile vuesa merced su ingenio, que de él me pro- meto todo feliz suceso.

Fuese don Jerónimo y yo quedó pensan- do qué burla le haría, dándome un poco de desvelo aquella noche; mas entre varias máquinas que formó la idea, se ofreció una á propósito que no vía la hora de comuni- carla con don Jerónimo.

Volvió esotro día por la tarde á verme, diciéndome cómo sabía Je cierto que el pa- pel le tenía en las manos la viuda. Enton- ces me dijo que fué hija de un mercader que había sido allí muy rico y mujer de otro que la dejó también su hacienda.

Preguntóle cómo había pasado la noche. Di jome que desvelado, porque además de buscar la traza para dar el papel, le había quitado el sueño un romance que había he- cho á un poeta amancebado con una vieja.

Era destos que llaman cultos (me dijo) y hombre preciadísimo de escribir oscuro por imitar al Fénix de la cultura, don Luis de Góngora, compatriota suyo, ingenio que tanto celebró España y actualmente cele- braba por sus versos, que los hizo elegantí-

154 CASTILLO SOLÓRZANO

simos, así en lo grave como en lo jocoso. Sobre el estar escribiendo unos versos y no quererse ir á acostar, hemos sabido que en- tre él y su anciana concubina hubo una gresca; á esto me han mandado escribir este romance, que ha de pasar por la apro- bación de V. m. primero que llegue á las manos de quien me le ha pedido.

Yo la daré con pasión (dije yo), y así no será buen voto el mío; mas quien le tie- ne tan cierto de todos, seguro irá al juicio de los críticos.

El romance dice así:

A un poeta culterano secuaz de la seta hereje, antipático de Apolo y de las hermanas nueve.

A un sujeto en embrión que aún las facciones no adquiere á un genio crepusculante si anochece ó no anochecg.

A un transpositor de frasis de oscuridad tan rebelde que no hay lince del Parnaso que su sentido penetre.

Rindióle el vendado amor (culto por la vista) un viernes,

LA NIÑA DE LOS E^rBUSTES 155

y de una ninfa cecial es metrificado arenque.

Era, pue-?, la tal muchacha (en edad de cinco veintes) aveátraz de muchos días, tarasca de muchos meses.

Glotona de Navidades, tantas devornr emprende, que excede en antigüedad á treinta Matusalenes.

La viviente anatomía con caracteres de pliegues era la musa gozada del párvulo jovenete.

Venganza de Apolo ha sido, que de esta manera pene quien afecta oscuridades entre tan claras vejeces.

Que quiso el tirano amor que en este manjar se cebe, aunque banquete de tabas más era para lebreles.

Cansado de ropa vieja que al baratillo se vende, con la nueva se acomoda que le abrigue y que le alegre.

A. unos ojos que en su casco infinito azogue tienen, para más enamorarles hizo estos elogios breves.

156 CASTILLO SOLÓRZANO

«Grémina de Anarda luz, finita no, perenne, que ministrando esplendores imperiosa rindes mente.»

Con el hurto entre las manos le cogió Sara Meléndez, abismo de tantos siglos, y con el culto arremete.

El delincuente pulgar agarró para morderle deíde una boca Tbebaida tin anacoreta diente.

Tal fuerza para su daño liizo con el hueso fénix, que en lugar de renovarse fuera de su centro mviere.

Sustituyó bien logrado la venganza que pretende, en faraonas encías que magullando atormenten.

Tuvieron los mordiscones correspondencia en cachetes; que, con recíproco agravio, menos el duelo se tiente.

Rebeldías del disgusto satisfacciones las vencen; Sara perdona su agravio y el culto lo mismo ofrece,

Mostró enconado el pulgar,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 157

y ella, que su daño siente, para mitigar su encono chupósele muchas veces.

Muchisimo le encarecí lo bien escrita que estaba la sátira, y cierto que le merecía su donaire, que le tenía grande en escribir jo- coso. Díjome cuan gustoso estaba con mi aprobación, que la estimaba más que todas las de sus amigos. Dejamos esta plática y metímonos en la de la burla que había ma- quinado Lacer al capón. Comuniquéla con don Jerónimo y á él le pareció bien; yo le dije que á no estar de partida para Sevilla no me atreviera á emprender tal cosa, por- que sabía cuan pesada le había de salir; pero que ese había de ser el dejo con que me despidiera de Córdoba.

Pesóle de oir esto á don Jerónimo, y dí- jome que él alzaba la mano del concierto si eso había de costar la burla. Yo le dije que me burlaba; lo que había de hacer era pro- curar que el capón me viese en mi casa con fin de oírle cantar; ofrecióse á eso don Je- rónimo, y encargó á un amigo suyo que me le trújese.

Hízolo esotro día, exagerándole mi bue- na voz. Entró el presumido castrado á ver-

158 CASTILLO SOLÓRZANO

me, muy galán. Éralo cierto y no poco cu- rioso; traía olorosos guantes de ámbar ru- ciente, hábito de gorguerán y bien adere- zado cuello. Ofrecióseme por muy mío; es- timó la merced que me hacía, y después que hubo un poco razonado, en que yo sazoné la conversación con gustosos cuentos, le puse ui;a guitarra en las manos. Anduvo no poco galán, que tenía de músico esto de ser m.uy rogado; cantó un par de sones con mu- cha destreza, y cierto que la voz era admi- rable.

Alábeselo todo con grandes encarecimien- tos, con que quedó desvanecido, y más como me oyese decir que no había en la corte quien le excediese, y que creyese esto de mí, que había oído todas las buenas vo- ces della. Pidióme que cantase algo y no me hice de rogar; procuré cantar con cuidado, y como me ayudaba la buena voz, que no era inferior á la suya, díle ocasión para co- rresponderme (habiéndome oído) en los en- carecimientos; con esto le canté otros dos tonos de letras nuevas que él no había oído; pidiómelos y yo le dije que le serviría con ellos y con los demás que supiese, que le advertía que era de los mejores maestros de

LA NIÑA DE LOS EMÍiUSTES 159

la corte; la música y la poesía ele los mejo- res poetas que cursaban la Academia de Madrid. Supliquéle me viese en particular esotro día á solas, porque tenía un negocio que comunicar con él que le podría im- portar.

Algo se sospechó el presumido hombre sisado, que era cosa de afición, y así me prometió venir y obedecerme; con esto se despidieron él y el amigo de don Jerónimo, que le llevó. Vino don Jerónimo esa noche verme y á saber cómo me había ido con la visita; díjele lo que habíamos pasado en ella y cuan amigos quedábamos; que era esto el fundamento para la burla. Supo cómo le aguardaba esotro día, y fuese con esto animándome á que emprendiese la bur- la, que allí le tenía para defenderme de lo que me viniese.

No se descuidaba nuestro licenciado Ca- padocia, que á las dos de la tarde ya estaba en mi casa con diferente vestido que el del día pasado j inu}' en ello. Después que hubo un poco de conversación, haciendo yo mi labor de moños, que él celebró mucho, tomé desta ocasión para decirle, hallándo- me á solas:

160 CASTILLO SOLÓRZANO

Señor licenciado: ayer supliqué á v. m. me la hiciese de verme hoy para comuni- carle un negocio que, si propuesto, no gus- ta V. m. de la ejecución, haga cuenta que no le he dicho nada. Yo, habiendo conside- rado en la persona de v. m. tanta gala, tanta bizarría, tan buen entendimiento, tan dulce y extremada voz, acompañada con tanta destreza, me daba un pesar de que todo esto se hallase en sujeto en quien haya la falta que todos vemos, habiendo tanta sobra de gracias.

Comenzó á ponerse colorado y á morder de un guante, y yo le dije, conociendo que le comenzaba á pesar de la plática:

Vuesa merced no ha de sentirse de lo que le voy diciendo, que es fuerza tener la plática este principio para el fin á que la enderezo; y así proseguí. Pues como digo, teniendo este sentimiento de que v. m. no sea tan muy cabal, he querido comunicarle una habilidad que tengo, que es, ya que lo más no se puede remediar, por lo menos en- cubrir lo que se ve, y que los que no cono- cen á V. m. no le tengan por falto de nada, y así hágole saber que yo hago una destila^ ción por quintas esencias, tal, que con ella,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 161

lavando v. m. su rostro nueve noches cuan- do se fuera á acostar, quedará al cabo de estos días con barba. Este es remedio tan probado, que se hizo la experiencia en un criado mío que me sirve y le verá v. m. con mostachos.

Llamé luego á Hernando y viole, quedán- dose admirado de lo que oía j no poco con- tento en lo interior. Yo proseguí diciendo:

Esta habilidad, señor mío, fuera muy bien premiada si como v. m. hubiera un millón de hombres en el mundo; mas todos los que padecen este defecto ó son pobres ó religiosos que se les da poco por encubrirle ya que han sido conocidos; sólo con un hijo de una señora he hecho esta experiencia, por quien se hubo de hacer la prueba en este mozo (que de agradecido desto me sir- ve habrá cuatro años), el cual me gratificó bien el dejarle con apariencia de hombre. No digo esto por encarecer la cura, que mi intención es de servir á v. m. y dejarle á su cortesía después el hacerme favor.

Era el señor capón mollar de entendi- miento, y cayó al punto en el garlito; cre- yendo lo que le decía yo, y alegre sobre- manera, me dijo:

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 11

1G2 CASTILLO SOLÓRZAXO

Vuesa merced, señora mía, no debe de ser criatura m.ortal; ángel, sí, que ha veni- do á esta ciudad para mi consuelo; mil gra- cias doy á Dios por habérmela dado á co- nocer. Yo, señora, tengo la presencia que vuesa merced sabe bastante, no sólo á agra- dar con ella á los hombres que trato fami- liarmente, mas á las mujeres, y certificóla que aun con mis tachas soy solicitado, más por mi talle y gala que por mi voz. Quiso mi corta dicha dármela buena cuando niño, y un tío mío, tutor de una poca de hacien- da que me dejó mi padre, sin haber en rotura alguna me hizo violentamente cas- trar, que cada vez que me acuerdo de esta inhumanidad pierdo el juicio. Hízolo con celo de que tuviese aumentos á costa de mis menguas. Téngolos, porque aunque me dan ochocientos ducados de renta y porque me hallo bien en esta ciudad, no estoj'' en Sevi- lla ó en Toledo, que ya me han rogado con mayores partidos.

Debe V. m. de tener aquí amores (dije yo) .

Prometo á v. m. (dijo), si lo hemos de decir todo, que no falta quien me favorez- ca, que todo se gasta en este mundo, y tal hay que con mis faltas me adora.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 163

Conociendo la hilaza que descubría el li- cenciado, yo me di por victoriosa de la con- quista que emprendía. Llegó á exagerarme tan por menudo sus perfecciones, que me dijo que calzaba solos siete puntos de zapa- to, cosa desusada en los que padecían su de- fecto, pues umversalmente tenían todos grandes pies.

Vamos á lo esencial (dije yo). V. m. ya ha visto este mozo; si quisiere enterarse más de que le trato verdad, yo le mandaré que se deje reconocer de v. m., que no quiero que me tenga por embustera.

¡Jesús, señora mía! ¿Había v. m. de tratar de cosa que después, no saliendo con ella, quedase en mala opinión? Yo la tengo creída; y así me pondré en sus manos, que- dando muy satisfecho de que me deje tan bien barbado como á este galán.

Xo quiero yo (le dije) que v. m. tenga zalea de barba, que eso en mi mano está; sola la suficiente á un hombre de su porte, y en las partes que se requiere la he de po- ner, dándole muy poblados bigotes y clavo.

Pues ¿qué se ofrece para que comen- cemos esto? (dijo él). Yo deseo verme en otro semblante.

164 CASTILLO SOLÓRZANO

Que tenga v. m. paciencia (dije yo), y un poco de ánimo para darme dineros con- que compre las raíces, gomas, piedras pre- ciosas y perlas de que se ha de sacar esta agua, que de todo esto consta.

¿Cuánto será menester?

Hasta mil reales (dije yo) costará todo^ que es cosa de estima como v. m. ve.

No me da cuidado aunque sean más; yo enviaré dos mil, para que v. m., á su gusto, compre cosa buena y que apro- veche.

Con esto se despidió, dicióndome que otro día enviaría á un criado suyo con el dinero. Encargúele mucho que no comunicase el secreto con nadie, aunque fuese con el due- ño de su alma.

Vuesa merced pierda cuidado (dijo él); que antes quiero que de repente me vea más galán y con la perfección que me falta.

Con esto se despidió de mí, y me dejó ad- mirada que tan fácilmente hubiese creída un disparate como aquél.

Vino luego don Jerónimo y díjele lo que pasaba, con que mostró el mayor contento del mundo, diciéndome que saldría con mi burla sin duda alguna, porquo el sujeto era

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 165

á propósito, faltándole entendimiento y so- brándole presunción.

El día siguiente no se descuidó el buen capón, que con dos criados me envió los dos mil reales y un presente de dulces por prin- cipio de paga.

Costóme la burla haber de desengastar unas piedras de unas sortijas que tenía, y en particular en una joj^ de diamantes que me dio mi esposo cuando me casé.

Sin esto, por hacer más número, rogué á don Jerónimo me trújese otras si tenía al- gún lapidario conocido, que aunque no fue- sen finas, el sujeto del capón era fácil de engañar, y quería que viese la prevención que hacía para su cura.

Hízolo así don .Jerónimo; y en tanto que me las traía, yo me previne de cantidad de alambiques y de fornacha, poniendo en as- tillero la distilación, para que la hiciese el licenciado. Hice traer también hierbas de la botica; y todo esto escribí en una larga receta para satisfacer al paciente.

Vino á verme aquella tarde, y hallóme cercada de alambiques de hierbas, de raíces y de cajuelas de piedras y perlas, con que quedó muy contento viendo que no me des-

166 CASTILLO SüI.ÓRZA.VO

cuidaba. Prometíame montes de oro si le dejaba barbado; yo se lo aseguraba con tan- ta certeza, como si ya lo estuviera, con que estaba loco de contento.

Era mi ruiseñor aquellas tardes, y no ha- bía día que no me viese. Ya había puesto una alquitara con dos alambiques en un apo- sento encima de donde hacía labor, y dellos se destilaba una agua de la primera hierba olorosa que se me vino á la mano. Esta le daba á entender que había de ser destilada otras dos veces.

No hacía si no preguntarme cuándo se acabaría la distilación, y yo le decía que presto; yéndole entreteniendo porque con- tinuase con los regalos que todos los días enviaba.

Pareciéndome que ya era bien concluir con este engaño y dar venganza á don Je- rónimo, saqué una agua fuerte por la alqui- tara que, puesta en cualquier parte, abra- saba y dejaba señales. De ésta llené una pequeña redomilla, que di al capón, dicién- dole que con aquella agua se había de lavar muy bien y cubrirse lo lavado con un paño; y que aunque escociese lo sufriese con pa- ciencia, que aquello era obrar la naturaleza

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 167

para abrir las vías por donde había de bar- bar. Díjele que se había de lavar los dos la- dos, el bozo y barba.

El capón tomó su agua, y por principio de paga me dio una sortija con cinco dia- mantes, diciéndome que aquello no lo tu- viese por paga, que con más me había de servir. El se fué, j yo quedé disponiendo mi mudanza á otra parte, porque sabía cómo había de quedar el enamorado capón. Ha- llóme don Jerónimo previniendo mis cosas, y pareciéndole que él era causa de mi mu- danza, quiso que la hiciese á una casa de un tío suyo, canónigo de Sevilla, donde él asis- tía por su ausencia.

Era fuera de la ciudad y con muy gran jardín; allí llevó mi ropa con ánimo de no salir donde me viese nadie, hasta partir de Córdoba.

Volvamos al capón, que llegada la hora del acostarse se lavó muy bien, guardando el orden que su módica le había dado; y po- niéndose el paño se entró en la cama: co- menzó el agua á hacer su efecto, dando te- rribles dolores, que él sufrió por ver cuánto le importaba barbar. Fué bastante el lava torio para no dormir en toda aquella noche

168 CASTILLO SOLÓRZANO

levantóse á la mañana, y acercándose á un espejo se quitó el paño, viendo la más lasti- mosa labor, procedida del agua, que sus ojos habían visto. Todo el rostro tenía lla- gado; y no así como quiera (según supimos de los que le vieron), sino con heridas para curarse muchos días.

Envió luego á un criado á darme aviso de cómo estaba, y como viese mi casa cerrada y que los vecinos le informaron de mi mu- danza, volvió á decírselo á su afligido se- ñor, el cual se dio por engañado, congoján- dose de tal manera, que le sobrevino una calentura, con que tuvieron en que entender los médicos y un diestro cirujano. Corrió la voz por Córdoba la burla de la Castella- na, que así me llamaban todos, y hablaban de diversas maneras en ella.

Unos se holgaban del castigo del capón, enfadados de verle tan presumido, y otros decían que había sido inhumanidad tratar- le de aquella manera. Más de un mes estuvo el desdichado en la cama, quedando de la refriega no sólo con señales en el rostro, pero con muchas rugas, de suerte que esta- ba feísimo, con lo cual la viuda dio en abo- rrecerle, y se dejó la amistad.

CAPITULO XII

En que se refiere la sohri'hurla que se le hizo al licenciado, y cómo dejó Teresa á Córdoba y se fué á Malaya.

ivliENTRAS pasó la borrasca del capón no salí de casa de don Jerónimo, llevándome él las nuevas de todo lo que pasaba, y así mismo de la figura con que quedó, que era motivo para mofar todos de él; no salía sino á la iglesia, á su coro y luego se volvía á la posada.

No quiso don Jerónimo, con haber logra- do su venganza, dejar de pasar con la bur- la adelante; y así, con la ocasión de estar allí un autor de comedias, escribió un en- tremés, en que acomodó la burla. Diósele al autor, y él le repartió entre los compañeros y ensayó hasta saberle muy bien.

Llegóse el día en que representaba, y éste me llevó don Jerónimo embozada á la comedia. Púseme un manto de tres suelas

I

168

CASTILLO SOLORZANO

levantóse á la mañana, y acercándose á un espejo se quitó el paño, viendo la más lasti- mosa labor, procedida del agua, que sus ojos habían visto. Todo el rostro tenía lla- gado; y no así como quiera (según supimos de los que le vieron), sino con heridas para curarse muchos días.

Envió luego á un criado á darme aviso de cómo estaba, y como viese mi casa cerrada y que los vecinos le informaron de mi mu- danza, volvió á decírselo á su afligido se- ñor, el cual se dio por engañado, congoján- dose de tal manera, que le sobrevino una calentura, con que tuvieron en que entender los médicos y un diestro cirujano. Corrió la voz por Córdoba d@ la burla de la Castella- na, que así me llamaban todos, y hablaban diversas maneras en ella.

Unos se holgaban del castigo del capón, enfadados de verle tan presumido, y otros decían que había sido inhumanidad tratar- le de aquella manera. Más de un mes estuvo el desdichado en la cama, quedando de la refriega no sólo con señales en el rostro, pero con muchas rugas, de suerte que esta- ba feísimo, con lo cual la viuda dio en abo- rrecerle, y se dejó la amistad.

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CAPITULO XII

»m:.

En que se refiere la sobreburla que se le hizo al licenciado, y cóyno dejó Teresa á Córdoba y se fué á Málaga.

iVliENTRAs pasó la borrasca del capón no salí de casa de don Jerónimo, llevándome él las nuevas de todo lo que pasaba, y así mismo de la figura con que quedó, que era motivo para mofar todos de él; no salía sino á la iglesia, á su coro y luego se volvía á la posada.

No quiso don Jerónimo, con haber logra- do su venganza, dejar de pasar con la bur- la adelante; y así, con la ocasión de estar allí un autor de comedias, escribió un en- tremés, en que acomodó la burla. Diósele al autor, y él le repartió entre los compañeros y ensayó hasta saberle muy bien.

Llegóse el día en que representaba, y éste me llevó don Jerónimo embozada á la comedia. Plíseme un manto de tres suelas

170

CASTILLO SOLORZANO

y mi sombrerillo; y así, sin que nadie me conociese, pude estar en el teatro y ver re- presentar el entremés, que por dármele des- pués don Jerónimo y saberle de memoria, quiero que el lector se entretenga un rato. Era éste:

FIOXTR.A.S

Piruétano. Pbscaño.

Lampiño 1.° Calvo.

Capón. Lampiño Músicos.

•#

{Salen Piruétano y Pescaño.)

PiRUÉT. ¿Te admiras?

Peso. Sí, que siento de que trates

emprender tan notables disparates,

PlRUÉT. no sabes, Pescaño, á cuánto obliga esta necesidad, fiera enemiga. ¿Pusiste ya los rótulos?

Pe8C. Sí, amigo;

ya los dejo en esquinas bien fijados, y á todos sus lectores admirados. En ellos dice que Ozmin Piruétano de Cochinchina, de nación griego, ha llegado del Asia á aquesta corte, trayendo del Gran Turco pasaporte;

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES

171

el cual, con cierta coufeccióu, se atreve

á que, en espacio breve,

barbas hará nacer al más lampiño

y al que fuere castrado desde niño.

ítem al que tuviere la mollera

más lisa que su loza en Talavera.

Esto, ¿podrás cumplirlo?

PiRUÉT. En ningún modo;

mas con la industria yo saldré de todo.

Pesc. El cielo me asegure los temores

de verdugo, borrico y chilladores.

PiRUÉT. ¡Qué necio estás, Pescaño! Emprende

que al atrevido favorece el hado, [osado Dime, un amolador, ¿no se sustenta echando aquí á perder todaherramienta? Y con ver todos que hace aqueste daño, no le falta que hacer eu todo el año. Yo vi un hombre en Madrid que se ofre- cen dos xiuturas, á dejar preñada, [cía, dentro de un mes, la vieja más pasada. .Acudió á su posada mucho gente, y el picarón, más cauto que inocente, antes de ver del mes el día postrero acogióse, y llevóles el dinero. Como esas cosas en la corte vemos que se sufren y pasan; hoy tendremos, Pescaño amigo, aquí moneda fresca, y verás con el modo que se pesca. ¿Tienes todo recaudo prevenido?

Pesc. Todo lo tengo aquí.

PiRUÉT. Dame el vestido.

Pesc. Póntele presto y toma este tocado.

172 CASTILLO SOLÓRZANO

PiRUÉT. Advierte que has de ser hoy mi criado.

¿Los músicos? Pesc. Ya quedan ahí fuera.

PiRUÉT. ¿Dónde, Pescaño?

Peso. Al pie de la escalera.

PiRUÉT. ¿Está buena la barba? Pesc. Está extremada.

¿Y yo? PiRüÉT. Tienes rarísima fachada.

Mi intérprete has de ser; yo hablaré á Pesc. ¿En qué lenguaje? [bulto.

PiRUÉT. Bien pudiera en culto,

mas quiérole más claro. Pesc. ¿De qué suerte?

PiRUÉT. Yo me daré á entender, atento advierte.

{Vístense como está dicho; entra el Lampiño 1.°)

Lamp. 1.° ¿Está en casa el señor Ozmín Piruétano de Cochinchina?

Pesc. Aquí le veis presente.

Lamp. 1.° El alto cielo su salud aumentei

PiRUÉT. ¿Gorgotón?

Pesc. Mi señor...

PiRüÉT. Mesques meschá-

Pesc. Que se cubra vosted dice. [tete.

Lamp. 1.° ¿Lo entiende?

Pesc. Sí, aunque no hable español, mas ya lo

[aprende.

Lamp. 1.° Seis años ha, señor, que soy casado

por mi desdicha, y como no he barbado en todo aqueste tiempo, le prometo que no me tiene mi mujer respeto;

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 173

ella lo manda todo, ella gobierna,

y 3'o lo siifto con paciencia eterna.

Barbas pide, señor, mi desventura. Pesc. ¿Hasta dónde? Lamp. 1.° Hasta el pecho ó la cintura^

que si en esto consiste el respetarme,

de una vez, no de dos, he de barbarme, PiRUBT. B rinche par chaz. Lamp. 1.** ¿Qué dice?

Pesc. Que un ducado

le primero y se verá barbado. Lamp. 1.° Aquí tiene un doblón. PlRüÉT. A la capacha.

Lamp. 1." ¡Que sea el ser lampiño tan gran tacha! PiRüÉT. Achombo, achombo, achombo. Pesc. Llegue, encaje

el parche de barbar. Lamp. 1." Eso deseo;

nunca hizo doblón tan buen empleo.

{Poníanle una barbilla colorada, arrimóse ci un lado y salió eZ Calvo.)

Calvo. Dios le prospere y guarde dos mil años al gran reparador de ajenos daños.

PiRCÉT. Mosborotón, mosborotón.

Calvo. No entiendo.

Pesc. Dice que es descortés: ¿entiende?

Calvo. Es cierto;

mas por ser calvo no me he descubierto; ya mi defecto á vuesarced he dicho; deseo que me cubra de pelusa, que para vivir quieto no se excusa;

174

CASTILLO SOLORZANO

porque mi calva, viéndomela todos,

es el blanco á que tiran sus apodos. PiRUÉT. Pitón bolee, pitón. Pesc. Con dos doblones

aliviará el buen calvo sus pasiones. Calvo. Velos aquí y aun más si me pidiera,

á trueque de excusar la cabellera. PiRUÉT. Casquitilinguacoz. Pesc. Baje el casquete,

que le quieren poner un capacete. Calvo. Esto que es echar i^or el atajo,

para no ser de niños espantajo.

{Pónenle un birrete colorado, arrímase y sale el Capón, que le hacia una mujer.)

¿Quién es aquí el señor Ozmín Pirué- El que ocupa esa silla. [taño?

Dios le guarde. Este para barbar ya llega tarde. Señor, yo fuera un hombre consumado si, con ser yo capón, fuera barbado. Yo soy el alegría de las damas, quien las divierte allá en sus soledades, y, en fin, el ruiseñor de sus beldades. Tengo buen talle, buena voz y cara, escapóme de ser un mentecato, y calzo siete puntos de zapato. Barbas pretendo, sólo barbas quiero. Este, con ser capón, es majadero. Trexicoscón, trexicoscón.

¿Qué dice? Que con trescientos reales luego en plata,

Capón,

Peso.

Capón.

PlEÜÉT

Capón.

PiRUÉT.

Capón. Pesc.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 175

le pondrá el barbacacho de escarlata. Capón. En este bolso ofrezco cuatrocientos,

y si me barba bien daré quinientos. PiRUÉT. Achombo. Peso. Llegue.

Capón. Excuse la zalea.

Peso. Una barba tendrá como desea.

{Ponente la barbillacolorada, arrímasecon los otros, y sale el Lampiño 2.°)

Lamp. ¿Tace el barbador insigne

en esta mansión? Phsc. ¿Qué quiere?

Lamp. 2.° Barbimostacbar, señor. Peso. Ahí le tiene presente. Lamp. ¡Oh!, barbipleno diluvio;

cerdosísima torrente

de materia zaleosa,

archibarbado de reqviiem;

refupíio, asilo y amparo

de tanto lampiño estéril,

que se tuerce en profecía

lo que no palpa ni tuerce. PiEUÉT. Costricón, costricón. Pesc. Dice

que se explique brevemente

sin preámbulos prolijos

lo pue en su causa pretende. Lamp. 2.° Que me place. Ha siete lustros,

ó cinco si no son siete,

puede hacer que me engendró

176 CASTILLO SOLÜRZANO

mi padre Onofre Gutiérrez.

Preñada de mi madre,

dióle un mal de madre un viernes,

de comerse un melón de agua

que quiso todo comerle.

Dos médicos, no muy doctos,

la recetan que la echen,

para aplacársele el mal,

un ayuda de agua fuerte.

Recibióla, y yo que estaba

descuidado y en su vientre,

recibí el escopetazo

del jiringal pistolete.

Como era el séptimo mes

de su preñado, le vienen

al instante los dolores,

y nací en el mismo viernes

con la barba desollada.

Sané de ella en tiemiDO breve,

y al darme el baiitismo santo

porque helarme no pudiese

el agvia, mandó el padrino

mezclarla con más caliente;

echóse hirviendo en la pila,

chapuzóme el doctor Lesmes

abrasándose las manos

y yo de nuevo péleme.

Esta es la causa, señor,

de que mi barba remede

á un guijarro de Torote.

Si barbas como prometen

tus rótulos, dame barbas.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 177

PiRüÉT. Quatri corchaz.

Lamp. 2.° Entendedle:

¿cuatri qué? Peso. Dice que cuatro

cientos reales merece

por dejarle bien barbado. Lamp. 2.° Soy poeta y no se entiende

con ellos que den moneda,

pues siempre de ella carecen.

Si cura pobres de balde

como los potreros, este

rostro me pueble de barbas. PiRUÉT. Zaramacotón. Pesc. Que llegue.

(Pónenle la barbilla colorada.)

De balde, encaje el poeta;

barbará, Deo volente,

más que un armenio bribón.

Baile y música comiencen. Lamp. 2.° ¿Baile? Pesc. Es cosa inexcusable,

porque el ejercicio espele

porosidades cerdosas. Lamp. 1.° Nadie excusarse pretende. Calvo. Ya mujeres han venido

para bailar. Lamp. 1.° Si hay mujeres,

en el baile me hago rajas;

toquen y canten voarcedes.

{Salgan mujeres y músicos, comienza el baile.)

A aumentar barbados

LA KIÑA DE LOS EMBUSTES 12

178 CASTILLO SOLÓRZANO

vino á aquesta corte

un maestro insigne

de lejas regiones;

á todo lampiño

da barba r bigote,

que no se le escapan

aunque sean capones. "^

Toda lisa barba

hace que se forre

de cabello espeso,

si el casquete coge.

Aquí ponen barba?,

llegad mirones;

que en trayendo moneda,

todo se pone,

{Estando bailando vánse Piruétano y Pkscano.)

Lamp. 2." ¿Dónde se fué el barbador?

Lamp. 1.° Allá dentro.

Lamp. 2.° ¿Si se fuese

y nos dejase burlados? Calvo. Burlados no, que el casquete

me levanta ya el cabello. Capón. Veamos cómo encabelleces.

(Quítale el casquete y halla un papel.)

La calva está como de antes

y un papel sobre ella tienes. Calyo. Veamos. Capón. Este es el papel.

Dice así, en razones breves;

«Quien de lijero se cree,

téngase la burla que le viniere.»

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 179

Calvo.

¡Por Dios, que ha sido gran burla!

Capón.

¡Que cuatrocientos; me cuesto!

Lamp. 1.

° A un doblón.

Calvo.

A cuatro.

Músico.

Con nosotros se consuelen,

que también nos ha estafado

en no pagarnos.

Lamp. 2.

' Pne'5 este

es daño general;

bailando y cantando pueden

entrarse con la letrilla

del barbador insolente:

<Aquí ponen barbas,

llegad, mirones;

que en trayendo moneda,

todo se pone.»

Acabóse el entremés con este baile, dan- do grandísima risa á todos, con que se reno- vó la burla del desollado capón, con lo cual le obligó á irse de Córdoba, acomodándose en Jaén con menos partido, por huir de que no le corriesen por las calles.

,— W^-^^^g^-uv 1

CAPITULO XIII

Donde hace relación del mayor de sus embustes en Málaga y lo que del sucedió.

vLoMO estaba en resolución de irme de Cór- doba en aquel mes que estuve retirada en la casa de don Jerónimo, maquiné uno de los mayores embustes que ha trazado mu- jer, deseando que tuviese buen efecto, para quedar dichosa por toda mi vida.

En la historia que me contó el ermitaño de Sierra Morena, sucedida en Málaga, me acordó que me dijo que al tiempo de ejercer aquella inhumanidad con la muerte de la malograda doña Leonor la habían captiva- do los moros á su hija de cuatro ó cinco años, que se llamaba Feliciana, y que desde entonces hasta ahora no se sabía nueva al- guna della, ni la tenía el capitán, su padre» Pues antojóseme hacerme yo aquella niña robada, que, según el tiempo, tendría vein- ticuatro años, y de esa edad era yo. Esfor-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 181

zóme esto el saber que Hernando, mi cria- do, había sido captivo cuatro años en Argel y estaba práctico en las cosas de aquella tierra, de donde había venido seis años había.

Era mozo de agudo entendimiento y pres- to para cualquier cosa; díle ciTenta de mi intento, aprobóle y ofreció ayudarme en todo, instruyéndome en el tiempo de nues- tro retiro en lo que había de decir de Ar- gel, haciéndome nueva relación de sus co- sas notables, de la condición y trato de los moros, de cómo se portaban con sus capti- vos, y de todo quedé muy enterada.

Con esto fui previniendo de secreto cuanto era necesario; vendí todo el menaje de mi casa; hícelo dinero; convertido en do- blones y joyas acomodé las monedas en una almilla mía y las joyas en una faja, y, con toda la prevención que fué menester, dia- puse mi partida para Málaga; tomamos mu- las, y despidiéndome de mi protector don Jerónimo, me dio la prometida cadena por la burla del capón. Sintió que me ausenta- ra, porque se juzgaba él causa de mi parti- da; pidióme que le avisase de donde estu- viese, que él no sabía dónde era mi partida.

182 CASTILLO SOLÓRZANO

Salimos de Córdoba un lunes de mañana y, sin sucedemos nada, llegamos media jor- nada antes de la ciudad de Málaga; era una aldea donde comimos aquel día. Allí deter- miné quedarme; pagué al mozo de muías y él pasó á Málaga y de allí á Granada; aque- lla tarde salió Hernando á buscar si en aquel lugar hubiese un ro^ín de venta para nuestro propósito; hallóle como deseaba, y concertado con el dueño se le pagó.

En éste salí el día siguiente á Málaga an- tes que amaneciese. A media legua de este lugar había un bosquecillo, adonde nos en- tramos; era al tiempo que comenzaba el alba á mostrar su luz; allí fué donde nos vestimos al modo que Hernando había or- denado.

Yo me vestí una almalafa de varios colo- res que había comprado en Córdoba, y en- cima della un alquicel blanco; cálceme al modo de Argel, que también el calzado vino hecho al propósito, muy al propio de aque- lla tierra; compuse de ajorcas de oro mis manos y con un hilo de perlas la garganta; el cabello llevó suelto y cosidos los dos la- dos con listones de nácar; buenas arraca- das de perlas en las orejas y, después de la

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 183

compostura, me cubrí el rostro con un vo- lante de plata, largo.

Hernando se vistió una jaquetilla azul, calzones de augeo, albornoz listado de ne- gro y blanco, bonete colorado, medias blan- cas y alpargatas linas. Con esto y ser él mo- reno parecía propio captivo de los rescatados de Argel ó Tetuán; al fin él hacía el papel como quien se había visto en otra represen- tación como aquélla, aunque más de veras.

Después que los dos nos vimos vestidos tuvimos grande risa con la novedad del há- bito, diciéndome Hernando que me estaba de mora muy bien. Ya llevábamos hecha una certificatoria que el mismo Hernando había escrito, en que daba razón dónde ha- bíamos tomado puerto, que fingíamos ha- bernos escapado del poder de moros; ade- lante se verá cómo la ordenó, que era el mozo sagacísimo y gallardo escribano.

En todo lo que duró el camino de allí á Málaga me fué instruyendo en cuanto ha- bía de decir de Argel y en algunos vocablos de la aljamía, que yo no sabía aunque me había enseñado della mucho desde que em- prendí esta quimera.

Llegamos á aquella antigua ciudad, se-

184 CASTILLO SOLÓRZANO

pultura que fué de Florinda, perdición de España, y preguntando por las casas del capitán don Sancho de Mendoza, nos guia- ron allá.

Era ya cerca de las oraciones, y, con ser á esta hora, la novedad de nuestro traje juntó tantos muchachos y gente vulgar que nos seguía, que apenas podíamos andar por las calles. Llegamos á la casa de don San- cho, y, apeándome, Hernando dijo á un criado que dijese al capitán cómo "estaba allí una mujer que le quería hablar á solas. El le respondió que su señor estaba recién convaleciente de una enfermedad de que aún no se había levantado, que no sabía si se le podría hablar. Oyó esto un capellán de casa y di jome:

Suba V. m., señora, que el capitán mi señor nunca estorba á nadie la entrada en su casa; v. m. le hablará.

Quedóse Hernando con elrocíny en guar- da de una maleta, y yo con más ánimo que el caso pedía subí acompañada del capellán, que me Ueyó hasta una pieza antes donde tenía la cama el capitán; allí me dijo que aguardase y él se entró á avisarle de mi ve- nida.

LA XIÑA DE LOS EMBUSTES 185

Estaba entreteniéndose á los cientos, con otro caballero anciano; díjole cómo estaba allí y en qué hábito, cosa que le alborozó mucho, y mandó que entrase luego. Entré procurando que el despejo mío deshiciese cualquiera sospecha, y hálleme en la pre- sencia de un venerable anciano, á quien ya como á padre que esperaba lo había de ser mío; hice una gran cortesía, quitado el re- bozo; él me correspondió con otra y me mandó allegar una silla. Díjele que le que- ría hablar á solas, y respondióme:

Cualquier cosa que v. m. me pueda querer, no importa que esté presente el se- ñor don Fernando, mi primo.

Para lo que yo deseo hablar con vues- tra merced no importa (dije yo), y más siendo pariente, que tendrá parte de gusto en mi venida.

Dejáronnos solos á los tres; y yo, de una cajita de hoja de lata, saqué unos papeles, y de ellos escogí uno que puse en manos del capitán, suplicándole que leyese en alto; él se le dio á aquel caballero, y oyó él estas razones:

«Certifico yo, Gralcerán Antonio, notario de esta ciudad de Valencia, que á la playa

186 CASTILLO SOLÓRZANO

de ella, en el lugar que llaman el Grao, arri- bó una barca con treinta seis personas, que en ella dijeron haberse escapado tres días liabía de la ciudad de Argel, donde estaban captivos en poder de infieles, entre los cua- les venía doña Feliciana de Mendoza y Guz- mán, que dijo ser nacida en la ciudad de Málaga , hija del capitán don Sancho de Mendoza y de doña Leonor de Guzmán, adonde fué captiva de edad de cinco años con dos criadas de su madre; á petición de la cual, he dado esta certificatoria signada de mi signo y firmada de mi nombre, y asi- mismo comprobada por tres notarios de la misma ciudad, en que certifican mi legali- dad.» Seguíase á esto la comprobación de los tres notarios.

Apenas el caballero leyó la certificación, cuando yo llegué, y puesta de rodillas, pedí al capitán la mano, como hija suya, mos- trando algunas lágrimas, que me ocurrieron que fueron de grande importancia. El capi- tán, bañado en ellas, me recibió entre sus brazos, dándome muchos besos en la frente y diciéndome entre sollozos:

¡Ay, hija querida de mi alma, único consuelo mío y alegría de mi vejez! ¿Es po-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 187

sible que haya permitido el cielo, tras de tan largo tiempo, haberte traído á que me cie- rres los ojos y muera yo consolado?

No hacía sino abrazarme y yo besarle una mano, derramando taiabién lágrimas. El caballero que estaba allí, no menos tier- no que su primo, le dijo:

Dejad, señor don Sancho, que todos participemos de ese contento, que sin pen- sar nos ha venido en la señora mi sobrina y vuestra hija.

Abrazóme, echándome mil bendiciones y diciendo :

^Válgame Dios, lo que te pareces á tu desgraciada madre; hágate el cielo más di- chosa que á ella!

A las voces que oyeron los criados en- traron todos de tropel, y su dueño les dijo:

Hijosmíos, besad la mano á mi hija, que por milagro de los cielos ha venido á que la vean mis ojos antes de que me los cerrase la muerte.

Todos, locos de contento, llegaron á que- rerme besar las manos; 3^0 los abrazaba con mucho gusto.

Pasó luego la palabra por la ciudad, y en aquella noche no quedó caballero en ella ni

188 CASTILLO SOLÓRZANO

señora que no fuesen á dar la norabuena al anciano don Sancho, holgándose mucho de la buena suerte que había tenido en ver á su hija en su casa cuando menos se pen- saba.

Muchas lisonjas de aquellas damas, en particular de las parientes; hiciéronmelas conocer á todas, teniendo yo mucho cuida- do con saber de cada una quién fuese.

Dieron lugar para la cena; quedáronse á ella dos ó tres señoras de las parientas más cercanas y sus maridos, y pusieron las me- sas en el mismo aposento donde mi nuevo padre tenía la cama. En tanto que se preve- nía, yo llamé á un criado y díjele si había visto al que me acompañaba. Preguntóme •el capitán qué le decía, y le dije que le pe- día por el hombre que había venido conmi- go desde que desembarqué en Valencia, que era persona á quien, después de Dios, debí mi libertad y á quien había de galardonar su fidelidad y amor.

Es muy justo, hija mía (dijo él); haced que le regalen.

Ya está hecho, señor (dijo el criado), y la cabalgadura puesta á recaudo.

Pues suba acá ese hombre.

LA. NIÑA DE LOS EMBUSTES 189

Hicieron subir á Hernando, el cual des- pejadamente habló en las cosas que de Ar- gel se le preguntaron como quien las sabía razonablemente. Di jóle el capitán cómo sa- bía de lo que había hecho en mi libertad, y que estuviese cierto que no dejaría sin premio lo que había hecho en orden á ella. El respondió que para él el mayor premio era haberme servido y desear continuar todo lo que tuviese de vida.

Con esto dio lugar á que nos sentásemos á cenar; sirvióse una espléndida cena de muchas ensaladas, platos y dulces. Alzáron- se las mesas, y quiso el capitán que, en pre- sencia de aquellos caballeros y damas, dije- se el modo cómo me había venido de Argel. Yo ya había prevenido este lance y traía pensada mi mentira, pues sabía que en ella se fundaba mi máquina; diéronme atención y comencé mi historia de esta suerte:

Habiéndome captivado de esta tierra, como todos saben, juntamente con dos cria- das, fui llevada de la barca á un bergantín, adonde me pasaron. Esto digo por habérse- lo oído (siendo mayor) referir á una de las dos criadas, que se llamaba María (también tomé el nombre de memoria de la relación

190 CASTILLO SOLÓRZAXO

del ermitaño, preguntándoselos todos des- pués). Con esto llegamos á Argel, adonde me compró á y á esta criada Muley Ci- dan, un moro rico y administrador de la aduana y rentas que el gran señor tiene sobre ella; en su casa estuve hasta edad de veinte años, liacieudo más de seis que era solicitada de Alí Cidan, hijo de mi patrón, para que dejase mi ley y que sería su espo- sa. Mas yo, bien instruida de la criada con quien fui captiva, resistía á sus importuna- ciones, desengañándole que antes perdería mil veces la vida que dejar mi religión.

Era grandísima la clausura nuestra, en particular cuando había redentores de las Ordenes de la Merced ó la Trinidad, que ellos llaman Papaces, que entonces no nos deja- ban ver la luz del sol, y así ha sido esta la causa para que no se supiese dónde estaba hasta ahora. En este tiempo murió Miüey Cidan, y quedó su hijo Alí con la mayor par- te de su hacienda y esclavos, que eran mu- chos; en particular, procuró que yo no sa- liese de su casa. Al principio tratóme bien, con intento de que yo renegase; mas como conociese mi perseverancia, echó la culpa de esto á María, la criada que estaba en mi

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 191

compañía, á la cual comenzó á tratar tan ásperamente, que esto la ocasionó una gra- ve enfermedad, de la cual murió, con muclio arrepentimiento de sus pecados.

Sentí en extremo su muerte, porque me amaba tiernamente y la tenía en lugar de madre. Dentro de pocos días supe la muer- te de su compañera, que estaba en poder de otro moro rico.

Pensó Alí Cidan que faltándome del lado mi consejera yo vendría á condescender con su voluntad; mas hallóse engañado, porque vio mucho más valor en que hasta allí. Valiérase de la violencia si no fuera por su madre que le iba á la mano, diciéndole que esperase en el tiempo, que él me haría mu- dar de opinión viendo estar dudoso mi res- cate.

En este tiempo andaban ciertos captivos de un vecino de Alí Cidan ('moro de cuenta) por huirse en una barca; dieron parte de su intento á este criado que viene conmigo, conociéndole práctico en la tierra y que sabía bien la lengua; él los animó á la em- presa y ofreció su ayuda, acompañándose de otros captivos compañeros suyos. .Jun- tábanse las noches en un baño de Alí Cidan

192 CASTILLO SOLÓRZANO

todos (que así se llaman las prisiones de los moros), adonde con más fundamento trata- ron su fuga.

Era Hernando muy conocido mío, y no quiso dejar de darme parte de lo que inten- taban, persuadiéndome á que me fuese con ellos. Vi dificultosa la salida por el grande encerramiento en que estaba; mas con todo, dije que dilatasen la partida por ocho días, que en tanto abriría el cielo camino para que yo saliese de aquella opresión. Así le sirvió con sobrevenirle á Alí Cidan una grave enfermedad, con que era menos nues- tro encerramiento, por faltar en esto su cui- dado.

Advertíselo á Hernando, con lo cual dio más prisa á la partida; previnieron una barca buena y señalaron la noche de la fuga, pues con este aviso todos estuvimos con cui- dado, y á la media noche rompieron los cap- tivos la puerta del baño y fueron por mí.

Con el desvelo que todos los de casa ha- bían tenido las noches pasadas asistiendo al enfermo, estaban vencidos del sueño; y así pude, no sólo salir de casa, pero tomar algunas joyas y ropa della para pasarlo me- jor. Salí donde me aguardaban los captivos;

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 193

alegráronse con verme, y todos juntos nos fuimos quietamente hasta el muro, de donde nos descolgamos con cuerdas por estar las puertas cerradas.

Fué suerte no ser sentidos de las guardas de la ciudad, lo cual nos alentó para llegar presto á la marina. Sacaron aquellos cap- tivos de entre unos árboles los remos para la barca que habían allí escondido, v con ellos entramos en ella; y encomendándonos á Dios, comenzamos nuestro viaje con vien- to próspero, que a^uidaba á nuestra fuga. Mas la fortuna, que nunca permanece en un ser, torció el aire y comenzó á alterar el mar, de modo que comenzamos á padecer una áspera tormenta, en que nos vimos en grande aprieto, porque el viento era contra- rio, y temimos que nos volviera al peligro, dando con i] esotros en la playa de Argel. Duró el temporal dos horas, al cabo de las cuales se sosegó el mar y pudimos volver al viaje, sirviéndose Dios de que arribásemos al G-rao de Valencia, donde tomamos tierra, besándola no pocas veces y dándole gracias de las mercedes que nos había hecho.

Los captivos vendieron la barca; yo me vine á Valencia, donde tomé esta certifica-

LA XJÑA DE LOS EMBUSTES 13

194 CASTILLO SOLÓRZANO

ción después de habernos presentado al vi- rrey, que me lionró mucho, sabiendo quién era; de allí hemos venido por Murcia hasta la patria, acabándose mis desdichas con haber llegado á la casa de mis padres, donde nací.

Este discurso hice con tan buen despejo y significación de palabras, ya enternecién- dome, ya alegrándome en las ocasiones que lo pedía, que todos creyeron mi embeleco.

De nuevo me abrazó mi padre y aquellos señores deudos, y siendo hora de recogerse, se despidieron.

Lleváronme dos criadas ancianas de mi padre á un bien aderezado cuarto, adonde reposé aquella noche, aunque parte de ella di al desvelo, considerando cómo me había de portar hija de tal padre j tan estimado en la ciudad.

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CAPITULO XIV

Que prosigue con el engaño de ser hija del ca- jpitán, la estimación en que la tenían y cómo se vino d saber el embuste hasta salir de Má- laga,

jSl siguiente día mandó el capitán (que de aquí adelante llamaré con nombre de padre) sacarme vestidos costosísimos de casa de los mercaderes y que se hiciesen con brevedad. Presto me vi en otro hábito, y tan bizarra, que me daban todos el primer lugar de her- mosa en la ciudad, con no poca envidia de las damas.

Tenía mi presencia hechizado á mi padre, que se andaba tras de embelesado. Lue- go no faltaron pretensores para ser yernos suyos, frecuentando la calle con paseos á pie y á caballo; algunos dellos me propusieron mis deudos, mas yo decía que harto moza era para casarme; que quería gozar un par de años de la compañía de mi padre; que

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después habría lugar para tratar ele tomar estado con su licencia. Con esto le obligaba á quererme más; no había fiesta donde no me llevase, recreación que no viese, gala que no me sacase; y finalmente, era el dueño de su voluntad y hacienda.

Mi criado Herrando estaba ya en otro hábito; porque informando yo cómo era un hidalgo honrado de la montaña, quiso mi padre que sirviese en casa de gentilhombre, dándole dos vestidos negros, aderezo de es- pada y buena ropa blanca.

En este estado me puso mi industria, feliz si durara, pues no podía yo desear más que verme conocida por tínica heredera de un caballero de seis mil ducados de renta, querida del, estimada de todos y pretendida de muchos para esposa.

Mas la fortuna, que no da los contentos consumados, y éste, por el camino que había sido, tenía dudosa duración, permitió que al puerto de Málaga llegase un bergantín de Lisboa, del cual saltaron á tierra cuatro mu- jeres y tres hombres. Preguntaron por la casa del capitán don Sancho de Mendoza, y fueron guiados á ella. Venía una de las mu- jeres con un lucido vestido de camino, á

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quien el principal de los tres hombres lle- vaba de la mano, no menos lucido que ella.

Era un joven de veintiséis años, de gen- til talle y gallarda disposición; los demás venían detrás como criados suyos. De esta forma entraron en casa de mi padre á hora que acabábamos de comer; dijeron que le querían hablar; retiróme una pieza más adentro, y de allí estuve con cuidado ace- chando lo que querían; tomaron asientos, y el caballero habló de esta suerte:

Ha sido, señor don Sancho, este día para el más feliz que podía esperar, por haber llegado á vuestra presencia en com- pañía de esta señora, á quien después cono- ceréis, para lo cual es bien que primero leáis este papel que importa.

Púsole á mi padre en las manos; sacó sus anteojos, y leyéndole en alto pude oir que decía así:

«Certifico yo, Vasco de Gama, escribano real de Su Majestad en esta ciudad de Lis- boa, cómo el Padre maestro Fray Antonio Mascareñas, de la Orden de la Santísima Trinidad, redentor que fué electo desta pro- vincia para el rescate de los captivos cris- tianos que están en poder de moros en el

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reino de Marruecos, rescató, entre ducien- tas y trece personas que trujo de aquellas partes, á doña Feliciana de Mendoza y Gruz- mán, natural que dijo ser de la ciudad de Málaga, hija del capitán don Sanclio de Mendoza y de doña Leonor de Guzmán, su mujer, la cual fué captiva en su patria de edad de cinco años, y por haber sido cono- cida por mujer noble costó su rescate jcho mil escudos, de los cuales pagó los seis don Duarte Coutiño, caballero de esta ciudad,, que se halló captivo asimismo con ella de- bajo del dominio de un dueño, con el cual se casó luego que desembarcaron en esta ciudad de Lisboa In facie Eccleske, de que yo asimismo doy fe, por haber estado pre- sente á sus bodas; y así doy esta certifica- ción signada y firmada de mi signo y nom- bre. —F«6C0 de Gama.»

Con este papel le mostró otro impreso y autorizado del provincial y redentor de la Santísima Trinidad, en que venían los nom- bres de los captivos que habían rescatado en aquella redención, entre los cuales esta- ban los de esta dama y caballero: todo le leyó el capitán, el cual, después de haberle leído, muy admirado, le dijo al caballero:

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Espantaráse v. m. que con estos pape- les no haga la demostración debida de le- vantarme á abrazar á esta señora como hija que piensa ser mía y á v. m. como á esposo suyo. Pues sepa que no es sin causa, porque habrá dos meses que llegó á esta casa otra señora con la misma certificación que vues- tras mercedes y con señas tan bastantes de su captiverio y fuga, que hoy la tengo re- conocida por mi hija, y así está en mi com- pañía querida y estimada de mí; hallóme dudoso á cugil de estas dos me crea por pa- recerme haber traído bastantísimos papeles para certificarme la verdad.

Atajóle, el discurso que iba á proseguir, la dama, diciéndole:

Vuesa merced, señor, no crédito á papeles; pero si acaso se acuerda de esta re- liquia que cuando nací me puso quitándola de su cuello, ella podrá hacer más fe que todo lo que ha visto.

Mostróle una pequeña cruz de oro de ex- traordinaria labor, que tenía en su hueco un pedazo del sacrosanto madero de nues- tra Redención; la cual reconoció el capitán como quien la había traído de las Indias, y allí se la había dado su madre.

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Con esta tan cierta seña abrazó á la dama y caballero, y llamando á sus criados les mandó que á me encerrasen en un apo- sento, dejando una criada conmigo que me biciese guardia. Asimismo mandó bacer otro tanto de Hernando, lo cual se ejecutó al punto. Yo, al principio, visto aquello, co- mencé á mostrar valor quejándome que die- se mi padre crédito á dos viandantes para tratarme de aquella suerte, que á Dios me quejaba de aquel agravio. No me valieron para dejar de ponerme á buen recaudo, con que me vi afligidísima y tan arrepentida de baber emprendido aquel embuste, que diera un brazo por verme libre del.

El capitán no quiso que esto se supiese en la ciudad, y así mandó á los criados que ninguno hablase palabra basta saber de cómo había intentado tal embeleco. Agasa- jó á la hija y yerno mucho, regalándolos con grande cuidado, y aquella noche se fué á ver conmigo: hallóme bañada en lágrimas, y algo enternecido me dijo el buen viejo es- tas razones:

Los aumentos de maj'or estado han dis- culpado muchas tiranías que se han ejecu- tado en el mundo, de que las historias están

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llenas, no perdonando los hijos á los padres ni los hermanos á sus hermanos: en éstos reinaba el de mayor poder, como en otros la sobra de sagacidad.

He dicho esto, porque no me admira que un hombre de mediano porte, por sus trazas llegue á verse en mayor altura, que virtud es cuando no la emprenden con ruines me- dios. La desgracia del captiverio de mi hija y no haber sabido en tanto tiempo nueva de dónde estuviese, habrá dado á algunos in- tento de hacer lo que vos habíades conse- guido ''señora doncella";: siendo reconocida de mí, por dar crédito á vuestros papeles y fe á vuestra bien estuliada relación: hubié- rades sido muy dichosa, si otra con más ver- daderas señas no deshiciera vuestra máqui- na, que confieso traíades bien fundada. Otro quisiera que se castigara vuestro embeleco para dar miedo á que no se atreviesen á usar tales estratagemas; mas mi clemencia y ver en vos buenas partes me hace que me contente con que me digáis vuestra patria, quién sois y cómo habéis hecho este enredo, ó quién os indujo á él.

Aquí hizo pausa á su razonamiento, con que aguardó mi respuesta; yo, viendo estar

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descubierto mi embuste, le dije, puestos los ojos en tierra:

No debe ser culpable en ningún mortal el deseo de anhelar á ser más, el procurar hacerse de más calificada sangre que la que tiene; supuesto lo cual, en no se me debe culpar lo que he hecho, puesto que fué con esta intención de valer más; y así, por la trágica muerte de mi señora doña Leonor de Guzmán, vuestra esposa, supe la desgra- cia de haber captivado á vuestra hija, con su nombre y el de sus criadas: á quien se la -OÍ fué á un santo varón que, retirado del siglo, está en la soledad sirviendo á Dios con grandes penitencias y aprobación de quien le conoce su riguroso modo de vida. Es de esta ciudad, y caballero; su cono- cimiento fué en Sierra Morena, huyendo de la violencia de unos facinorosos sal- teadores que, tras de haberme despojado querían hacer de cuanto llevaba, hasta de- jarme desnuda, el último despojo en mi ho- nestidad; libróme el cielo y mi valor, que le tuve en tan apretado lance. Allí, como digo, conocí á este varón del cielo que ori- ginó mi traza para hacerme vuestra hija, y cierto que iba enderezada más á hacer-

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me de bueaa saugre con ser liija vuestra, que á las comodidades de hacienda; por- que, aunque vago por el mundo, puedo asegurar que he guardado siempre los pre- ceptos de la buena enseñanza y educación que tuve iquedando huérfana de mis pa- dres) en casa de unas virtuosas mujeres ve- cinas suyas.

Soy de Madrid; hija de un hidalgo de la montaña; hasta ahora me he sustentado de el trabajo de mis manos: por estar sin el cuidado de buscar hoy lo que tengo de co- mer mañana, quise de una vez verme en la alteza de ser vuestra hija; mas el cielo, que permite, pero no para siempre, ha decla- rado la verdad ; á vuestros pies me pos- tro para que hagáis en el castigo que tal delito merece, que bien que soy dig- na del.

Aquí comencé á derramar abundancia de lágrimas, con que de nuevo enternecí al anciano caballero; él me consoló y dio su palabra que por haberme tenido aquel poco de tiempo por su hija de su casa no recibi- ría daño, antes todo favor y buen pasaje adonde determinase irme. Yo le agradecí la merced que me hacía, y quise besarle una

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de sus manos; no me lo consintió, antes me abrazó. Preguntóme mi nombre, clíjele el verdadero, con que me dejó.

Al tiempo de salirse de donde estaba le supliqué por Hernando, que de su genero- sidad recibiese la mesma merced y favor que yo. Prometióme hacerlo.

Con esto se volvió adonde estaban su hija y yerno, y les dio cuenta de lo que le había pasado conmigo: eran los dos de generosa sangre y piadosas entrañas, y aprobaron lo que había propuesto de hacer.

El día siguiente entregué las llaves de mis cofres donde tenía mis vestidos, ha- biendo sacado primero la almilla en que traía estofada mi moneda y la faja de mis joyas sin que nadie la viese.

Esta entrega les volvió á enternecer, y, usando el capitán de su generosidad, me dio dos ricos vestidos de los que se me ha- bían hecho, su hija una sortija y el yerno una vueltecilla de cadena.

No me prometí yo cuando se descubrió mi embuste tanto bien que tomara salir de su casa con sólo el vestido que llevaba en- cima: hízolo el cielo mejor, que suele (para que conozcamos la bondad de su Criador)

LA XIÑA DE LOS EMBUSTES 205

hacernos favor cuando merecemos pena y castigo.

A Hernando también le dejaron los dos vestidos que le habían dado, con harta pesa- dumbre de los criados de casa, que quisie- ran que se los quitaran por esperarlos he- redar algunos. También le entregaron el rocín, en el cual, con harto sentimiento, me partí de Málaga aquella tarde, agradecien- do al buen capitán la merced que me hacía, que si publicara mi enredo, toda la ciudad me apedreara, y saliera della por lo menos afrentada; quiso tener oculto el caso hasta verme fuera de la ciudad.

Tomamos el camino de Granada, adonde pensaba que me iría bien en mi oñcio, y sin sucedemos nada llegamos á aquella antigua ciudad, madre de tanta nobleza africana y ahora patria de tantos católicos caballeros.

Bien tuvimos que contar por el camino de lo pasado, dando cada instante gracias al cielo de la piedad que usó con nosotros en Málaga. Tomamos una buena posada, donde estuve ocho días mientras hallaba casa á propósito. En uno de éstos quise di- vertirme y ver una comedia, que tenía noti- cia estar allí una muy lucida compañía.

206 CASTILLO SOLÓRZANO

Tomé lugar en el corral, adonde en el pri- mer paso de la comedia se me ofreció á la vista el licenciado Sarabia, que hacía el pri- mer papel en ella. Salió muy bizarro, y como tenía buen talle dábale realces el vestido.

Holguéme infinito de verle, y mucho más con su representación, que era entonces la persona que más fama tenía en la comedia. El hizo extremadamente su papel, dejando al auditorio gustosísimo, j saliendo toda su gente diciendo mil alabanzas de lo bien que lo había hecho.

Confieso que me renovó las antiguas he- ridas, viendo otro hombre en él; porque lu- cía, sin comparación, mucho sin el hábito de estudiante, y que esto me hizo desear manifestarme y que supiese que estaba allí. No lo dilaté para otro día, porque sabiendo su posada le hice llamar. Salió así como había representado donde yo estaba, y lle- gándose á mí, me dijo, con el sombrero en la mano:

¿Es V. m. (señora mía) quien ha pre- guntado por mí?

Yo, disimulando la habla, le dije que sí, y que se sirviese de seguirme, que tenía un negocio que tratar con él en mi posada.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 207

Bien se pensó él que ya yo venía rendida, y así dijo que guiase, que él me iría acom- pañando con mucho gusto.

Fuimos hablando por el camino en la co- media y en lo bien que él había representa- do en ella. Estimó las alabanzas que oía de mi boca, con que llegamos á mi posada. En- tré en ella sin descubrirme hasta que entré en mi aposento, adonde, quitado el manto, él se quedó admirado cuando me conoció. No pudo abstenerse de no abrazarme; co- rrespondíle, y tomando asientos nos dimos cuenta el uno al otro de nuestras vidas. El me dijo de la suya que luego que yo falté de Madrid había muerto su padre muy po- bre, con lo cual él dejó los hábitos de estu- diante, y en una buena compañía de repre- sentantes se acomodó, que salía de la corte á la Andalucía, donde hizo segundos pape- les con tanta aprobación del auditorio, que acabó el año haciendo los primeros: y que así lo había continuado hasta allí, ganando treinta reales de ración y representación cada día, siendo rogado de todos los autores y persuadido de los señores de la corte, que son los que patrocinan la comedia y hacen las compañías.

203 CASTILLO SOLÓRZANO

Pregúntele si se había casado; díjome que no, porque se hallaba mejor soltero, aunque otros tenían por razón de estado casarse con mujeres celebradas en la come- dia, teniendo galas y que gastar por ellas; pero que él estaba entonces fuera de verse en esa.

Díle yo cuenta de mi vida sin tocar en lo de Málaga, que dejaba tan reciente porque no me tuviese por embustera. Aquella noche quise que cenase conmigo, j después de la cena se fué á su posada, pidiéndole que me viese cada día. Prometió hacerlo así, pues tan bien le estaba el visitar á persona á quien tanto había querido y deseado servir.

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CAPITULO XV

En que da cuenta de su casamiento con Sara- bia, y cómo se entró á comedianta, con lo más que le pasó hasta salir de G raizada.

^ON la continuación de visitarme Sarabia tan galán y -verle jo representar, -se me abrieron las antiguas heridas del pasado amor, y paró todo en matrimonio, persua- diéndome él á que nos casásemos, que con mi buena voz ganaría muy buen partido en la compañía, que junto con el suyo sería suficiente para pasarlo bien los dos. Tanto me dijo, que me determiné á seguir aquella profesión, á que yo siempre fui muy incli- nada desde niña; de suerte que todas las veces que vía comedia envidiaba notable- mente á aquellas mujeres della, y las galas que traían.

Tenía el autor necesidad de una voz como la mía para tener una consumada música en la compañía; y así, habiéndole dado

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 14

210 CASTILLO SOLÓRZANO

cuenta de su empleo Sarabia, lo aprobó y ofreció ayudarle en cuanto se le ofreciese, prometiéndole dineros adelantados si los hubiese menester. Fuémelo á decir Sarabia; mas yo le dije que no embarazase al autor en aquello, que yo me hallaba con trescien- tos escudos y dos ricos vestidos (que eran los de Málaga) para poder pasar sin entrar en deudas con el autor.

Holgóse Sarabia de oir esto, y tratóse lue- go de hacer las amonestaciones; las cuales, hechas en un sábado que holgaba la com- pañía, nos desposamos y velamos, acudien- do toda ella muy de gala á la boda, siendo el autor padrino, y una mujer de la come- dia que hacía los primeros papeles, la ma- drina.

Hubo aquella tarde mucha fiesta en la posada del autor, adonde comimos aquel día. Esa noche me ensayaron en un tono; con que esotro día (que era domingo) me plantó en el tablado á cantar, que á la no- vedad de la recién venida á la compañía hubo mucha gente. Parecí á todos bien, se- gún dijeron, y quise revalidar las aproba- ciones cantando sola en la tercera jornada. donde en un tono nuevo que yo sabía dies-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 211

trámente hice alarde de mi buena voz y destreza, de modo que dejé admirado al au- ditorio, diciendo que con mi persona había el autor hecho la mejor compañía de España.

El estaba loco de contento, y mucho más mi esposo, que se juzgó con mi compañía el más feliz hombre del orbe.

A la fama de mi voz, que corrió por ia ciudad, se dobló el auditorio en la comedia; y aunque ella fuese de las que atraen silba- tos y castra-puercos, se salvaba por mí. Esto conocía bien el autor, y así me rega- laba con grande cuidado; hacía algunos pa- peles pequeños, en que di muestras de que representaría bien.

Presto lo vio con claras experiencias, su- cediendo caer enferma la mujer que hacía los primeros papeles de las damas, por lo cual se me dio uno de una comedia que ha- bíamos de estrenar de allí á seis días. Para «stas hice hacerme un bizarrísimo vestido con mucha plata. Llegóse la ocasión y di tan buena cuenta de mi persona, que exce- dí con grandes ventajas á la compañera en- ferma, diciendo todos que haría el autor muy mal en quitarme los primeros papeles.

Toda la compañía quedó admirada de ver

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cuan bien había representado, y que por esto había durado la comedia ocho días.

Había en Granada algunos señores que estaban pleiteando en aquella Real Chanci- llería; uno de ellos, caballero mozo, rico y lucido, que dio en festejarme y comenzar á hacerme regalos de dulces y de meriendas; acudía las noches á mi posada. Daba Sara- bia lugar, con irse de casa, á que habláse- mos á solas, cosa que yo me ofendía mucho; porque aunque en los de aquella profesión sea estilo, yo quería bien á mi esposo, y no gustaba de aquellas conversaciones que es- timaran mis compañeras ver en sus casas, teniendo no poca envidia de mí.

Murió la enferma compañera, con que yo quedé heredera de sus papeles, con mucho gusto del autor. Acrecentóme el partido de suerte, que con los dos ganábamos cincuen- ta y cuatro reales cada día; con que lo pa- sáramos bien si Sarabia no se comenzara á distraer con darse al juego, de modo que cuanto ganábamos estaba jugado esotro día y se buscaba para la comida.

Al principio lo comencé á llevar con pa- ciencia; mas después fué tanto lo que me desabrí, que no. traía gusto conmigo.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 213

Era el autor viudo, y muriósele su dama en la compañera que faltó; quiso que como le sucedí en los papeles le sucediera en el amor; yo uo estaba de ese parecer, ni era como las otras, que le obligaban con sus cuerpos porque no faltase moneda en sus bolsas digo, la ración y representación cier- ta. Yo me tenía mi dinerillo que ocultaba de Sarabia, y no sabía de él sino Hernando, que todavía asistía en mi servicio. Con esto no había menester dar gusto al autor ni aun al príncipe aficionado mío, y así me esquivaba de todos.

Llegó la rotura de Sarabia en el juego á tanto, que comenzó á empeñarme los vesti- dos con que me había de lucir. Con esto no teníamos hora de paz, atreviéndoseme á ponerme las manos. Vino su desvergüenza á tales términos, que me comenzó á decir que bien podía no ser singular en la come- dia, sino admitir conversaciones de quien me quería bien, que otras alzaran las manos al cielo de tener las ocasiones que yo y ma- yores aumentos. Finalmente, él me dio á entender que no le pesaría de verme em- pleada en el príncipe que me pretendía, con lo cual vía abierta permisión á toda rotu-

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ra, y en él dispuesto sufrimiento para todo.

Una de las cosas que más hacen perder el amor que tienen las mujeres á los hom- bres es el verse 'desestimadas de ellos, y en particular ser tratadas como mujeres comu- nes y de precio. Visto lo que Sarabia me había dicho, desde aquel punto se me borró el amor que le tenía, como si no fuera mi esposo y le hubiera amado tanto.

Dióme la ocasión, y yo no la dejé pasar; así que comencé niás afable á dar audien- cia al príncipe, el cual comenzó á cuidar de por lo mayor, gastando conmigo larga- mente en galas, pues me daba cuantas se ofrecían al propósito de las representacio- nes. Podíase hacer otra historia de los pa- peles con que le daba los buenos días mi criado Hernando, que eran á este modo:

«De aquí á seis días estrenamos una co- media nueva, en que salgo vestida la pri- mera jornada de labradora; la segunda, de hombre, y la tercera, de dama. V. S. se sir- va que con su cuidado no desdiga de mi luci- miento: éste espero de su generosa mano, y véngasemepor acá, que se deja ver á deseo.»

Deste género tenía cada vez que había comedia nueva papeles. Queríame bien, y no

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 215

reparaba en gastar cuanto le pedía, aunque fuesen impertinencias; como tal vez se ofre- cía para el vestido de ángel, ya el de mora, ya el de bandolero, ya el de india; de suer- te que él era el obligado á adornar todas mis transformaciones á costa de su moneda, que gastaba conmigo sin duelo. Harto se daban al diablo sus criados; pero él hacía su gusto.

Como Sarabia me vio en el empleo que deseaba, cursó el juego con más asistencia, y traíale tan fuera de sí, que por el desve- lo de jugar erraba algunos papeles, ydábase al diablo el autor no aprovechando el reñir- le para que se enmendase.

Ya yo no hacía caso del; daba cuenta de lo que me tocaba, y no me metía en más. Con todo, me pidió el autor que por orden de aquel señor que me festeaba se le diese una mano: parecióme que le sería de en- mienda; y así, un día le di cuenta del dis- traimiento de mi marido, y cómo llegaba á tanto, que lo pagaban mis galas vendiéndo- melas ó empeñándolas. Sintiólo mucho por ser contra su hacienda; pues faltándome, era cierto acudir ya á él, y así le cogió un día y le puso de vuelta y memoria, amena-

216 CASTILLO SOLÓRZANO

zándole que si sabía que jugaba me había de apartar de su compañía, y á él le había de hacer castigar de modo que no fuese hom.br6 en toda su vida. Amedrentóse con esto; consideró lo que perdía y su poca se- guridad si se resolvía á castigarle, y así no trató de jugar más que para sólo divertir- se una cosa moderada.

Con esto volvimos á tener paz: acabó el autor sus representaciones, y así salió de Granada para Sevilla. Asistía allí el prínci- pe con su casa, y sintió en extremo que el pleito le embarazase de modo que no pudie- se irse á Sevilla en mi seguimiento; pero consolóse en que esperaba presto la senten- cia, y que luego se vendría de propósito, porque sabía que habíamos de estar allí por lo menos un año.

El día que partió la compañía se me tomó litera en que fuese sola, y un criado suyo en una muía fué á mi lado acompañándome y con dinero para regalarme por el camino y orden de asistirme en Sevilla, así para mi regalo como para mi guarda, que temía no hiciese empleo. Dióme cien escudos para cintas, y salimos con eso de Granada sin sucedemos nada.

CAPITULO XVI

De lo que le sucedió en Sevilla; cómo hizo una burla á unos médicos, que fué ocasión de en- viudar.

l^ESDE Granada hasta Sevilla volvió el au- tor á darme nuevos tientos en su preten- sión: mirar qué lindo para quien tenía mu- cho dinero y el gusto hecho á tratar con un señor pródigo y enamorado: halló en la misma resistencia que antes; de suerte que desistió de la pretensión algo corrido, re- dundando de esto querer vengarse de mí. como adelante diré.

Comenzamos en Sevilla á representar con tanta aprobación del auditorio y alabanzas suyas, que todos decían no haber tales dos personas como Sarabia y yo en toda Espa- ña. Cada día acudía más gente á nuestro corral, faltándole al autor del otro, con echar cada día comedia nueva y ser buena la com- pañía. Mas estaba yo tan señora de mirepre-

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sentación y acciones, que eso y la buena voz traía la gente á oirme de los más remotos barrios de la ciudad, estando á la una del día el teatro que no cabía de gente.

Sucedió enviarnos de Madrid una come- dia escrita por tres poetas de los mejores que se conocían entonces.

Era la comedia de aparato, galas y gran- des tramoyas; el papel primero parece que se había cortado para mi representación; éste me quitó el autor por vengarse de mi desprecio, y se le dio á la compañera, que bacía los segundos papeles. Sentílo con ex- tremo; pero no me di por entendida, sino- tomé el papel que se me repartió, viendo que el autor por su tema se hacía á mis- mo la befa.

Con todo, no quise dejar de vengarme de aquel agravio que confesaba toda la com- pañía habérseme hecho; y así, habiendo tres días antes prevenido y convidado al pueblo con esta comedia, exagerando su bondad y las galas que se habían de sacar en ella aquella mañana que habíamos de ha- cer el último ensayo della para hacerse á la tarde, me fingí enferma de un grave dolor en el estómago y vientre, de que mostraba

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 219

faltarme la respiración; di parte de mi em- baste á mi marido y á Hernando; vino el autor diciéndome que me animase, que bien podía ir á ensayar.

Yo le dije que mi vida la estimaba en mu- cho y que no podía hacer lo que mandaba ni aun hablar, quejándome con grandes gritos. Comenzó á afligirse, diciendo ser el máá desgraciado del mundo en que esto le sucediese cuando toda la ciudad estaba con- vocada para aquella comedia, puestos car- teles y compuesto uno de los mayores tea- iros que se habían visto en el mundo. Yo le signifiqué mi pesar, y que quisiera estar para representar; mas el dolor que padecía era intolerable.

Llamaron dos médicos que acertaron á pasar por la calle; entonces subieron á ver- me en presencia del autor, y, tomándome el pulso, dijeron me comenzaba la accesión; quisieron ver la orina, y para que la toma- se, dieron lugar saliéndose otra, pieza más afuera. No me halló con disposición de to- marla; y así, Hernando en su lugar echó uu poco de vino blanco en un orinal que les mostró á los doctores. Pasó plaza de orina para con ellos, que no tenían mucho de Ga-

(I

220 CASTILLO SOLÓRZANO

leño, pues eran de los que se convidaban con sus personas por las calles, no de los que por su buena fama son buscados en sus casas. Vieron, como digo, la orina, sin des- engañarles el olor del vino, y dijeron mil desatinos sobre ella. Acordaron que me san- grasen de los dos tudillos luego, y que á la tarde se me echase una ayuda, con que se fueron cuidadosos de volver á verme.

Costosos remedios eran para los rece- tados, no me estando bien el hacerlos. Sa- lió Hernando fuera y trujo sangre del ras- tro, que pasó plaza, en cuatro escudillas, de ser mía, y el clistel dijo habérseme echado. Cuando los módicos volvieron á verme tocaron el pulso y dijeron que me hallaban aliviada, si bien no libre del todo de la calentura. Yo me quejaba menos como no estaba allí mi autor; díles ocho reales, con que fueron contentísimos, que quizá no habían ganadd otro tanto en toda aquella semana, y yo quedé con escarmiento de no curarme con semejante gente.

Acudió mucha gente á la fama de la co- media; disculpóse el autor de no la hacer por mi enfermedad; conoció allí la falta que hacía, pues sin no hubo sosiego en

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 221

el auditorio, estando todos desazonados.

Esotro día, tampoco quise que represen- tase, pasando con mi mal adelante, con que se desesperaba el autor. Al fin al tercero día se hizo la deseada comedia, en la cual la dama compañera erró el papel y dio que notar al auditorio y decir que se me había hecho agravio en quitármele, por lo cual no se le lució bien la comedia; contra hizo y á dinero pagó su tema.

No le sucedió más, aunque vio siempre en resistencia á su gusto. Era rectísima guarda el criado del señor conmigo; pero no por eso dejaba de admitir visitas de otros señores, si bien no le perdí la lealtad al que dejaba en Granada con esperanza de verle presto en Sevilla.

De la burla que hice á los médicos (que después supo el autor, para que se enmen- dase en no tomar temas conmigo) tuvo mo- tivo Sarabia para escribir un entremés. Era pública la burla por Sevilla, y así cayó más en gracia cuando se representó, si bien al poeta y á nos estuvo mal. He querido ponerle aquí por divertir un rato al lector y mostrar la habilidad de mi esposo.

El entremés es éste:

222

CASTILLO SOLORZANO

LA PRUEBA DE LOS DOCTORES

FIOUR-A-S

Truchado,

OlNÉS.

Brígida. Doctor Ribete.

Doctor Matanga. Doctor Rebenque. Músicos.

{Salen Ginés y Truchado, su amigo.)

GlN. Ya os he dicho, Truchado, que es mi gusto. Truch. Vuestro gusto será, mas es injusto. GiNT. He de experimentar su amor en Brígida. Truch. ¿Su amor? Ved que os adora. GiN. No confío,

que de amor de mujer siempre me río. Truch. Ahora lo veréis con experiencia. Gi.v. Y con ese veré la oculta ciencia

de los anti-esculapios de este tiempo,

por quien un gran poeta de retruécanos

y coplas revoltosas cobró fama,

haciendo este satírico epigrama:

«De médicos está lleno,

malos, el mundo, y por Dios,

que diera Galeno, el bueno,

heno á más de veintidós

que visten veintidoseno.» Truch. Es extremado. GiN. Va de burla, amigo;

j'a me empiezo á quejar.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 223

{Sale Brígida.)

Truch. Señora Brígida.

BríCt. ¿Quién llama?

GiN. Yo, mtijer, que vengo malo.

BRÍa. ¿Es de veras, marido, ó es regalo?

GiN. Tal regalo os Dios. ¡Ay, que me muero

sin remisión! Truch. Hacedle que se acueste.

Bríg. ¿Qué tenéis?

GiN. Si os alegra, tengo peste.

Bríg. ¿Peste, señor Truchado? Truch. Xo, señora;

un vahído le dio; no será nada Bríg. Más valiera ser peste confirmada. GiN. Los médicos llamad, que este es mi gu>to. Truch. No os asustéis, señora. Bríg. No me asusto.

(Váse Brígida.)

Truch. Brígida se lastima ya de veros.

GiN. Mejor la pongan en un fuego en cueros. En la cama me zampo de repente, quiero hacer del quejoso y del doliente.

{Entrase asi vestido en una cama, y sale Brí(íida con fres médicos: Ribete, Matanga y Rebenque.)

Bríg. Aquí están, marido mío,

el señor doctor Ribete,

el señor doctor Matanga

y el señor doctor Rebenque. Gix. Lleguen en buen hora todos.

224 CASTILLO SOLÓRZANO

RiB. Dios guarde á vuestras mercedes. ¿Qué es esto, señor enfermo?

GiN. Señor, un grave accidente

que me inquieta los sentidos.

RiB. Dios qaerrá que se remedie. Déme ese pulso derecho, y veré de qué procede. Ya que el pulso le he tomado, vuesas mercedes se enteren, que él después informará de su mal.

Mat. Bien me parece.

(Tómanle el pulso.)

Truch. ¿Juntar á tantos galenos

tan presto? Brígida quiere, cansada de su marido, las reverendas ponerse.

RiB. Pues hemos tomado el pulso, el enfermo ahora puede informarnos de su achaque.

GiN. De buena gana; escúchenme. Trajéronme ayer, señores, para fiesta de un banquete del vino más estimado siete frascos de Torrente. Plíselos sobre una mesa, y una mona (que quien tiene mona con vino es un asno) quebrómelos todos siete. Dióme del susto (¡ay de mí, que el pesar me desfallece! ¡No mas monas en mi casa!)

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 225

un dolor tan vehemente,

que del fin de los zancajos,

tan ofensivo se atreve

á trepar por las canillas

como si fuera grumete.

Hace asiento en las rodillas,

y, con cólera valiente,

por las dos tablas muslares

á las liijadas se viene.

Malo fuera para atún;

nadie quisiera comerme,

mejor fuera en lo sensible

para muía de alquileres.

El punzativo contagio

bace de su daño asperges;

por la ventrícula playa

mondonguero es de mi vientre.

Al estómago se sube,

y de su alcoba se extiende

hasta escalarme el gaznate,

la boca, muelas y dientes,

narices, ojos y cejas;

aposéntase en la frente,

dominando imperioso

del colodrillo á las sienes.

Este es mi accidente en suma. RiB. ¿Reconcéntrase en las renes

esa intención dolencial? GiN. Y tan pulmónicamente,

que es ya mi riñonicida: ,

tanto me aprieta y ofende. Rhb. ¿No tranquiliza el tesón?

LA MÑA DE LOS EMBUSTES 15

226

CASTILLO SOLORZANO

GiN. No lo entiendo.

Reb. ¿No lo entiende?

Digo, si lo vigoroso

suele estar intercadente. GiN. Menos lo llego á entender. Mat. Si lo sensible padece

opresión universal,

sin darle lugar al requies. GiN. No puedo hacer responsión

si clara no me hablan mente. RiB. ¿Dicen si el mal le estimula

ad invicem, ó si tiene

impírica posesión

en el cuerpo permanente? Reb. ¿Si ofende ó no á todas horas? GiN. A todas horas me ofende. RiB. Menester es ver la orina.

(Sacan un orinal con vino.) Truch. Aquí está. RiB. Galeno, in Verrevi.

y Rasis en su Thébaida,

este color aborrecen. Mat, Hipócrates, en su Eneida,

dice que ei peligro teme

del enfermo, que esta orina

ex corpore suo expelet. GiN. ¡Buenos andan los galenos

Y es un vinillo de Yepes

trasladado al orinal. Truch. Di, ¿qué pretendes,

Ginép, con aquesta burla? GiN. Que las cabezas se quiebren

J,A NIÑA DE LOS EMBUSTES 227

mientras que de ellos me río. TrüCH. ¿No ves á Brígida Pérez

cómo atenta les escucha

lo que entre los tres confieren? GlN. Debe importarla que hagan

los disparates que suelen

hasta dar fin con mi vida,

que mudar de estado quiere. Mat. Ginés, el mal es tan grave,

que retirarnos conviene

á hacer los tres una junta

sobre lo que hacer se debe;

que la orina nos indica

estar el cuerpo doliente

de grave morbo. GiN. En buen horo;

hacerla allá fuera pueden. RiB. Déjennos solos aquí. GiN. Solos á los tres los dejen.

Mujer, retiraos allá. BkíG. ¿Quién habrá que n.e consuele?

¡Ay, marido de mi vida,

que te mueres, que te mueres!

(Váse.)

GlN. Mejor te coja una tapia, y á quien á ti le creyere, ¡Mal haya el hombre que fía en vuestro llanto, n.ujeres! Pues allá se baa retirado, quiero escuchar lo que quieren hacer estos tres alfanjes,

223 CASTILLO SOLÓRZANO

Ó montantes de la muerte.

{Levántase cubierto con una manta.) r«EBEN. ¿Tiene muchos sufragáneos

el señor doctor Ribete

en quién sii ciencia se ocupe? EiB, Tendré como diez y nueve.

¿Y vuesa merced, señor? Reben. En mi lista doce ó trece.

¿Y en la del doctor Mortaja? RiB. Diez y ocho, que está ausente.

¿Y vuesarcé, seor doctor? Mat. El primer enfermo es éste

que en este mes me ha venido. RiB. ¿Y en el pasado? Mat. Hasta veinte

encaminé á la otra vida. GlN. ¡Malos garfios te desuellen

hasta verse las entrañas!

¿Tú eres médico? Eres peste

y contagio universal. RiB. Pues sin curar, ¿en qué entiende? Mat. Tomo lecciones de esgrima. GiN. Del fiero homicidio quiere

ser graduado in utroque;

él saldrá muy eminente. RiB. ¿Qué tiempo tiene su muía? Mat. Tendrá como treinta meses. RiB. ¿Es mansa? Mat. Como una onza

cuando sus cachorros pierde. RiB. ¿Es suelta de pies y manos? Mat. y tan resuelta, que puede

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 229

dar á la Tabla redonda más pares que ella se tiene.

GiN. Para tus muelas, doctor.

Mat. De las cosquillas procede el ser algo juguetona.

GiN. Reniego de sus juguetes si no son contra su amo.

Mat. Esa vviestra me parece

que no es del todo muy sana.

RiB. A dar mordiscones puede apostárselas á todas. Sabe curar diestramente todo mal de lobanillos, por lo diestro con que muerde.

GlN. A Genebra con la cura

y á Lucifer que la piense; al fin, tal como su amo, que todos resabios tienen.

RiB. La mía, á dar cabezadas ninguna puede excederle, que ha m ;erto cuatro doctores.

GiN. T cuando al quinto le entierren, ganará mucho la corte con el sujeto que pierde. Avisón, mirones míos, quien cayere uialo aceche; que esto hacen los idiotas, pero no los eminentes.

RiB. ¿Qué sentís de aqueste enfermo?

Reben. Que está peligroso, y puede darle este mal en modorra si al pelicranio le vence.

230 CASTILLO SOLÜRZANO

Y para que se descargue

el humor de que procede,

he de echarle cien ventosas

fajadas. GiN. Mejor te tuesten,

ministro de Satanás.

¿Fajadas? Este pretende

como á tafetán ó raso

escaramvizado verme. B,1B. Yo le echaré doce .qyudas

de bencina y agua fuerte

para evacuarle el humor. GiN. Mejor de un rollo te cuelguen. Mat. Pues yo, tras los dos remedios,

le purgaré doce veces, GiN. Purgas malas te Dios

que del cuerpo no las eches

y si las echaras salgan

como mangas de cohetes. RjB. Volvamos á visitarle.

y déjenme vuesarcedes,

que yo le he entendido el mal

y haré lo que conviniere.

{Vuélvese Ginés á la cama y llegan los doctores.)

Señor Ginés, su dolor, que por los talones viene, comenzó por sabañones, intruso ya en los juanetes; en las rodillas es gota, hijada en la finbria ventris, ceática en las caderas,

LA NIÑA UE LOS EMBUSTES 231

mal de que tantos tollecen.

Llamárale mal de madre

ó torzón al atreverse

al vientre, mas no es mujer

ni rocín. Todos. Es evidente.

RiB. Mal de estómago es en él,

garrotillo en el gollete,

mal de muelas en la boca

y jaqueca en las dos sienes.

El es mal muy peligroso;

paciencia, Ginés, apreste,

que un sacrificio le aguarda.

Llamar s^is barberos pueden

con otros seis boticarios,

porque han de hacerme presente

con ayudas y ventosas

que la cura se comience,

que esto nos dice la orina. GiN. ¡Juro á Dios que ella les miente,

ó que ellos están sin seso,

pues que de orinas no entienden!

¿Es ésta que tengo aquí?

(Muést rásela.) RiB. La misma. GiN. Pues ella vuelve

al cuerpo de quien salió. Mat. ¿Está loco? Reben. El se la bebe.

{Bebe el vino.) GiN. Señores proto idiotas:

esta orina orinó en Tepes

232

CASTILLO SOLORZANO

el cuerpo de una tinaja, y cada cuartillo puede

resucitar cuatro muertos;

yo examiné sus caletres

tau doctos, que es compasión

que á galeras no los echen.

Brígida bien deseara

que mi dolencia creciese

para ser en tierna edad

otra viuda de Gelves. Rebhn. Por Dios que me he avergonzado. RiB. ¿Y el señor doctor Ribete

monda nísperos acaso? Kebkn. ¿y yo?

QiN. La fiesta comienzen.

Truch. Las vecinas se han juntado;

todos á Ginés alegren. G-iN. Y á estos .señores doctores.

que su ciencia lo merece. {Salieron músicos y mujeres é hicieron este baile.)

«Legos de la medicina,

atended despacio al baile,

que contra los desaciertos

ha de servir de vejamen. Oigan y callen

y quien mas los celebra, dellos se guarde.

Doctores hay pistoletes

que al primer recipe parte

el enfermo á la otra vida,

sin que remedios le basten.

Oigan y callen, etcétera.

i

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 233

Doctores hay almaradas,

que sacando poca sangre,

al que cogen de antubión

no liaya miedo que se escape.

Oigan y callen, etcétera.

Doctores hay carniceros

que tronchan, cortan y raen,

y éstos por lo criminal

son de la muerte montantes.

Oigan y callen, etcétera.

El doctor y el albéitar

áiempre compiten

en quien mata más hombres

ó más rocines.

En sus recipes funda

su ciencia el doctor,

más en lo que recibe

que en lo que ordenó.

Las navajas parecen

á los doctores,

que lo agudo nos muestran

y el filo esconden.

Acabóse el entremés con este lucido bai- le, que fué muy celebrado de toda Sevilla, sino de los agraviados, que se la guardaron á Sarabia, sabiendo ser poeta, y con cuatro amigos le cogieron una noche y le dieron muchos talegazos, con que le pusieron tal, que en seis días le llevó Dios.

Quedé viuda, aunque bien puesta, conque

234 CASTILLO SOLÓRZANO

fué más fácil de llevar la pena que si queda- ra pobre; el señor que me asistía se quedó en Granada á aguardar la sentencia de su pleito; el criado, por orden suya, me dejó de acudir, que todo cansa, y más á él, que le iban ya á la mano en estos gastos.

Sobreviniéronle al autor dos ejecuciones de mil quinientos ducados; pusiéronle en la cárcel, cerca de Cuaresma, y con esto des- baratóse la compañía. Persuadíanme los compañeros que me fuese á Madrid á en- trar en otra, y el huésped de mi posada en que me casase con él. No me había ido tan bien con Sarabia, que desease segundo ma- trimonio, y así quíseme quedar en Sevilla en hábito de viuda.

No faltaban galanes que me deseaban servir, aficionados á las mozas; pero yo, con mucha severidad, los despedía á todos, deseando huir de empeños y más de amor.

Salí de la posada en que estaba y puse casa en los barrios del Duque, donde, con el dinero que tenía, pude tener una criada de labor y otra para salir de casa; así me pasé más de medio año, hasta que con la venida de la flota vino á ser vecino mío un perulero.

LA NIÑA DE LOS EMBOSTES 235

Vióme un día en la iglesia, adonde le pa- recí bien, según me dijo; deseó mucho ha- blarme, y para eso puso todos los medios posibles. Conocí su afición, y, porque ca- yese el pez con más deseo del cebo, neguéle una y muchas súplicas que me hizo de que- rerme visitar, y asimismo déjeme ver poco en la iglesia, con lo cual andaba el buen pe- rulero bebiendo los aires por mí.

Era hombre de cincuenta años, entreca- no, enjuto de rostro, buena estatura y an- daba lucido, aunque no tanto como pudiera, con más de cincuenta mil ducados que ha- bía traído de Lima. Su familia eran dos criados de espada, tres negros y una negra, que le guisaba de comer. No tenía coche, sino andaba en un macho regalado, acom- pañándole dos negros.

La perseverancia acaba muchas cosas y pocas son las que se le resisten. Como le vi con ella, procuró que un amigo de mi mari- do, letrado, le hablase como que era acaso y que le informase de mis partes, á quien yo instruí en lo que había de decirle acerca de mi persona. Acudió el tal letrado á mi casa dos ó tres días, á quien vio entrar en ella el perulero, y pareciéndole que sería

23G CASTILLO SOLÜRZANO

persona muy familiar mío, pues tanto fre- cuentaba mi casa, yíósc con él y pidióle que le dijese quién era yo.

Deseaba darme gusto el jurista, y díjole ser bija de un caballero de Castilla, muy calificado, el cual había venido á Sevilla en busca de un hermano suyo que estaba en Indias y le esperaba en la pasada flota. Dí- jole cómo había muerto allí y dejádome eu Sevilla viuda y moza, esperando á mi tío. Preguntó el indiano en qué parte de las In- dias estaba; díjole que en las Filipinas, donde había pasado en compañía de don Alonso Fajardo, gobernador que fué á aquellas partes.

Dióle crédito á todo el indiano y túvome en más estima de allí adelante, informado de mi calidad, con lo cual, de allí á quince días, no sólo declaró su afición al letrado, pero le hizo su casamentero.

Púsole duda; salió con la empresa res- pecto de que yo no dispondría de menos que supiera el beneplácito de mi tío; esto le dijo por darle más deseo de efectuar el negocio.

Vino en este tiempo á Sevilla una her- mana del perulero, natural de Navarra, á

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 237

quien había dejado niña y en poder de su madre cuando pasó á las Indias. Con la ve- nida de esta dama se alegró mucho mi amante, y á cuatro días que había llegado le dio cuenta de su afición, rogándola que me fuese á ver. Hízolo con mucho gusto; acepté su visita y tuve muy buena tarde con ella, porque era doña Leonor (que este nombre tenía) muy discreta y entretenida. En el discurso de nuestra visita me trató del deseo que tenía su hermano de verme, y que si le daba licencia vendría aquella tarde allí. Parecióme que con la presencia de la hermana me estaba bien concederle lo que pedía, y así la dije:

Muchos días ha que el señor don Alva- ro (que así se llamaba mi amante) desea ha- cerme merced, y no he dado lugar á visi- tarme así por mi estado como porque no querría que con su venida mi tío hallase nuevas de poco recato en mi persona; mas ahora, con vuestra amistad, podrá favore- cerme visitándome.

G-ustó mucho doña Leonor de tener mi beneplácito, y así pasó un criado á avisarle que podía pasar á mi casa. Vino luego, muy cuidadoso de su persona, efectos del amor

238 CASTILLO SOLÓRZANO

aun en las que tienen mayor edad; en pre- sencia de su liermana me manifestó cuánto deseaba merecerme y que yo honrase su casa. Yo me excusé con el no tener licencia de mi tío, á que él accedió, que cuando los casamientos se hacían con personas de ca- lidad y de hacienda pocas veces se recibían mal si de por medio no había empeñada palabra. Finalmente, por no cansar al lec- tor con las demandas y respuestas que en esto hubo, digo que yo me determinó á lo que deseaba más que el mismo don Alvaro. Atrevimiento grande fué casarme en lu- gar donde había sido conocida en la come- dia; pero tales ocasiones no se ofrecen cada día. Yo deseaba mi quietud y descanso, y e] cielo me le había ofrecido con este consor- cio. No quise dejar pasar tan buen lance y perderle, y así mis bodas se hicieron con mucha solemnidad, hallándose á ellas mu- chos amigos del indiano. En cuanto á ga- las y joyas gastó liberalmente,con no lo ser, porque era la mism^ miseria; plaga que traen todos los que pasan de España á ga- nar hacienda á las Indias; que como allá les cueste trabajo el adquirirla, así la guardan. Gastó, como he dicho, don Alvaro- espíen-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 230

didamente; que el gasto del mísero, cuando se hace, es mayor que el del liberal. Aque- llos días lucí en Sevilla con mis galas, puso coche y en él me dejó ver en todas fiestas, sin haber reparado en los que me cono- cieron dama de la comedia; tales cosas en- cubre un gran lugar como Sevilla.

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CAPITULO XVII

En que cuenta su tercero casamiento con un ca- ballero del Pirú, y cómo enviudó brevemente del por un extraño suceso, con otros que le sucedieron.

Ya, señor lector, me ve v. m. otra vez ca- sada, estando bien ajena de verme la terce- ra en aquel estado, y así nadie diga mal del día hasta que pase. Escapé de un celoso; di en un jugador, y en el tercer empleo hallé un indiano que, si no fué jugador, era la suma miseria y los mismos celos.

A tres meses que se acabó el pan de la boda, comenzó á descubrir la hilaza de sus defectos. No me puedo persuadir que tenga amor quien es corto de ánimo; que el tal le tiene encogido en regalar y servir á quien bien le quiere. En cuanto á los celos, los hay de dos maneras: unos nacidos de la sospe- cha, temiendo perder la cosa amada, y otros de hallarse el que la posee con menos partes

LA NiÑA DE LOS EMBUSTES 241

para tener dominio en aqueila posesión.

Juzgábase mi indiano ya en mayor edad, no suficiente para los deleites del consorcio, y á moza; y que esto me había de cansar y buscar nuevo empleo, con lo cual hizo prevenciones para guardarme y no me per- der de vista, aun con mayor extremo que el primer dueño que tuve. Las ventanas ha- bían de estar siempre cerradas; el salir ha- bía de ser siempre en el coche y corridas las cortinas del; la asistencia de casa era casi siempre, menos desde las diez de la ma- ñana hasta casi el medio día, que esto era en la lonja y casa de contratación; amigo ninguno no le había de entrar en casa, ni visitarme, ni tampoco lo consentía aun á mis amigas. Con todo, lo pasaba mejor que con Lupercio de Saldaña, que buen siglo goce; porque la compañía de su hermana de don Alvaro me era de grande alivio, pues con ella pasaba mejor mi clausura. No era la que menos de las dos sentía estos extre- mos de su hermano, y decía (indignada con él; que si supiera que tenía tal condición no la trajeran de Navarra por ningún caso.

Hubo una fiesta en Sevilla en la iglesia Mayor, templo célebre en nuestra Europa,

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES IG

242 CASTILLO SOLÓRZANO

cuyo suntuoso edificio aventaja á muchos; para ella nos dio licencia don Alvaro á y á su hermana que la fuésemos á ver, cosa que pareció milagro. Madrugamos por ir, primero á la calle de Francos á comprar al- gunas cosas necesarias, que es allí lo que la calle Mayor de Madrid. Paró el coche en una tienda, donde nos apeamos las dos, yen- do de embozo, dejando bien ocupado á don Alvaro buscando unos papeles de impor- tancia.

Sucedió, pues, que entrando en esta tien- da se llegaron á ella dos caballeros mozos; el uno, primo del Asistente, y el otro amigo suyo. Eran los dos recién venidos á Sevilla á holgarse; pues como nos viesen, comen- zaron á trabar conversación, toda en orden á que nos descubriésemos y tomásemos lo que fuese de nuestro gusto en la tienda.

Una y otra excusamos por grande rato; mas fué tanta su porfía, que doña Leonor les quiso dar gusto, y así se descubrió al ca- ballero con quien hablaba. Tenía buena cara y era entendida, con lo cual el caballe- ro quedó muy aficionado suyo.

El que hablaba conmigo estaba deseosí- simo de verme, habiéndome ya oído que

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 243

procuré en lo razonado no parecer menos que mi compañera. Pues como viese que ha- bía descubierto el rostro á su amigo, instó con más veras á que hiciese yo lo mismo, pidiéndomelo con muchas súplicas. Para conmigo alcanza mucho un término cortés; este vi en don Sancho i^que así se llamaba el que me festejaba), y hube de hacer lo que doña Leonor.

No quedó menos pagado de que el compañero de mi cuñada; así me lo dio á entender, preguntando por mi casa.

Yo le dije que de donde la tenía me mu- daba á otros barrios, que eran á la puerta de Carmona, y que por eso no se la decía. Quiso saber cuándo era mi mudanza; pero yo concluí la plática con decirle mi estado, sin nombrar á mi dueño, y que no sabía cuándo nos pasaríamos á la nueva posada. Con esto se remitió á hacer seguir el coche. Ofreciónos todo lo que fuese de nuestro gus- to en la tienda; mas ninguna cosa acepta- mos, no comprando nada por no obligarnos.

Con esto nos despedimos y fuimos á la fiesta de la iglesia Mayor; ellos siguieron el coche y allá nos volvieron á hablar, aunque no á su gusto, por el cuidado que tienen los

244 CASTILLO SOLÓRZANO

celadores de que en aquella santa iglesia no hablen los hombres con mujeres; cosa tan cuerdamente advertida como bien ejecuta- da, j que se había de usar en todos los tem- plos donde hay concurso de gente.

De la plática de doña Leonor y don Die- go (que este era el nombre del que la habló) quedó ella muy su aficionada: era moza y hermosa y poco cursada en tales lances; no me admiré de que se aficionase que el caba- llero tenía buen talle y era mu}^ discreto. Con él se declaró más que yo con don San- cho; y así supo de ella nuestra casa, la cali- dad de mi esposo, j asimismo nuestro ence- rramiento.

Con esto, y ser acabada la fiesta, nos ve- nimos á casa, donde don Alvaro nos hizo varias preguntas de lo que habíamos visto, y al escudero otras tantas; pero él estaba tan de nuestra parte, que no diferenció en nada de lo que nos oyó decirle.

La continuación de los dos caballeros en nuestra calle fué grande, y diera que sospe- char á mi dueño si en ella no hubiera dos damas cortesanas donde entraban por dis- lumbrar á los curiosos, y con esto no mah- ciaban en lo verdadero.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 245

Por la orden del escudero nos escribía- mos, y don Sancho instaba en sus papeles mucho que le enviase un retrato mío, que éste le sería su consuelo, pues no le podía tener con mi vista. Tanto porfió, que hube en dos veces que faltó de casa don Alvaro de hacer que un pintor nos retratase á y á doña Leonor, con que los caballeros que- daron contentos.

No estaba yo menos aficionada de mi ga- lán que doña Leonor del suyo, y así sentía notablemente la reclusión en que nos tenía mi esposo por carecer de su vista, pues aun á ponerme á una ventana, el tiempo que es- taba en casa, no me atrevía.

Mudamos de barrio, yéndonos á vivir cer- ca de San Agustín y de la puerta de Car- mona; supieron los dos amigos nuestra mu- danza, y acudieron luego á la calle, aunque con más moderación que antes; porque en ella no había persona alguna de sospecha por quien se pudiese pensar que pasaban. Acudían á la iglesia, y allí nos víamos y tal vez había lugar de hablarnos. Sucedió, pues, que habiéndole pedido j'o á don Sancho que me diese un retrato suyo, él me le llevó á la iglesia un día de fiesta que en ella está-

246 CASTILLO SOLÓRZANO

bamos doña Leonor y yo oyendo misa, en la cual, con disimulación, me le dio envuelto en un papel suj'^o; yo con la misma le metí en la manga, sin que lo pudiese notar nadie. Volvimos, á casa, y acabándome de quitar el manto, se llegó mi esposo á á hacerme caricias, cosa poco usada del. Con ellas, no advertí lo que debiera, y así pudo, en la una de las mangas de mi ropa, ver el papel, y como era tan celoso, luego al instante metió la mano y pudo sacármele, cosa con que quedó fuera de y lo ecbara de ver si no se ocupara en ver el retrato 3' leer el pa- pel, cuya persona no conocía.

Yo, en tanto, pude cobrarme de mi sus- to y llegar á él, diciéndole muy despejada- mente:

¿Qué miráis, señor? Ese papel y retra- to halló en la iglesia, caído en el suelo, y no viendo por allí quién le hubiese echado me- nos, le guardé.

Reparó don Alvaro en mi poca turbación; pero con todo eso, me tomó de una mano y me encerró en un aposento, dejándome en él bien cuidadosa de mi vida; otro tanto hizo con su hermana, que la cerró en otro.

En tanto que él se ocupaba en esto, yo.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 247

por una yeutaua que caía al patio, llamé al escudero, á quien di dos reales de á ocho, y le dije que luego al punto buscase un pre- gonero y le hiciese pregonar un retrato que se había perdido por toda aquella calle.

Era solícito, aunque viejo, y conoció en no poca aflicción; y así no fue perezoso en hacer la diligencia. Halló el pregonero; pagóle bien, y él vino en altas voces dicien- do que á quien hubiese hallado un retrato perdido desde las nueve del día le daría buen hallazgo. Esto pregonó tres veces en mi calle, y fué en ocasión que habiendo don Alvaro vuelto á leer el papel y hallado en él muchas finezas y amores cortesanamente dichos, trataba de averiguar con violencia la verdad del caso. Pues como oyese las al- tas voces de pregonero (que como bien pa- gado las ponía en el cielo), se sosegó y llamó al escudero con mucha prisa, diciéndole:

Briones, tomad este retrato con este papel y dadle á aquel pregonero, de quien cobraréis el hallazgo que promete y apro- vechaos de él.

Tomó el escudero el retrato y fué á bus- car al pregonero, á lo menos lo dio á enten- der á su celoso dueño; el cual, asegurado

248 CASTILLO SOLÓRZANO

con aquello de que en su esposa no había la culpa que él la imputaba, abrió el aposento donde me había encerrado, y con los brazos abiertos para abrazarme, entro diciéndome;

Amiga j señora mía, hoy pensé que fuera el último día de vuestra vida; á tal os tenía condenada el haberos hallado aquel retrato y papel en la manga. Mas volviendo el cielo por vuestra inocencia, ha permitido sacarme de una vil sospecha y restituirme en mi sosiego. Yo os confieso, señora, que en mi pensamiento estabais culpada; y que, como á tal, os fulminaba la sentencia de vuestra muerte; del susto que os he dado con la bolencia de cerraros en este aposen- to os pido perdón; abrazadme.

Como yo conociese cuan bien había sali- do de aquel aprieto, quise con enojarme dar á entender á mi esposo que por mi informa- ción debía ser creída, y que de no lo haber sido tenía justísima queja, y así le dije:

En bien diferente opinión juzgué, se- ñor, que estaba para con vos; pues cono- ciendo aun antes de darme la mano él reca- to con que vivía y el que he conservado hasta ahora, os había de disuadir de cual- quier sospecha que en ofensa de mi reputa-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 249

ción tuviérades. ¿Pareceos que soy tan ne- cia, que á ser de galán mío el papel j re- trato que me haüastes en la manga le había de tener á tan mal recaudo que tan fácil le pudiérades hallar para verme en la aflicción en que me habéis puesto? Sed servido de hacer más confianza de mí, pues os la me- rezco; y creed que los celos no sirven de otra cosa que de despertar ánimos dormi- dos. El mío lo está para todos, sino es para con vos; bien conocéis mi amor y la estima- ción que de vos hago y he hecho; pues si no la hiciera, primero viera la cara de mi au- sente tío en España que os diera la mano de esposa; yo os perdono el agravio que me habéis hecho (si le puede haber entre mari- do y mujer), j os suplico que de aquí en adelante no os atribulen sospechas, ni os desvelen recelos, considerando la mujer que tenéis que en amaros no dará ventajas á ninguno del orbe.

Abrazóme con esto apretadamente, si bien yo con la medalla de la enojada seve- ramente le abracé. No hallaba modos el en- gañado indiano con que disculparse; atajó sus razones con mandar abrir el aposento donde había hecho encerrar á su hermana,

250 CASTILLO SOLÓRZAKO

la cual no había tenido menos temores que yo.

Parece que yo la había ensayado mi pa- pel, y así también se le mostró ofendida y quejosa. Quiso aquella tarde deshacer las quejas con llevarnos al Alcázar, recreación que su hermana no había visto, adonde pa- samos aquel día alegremente con muy bue- na merienda, celebrando doña Leonor y yo lo bien que me salió la traza, de todo lo cual dimos aviso á nuestros amantes, en- cargándoles mucho que se moderasen en pasar por nuestra calle.

En todo el tiempo que nuestros galanes habían cursado el festejo nunca habían vis- to á don Alvaro, cosa que parecía imposi- ble, porque ellos le guardaban la cara y nunca tuvieron aun curiosidad para cono- cerle desde lejos. Sucedió, pues, que á don Sancho le vino una letra de Madrid, remi- tida á mi esposo; ésta le envió un grande amigo de don Alvaro, con quien había teni- do en Indias estrecha amistad.

Buscóle don Sancho en la casa de la con- tratación, adonde se le mostraron, que aún no sabía de cómo se llamaba mi dueño; mostróle la letra, y aunque venía el plazo

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de la paga de ella á diez días vista, él se la pagó luego sin ir á casa, cosa que estimó en mucho don Sancho, y desde allí quedaron muy grandes amigos ; encomendado don Sancho por el que le envió la letra, y así pocos días se pasaban sin verse, sin haber sabido don Sancho que don Alvaro fuese mi esposo, como he dicho. Su condición era afable con todos, si bien el llevar á casa á nadie no lo hacía, que, como era hombre de mayor edad, los celos no daban lugar á hacer tales confianzas de nadie por ami- go que fuese, y así los que lo eran suyos, conociéndole su condición, le buscaban fue- ra de su casa, en las partes que sabían acu- día y no en ella, porque lo recibía mal. Así don Sancho llevó adelante la amistad de don Alvaro, estimando tenerle por amigo para lo que se le ofreciese. Con el recato con que nos tenía mi esposo á su hermana y á no teníamos lugar de vernos con los dos amigos si no era en la iglesia donde acudíamos á misa, y así lo pasábamos con- solándonos con escribirnos, aguardando que se ofreciese ocasión en que nos pudié- semos ver libres del temor de don i^lvaro. Tuve un día licencia suya para salir á la

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calle de Francos y á la Alcaicería á com- prar ciertas cosas que había menester, y así la noclie antes con Briones di aviso á don Sancho, que don Diego no estaba en Sevilla. El estimó que hubiese ocasión, y aquella misma noche me escribió avisándo- me que me aguardaba en su posada. Llegó- se la hora de ir, y mi cuñada y yo con man- tos de añascóte j sombreretes al uso de Se- villa nos pusimos de embozo y fuimos á la posada de don Sancho, á quien hallamos vistiéndose. Recibiónos con mucho gusto, y habiendo hecho despejar el cuarto y dado orden para que nos trujesen de almorzar, se volvió á nuestra conversación. Apenas me había tomado una mano cuando llama- ron á la puerta del aposento donde estába- mos. Entramónos en una alcoba donde es- taba la cama de don Sancho. Abrió la puer- ta; quien llamaba era un criado suyo, que le dijo le llamaban de parte del Asistente, su deudo. Estaba cerca de su casa, y por no faltar á cosa tan precisa quiso atreverse á dejarnos, con pensamiento de que el Asis- tente le despacharía en breve, y así nos lo dijo, con lo cual nos dejó cerradas en su aposento.

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Fuese á casa del Asistente, á quien halló ocupado en un negocio grave; di járonle cómo estaba allí don Sancho, y él le envió á decir que se aguardase, cosa que él sintió sumamente por perder la ocasión que le es- taba aguardando. Dilatóse el negocio del Asistente tanto, que cuando don Sancho le entró á hablar era muy cerca del medio día; quien estaba con el Asistente era don Al- varo, al cual le había llamado para que en- trase en unos asientos con otros peruleros, en razón al desempeño de la ciudad. Pues como don Alvaro saliese de estar con el Asistente y don Sancho entrase, juzgando que le detendría de modo que no pudiese gozar de la ocasión que le estaba aguardan- do, dijo á don Alvaro:

Señor mío, por la verdadera amistad que entre los dos hay, os suplico me hagáis un favor sacándome de un empeño en que me hallo.

Ofrecióse don Alvaro á servirle con mu- cho gusto, y así le dijo:

De vos fío una flaqueza mía que aún no ha llegado á podérsele dar este nombre porque la causa della no es persona á quien haya conocido. Ha venido cierta dama á mi

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cuarto á verse conmigo, y juzgando que el señor Asistente (que me envió á llamar) me despacharía con brevedad, no ha sucedido así, con lo cual estoy desesperado, así por perder el empleo que tanto he deseado como por el disgusto con que juzgo que estará la dama por la falta que hará en su casa, que es mujer principal. Debajo de esta llave está cerrada; de vos la fío para que la saquéis de allí, ya que me ha faltado un criado mío que vino conmigo; perdonad la llaneza de amigo.

Ofrecióse don Alvaro á servirle, y así como quien había estado algunas veces en su posada, fué con presteza á ella, y entrán- dose en su cuarto sin haber encontrado con criado ninguno, abrió el aposento donde es- tábamos, tan á mal tiempo, que doña Leo- nor se estaba componiendo el pelo á un es- pejo y yo echada en la cama de don Sancho, pesarosa con el disgusto ver de la tardanza..

Con el divertimiento de doña Leonor no reparó en esconderse del que abría la puer- ta, juzgando también que sería el esperado don Sancho; mas sucedióle al revés, porque habiéndola visto don Alvaro sacó (indigna- do de verla allí) la daga y, embistiendo con

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 255

doña Leonor, la dio tres ó cuatro puñala- das, á cuyos gritos yo reparé en el daño que había hecho, y con el miedo de no ver- me en otro tanto me dejé caer detrás de la cama.

Bien se pensó don Alvaro que dejaba muerta á su hermana; y así, volviendo á cerrar el aposento, se fué con mucha prisa, como lo pedía el daño que dejaba hecho.

En breve, vino don Sancho, al tiempo que yo, habiendo salido de donde estaba, tenía á mi cuñada en mis faldas vertiendo sangre de las heridas y yo puesta en nota- ble confusión, porque si daba voces era des- honrarnos, y si callaba era acabar la vida la pobre dama. Mas este pesar me alivió la venida de don Sancho, el cual, como halla- se cerrada la puerta de su aposento y sin- tiese que dentro lloraba yo y se quejaba doña Leonor, dijo á voces que le abrié- semos.

Yo le dije en breves razones el daño que estaba hecho, y cómo don Alvaro (que era mi esposo) nos dejó cerradas.

No aguardó á más don Sancho, porque tomando vuelo, de dos puntapiés derribó el pestillo de la cerradura y entró, hallando

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el estrago que habéis oído, y su aposento regado con la sangre de la pobre doña Leonor.

Quedóse como difunto, ni hacer más mo- vimiento que un mármol, y como el mismo helado. Yo le referí de nuevo el caso, cul- pándole no haber tenido curiosidad de ha- ber siquiera conocido á mi esposo. Llamó de secreto á un cirujano que tomase la san- gre á mi cuñada; y él, en tanto, hizo que un fiel criado que tenia fuese á mi posada y supiese si había acudido á ella don Al- varo.

En breve volvió, con respuesta de que mi esposo no había acudido á casa, con lo cual me hizo poner en su coche, y cubiertas las cortinas del me dejó en mi casa, diciéndo- me que yo por me disculpase con don Alvaro, diciéndole haberme dejado su her- mana, que él tendría gente en la calle por si volvía á casa para estar alerta de lo que sucediese; pero que presumía que no volve- ría á ella, según lo que dejaba hecho.

Con esto se fué, dejándome con no poca pena y en compañía de los de casa, que cada uno me preguntaba por doña Leonor.

Lo bueno que tuvo esto fué que como don

LA niSa de los embustes 257

*Alvaro saliese de casa antes que nosotras, no pudo saber con certeza si yo había sali- do ó su hermana; y así no buscó por el apo- sento más gente, después de haber hecho aquel cruel sacrificio en ella.

El se retiró á un convento de frailes Je- rónimos, donde estuvo secretamente; yo, in- dignada del caso, di cuenta al Asistente de- 11o, y él de secreto le hizo buscar por todos los conventos de la ciudad, con lo cual don Alvaro se fué á San Lúcar, donde, con la pena que llevaba, ca^^ó enfermo, de suerte que en seis días acabó con su vida.

Era su forzosa heredera su hermana, la cual ya estaba en casa curándose. Yo, que supe esta nueva, fiándome del escudero, re- cogí todo el dinero que había en ella, que serían muy bien ocho mil escudos, y páse- los en seguro lugar.

Supo doña Leonor la muerte de su her- mano, y con la hacienda grande que del he- redaba, fué mejorando cada día hasta que se restituyó en su primera salud.

Yo, viuda ya de tres maridos, en florida edad, podía echar por el cuarto, con la bue- na hacienda que tenía adquirida más con fuerza de industria que por buenos medios.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 17

2jS CASTILLO SOLÓRZANO

Estábame en compañía de mi cuñada, que me amaba como si fuera su verdadera her- mana.

Con la filma del dote que ella tenía liabía muchos pretendientes; pero no olvidada de la afición de don Diego, fué á él á quien guardó el primer decoro, de manera que le estuvo muy á cuento casarse con ella y entrar en su casa tanta cantidad de ha- cienda.

Hiciéronse las bodas con grandes banque- tes, máscaras y regocijos, y acudía don San- cho á frecuentar mi festejo, si bien sólo le daba lugar á hablarme, mas no pasaba de allí; porque también me tenía mis humos de que se casaría conmigo, y estaba engañada; que de liberarse una mujer casada á hablar á un hombre soltero, cierra la puerta á que él no confíe della y la elija por mujer, ha- ciéndose cuenta que quien se olvidó del ho- nor de su marido para admitirle por galán, después haría lo mismo. Sea este aviso para las mujeres casadas, y no se determinen á ser livianas para perder el crédito de fieles, como 3"o le perdí con don Sancho. Esto mis- mo le obligó á don Diego para no me mirar con buenos ojos, recelándose de y temien-

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do no diese algún dañoso consejo á doña Leo- nor, la cual le quería con grande extremo; y así deseaba que se ofreciese ocasión en que apartarme de su compañía.

Quiso la fortuna darle este gusto, y á pesar, con una ocasión que se ofreció, y fué que saliendo un día á la feria (que así llaman un puesto, donde se hace en Sevilla todos los jueves, como en otros lugares los que llaman mercados), íbamos las dos en el co- che con don Diego: ofrecióse salir del á comprar ciertas cosas, y don Diego nos se- guía: en la feria acertó á estar un hombre que había sido compañero de Sarabia, mi marido, segundo en la comedia, y entonces estaba acomodado en una buena compañía que representaba en Sevilla. Este, pues, como me viese el rostro, emparejó con la parte donde estaba, y di jome:

Guarde Dios á v. m., señora Teresa de Manzanedo.

Volví el rostro hacia él, y prosiguió di- ciendo:

Al fin voarcó arrimó la farsa y bá- senos retirado con buen compás de pies. Atlante debe de haber que sustenta ese cie- lo; no hace mal, que la comedia está tan

260 CASTILLO SOLÓRZANO

trabajosa con estos calamitosos tiempos ^ que es cuerdo el que puede vivir sin ella, aprovechando el tiempo: v. m. no le desper- dicia, y así juzgo en la medra del hábito que le habrá aprovechado bien y con persona de su gusto.

Esto dijo acercándoseme mucho. Cuál ya quedé de haber visto al que tan bien me co- nocía, puede el lector considerar, pues ha- llándome en astillero de señora, viuda de un caballero, cuñada de otro, tenida por mujer principal y con otro apellido del que el farsante me daba, que era el de Mendoza (con licencia del duque del Infantado), eran cosas las que me dijo para afrentarme; y así, haciendo valor, me descubrí del todo, y le dije:

Hidalgo, ¿conóceme por dicha, que me habla con tanta llaneza, ó parózcome á otra persona conocida suya?

¡Bueno, por Dios! (dijo el cómico). Bas- ta que hace vuarcé la vista gorda, habiendo comido conmigo más veces que pelos tenga en las barbas. Pues Teresa, ¿tú te me empi- nas con el nuevo hábito? Ea, cada uno se conozca, y si es menester callar por algún respeto, la haré.

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Con esto quiso asirme de la barba; yo, viendo esto, retiré pasos y díjele:

Descomedido y vil hombre; vos no sa- béis con quién os burláis; yo pasaba por el engaño que habéis tenido pensando ser yo otra; mas ya que os afirmáis en ello, con tanta llaneza que llega á ser atrevimiento, quiero que entendáis que yo me llamo doña Teresa de Mendoza, viuda de don Alvaro Osorio.

Y de Agustín de Sarabia, cómico (dijo el atrevido farsanse).

En eso mentís (dije yo); y si os afirmáis en ello, sabré llamar dos lacayos que os ma- ten á palos.

¿Sirve de eso Hernandillo? (dijo él).

Volví en esto el rostro , y hallé á mi lado á don Diego, con cuya presencia me animé, y díjele:

—Señor mío, este hombre, engañado con mi rostro, da en decir que soy una tal Te- resa que él conoce en la comedia, y porfía en ello con llanezas no usadas conmigo. Yuesa merced le desengañe y le diga mi ca- lidad.

Con esto pasamos adelante doña Leonor y yo; ya á don Diego le habían dicho algu-

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nos amigos lo que yo me parecía á la cómi- ca que ellos habían visto lucir tanto en Se- villa, y con lo que el farsante había dicho confirmósele una sospecha de si era yo la que decía; y así quedóse con él, diciéndole:

Señor galán, esta señora no es quien piensa; es persona principal, viuda de un caballero que murió poco ha; y así, antes de conocer á las personas, no se arroje á llanezas, que le pueden costar caro.

Era despejado el cómico, hombre de bue- nas manos, que no se embarazaba con nadie; y pareciéndole que en quererle deslumhrar con la verdad le engañaban, se volvió á afirmar en lo dicho, diciendo:

No puedo negar, señor mío, que mu- chos rostros hay conformes á otros; pero en la estatura ó en el ha^a suelen tener dife- rencia. En esta señora lo hallo todo tan parecido (dejando la verdad en su lugar), que eso me ha hecho hablar así; y porque pienso que no se me antoja, traeré tres compañeros míos (que lo han sido suj'^os en la comedia, de un autor que se perdió aquí) que dirán lo mismo que yo en viéndola. Ya la advertí que si la importaba callar lo ha- ría, que hombre soy que dejar mi capa

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 263

para cubrir defectos, y lo hiciera con ella mejor porque fui muy amigo de su marido; mas hame tratado tan mal, que he querido desquitarme con decir que es ella la misma Teresica de Manzanedo, asombro de Sevilla y gala del tablado, muy conocida en esta ciudad; y porque puede ser que yo me en- gañe, en la mejilla izquierda tiene una se- ñal de una bofetada que le dio su marido por haber errado un papel, j acertó á traer una sortija con un diamante, con qiie vino á ser bofetón y cuchillada todo de un golpe; si éste tiene habré dicho verdad, y si no me engañó.

Quiso saber don Diego los compañeros que me conocían; nómbreselos, 3^ juntamen- te dijo virtudes mías, que no me canonizara por ellas ningún pontífice.

Con la afirmativa del representante y las señas, se despidió del don Diego con más viva sospecha de que yo era la que decía; esperándole á tenerla el haber sabido mi parte antes de casarme con don Alvaro y la incierta venida del tío que esperaba de las Filipinas, que todo lo atribuyó á embeleco, y el empleo de don Alvaro más á ser por afición que por calidad que yo tuviese.

264 CASTILLO SOLÓRZANO

X>ios me libre de hombre de un negocio y que siempre trate del, que saldrá con su intento con brevedad. Tomó don Diego tan á pechos éste, que llegando á casa las dos procuró verse conmigo, y con atención me miró la señal de la mejilla, que estaba más patente que yo quisiera; tratábamos del atrevimiento del farsante, y él decíame cómo le había puesto en razón y desengañádoie.

Mientras esto me decía no quitaba los ojos de la señal de mi rostro; yo, que lo noté, le pregunté qué era lo que me miraba con tanta atención. El me dijo:

Advierto en v. m. esa señal de la meji- lla, cosa que hasta ahora no había repa- rado.

Esta (dije yo, descuidada de lo que me podía decir) tengo desde niña.

No puede ser (replicó él), porque las se- ñales que recibimos desde pequeños se su- ben hacia arriba al paso que crece el rostro; y esa se está en ese lugar desde que el día que su esposo de v, m. le dio una bofetada trayendo un diamante.

No puedo negar que mi turbación fué grande; de suerte, que al responderle me fal- taron concertadas razones; mas con las que

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se me ofrecieron, medio balbuciente le dije:

Don Alvaro, que esté en el cielo, nun- ca se me atrevió al rostro ni aun se me des- compuso con la menor palabra del mundo.

Sería el primer marido (dijo don Diego).

Ni el primero tampoco (dije yo), que era un caballero muy honrado y que me es- timaba en mucho.

Yo me debo de engañar (dijo él); sólo veo que la señal se está ahí y que fué con diamante.

Con esto me dejó, volviendo las espaldas con una falsa risa con que me dejó abrasadas las entrañas, echando de ver que el atrevi- do farsante había sido quien le había reve- lado el suceso, y desde luego me temí ser del todo conocida. Sucedió así; porque don Die- go, como estaba mal conmigo y deseaba apartarme de la compañía de su esposa, fué en busca de los comediantes y trujólos á su casa, diciéndoles ser llamados por mí.

Todos vinieron con mucho alborozo por verme. Estaba doña Leonor ocupada con ciertas conservas que se hacían y yo sola haciendo labor en el estrado, cuando entró la tropa de los cómicos. Todos me hablaron con la certidumbre de conocerme como á

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mismos. Yo me extrañó con ellos; y ellos se ofendieron de que hiciese burla de ellos, habiéndoles enviado á llamar. Entró don Diego en este tiempo, que fué darme lanza- das, y dijo:

Señora Teresa de Manzanedo. esposa que fué de Sarabia, el cómico, conozca á los amigos y no se extrañe con ellos, que yo be deseado este suceso para que luego me des- embarace esta casa de su persona y deje la compañía de mi esposa, para que la tenga con sus iguales.

Con esto se entró allá dentro, cerrándose la puerta tras sí.

Yo me vi tan perdida, que no hallé otro alivio á mi pena sino resolverla en lágri- mas; los farsantes me consolaban, y yo to- davía me estaba en mis trece de decirles que no les conocía; con que se enfadaron del todo, y dicióndome cada uno su pesadum- bre, se fueron, dejándome allí hecha un mar de lágrimas. Salió una dueña y dióme un recaudo de don Diego, en que me pedía que luego al punto me fuese de su casa, que allí se me entregaría la ropa que era mía y todo lo demás que allí tuviese.

Prevíneme el coche, y sin darme lugar á

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que me pudiese despedir de doña Leonor quien ya había dado parte del negocio), me entré en él y me fui en casa de una bea- ta, muy grande amiga mía, con la cual bus- qué casa en Sevilla por un mes, pasando á ella todos mis muebles, que no eran pocos, y asimismo mi dinero, que eso era lo que me consolaba en mis trabajos.

CAPITULO XVIII

^11 que da cuenta cómo salió de Sevilla con su casa y llegó d Toledo, donde estando allí de asiento tuvo cierto empleo y de una burla que hizo á dos enamorados, con lo demás que sucedió.

\£/OKRió la voz en Sevilla (aunque grande ciudad) del empleo que había heclio don Alvaro sin conocerme, cosa que alentó más mi fama; pues en lugar donde tan conocida fui con varios papeles que había represen- tado en sus teatros, supe hacer también el papel de la honrada, que merecí por esposa un principal hidalgo de lo mejor de Nava- rra sin que nadie me conociese, que no fué el menor embuste mío publicar estimación donde no la había para pescar aquel no- vio. No soy la primera que de esta estrata- gema se ha valido, ni seré la postrera; pues se debe agradecer en cualquier persona el anhelar á ser más, como vituperar el que se

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abate á cosas inferiores á su calidad y no- bleza.

Parecióme hacer mudanza de Sevilla y acercarme á Madrid, aunque no entrar en él; y así dispuse mi viaje á Toledo, imperial ciudad, y una jornada de la corte de Espa- ña. Vendí los muebles que me podían ser de embarazo, y del dinero que hice de ellos compré dos esclavas blancas para mi servi- cio, mujeres en quien conocí habilidad para cualquier embuste, }', aunque no la tuvie- ran, yo me prometía que de mi escuela sa- liesen capaces para todo enredo.

Con ellas y el escudero que me servía, llamado Briones, salí de Sevilla, en una noche y en un carro que nos seguía con la ropa y ajuares de casa. No nos sucedió cosa en el camino que sea de contar, y así lle- gamos á Toledo un viernes por la tarde. Tomamos casa cerca de la plaza de Zoco- do ver; era autorizada y con dos puertas que salían á dos calles.

Aquí hice alto portándome con mucha autoridad. Mudé el apellido, pareciéndome cosa importante, j el nombre, llamándome doña Laura de Cisneros. Desearon algunos vecinos conocer á la recién venida; curiosi-

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dad que en cada lugar pienso que se prac- tica en particular de la gente ociosa. Entre los que más diligencia hicieron para saber- lo fué uno, un caballero de aquella ciudad, de hábito largo. Era galán y mozo, y hacía poco que vino de Roma con algunos bene- ficios simples, con que tenía cuatro mil du- cados de renta; portábase lucidamente, te- nía coche y gran familia de criados.

Este caballero (que se llamaba don Este- ban) se atrevió á hacerme una visita esti- mulado de un criado suyo, que habiéndome visto le alabó mi rostro mucho, con lo cual quiso verme con achaque de ser vecino y ofrecérseme como tal. No pude excusar la visita, y así hube de recibirla. Entró el se- ñor don Esteban muy oloroso de guantes, muy galán de hábito en efeto muy en ella. Recibíle en mi estrado con toda la autori- dad que pude, sirviendo entonces la una esclava de dueña, encubriendo una floreci- 11a que tenía en la frente con un parche; que la otra tenía mejor cara, y por estar sin hierros guardábala yo para alguna tramo- ya, que siempre me valí de prevenciones.

Hablo el galán de lo de á veinticinco du- cados la onza, muy meditado en sus razo-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 271

nes, niuj" ceñido eu los discursos y muy grande tahúr del vocablo, cosa que marea á la más cursada en estos coloquios; ¿qué hará á las que no lo estuvieren? Exageró mucho la dicha de que á su calle hubiese venido á vivir y la ventura que desto se le seguía. Finalmente, las lisonjas no holga- ron en aquel rato que estuvo de visita, to- das en orden á favorecerme. Yo le agrade- cí la merced que me hacía, y por los ofreci- mientos que me hizo le di las gracias, con que se acabó la visita, y él se despidió muy aficionado á la viuda, según después se vio.

Apenas había salido de casa cuando Brio- nes subió á decirme (informado de sus cria- dos) la renta que poseía el señor don Este- ban, su liberalidad y cuál gran servidor era de damas. Parecióme buen sujeto para ha- cerle alguna estafa, ya que el fundamento de ella estaba hecho, que era el de ir aficio- nado de mi persona, según los intérpretes del alma (que son los ojos) me dijeron, que no los apartó de mi rostro en cuanto duró la visita.

No dijo don Esteban á nadie que me ha- bía visto; porque como iba con deseo de ser

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mi galán, no le estaban bien compañeros en la pretensión.

No era eso lo que yo intentaba, sino ser conocida para que con la emulación llovie- sen presentes en mi casa, y para que no to- dos penasen por la viuda me pareció poner en astillero de hermana mía, doncella, á Emerenciana, la otra esclava, que tenía muy buena cara y no poco despejo. Vestíla con los mejores vestidos que tenía, no con poca envidia de la compañera, á quien ma- nifesté mi intento, dándola esperanzas así de su medra como de su libertad, con que se consoló de la pena que había recibido de ver á Emerenciana tan bizarra. Ensáye- les los papeles que habían de hacer las dos esclavas y el escudero, con que me pude prometer una razonable conquista.

Hacíase una fiesta en la iglesia Mayor, á que acudió toda la ciudad; parecióme ser esta ocasión para mostrar el aparador de mis gracias y las de mi esclava; j así, ha- ciéndola aliñar bien, y yo no descuidándo- me de mi rostro ni talle, aunque en traje de viuda de las consoladas y que desean echar lo funesto á una parte, me planté en- tre los dos coros de aquella celebrada igle-

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sia, tan alabada, y con razón, en España.

Aunque Toledo es gran ciudad, no lo es tanto como Sevilla, y así cualquier foraste- ro que á ella viene es notado. Yo lo fui lue- go que dejé ver mi rostro con un cuidado- so descuido, y á mi imitación hizo lo mis- mo Emerenciana; tomamos asiento cerca de un pilar de aquellos de la iglesia, adon- de acudieron luego galanes como las mos- cas á la miel. Dímonos con algunos ciertos toques de razonado, con que no echaron menos el buen lenguaje de sus damas que tan celebrado es en toda España. La nove- dad causó séquito, y así en los puestos que se nos ofreció mudar éramos luego cerca- das, ya de lindos que, narcisos de mismos, se les pasaba el tiempo en mirar su com- postura, ya de confiados que ponían su fe- licidad en hablar muy culto, ya de bravos que por el bizarro talle y población de mos- tachos pensaban allanar toda empinada hermosura.

Cuando yo considero la diferencia de hombres que por tantos caminos desean enamorar, juzgo que es como ensalada de todas hierbas un concurso de ellos, si bien cada uno se piensa que trae la sazón consi-

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go, ya en su talle, ya en sn habla ó ya en sus muchas acciones, que hay hasta amantes de señas que con lo mudo piensan que han de enamorar, como si las damas conociesen interioridades.

Uno entre otros caballeros fué quien más perseveró en seguirnos, inclinado á Eme- renciana, cosa que yo deseaba mucho, por- que con su cebo pensaba hacer alguna tra- moya que redundase en provecho mío y de la esclava. Este caballero se llamaba don Leonardo de Rivera, de las nobles familias de aquella ciudad. Pues como nos fuese si- guiendo cuando volvimos á casa, advirtió- me de ello Briones; vo me volví á él di- ciéndole;

Suplico á V. m., señor caballero, se sir- va de no seguirnos los pasos, que con eso da que notar á los que lo ven.

Mudó el caballero colores, porque tenía poca experiencia de tales lances; pero lo que me dijo fué:

Yuesa merced perdone mi afecto, pues lleva consigo la causa que me obliga á no apartarla de mis ojos pena de sentir su au- sencia como se debe á tal pérdida si la aparto de ellos; y por no andar ciego á inquirir el

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dichoso albergue que encierra tal beldad, la voy siguiendo; discúlpemela afición con que lo bago, que con ella no es más en mi mano.

Dijo estas razones con alguna turbación, mas con tantas muestras de que le salían del alma, que yo se lo conocí por los ojos, y ya le tenía lástima; mas con severo ros- tro le dije:

Ya V. m. nos ha dicho su pensamiento; para la ejecución del bastaba un criado, sin venir en persona, que con él no se die- ra nota, y así se da. Yo soy forastera y esta dama lo es, y mi sobrina, para servir á vue- sa merced, no querría de primera entrada que nos tuviesen por ligeras en esta ciudad; y así. quien por su presencia da muestras de su ilustre sangre, conozcamos en su cor- tesía este saber, que ocasión habrá en que le recibamos en nuestra posada.

Con esa esperanza quedo muy conten- to (dijo él); y así, para conocer donde vue- sas mercedes posan, irá un paje mío, que- dándome yo aquí, bien contra mi voluntad, porque no puedo más conmigo; pero he de sacrificarme en obedeceros, que me mandáis esto con tanta cortesía, que esa obliga á no salir de vuestro gusto.

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Con eso se quedó y envió el paje tras de nosotras; el cual, después que nos vio en- trar en casa, me dio en el zaguán de ella un recaudo de parte de su señor, pidiéndo- me que le diese licencia para verme; dísela para el siguiente día en la tarde, con que partió muy contento.

Informém.e del paje cómo se llamaba su señor, y supe su nombre y ser primogénito de un caballero muy rico y heredero de un cuantioso mayorazgo. Sin esta información hizo otra Br iones, y halló que era persona que manejaba dinero, cosa que me sonó bien; porque lo de hijo de familia me había helado, que lo mucho que prometen ca- balleros por heredar y lo poco que dan.

Vino esotro día y llegóse la hora tan de- seada de don Leonardo para su visita. Ya prevíneme también (sabiendo que no había de faltar) de que Emerenciana estuviese muy bizarra; púsose un vestido mío de lana azul con mucha guarnición de plata, y con la buena cara que tenía parecía una gran señora. Hubo pomo en el estrado, compos- tura de dueña y purtualidad de escudero en el recibimiento, y desta suerte nos halló el aficionado don Leonardo cuando vino; es.-

LA NINA DE LOS EMBUSTES

tuvo de visita bien dos horas, en las cuales se hablaron varias materias. Supo allí cómo veníamos de Sevilla, y yo le dije que á cier- to pleito á Madrid con un caballero de las Indias, el cual era sobre ana gruesa ha- cienda que había de heredar doña Emeren- ciana, y que el haber hecho alto en aquella ciudad había sido por esperar á un herma- no mío y tío de aquella niña, que vendría en breve.

Todo lo creyó don Leonardo, y no era mucho, porque el desenfado con que yo mentí y asimismo el vernos con tan honra- do porte en nuestra casa se le debía dar en- tero crédito. Sucedió, pues, que al fin de la visita, cuando don Leonardo me acababa de manifestar el amor que tenía á Emeren- ciana, y asimismo de hacer sus grandes ofrecimientos en lo que fuere de nuestro gusto, entró el señor don Esteban, vecino nuestro, el cual, habiendo visto desde su casa entrar en la mía á don Leonardo y es- tar de visita tanto tiempo, tuvo sospecha que por sería su venida, y con su recon- comio de celos no se le sufrió el corazón hasta pasar á verme, por certificarse de su sospecha. Hízolo así, y á los principios en

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la conversación mostró inquitud (no obs- tante que era muy amigo de don Leonar- do); mas después que conoció en sus razo- nes y en algunas demostraciones que se in- clinaba á Emerenciana, se sosegó, y pasán- dose á mi lado, á dos coros se dilató la visi- ta hasta la noche, diciéndome cuánto se holgaba que don Leonardo se hubiese cono- cido con nosotras, sin estorbo de sus pre- tensiones, para que juntos la prosiguiesen; nos pidió licencia y se despidieron los dos, con la que á don Esteban le di. Comunica- ron sus intentos los dos amigos, que está fácil de conocer; serían en orden á no dejar sus pretensiones sin conquistar; pero yo es- taba de otro intento, que era hacerles andar embelesados y sacar de ellos cuanto pudie- se sin que consiguiesen sus deseos.

Desde aquel día á porfía comenzaron á llover presentes en casa; pero yo bien qui- siera que se redujeran á mayores dádivas que cosas de regalo, que se pierden cuando son en exceso y lo demás se puede guardar. Comenzó don Leonardo á entrar sirviendo con cosas de consideración, y dio un rico vestido á Emerenciana de tabí encarnado y flores de plata con grande guarnición de

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alamares y pasamanos. Don Esteban no quiso ser menos que él, y por tener yo há- bito que no podía dárseme lo mismo, me envió dos sortijas de diamantes que valían trescientos escudos; todo fué recibido con muclio gusto, con lo cual tenían eutrada y algunos lícitos favores, no pasando desto, porque así se lo había mandado á Emeren- ciana, la cual la conocí picada de don Leo- nardo; mas con mi precepto estuvo á raya, por no perder mi gracia y el provecho que se le seguía de andar como sobrina mía, bi- zarra y compuesta, cosa con que la compa- ñera se desesperaba, no obstante que tenía sus provechos de los caballeros, porque la ofrecían lindos doblones, y no menos al es- cudero, con lo cual pasaba, aunque mal, contenta.

Ofreciósele ir á don Esteban á un nego- cio á Madrid, y quisiera antes de la partida que yo le favoreciera del todo. Resistí la plática, mas no le dejé sin esperanzas de que á la vuelta se vería su negocio más en su favor, con lo cual partió, dejando á un criado suyo cuidado de que me regalase to- dos los días. Sólo don Leonardo quedó en la estacada muy perdido por Emerenciana,

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apretando cada día la dificultad de que le diese entrada una noche. Ella (con orden mía) se resolvió á que no había de hacer cosa sin mi consentimiento, con lo cual to- das las lisonjas y todos los mimos se me ha- cían á en orden á conseguir su deseo y alcanzar beneplácito mío para ello; con que pasados algunos días que anduvo en esto, se me declaró.

Yo al principio recibí la plática áspera- mente; mas con una joya que el dio á Eme- renciana (que valdría más de seiscientos es- cudos) me humané, y así le dije que en bre- ve tendría buen despacho su pretensión, con el recato que á mi casa debía y con el silencio que esperaba tendría un caballero tan principal como él por el riesgo que co- rríala reputación de su casa. Asilo prometió; señálele entrada para dentro de tres días.

Estaba el amante caballero loco de con- tento con la tal promesa, y no menos Eme- renciana, pensando que mi consentimiento había de tener efecto, que era la moza livia- na, al fin como nacida en Grecia, aunque criada en Sevilla. Ya tenía prevenido, cuan- do llegó la noche, lo que se había de hacer, que era lo siguiente.

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Briones, mi anciano escudero, en su mo- cedad había sido hombre de gracioso hu- mor, y en la que gozaba aún mostraba con él su buen gusto; entre otras habilidades que tenía era una el fingirse mortal de un repentino accidente, con mudanza de sem- blante, con vuelta de ojos y con traspillar los dientes. Esta habilidad quise que mos- trase aquella noche á la hora que había de venir don Leonardo á casa.

Echóse en la cama, y en viendo que lla- maba á la puerta, las dos esclavas y yo nos fuimos á su aposento, donde estuvimos un rato sin abrirle, y él muy asistente á la puerta llamando. Al fin Marcela, la otra es- clava, le bajó á abrir á escuras; entró don Leonardo, y ella, fingiendo un funesto llan- to, le dijo en el estado que teníamos al es- cudero y cuan desconsolada estaba yo de verle en el último término de su vida.

Entró en el aposento donde estábamos, hallándonos con los lienzos en la mano y los ojos encarnizados, más á puros pellizcos que no de llorar. Puso los ojos en el fingido enfermo, el cual hacía tan bien el papel de estarse acabando, que á cualquiera engaña- ba, como lo había hecho á otros más bella-

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eos que don Leonardo. Allí le signifiqué con cuánta pena estábamos Emerenciana y- yo por ser Briones la persona que más ha- bíamos estimado en nuestra vida después de nuestros padres, y que él lo había sido de las dos, naciendo en sus brazos, con cuya muerte perdíamos el gobierno de la casa y un venerable compañero y buen con- sejero. Preguntó don Leonardo si le ha- bían dado los Sacramentos; díjele que ya habían ido por el confesor y á avisaV en la parroquia. Llegóse á Briones j di jóle:

Señor Briones, este es término á que todos hemos de llegar, tarde ó temprano; su prudencia y cordura que le tendrán prevenido: que de su buena vida se infiere; lo que de ella le falta aprovéchelo bien.

Aquí nuestro Briones, medio incorporado en la cama y con unos ojos que espantaba, le comenzó á hacer un sermón, con que no hubo menester más el aficionado caballero por aquella noche para dejar aparte la gar- zonería y deseos. Yo le dije ya vía cuan ajeno era aquel paso del que quería repre- sentar; que por aquella noche se fuese, que otras habría.

Obedecióme y fuese, considerando tener

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yo razón, pues en tal aflicción como estaba no era justo tratar de sus placeres. Apenas liubo salido de los umbrales de casa, cuando Briones dio dos cabriolas sobre la cama, le- vantándose, y nosotras le dimos mil vítores por lo bien que había fingido su medio tráii- sito.

Dímosle honoríficamente de cenar, y ce- namos todas con mucha risa de ver cuan atribulado se había ido don Leonardo.

Quise que pasase la burla adelante y que no llegase el plazo que él deseaba; y así, á la mañana madrugué mucho y fui me á un hospital de los muchos que tiene Toledo, donde, hallando á un hombre que acababa de expirar, fingiendo ser mi conocido, le hice llevar á casa, breve y ocultamente, di- ciendo que no quería que se enterrase en el sepulcro común de los pobres, sino darle yo sepultura como merecía un hombre que se había visto en mucha honra. Todos alaba- ron mi intento, y el administrador mucho más, edificado de mi caridad.

Puesto el difunto en casa, le hice amor- tajar y que pasase plaza de ser Briones, el cual estaba escondido en unos cuartos altos de casa.

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Llamóse á la clerecía de la parroquia, y hízosele al difunto un honrado entierro, á qwe asistió don Leonardo (que quise gastar mi dinero en él para esforzar más mi burla).

Con el sentimiento que fingí en la supues- ta muerte de Briones no se me atrevió don Leonardo á decir su pensamiento, de que había quedado doblada la hoja. Mas pasa- dos cosa de ocho días, viéndome algo con- solada, tornó á su tema: vio en poco ca- riño para darle otro consentimiento como el pasado, y quiso comprarle con otra joya, dándole á Emerenciana una cadena de peso de trescientos escudos, con que fué la blan- dura para mi rebeldía, y así hube de seña- larle hora para la futura noche, que era á las once y media.

Llegóse el término tan deseado del aficio- nado galán, y prevenido de su broquel, es- pada y cualque pistola, se fué á casa. Ya estaba Marcela avisada de lo que le había de decir; y así, luego que le abrió la puerta, le dijo en el zaguán cómo había venido aquella noche un tío mío que pasaba á Ma- drid esotro día, y que así tenía orden mía de tenerle allí en una sala encerrado hasta que se durmiese.

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Consintió en esto don Leonardo, y dejó- se llevar á la estancia, que se le señaló con mucho silencio por no hacer rumor: allí le dejó á oscuras la esclava, diciéiidole que se esperase, que, aunque fuese tarde, vendría allí la señora doña Emerenciana. Sentóse nuestro caballero en una silla, y allí, fati- gado de deseos y rodeado de pensamientos, oyó las doce y la una, desesperándose con la tardanza; oía asimismo que hablábamos en la sala de afuera, aunque no podía per- cibir lo que decíamos.

Cerca de las dos volvió á él Marcela, y le dijo que ya el tío quería reposar, que tuvie- se paciencia, porque luego le pondría con sus señoras. Por todo pasó el buen caballe- ro, á trueque de gozar su deseada Emeren- ciana; y así se tornó á su asiento, dejándo- le Marcela en él; ya estaba prevenida la tramoya, y fué que vestimos á Briones con una sábana como amortajado y cubierta la cara con un barniz blanco como difunto; le rodeamos con una gruesa cadena de cárcel el cuerpo.

Adornado así, tomó una hacha en la mano, j desta suerte (habiendo crujido los hierros de la cadena gran rato antes) entró

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■en la sala donde aguardaba el caballero el fruto de sus pretensiones. La luz de la lia- cba manifestó la horrenda figura de Brio- nes, el cual entró con lento paso, crujiendo los bierros y arrastrando parte de la cadena por el suelo á ofrecerse á la vista de don Leonardo, poniendo en él unos ojos espan- tables. Era Briones hombre de sesenta y cuatro años, enjuto de rostro, ojos gran- des, muy calvo y con la barba larga y el barniz que ayudaba á su fealdad. Todo esto atemorizó de tal suerte á don Leonardo, que desde que entró por la puerta de la sala comenzó á temblar y á hacerse cruces, sin poder moverse, de donde estaba tan corta- do le tenía el miedo.

Emparejó Briones con él, y asestándole los ojos dio un suspiro muy doloroso, y tras él le dijo:

¡Ay de ti, pobre don Leonardo; si te atreves á infamar esta casa; qué castigo se te espera!

Con esto y otro gemido que dio más do- loroso que el primero, le volvió las espal- das y se entró por donde había venido.

Quedó don Leonardo casi para expirar, porque como él tenía por muerto al viejo y

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había estado en su entierro, viendo ahora su misma figura y en aquel hábito cargado de cadenas, sin duda se pensó que allí fuera el fin de sus días. No se le olvidaron las pa- labras del fingido difunto, que iban en or- den á la conservación de la honra de aque- lla casa amenazándole si trataba de menos- cabarla; y así, temiendo un castigo del cielo, con diferente propósito del que había traí" do, trataba de buscar á escuras la puerta para irse, cuando volvió Marcela á decirle que Emerenciana le aguardaba, que se vi- niese con ella.

No estoy para verme en su presencia (dijo el atemorizado caballero).

—¿Por qué? i^replicó Marcela).

Porque después que me dejaste me ha dado un accidente tal, que me estorba gozar el favor que me ofrece; y así la diréis de mi parte cómo estoy, y que el verme tan afli- gido me priva del bien que esperaba.

Quiso darle una conserva Marcela y un trago de vino: mas él, no queriendo recibir nada, la pidió que le guiase á la puerta de la calle, que quería irse. No le replicó en nada Marcela; sólo le dijo cuánto sentiría su señora asi el no verle, como saber que

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iba en aquél nuevo accidente. Casi sin pa- labras se despidió don Leonardo de Marce- la y se fué á su posada, que no fué poco acertar á ella.

Abrió una puerta falsa; entró en su cuar- to perdido el aliento; despertó á un criado y díjole que venía malo; acostóse y en toda la noche no pudo sosegar; vino el día, y sa- biendo sus padres su indisposición, bajaron á su aposento, y hallaron á su hijo fatiga- do. Llamáronse los módicos, y tocándole los pulsos, dijeron tener una gran calentura: ésta se le continuó por algunos días, con que llegó á estar muy al cabo de sus días, sin querer decir el origen de su dolencia.

Trataron de extinguirle la calentura, y conseguido esto, se fué mejorando, aunque siempre perdido de color, y con una grande melancolía que no se le apartaba.

Vino nuestro don Esteban de Madrid, y la primera visita que hizo fué en mi casa. Recibíle con mucho gusto, y después de ha- ber hablado en varias materias, preguntó por don Leonardo y si iba adelante con los amores de Emerenciana.

Yo le dije cómo una noche que se le ha- bía dado entrada en casa habiendo aguar-

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dado sazón para gozar su empleo, salió della con un accidente, del cual le había procedido una grave enfermedad, de que (aunque estaba convaleciente) le quedó una gran melancolía. Fué de allí á verle el ca- nónigo, sintiendo mucho haber sabido cómo estaba. Entre muchas cosas que pasaron en orden á tratar de nosotras, fué decirle don Leonardo lo que le había pasado con el difunto escudero, de lo cual hizo grande burla don Esteban, dicióndole que sería ilu- sión que le pasaría por la cabeza.

Afirmaba don Leonardo con solemnes ju- ramentos ser verdad cuanto le decía, aún no perdido el temor de aquella azarosa no- che; pero de todo se reía el amigo; mas por no dejar de dar crédito á don Leonardo, no quiso apretarle más en aquel caso, y así se despidió del, yendo con alguna sospecha de que había sido miedo del joven caballero; que, como poco experimentado en tales ca- sos, le habría parecido ser hora extraordi- naria para el logro de sus deseos, y peli- grosa para salir después de nuestras casas.

Vino esotro día á la mía y contóme todo el caso con mucho donaire, haciéndole de la pusilanimidad de don Leonardo. Yo le

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con mucha atención, y después de haberme referido lo que don Leonardo le había con- tado, me mesuré un poco, y arqueando las cejas (señal de admiración), le dije:

Verdaderamente, señor don Esteban, que ahora veo que debo dar crédito á lo que me ha dicho una dueña mía, y es que ella ha sentido cerca de su aposento ruido de cadenas todas estas noches, cosa que le ha- bía dado no pequeño susto, por lo cual ha mudado su cama á otro aposento. Yo he hecho burla dello y atribuídola á poco áni- mo suyo; mas con lo que v. m. me dice, veo que debe de ser verdad; pero no creo que era el ánima de mi buen escudero Briones, porque su vida era tal, que no tendrá cargo que venir á revelar á ninguno desta casa; fuera de que mi cuidado ha sido tal en ha- cerle decir misas, que pienso que han sido en cantidad, pagándole con esto el amor que siempre le debí, que fué mucho; pues hago cuenta que nací en sus brazos.

Hice mi poco de sentimiento, y saqué el lienzo para que hiciese también su figura, ayudando á lo lamentable.

Dejó pasar don Esteban aquella plática, y mudando otra alegre, guió su intención

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á la que le convenía, que fué á decirme qué cuándo me determinaba á favorecerle. Yo (mesurándome) le respondí que por ahora no tratase de aquellas cosas; que estaba tan lastimada de la muerte de mi Briones, que no me determinaba á tratar de cosas de di- vertimiento; mas él, que era cuerdo y sabía que el atajo de aquellos rodeos eran las dá- divas, con achaque de que había ganado al juego una gran cantidad de dinero, la tar- de siguiente me dio doscientos escudos en un bolsillo de ámbar bordado, esto por ba- rato, y á Emerenciana cincuenta, no olvi- dándose de Marcela. Con esto vi que no po- día negarle la entrada, pues tan liberal andaba conmigo; y así le dije que para de aquí á dos noches, á las once en punto, vi- niese solo, que con la seña de un silbo le abriría Marcela.

Con esto fué muy contento, esperando que se llegase el plazo que tanto se había deseado. Yo no me descuidando de lo que había de prevenir, compuse mis tramoyas en la forma que había de estar, y aguardé á mi enamorado amante, el cual con el cui- dado y deseo con que estaba, en oyendo las once, tomó su espada y broquel y vino á mi

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casa, donde con la seña del silbo le abrie- ron la puerta luego, llevándole Marcela sin luz á un aposento, y le dijo que allí había de venir yo, luego que el escudero se acos- tase, que estaba dándome cuenta del gasto de aquel mes. Allí aguardó don Esteban en compañía de Marcela, y mientras se llega- ba el tiempo que él deseaba, la astuta es- clava le entretuvo con graciosos chistes; entre ellos, vino á hacer burla del miedo de don Leonardo don Esteban, á lo cual la fingida dueña le dijo que en aquello no la hablase, porque allí le estaban temblando las carnes de pavor, porque ella había sen- tido el ruido cerca de su aposento más de diez noches.

¿Es eso cierto? (dijo don Esteban).

¿Y cómo si es cierto? (dijo ella). ¡Cuita- da de la que lo oía sin dormir, en todas aquellas noches sueño, hasta que mudé la cama á otra pieza cerca de mi señora! Y aun ahora (prosiguió) no hago poco en estar aquí acompañando á v. m. en este apo- sento, por ser en el que murió nuestro Briones.

¿Que aquí murió? (dijo él).

Aquí (replicó ella) dio el alma á su

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Criador y le debe de haber dado el purga- torio en esta casa.

Reíos de eso (dijo don Esteban), que ese ruido sería en la vecindad, y vos con el temor se os antojaría ser del muerto.

¿De muchos no se sabe (dijo ella) que han vuelto al mundo á manifestar sus deu- das ó á descargar sus conciencias con sus hijos, padres ó testamentarios?

Así es verdad (dijo él); pero quíteseos de la imaginación esa fantasía, que Briones ni tendrá cosa que le obligase á decirla ni aun que penar, que era la misma since- ridad.

En la apariencia decía bien, que á todos engañara; pero en lo interior era el mayor bellaco del orbe.

Ellos, que estaban en esta plática, oye- ron un ceceo de Emerenciana, con el cual Marcela dijo á don Esteban:

Paréceme que me han hecho seña; voy á ver qué me quiere mi señora; sin duda sospecho que deja en quietud su gente y quiere que os lleve á su cuarto; aguardad un poco que luego vuelvo, y perdonad el de- jaros sin luz, que el recato de mi señora lo pide, pues no se ha visto en estos lances

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hasta ahora, cosa que debéis estimarla en mucho.

Así lo creo (dijo él), que me favorece con extremo.

Fuese Marcela y quedóse don Esteban solo por espacio de un cuarto de hora; al cabo del comenzaron á sonar los eslabones de la pesada cadena que tanto atribuló á don Leonardo, yéndose Briones con el mis- mo disfraz acercando al aposento donde el enamorado caballero estaba. El, que sintió el ruido, comenzó á pensar si sería la visión que á don Leonardo apartó del amor deEme- renciana.

Era de mayor ánimo don Esteban; y así, desnuda la espada y embrazado el broquel, aguardó á "ver en que pararía aquel ruido.

Presto salió de este cuidado, poniéndole en otro mayor el ver entrar por otra puer- ta de enfrente de aquella por donde había entrado, á Briones en la forma dicha y con la hacha en la mano; dio dos pasos dentro del aposento, acompañándolos con cuatro dolorosos gemidos. Paróse luego, y ponien- do los ojos en don Esteban sin hablarle pa- labra, le llamó con la mano derecha por dos veces. Ya nuestro valiente no estaba con

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tantos bríos como hasta allí, viendo aque- lla horrible figura en su presencia. Rehusó el ir con él, y así se estuvo quedo. De nue- vo le volvió á llamar por señas Briones, mas no le obedeció quien estaba ya medio apo- derado del temor.

Como vio esto Briones, dijo con voz tré- mula y dolorosa:

Señor don Esteban, venid, venid con- migo, y veréis el desengaño de las cosas de este mundo.

Cobró un poco de ánimo don Esteban (cosa que le puso en cuidado al supuesto di- funto;, y partió prevenido de su espada y broquel adonde estaba. Por si llegaba á es- tos términos le tenía trazado un engaño de burla pesada, y fué que habiendo hecho desolar un pedazo del aposento que caía so- bre el zaguán de la puerta falsa de casa, cubría esto una alhombra clavada con unos clavos. Pues como partiese contra el fingido difunto y pusiese los pies en la alhombra desclavándose, dio con su cuerpo en el za- guán, cayendo sobre unos colchones que estaban prevenidos; pero la caída fué tal, que quedó sin sentido como ignorante del caso.

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Había avisado ya á dos conocidos míos, y aun pagádoselo muy bien; que en viendo caído al galán le tomasen en brazos y le sa- casen de casa. Hízose con brevedad, dejan- do al pobre caballero aporreado puesto más de treinta pasos de mi puerta, adonde le de- jaron al sereno y sin sentido por más de una hora que no volvió en sí. Pero cuando cobró aliento y vio en la parte que estaba fuera de mi casa, á él le pareció que aquel espíritu le había puesto allí, sacándole de mi casa porque no ofendiese mi honra con este pensamiento.

Aprehendido se fué á su posada, determi- nando no volver más á la mía, como lo hizo, ni aun pasar por mi puerta. Vióse con don Leonardo, á quien dio cuenta de lo que le había sucedido, y pidió perdón de haber hecho burla de lo que le había dicho. Con esto se afirmó más en su propósito de no verme, que era lo que yo quería, después de haber dejado su moneda y joyas.

Quiso mi mala suerte que Briones se des- cuidase en su encerramiento y fuese visto de un criado de don Esteban, el cual luego se lo fué á decir á su señor. El, admirándo- se, le dijo que sin duda era el espíritu de mi

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escudero. Mas el criado (que era grande socarrón) le replicó que bien podía ser cier- to todo lo que le decía; pero que él era de diferente parecer, teniéndole de que había sido engañado por mí.

No se podía persuadir á tal con la certi- ficación de don Leonardo en que había vis- to enterrar á Briones; mas, con todo, el criado porfiaba en que Briones vivía, y en que él le había visto muy alegre y riéndo- se á la ventana.

Era así como lo decía; porque el escude- ro era muy burlón y siempre estaba de cha- cota con la gente de casa. Con lo que el criado instaba en que no era nuestro Brio- nes, se determinó á saberlo con certeza; y así una noche rigurosa del invierno se dis- frazó en hábito de pobre andrajoso, y to- mando dos muletas, al anochecer se entró en el zaguán de mi posada.

No le conocimos ninguna de las tres; y habiéndole yo dado limosna, me pidió que por aquella noche le diese algún lugar don- de durmiese, aunque fuese en la caballeriza.

Compadecíme de su desnudez y miseria, y con beneplácito mío se quedó en el zaguán, hasta que después de cena fuese acomoda-

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do de cama. El, con el curioso cuidado de averiguar la muerte de Briones si era cier- ta, tuvo paciencia, y se aguardó al pie de una escalera, adonde estuvo hasta que cena- mos. Bajóle Marcela alguna cosa que cenar, y díjole que de allí á media liora sería aco- modado de cama. Venía el disfrazado pobre con dos parches en el rostro j un paño su- cio por la frente, que nadie le conociera si no pusiera mucho cuidado en ello, con ser de los que más frecuentaba el visitarme de parte de su amo. Pues como se llegase la hora de recogernos, teniendo bien cerradas las puertas de casa, mandé á Briones que bajase abajo una manta y un traspontín en que acomodase al pobre por aquella noche, dándole por albergue un aposentillo bajo cerca del zaguán. Bajó el escudero con el recaudo de dormir para el pobre y con una luz; acomodó la ropa en el aposento dicho, y desde él llamó al pobre que se viniese á acostar, el cual lo hizo muy informado con la presencia de Briones de saber que fué embeleco el haberse hecho muerto.

Advirtió con cuidado el anciano en la persona del fingido pobre, y conociéndole, pesándole en extremo de verle allí, dejóle

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en su cama; y para remediar esto cerróle la puerta por defuera, subiendo luego á decir- me lo que pasaba, cosa que me puso en cui- dado; porque averiguada la verdad de mi cuento, les había de provocar á la vengan- za á don Leonardo y á don Esteban, y se habían de vengar de mí. Pedíle á Briones consejo sobre lo que se haría, y el que me dio fué que aquella noche dispusiésemos de nuestra ropa, poniéndola en tercios, para que á la mañana antes de ser bien de día nos partiésemos á Madrid.

Parecióme bien su acuerdo, porque que- dar en Toledo era dar motivo á que los ofendidos hiciesen suertes en mí; y así nos dispusimos el escudero, las dos esclavas y yo á no dormir en toda la noche por salir esotro día de la ciudad con toda la priesa posible. Toda la noche se nos pasó en com- poner la ropa, y poco antes de amanecer salí con Marcela de embozo, y á los Mesones de la Sangre hallamos un carro manchego en que poder irnos á Madrid.

El medio año de la casa estaba pasado, y no había deuda que estorbase nuestra par- tida; con la cual, habiendo acomodado el menaje de casa en el carro, antes de ser bien

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de día ya estábamos fuera de los muros de Toledo, dejando cerrado al criado de don Esteban en el aposento, el cual creo yo que daría voces hasta ser abierto por algún vecino, y daría luego las nuevas de nuestra partida á su amo.

Ninguna destas cosas supe porque no me importaban; sólo lo que me convenía era salir de Toledo y no ser vista de los dos burlados galanes, los cuales quedaron esta- fados y sin alcanzar el premio de sus deseos.

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CAPITULO XIX

En que cuenta la entrada en Madrid, y lo que allí le sucedió con un hurto que le hicieron, por donde se fué á Alcalá y se casó cuarta vez.

Al cabo de los años mil vuelven las aguas por do solían ir, se dice comúnmente. Nací en la corte y volvíme á mi centro, con al- gún caudal granjeado, no puedo decir que con buenos modos, porque el lector sabe cómo han sido en el largo discurso de mi vida, de que podía temer su poca duración, pues lo mal ganado ni llega á colmo ni se conserva. Con todo mi carruaje y familia entró en aquel piélago de gentes, abismo de novedades, mar de peligrosas sirtes y, final- mente, hospicio de todas naciones.

Recibióme como madre, y yo, como hija suya, alegróme de ver sus costosos edificios, sus nuevas fábricas, ocasión para aumentar cada día más vecindad á costa de las ciuda-

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des y villas de España; pues lo que aquí so- bra de moradores, viene á hacer falta en ellas, despoblándose por poblar la corte, he- chizo que hace con todo género de gente.

Tomé casa en los barrios de San Sebas- tián, alegres por su sana vivienda como por estar cerca de los dos teatros de las come- dias; y porque cerca dellos viven los repre- sentantes y las damas de la corte, se llaman comúnmente los barrios del placer.

Allí alquilé una casa sola, bastante para mi corta familia, que eran dos esclavas, la una en astillero de sobrina mía y la otra de dueña; el venerable Briones, escudero y comprador, y una mozuela que sirviese en la cocina; adorné las paredes, compuse mi estrado y compré lo que me faltaba para tener una casa aseada y que pareciese de mujer principal.

Mi primera salida fué á una fiesta que se hacía en la Victoria, donde manifestándo- nos á la juventud, no faltaron galanes ven- tores de la corte; conociendo las nuevas ca- ras, nos cercaron y comenzaron á trabar plática con las dos. Cúpome un caballero, hijo de un rico geno vés, y á Emerenciana un amigo suyo de su misma edad y tierra;

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 303

uo eran de los más entendidos del mundo, y así se lo conocí á pocas razones.

Parecióme el que se me inclinó que si la finca era abonada de dinero, el entendimien- to era mollar y ocasionado para cualquier burla y estafa: hubo su poco de acompaña- miento, y visto que carecíamos de coche, también hubo oferta del, que no se desesti- mó; antes se admitió como cosa la más con- cerniente á nuestra autoridad. Nuestra ve- nida á la corte quisieron saber, y se les sa- tisfizo cou la misma mentira que á don Es- teban en Toledo: continuaron en visitarme, pero no en comenzar la empresa regalando, con que me comenzaron á dar temblores de frío desahuciándome de poder sacar jugo de la tal gente.

Quien hubiere ofendido guárdese; que el que ofende, escribe su daño en papel, y el que recibe la ofensa, en bronce, que tiene más duración. Así lo hicieron don Esteban y don Leonardo, que, habiendo salido el criado que dej-amos cerrado de su encerra- miento (siendo abierto por un vecino de pa- red enmedio), fué á dar cuenta á su amo de kaber visto con vida á Briones y asimismo de nuestra fuga á Madrid. Picáronse los

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dos, y más don Leonardo, por haberle cos- tado el espanto una enfermedad, y confor- mes en vengarse de y de Emerenciana, se partieron á Madrid con mncho secreto, llevando ya ordenado lo que habían de ha- cer conmigo. El criado que encerramos tomó á su cargo el saber de nosotras, el cual, vestido de seglar (que era estudiante), se puso unos anteojos, con que se descono- ció; y así, en dos días, supo nuestra casa. Con esto se mudaron los dos amigos de la suya, que estaban á la plazuela de la Ceba- da, y se vinieron á nuestros barrios con todo el embozo posible. Traían para autor desta burla un conocido suyo, hombre, aunque anciano, de lindo humor: éste acudió el pri- mero día de fiesta á San Sebastián á misa, adonde sabía que íbamos Emerenciana y yo en el coche del enamorado genovés. Procuró tomar asiento cerca de Emerencia- na, y en el discurso de la misa todo se le fué en encarecerla su hermosura, mostrán- dose sumamente aficionado della, y asimis- mo en ofrecérsele por su servidor. la plá- tica, y mirando yo la persona del fingido enamorado, no me desagradó el verle de edad, que cuando en un anciano se apodera

LA Nlis'A DE LOS EMBUSTES 305

el amor, es difícil el quitársele, porque no se sabe divertir como el joven y variar de gusto.

Acabóse la misa, llegó á hablarme y á ofrecérseme de nuevo, alabándome segunda vez las partes de mi esclava, ^o le agrade- cí con las mejores razones que pude el favor que la hacía, y queriendo acompañarnos, no di lugar á ello por ver que á la puerta de la iglesia estaban nuestros galanes, los cua- les aún no habían visto lo que entre Eme- renciana y el viejo había pasado, que á ver- lo fuera cierto haber celuchos y aun quejas.

Hizo el anciano su papel de tino enamo- rado, siguiéndonos por darnos á entender que quería saber la casa; y no se fué de la calle hasta vernos dentro.

Esa tarde me envió un criado, pidiéndo- me licencia para visitarme. Parecióme que la afición iba en aumento, j así se la di por saber de su boca qué porte de hombre era.

Vino el astuto viejo, y después de haber preguntado por nuestras saludes y la causa de nuestra asistencia en Madrid, me dijo estas razones:

Yo, señora mía. antes que v. m. me pregunte quién sea, se lo quiero decir yo.

LA NLÑA DE LOS EMBUSTES 20

306 CASTILLO SOLÓRZANO

Me llamo don Jorge de Miranda, de la cali- ficada casa de los Mirandas de Asturias. Pasó mucliacho al Perú, y ha sido tal mi buena suerte, que, arrimado á un virrey que entonces lo iba á ser á Lima, fui su favore- cido de suerte, que en cuarenta años que estuve en aquellas partes he traído á Es- paña cien mil ducados en barra y pesos. Fui casado en Indias; murió mi es^DOsa; de- jóme un hijo, que se murió cerca de la Ha- bana, de edad de veinticinco años, el más gallardo mozo del orbe: he quedado señor de toda esta hacienda, y estoy dispuesto á casarme segunda vez, aunque en madura edad, por si el cielo se sirviese de darme su- cesores que heredasen esta hacienda; trato aquí de algunos empleos, mas ninguno me satisface; he visto en mi señora doña Eme- renciana partes para ser amada, y así, con vuestro gusto (que sin él no quiero nada), he de servirla y regalarla con mucho cuida- do, porque su hermosura pide que todo el mundo la estime y agasaje.

A otra más astuta que yo engañaran las comedidas razones del fingido indiano , cuan- to más á mí, que en sonándome Indias pen- saba, con el talle y cara de la esclava, que

LA XIÑA DE LOS EMBUSTES ;'07

habían de llover reales de á ocho en mi casa. Estímele la merced que nos hacía, y de par- te de Emerenciana le agradecí los favores que había recibido del aquella tarde , con que se remató la visita, manifestando el so- carrón ir muy prendado por la moza. Con- tinuó algunos días el vernos, sin enviar cosa alguna, si bien se disculpó en no ha- berle llegado la ropa de Sevilla. Era bien recibido de con grandes esperanzas de ser muy rica por su causa.

Emerenciana más se inclinaba al galán geno vés por ser más mozo; yo, que se lo en- tendí, la di un jabón, de modo que tuvo por bien de seguir mi gusto.

Sucedió, pues, que un día que estábamos Emerenciana y yo en una fiesta en el coche del caballero genovés, vino aquella tarde á vernos el viejo indiano, y quiso mi mala suerte que le abriese Marcela, con quien estuvo de visita aquella tarde, y de ella supo ser Emerenciana esclava y compañera suya. Esto le dijo con el sentimiento que tenía de verla hacer papeles de señora y ella de cria- da, cosa que nunca la pudo digerir.

Parecióle al socarrón del fingido don Jor- ge que le estaba de perlas aquella moza, y

303 CASTILLO SO],ÓRZAXO

que era más conquistable siendo esclava para lograr un intento que de nuevo se le ofreció con lo que le dijo Marcela. No dijo nada desto á don Esteban ni á don Leonar- do, sino trató de escribir un papel á Eme- renciana, el cual le llevó un criado de don Leonardo, que le servía en cuanto duraba la burla; éste bailó buena ocasión en que pudo verse á solas con Emerenciana, y así le dio el papel, y ella lo recibió con mucho gusto, el cual contenía estas razones:

«Señora mía, sabiendo vuestra calidad y partes, me aficioné á esa beldad, con inten- to de serviros, no con el fin que ahora de- termino, que es de teneros por esposa; esto que no será con gusto de vuestra tía, porque pretende serlo mía y quitaros á vos este empleo; si os determináis á dejar esa casa ó iros conmigo á Sevilla, os doy mi pa- labra de dotaros de veinte mil pesos, ensa- yados, y teneros por mi esposa y dueño de mi alma. Si esto os pareciese á propósito, la breve resolución importa, guardándoos de que lo sepa vuestra tía; no os lo estorbe, que lo hará á saberlo.

»Sea yo avisado de todo y el cielo os guar- de como deseo. Don Jorge de Miranda.^

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 3U9

Leyó el papel Emerenciana, y entrando en consejo consigo misma, echó de ver cuan bien la estaba este empleo. Pues con él sa- lía de esclava y era señora, gozando una gran dotación, y mientras su esposo viviese una grande hacienda; esto creyendo lo que había dicho el mentido indiano. Pues como se resolviese á elegirle por esposo á hurto de su tía, quiso no dejarla sin que se acor- dase della con lágrimas, y así como quien tenía debajo de su llave sus joyas y vesti- dos, a ellas acomodó en un pequeño envol- torio y á ellos en otro algo mayor, y con esto respondió al papel desta suerte:

«Aunque no haya partes en para me- reoeros, aceto la estimación que hacéis de mi persona con las condiciones dichas, y por no sentir el estorbo que á nuestro in- tento puede hacer mi tía, me determino sa- lir de su casa é ir á la vuestra la noche que viene, no olvidándome de las joyas que en casa hay mías y suyas. Aguardaréisme á nuestra puerta al punto que anochezca, que yo lo tendré dispuesto todo; el cielo os guar- de para que seáis mi dueño. ^ Doña Eme- renciana. »

No deseaba el indiano otra cosa ni ende-

310 CASTILLO SOLÓRZANO

rezaba la proa de su cautela á otro fin, si no al de persuadir á Emerenciana que robase á su tía cuando no saliese ella á ello, pen- sando que era cierto lo de su riqueza; mas viendo que sin haberle dado intención para esto ella se determinaba, se alegró suma- mente.

Llegóse el término señalado y, sin dar parte á nadie, el viejo aguardó á la descen- diente de Agar á la puerta de nuestra po- sada. No se había descuidado la moza, que dejándonos á j á Marcela entretenidas bajó cargada con dos líos de ropa y jo^^as. Halló á la puerta á su enamorado viejo, y tomándole el envoltorio de los vestidos ca- minaron juntos á cierta casa en los barrios de Santa Bárbara, adonde el viejo tenía dis- puesto llevarla.

Era la casa de otro tan grande bellaco como él, y quisieron que por aquella noche pasase la mentira del fingido indiano, lla- mándole siempre y con respeto el señor don Jorge de Miranda. No faltaron sirvientes que les asistieran á la cena, pasando plaza de criados del indiano. Cenóse alegremen- te, no lo estando menos Emerenciana, juz- gándose mujer de un caballero rico y prin-

LA NINA DE LOS EMBUSTES 311

cipal. Acabada la cena, les tenían preveni- da lina blanda y limpia cama, donde se acostaron los dos y aunque sin bendiciones. Berenguel (que así se llamaba el viejo) gozó el fruto de sus deseos.

Aquella nocbe, cebando menos á Eme- renciana, la busqué por toda la casa, y asi- mismo por las de los vecinos, pero no fué bailada; acudí á mis cofres y vi faltar de ellos los vestidos que eran míos y ella traía. Ecbé luego menos las joyas que valían mu- cbos ducados, y callando que me babía ro- bado la perra esclava, me quedé sin senti- do tendida en un estrado; acudió Marcela á mi remedio con agua, y al cabo de un rato volví en bañada en lágrimas sin haber razones con que me poder consolar. Marcela me decía que yo me tenía la culpa con que estaba, pues babía dado alas á la hormiga para volar; esto era haber puesto en astillero de dama á quien era esclava. Veía que tenía razón y callaba, ocupada sólo en llorar. Desta suerte se me pasó la noche. Por la mañana acudí á la justicia, dándoles cuenta del hurto y de ser esclava la que le había hecho; ofrecí dineros y ma- yor paga si parecía; hízose la diligencia ^

312 CASTILLO SOLÓRZANO

pero todo fué en. balde, porque el astuto viejo se puso en cobro con su compañera. Ausentóse esotro día de Madrid, y escribió una carta á don Esteban y á don Leonardo, avisándoles cómo se llevaba á Emerenciana con mis joyas.

Ellos, vista la burla, en algo vengados de mí, quisieron hacerme una visita aquel día; y sin pedir licencia se subieron á mi cuarto, encontrándose con Briones en la escalera, con cuyo encuentro quisiera antes ser muer- to que habérseles ofrecido á la vista. No hi- cieron caso del; antes, subiéndose á la sala, me hallaron en el estrado, que acababa de abrir un escritorio, donde estaba el dinero, por ver si le había abierto con llaves falsas, y fué dicha que no se le pusiese en la cabe- za que lo hiciera, según era atrevida la Emerenciana. Con la vista de los dos caba- lleros confieso que me turbé mucho, y ellos me lo conocieroa: tomaron sillas, y habién- dome preguntado por mi salud, les dije no la tener buena.

En los ojos se le echa de ver á v. m. (dijo don Esteban), que parece que son los que más han padecido en el accidente, y ha sido grosero en atreverseátantahermosura.

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES ol3

Yo callé á esto, y luego don Leonardo me dijo muy falso:

Admirárase v.m., mi señora doña Lau- ra, de nuestra venida á Madrid juntos, y no dejará de estimarla, pues lia sido sólo á darla á v. m. la enhorabuena de la resurrec- ción de Briones, el gobierno de esta casa; cosa que supimos en Toledo, por haber fal- tado el cuerpo del sepulcro, y así lo atribui- mos á uno de sus milagros de v. m.; y como el de resucitar á un muerto sea tan admira- ble, no quisimos dejar de ver á la causa de tan extraordinario portento, que es v. m. Viva mil años para que se ocupe en actos de tanta caridad que lo fué para el escudero, si- no para nuestras bolsas; pero gracias á Dios que el indiano ha dado venganza á todos, aunque nos quedemos sin lo que hemos gas- tado; del hemos recibido este papel, que con su licencia de v. m. hemos de leérsele.

Yo estaba tal, que no pude responder pa- labra, y así di con esto lugar á que me leye- se el papel del fugitivo ladrón de mi esclava y joyas, que decía así:

«El vengador de vs. ms. halló más fácil el imposible de Emerenciana que el señor don Leonardo; pues habiendo sabido ser

314 CASTILLO SOLÓRZANO

esclava de la que se fingía su tía, me pare- ció hacerla mi esposa; supliendo las sobras de su hermosura, las faltas de su limpieza, si no la hay en ella, la habrá en los cofres de mi señora doña Laura, de quien faltan las joyas que vs. ms. contribuyeron y otras que las acompañan; porque no sientan el ve- nir solas. Con ellas nos remediamos dos, y se vengan dos á costa de una agraviada; y así, dejando á Madrid, ojos que nos vieron ir, no nos verán más en él.

Cristo con todos.»

Luego don Esteban prosiguió diciendo:

Para estos trances es el valor, mi seño- ra doña Laura, que, por faltarle al señor don Leonardo, con el difunto Briones, cayó enfermo.

Aquí cobró colores el picado galán, y con mayores fisgas prosiguieron el cordelejo, hasta que ya viendo que estaban pesados, les dije:

Señores míos, basta, basta; tanto apre- tar á una afligida mujer; á los afligidos no se les ha de dar más aflicción. Ya vs. ms. están vengados de mí, pero no me podrán negar que valiera más tener en mi poder lo que me han llevado, que no en el de un pí-

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 315

caro y una esclava; que tiempo viniera en que vs. ms. hallaran recompensa en mí.

No la queremos (dijo don Leonardo), ahora ni nunca, sino que v. m. tome este consejo de mí, y es que mire con quién se burla de aquí adelante, porque hallará quien no sepa llevar en risa lo que se le castiga en la bolsa por vía de engaño.

Con esto dejaron sus asientos, y despi- diéndose cortésmente, me dijeron al salir:

Pésanos que Emerenciana cobrase su libertad con tan mal empleo, que si ella se escapara, cara tenía para más de cuatro en- gaños. V. m. tenga paciencia, que con ella se ganó el caudal y quiso pagarse de su mano.

Fuéronse y dejáronme abrasada; llamé luego á Briones 3^ á Marcela y quise averi- guar de los dos cuál había dicho ser esclava Emerenciana, pues solos ellos lo sabían. Entrambos negaron, y porque estaba dudo- sa á la averiguación, quise que pagasen la pena igualmente; y así esa noche pagué á Briones y le despedí, y á Marcela la vendí esotro día en lo que me quisieron dar por ella, escarmentando á no servirme más de esclavas.

31G CASTILLO SOLÓRZANO

Mudando de familia quise buscar en Ma- drid á Teodora^ en cuya casa me crié, y acudiendo á los barrios donde -había habi- tado, supe haberse casado en Alcalá de He- nares con un mercader, con razonable ha- cienda, el cual se había aficionado á la moza. Parecióme hacer mudanza de Madrid ó irme á Alcalá, adonde estaba mi amiga, y así la dispuse brevemente; considerando que de asistir en Madrid y estar allí don Es- teban y don Leonardo, mis contrarios, po- (iría perder por ellos con la juventud de los caballeros, á quien yo había menester para usar de mis embustes.

Esto, pues, me obligó á dejar la corte y la comenzada conquista del caballero geno- vés, mi amante, que frecuentaba mi calle mucho . Prevenido todo el menaje de mi casa, que ocupó un carro, yo me entró en un coche y en él me fui á Alcalá, adonde hallé á mi amiga Teodora muy contenta, y rica y con dos hijos.

Recibióme alegremente, diciéndole á su marido quien yo era, de quien en ocasiones habían tratado largamente los dos, exage- rando lo mucho que me quería. Estuve en su casa cuatro días, y en tanto me buscaron

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 317

casa: el dinero que traía, que serían hasta dos mil escudos en oro y plata, puse en tra- to con el mercader. Siipolo esto un primo suj'o, viudo, y pareciéndole que le estaba bien ser señor de aquel dinero, para aumen- to de su caudal, que también era mercader de sedas, trató con Teodora de que supiese de si quería casarme.

Ella, que deseaba tenerme siempre cerca de sí, aunque contra voluntad de su marido, por ver que le había de quitar el dinero del trato , concertó mi boda con el tal mer- cader.

Hubo en ella gran fiesta; pero duró poco, porque yo me empleé en el hombre más ci- vil y miserable que crió la naturaleza.

Era hombre de cincuenta años, con dos hijos y una hija, tan míseros como su pa- dre: al fin criados de tal escuela. Las cosas de su miseria piden nuevo volumen, que en éste sería alargarme mucho; y así, convido al señor letor, para él en mi segunda parte, diciéndole que del mercader tuve tres hijos y una hija; todos salieron al padre en las cos- tumbres; sola la hija imitó las mías. Para la segunda parte remito contar las vidas de todos, con nombre de La congregación de la

¡18 CASTILLO SOLÓRZANO

miseria^ libro que será de su gusto, cuyo volumen promete el autor de éste dar á luz con la historia de Los amantes andaluces j Fiestas del jardín siendo Dios servido. Laus DeOj honor et gloria.

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DE LOS

CAPÍTULOS DESTE LIBRO

CAPITULO PRIMERO.— Da cuenta Tere- sa de quién fué su madre; cómo salió de su patria, engañada, hasta llegar á Madrid.. 9

CAP. II. En que da razón cómo lo pasó la gallega en el mesón y cuan celebrada fué en el río hasta su casamiento 21

CAP. 111. En que refiere Teresa su naci- miento y ocupaciones pueriles hasta la muerte de sus padres 3i

CAP. IV. En que prosigue lo que pasó en servicio de sus maestras 41

CAP. V. De cómo Teresa halló con su in- dustria ejercicio con que salió de sirvien- te; da cuenta de su medra y lo que sobre esto le sucedió 63

CAP. VI. En que hace Teresa relación de cómo se casó, con quién y las costumbres del novio, hasta su muerte 78

330 CASTILLO SOLÓRZANO

Págs.

CAP. Víí. Donde, prosiguiendo con su his- toria, dice haber entrado á servir á una se- ñora de dueña; da cuenta de la vida que en su casa tenía y otras cosas hasta salir de

allí 100

CAP. VII [.—De la salida de Madrid á Cór- doba; el robo que la hicieron unos bando- leros en Sierra Morena, y cómo se libró de sus manos, con otras cosas 112

CAP. IX. En que da cuenta de la plática que tuvieron entre ella y el ermitaño, y cómo él la hizo relación de la causa de haber dejado el mundo 121

CAP. X.— Cómo Teresa fué vestida por el ermitaño y llegó á Córdoba, y cómo allí se acomodó á usar de su antigua labor, con otras cosas 111

CAP. XI. En que hace relación de un em- buste que hizo, con lo que sobre ella suce- dió hasta dejar á Córdoba 145

CAP. XII. En que reíiere la sobreburla que se le hizo al licenciado, y cómo dejó Te- resa á Córdoba y se fué á Málaga 169

CAP. XIII. Donde hace relación del mayor de sus embustes en Málaga y lo que del su- cedió 180

CAP. XIV. Que prosigue con el engaño de ser hija del capitán, la estimación en que la tenían y cómo se vino á saber el embus- te hasta salir de Málaga 195

CAP. XV. En que da cuenta de su casa-

TABLA DE LOS CAPÍTULOS 321

Pásrs.

iiiiento con Sarabia, y cómo se entró á co- mediauta, cou lo más que le pasó hasta salir de Granada 209

CAP. X"I. De lo que le sucedió en Sevilla; cómo hizo una burla á unos médicos, que fué ocasión de enviudar 217

CAP. XVII. En que cuenta su tercero ca- samiento con un caballero del Pirú, y cómo enviudó del por un extraño suceso, con otros que le .sucedieron 240

CAP. XVIII.— En que da cuenta cómo salió de Sevilla con su casa y llegó á Toledo, donde estando allí de a.5Íento tomó cierto empleo y de una burla que hizo á dos ena- morados, con lo demás que sucedió l3íjo

CAP. XIX.— En que cuenta la entrada en Madrid, y lo que allí le sucedió con un hurto que la hicieron, por donde se fué á Alcalá y se casó cuarta vez i'Ol

LA NIKA DE LOS EMBUSTES 21

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N"OT-A^S

1. Pdg. 9. «Tuvo su patria en Galicia, en la villa de Cacabelos.»

Hoy pertenece á la provincia de León, y se halla entre Villafranca del Vierzo cuyo par- tido corresponde) y Ponf errada. Es villa de unos 2.000 habitantes.

2. Pdg. 9. «Ratiños.»

Esta denominación daba en el siglo xvii á los que hoy se llaman más comúnmente bercia- nos y maragatos. Ignoramos si por acaso aún subsiste en algún pueblo de la región la antigua forma. Usóla también el licenciado López de Ube- da en su novela de La picara Justina (1605), diciendo en un lugar (pág. 74 de la edic. de Riva- deneyra): «No reparó el buen padre que nos oía un caballero ratiño de junto á Portaalegre». Y en la página siguiente repite: «No pudimos; por- que el ratiño de Portaalegre...» Ni Covarrubias ni el Diccionario de la Academia traen esta pa- labra.

Sobre el origen de los maragatos hay una di-

324 NOTAS

sertación del Padre Sarmiento, de poco valor, y otra mejor en los Estudios de Dozy. Parece fuera de duda que son de origen morisco.

3. Pág. 10. «Era doncella en cahello,^ov falta de albanega.-i>

Juega aquí Castillo del vocablo para ponde- rar la pobreza de la gallega Dominga, que no tenía con que cubrirse la cabeza. Doncella en cabellos era, en el longiiaje y códigos de la Eda.d Media, la doncella en sentido recto; es decir, la mujer virgen, porque solían traer el cabello suel- to ó no recogido, á diferencia de las demás, que lo llevaban anudado, aunque no se cubriesen la cabeza. La albanega (nombre de origen árabe) era una cofia ó red para recoger el pelo las mujeres.

4. Pág. 10. «Calabriada.»

En sentido propio es mezcla de dos vinos dife- rentes; por lo común blanco y tinto. La etimolo- gía que da Covarrubias es infundada, aunque quizá procede el vocablo de la Calabria, región del Sur de Italia. Castillo lo usa en un sentido muy libi'e, aunque picaresco y gracioso, aludien- do á la mezcla de una gallega (según la geogra- fía de entonces) con un ratiño.

5. Pág- 11' <íCatuja, que allá es lo que acá en Castilla Catalina.»

Y aun en otras partes; porque la palabra Ca- tuja es castellana. En Galicia se pronuncia Ca- tuxa.

NOTAS 326

6. Pdg. i3.— «Un criado, natural de Segovia, de los refinos hijos que aqiiella ciudad cría.»

Debía ser famosa entonces la agudeza de los segovianos, ó Castillo recordar más de uno, por- que su Bachiller Trapaza era también de allí. En tiempos de Bretón de los Herreros había de- caído mucho aquella fama, á juzgar por aquel Cisne de Segovia que introduce en una de sus comedias.

7. Pdg. 13. «Con un discantillo.» Diminutivo de discante^ guitarrillo pequeño

de voces muy agudas.

8. Pdg. 16. «Muy bozal en caminos.» Graciosa aplicación de la palabra bozal, en

sentido de nuevo, principiante ó inexperto, por analogía con la ignorancia del negro recién sa- cado de su país, que es el sentido recto de la palabra.

9. Pdg. 18. «Con las faldas en cinta, como dicen, y con ellas los zapatos, por no los romper (propia prevención de las damas de su país), se puso en camino...»

Por lo que se ve, muy antigua es la fama que los gallegos tienen de preferir estropearse los pies en sus viajes á gastar la suela de los zapa- tos. Un siglo después de Castillo, otro escritor poeta compuso al mismo asunto la siguiente décima:

326 NOTAS

Pasmóme cuando en camino veo un gallego menguado descalzo, cuando acá herrado siempre anda cualquier pollino. Pero el mayor desatino que comete el insensato, es que el calzado en el hato lleva, aunque vaya á Toledo, y dice, al romperse un dedo: '^¡Quén che levara o zapato!*

Desde entonces acá es muy frecuente entre los epigramáticos burlarse de esta singular eco- nomía de calzado.

10. Pdg. 18. «Cerca estaba de la Cruz de ferro, tan nombrada en aquella tierra; pasó por cerca della y hízola oración, sin tener cuidado de la promesa que todas las gallegas la hacen, pues ya Tadeo, con su buena diligencia, la había sacado della.»

Aquí no resulta muy claro de qué clase era la promesa ante la célebre cruz de hierro (que quizá recordaba la muerte desgraciada de algún cami- nante, según costvimbre en aquel país). Pei'o en otra novela, titulada El Proteo de Madrid, lo expresa con toda puntualidad, diciendo: «Ellos, que habían subido á la cumbre del áspero puerto del Rabanal, topáronse en el primer llano con la Cruz de ferro, tan nombrada de los que caminan por aquella tierra; y hallando buena ocasión, Marcos, que la había visto otra vez que se le ofreció ir á Astorga, dijo á su compañía:

NOTAS 32T

Dominga: esta es aquella Cruz de ferro tan conocida de todos los de nuestra tierra, á quien las doncellas de allá que pasan por aquí hacen su oración, pero no el voto que dicen de no vol- ver como pasaron.

¿Esta es, Marcos? (dijo Dominga). Huél- gome de verla; mas no pienso prometer lo que malas lenguas dicen; hagamos oración, que es lo que nos importa, para que Dios nos buen viaje.

Hiciéronlo así, y, prosiguiendo su camino, las soledades, el trato de los dos y el acomodado al- bergue que buscaban las noches juntos, ocasio- naron atrevimientos en Marcos y apacibilidades en Dominga para que él saliese de empacho y ella no le tuviese en darle audiencias. Esto se deslizó á más; de suerte que la oración de la don- cellica gallega pareció haber sido proposición del voto, pues antes de dos jornadas le cumplió pun- tualísimamente.»

IJ. Pdg 23. «Llegó con su ama á la calle de Toledo, donde hay bodegones de vestidos, ha- llando allí siempre guisados los que pide el gus- to para adorno de las sirvientas de mantellina.» Nótese la fuerza y poder de la rutina. Aun hoy, cerca de trescientos años después de Castillo, todavía la calle de Toledo surte de lo mismo á igual casta gente. Todo lo que sigue á este pa- saje es de gran curiosidad para la historia de la indumentaria y de las costumbres.

328 NOTAS

i2. Pág. 26. «Era imán de las raciones la- cayas y motivo de los regocijes de las riberas del cristalino Manzanares.»

Todo este lugar está inspirado en la realidad. El mismo Castillo, mucho antes de idear esta novela, había reproducido las mismas ideas en una poesía de los Donaires del Parnaso, primera parte: «Describiendo al rio Manzanares y lo que pasa junto á él entre fregonas y lacayos que la» enamoran». Y queriendo acaso curarse en salud, si la Academia donde leyó sus versos sospechase, al ver la exactitud de la pintura, alguna razón personal, toda vez que su posición- entonces no pasaba de ser gentilhombre del marqués del Vi- llar, añadía:

Bien pensará quien mi discurso viere . que al rio haya bajado

de alguna fregatriz enamorado;

que ]iie lavó pañuelo

en el cristal del pobre riachuelo;

que la di colaciones

de turrón, cañamones y tostones;

que rae costó dinero

el volverle la ropa esportillero;

que pagué la colada

dejando á la tizona enamorada...

Pues piensa mal, que ley de la obediencia

me ha hecho parecer con experiencia;

y es cierto que en lo cierto me ha informado

quien estas estaciones ha cursadOé

{Donaires, p. 14.)

NOTAS 329

13. Pdg. 27. «Con éste salía á las siete de la mañana por el verano, y en dejándole en Palacio, había de volver por él á las diez; por la tarde acudía desde las tres á Provincia, salía á las cinco.»

Eran las horas de audiencia en el Consejo de Castilla (que estaba en el Palacio Real) donde se ventilaban los pleitos civiles, y de la Sala de Alcaldes donde se juzgaban las causas. La Sala se reunía en el edificio que llamaban Provincia, que lo fué el hoy Ministerio de Estado, y antes otro edificio en el mismo sitio de que aún quedan vestigios en el titulo de Plaza de Provincia, que lleva una de las cercanas de aquellos lugares. Posteriormente este Tribunal se refundió en la Audiencia. Miguel Moreno publicó en 1631 un curioso libro de Avisos para los oficios de Pro- vincia .

14. Pág. 33. «Calle de Majadericos.»

Hoy calle de Cádiz. El nombre de Majadericos lo recibió por residir en ella los que aderezaban el lino para tejer. Posteriormente hubo dos calles de aquel nombre, una Ancha de Majadericos, que es la de Cádiz, y otra Angosta, que era par- te de la actual de Espoz y Mina.

15. Pág. 49.— «Como dice el antiguo brocar- dico.y>

Sinónimo de refrán ó proverbio. No halla- mos esta palabra en ningún vocabulario de los conocidos.

330 NOTAS

16. Pág. 59. «Por temerse de perros muer- tos como las damas de placer.»

La frase dar perro muerto es muy frecuente en nuestros escritores del siglo de oro. Era en- tretener alguna mujer con esperanza de pago y luego no verificarlo, ó engañarla de otro modo. Usa la frase Tirso en El burlador de Sevilla, cuando Tenorio, para embaucar mejor al marqués de la Mota, le invita á que le ayude dar un perro á cierta cortesana, pero en realidad para que le deje libre la entrada en casa de doña Ana. Salas Barbadillo tituló una de sus ingeniosas novelas La dama del perro muerto, que es una burla de este género que hacen unos caballeros á cierta vanidosa cortesana de Barcelona. Y Miguel Mo- reno, en uno de sus epigramas, dijo:

Que tus ojos vengativos, de mal pagados conciertos, sentidos de perros muertos, han dado en ser gatos vivos.

La frase, sin embargo, no figura en nuestro Diccionario de la Academia.

17. Pdg. 61.- -«.Y estuvimos condenadas á rasura, castigo de las garzonías de palacio.»

Por la falta de respeto que suponía traer amores deshonestos en la casa del rey. En los hombres el castigo solía ser aún mayor, pues rara vez se libraba el galán de un largo destie- rro, prisión estrecha en alguna fortaleza y en al-

KOTAS 931

gún caso, como el del conde de Saldaña, hijo del duque de Lerma, en 1621, podía peligrar su vida. La dama rasurada solía ir á un convento, si el enredo no se terminaba, como ocurría casi siempre, por el matrimonio, y entonces la pena era menor.

18. Pi'ig- 61. «Yéndose á vivir á la Red de San Luis, en una casa á la malicia que tomaron sólo por no tener vecinos que las registrasen.»

Llamáronse casas á la malicia, ó sea cons- truidas con malicia, las que se edificaron con sólo planta baja al exterior, á fin de evitar el grava- men que con el nombre de «derecho de aposento» satisficieron algunos años los mejores edificios de la corte. El origen de este derecho fué el es- fuerzo que la villa de Madrid hizo por los años de 1605 á fin de conseguir el regreso de la corte, trasladada en 1600 á Valladolid. Entre otros be- neficios y donativos ofreció al rey la villa hos- pedar á todos los empleados y funcionarios pú- blicos gratuitamente y en las mejores casas par- ticulares, ó sea las que tuviesen piso principal con balcones ó ventanas á la calle. Para librarse de tal vejación convinieron los dueños de ellas en redimirse pagando cierta cantidad anual con que los referidos funcionarios buscasen aloja- miento en otra parte.

Algunos de los nuevos edificadores, para exi- mirse de todo tributo, dieron en levantar su» casas con sola la planta baja hacia la calle, pero

332

con un techo que iba elevándose hacia el inte- rior en términos de dejar espacio bastante para un nuevo piso que tenia luces al patio, aunque no á la calle. Estas casas se llamaron «á la mali- cia», y tenían, en medio de su desventaja, la uti- lidad que recuerda Castillo, dado lo estrechas que por aquel tiempo eran las calles de la corte.

Posteriormente el Ayuntamiento cortó este abuso refundiendo el impuesto en otros de carác- ter general y desapareció, por tanto, la causa de aquellas edificaciones que tan mal aspecto daban á las calles de la capital de España.

Todavía en el plano de Madrid de D. Pedro Texeira (1656) se ven algunas casas dispuestas «á la malicia», demostrando lo general que ha- bía sido aquella costumbre, pues en aquella época ya no regía el odiado derecho de aposento.

19. Pdg. 64. «Estaban en aquella sazón diez autores de comedias en Madrid, haciendo sus compañías de nuevo, que siempre por las Cua- resmas hacen su capítulo general los represen- tantes, como por Pentecostés las religiones.»

Tal costumbre siguió hasta bien entrado el 3Íglo XIX. Procedía de que estando prohibida la representación de comedias en la Cuaresma da- ban los actores por terminado el año cómico el día de Carnaval, y dedicaban las vacaciones que seguían á reorganizarse para la nueva tempora- da, que comenzaba el domingo de Pascua de Re- surrección.

NOTAS 333

20. Pdg. 64. «Esta invención (la del copete y guedejas postizos en las mujeres), nueva enton- ces en la corte é inventada en aquella forma por aquella mujer , era para ahorrar prolijidad en tocarse.»

Lástima que Castillo no nos diese el nombre de la inventora de un adorno que tanta impor- tancia llegó á tener. Más adelante dice la prota- gonista que ella dio el nombre de moños á este pelo añadido. La palabra quizás haya nacido en- tonces, porque Covarrubias no la trae.

21. Pág.72. «Porque no metan algún pala- dión en su casa.»

Aquí Castillo, como otros muchos, confunde el paladión, que era una estatua de Minerva, con el caballo de Troya ó caballo de Simón, causa principal de la toma de aquella ciudad.

22. Pdg- 73. «Era el hombrecillo algo axi- miado de rostro», ó asimiado, como escribiría- mos hoy; esto es, parecido á un simio ó mono. La palabra no figura en nuestro léxico.

23. Pdg. 84. «Por mentir los muchos años que tenía, se escabechaba las canas de la cabeza y barba.»

El Diccionario de la Academia no trae esta significación del verbo escabechar ó escabechar- se, muy usado por otros autores del tiempo. Pero conserva el adjetivo escabechado con la signifi- cación de teñirse las canas.

24. Pág. 107. «Tenía el maestresala ha-

334 NOTAS

cienda; siendo en esto fénix de los maestresalas, porque parece que con tal cargo se le pega la desdicha de los poetas y astrólogos, que es no llegárseles moneda á treinta pasos.»

Este pasaje tiene valor biográfico, pues nos revela que á Castillo no le iría mejor en dicho empleo, que ocupó casi toda su vida; de lo con- trario, no manifestaría estas quejas.

25. P(íg- 114. «Apeados que fuimos de las muías, quitaron dellas los cojinetes y porta- manteos.»

La palabra cojinete no se halla en este senti- do en nuestro léxico, pues sólo se aplica á la guarnición de los caballos de tiro. Es, sin em- bargo^ usadísima en nuestros autores de los si- glos XVI y XVII,

26. Pág. 124. «Tenía dos mesas de trucos, juego á que yo fui aficionado» . «Dentro de un mes ofrecióse hallarme en la casa de los trucos, al tiempo que este caballero jugaba un partido. En él hubo una duda que fué necesario tomar vo- tos délos que estábaaios mirándoles.»

Es muy curioso el artículo de Covarrubias so- bre esta palabra: «Teüco. Juego que de pocos años á esta parte se ha introducido en España, y trúxose de Italia. Es una mesa grande guar- necida de paño muy tirante é igual, sin ninguna arruga ni tropezón; está cercada de unos listo- nes, y de trecho en trecho tiene unas ventanillas por donde pueden caber las bolas; una puente de

KOTAS 335

hierro que sirve de lo que el argolla en el juego que llaman de la argolla, y gran similitud con él, porque juegan del principio de la tabla y si entran por la puente ganan dos piedras; si se salió la bola por alguna de las ventanillas lo pierde todo. Tiene otras leyes particulares, que, por ser notorias, no las pongo aquí.»

Covarrubias escribía hacia 1610; pero ya en 1605 está mencionado este juego en La picara Justina (lib. I, cap. III), diciendo: «Ni es mesa de trucos, que no puede haber hoyos». La intro- ducción, pues, en España habrá sido al empezar el siglo XVII ó á fines del anterior.

27. Pdg. 148. «No fué posible que se des- cubriese, ni yo pude penetrar nada por el manto, por ser de tres suelas.»

De esta clase de mantos no se hace mención en nuestros vocabularios, no obstante ser muy citados en los antiguos escritores.

Castillo aún le vuelve á citar en esta novela, página 169: «Púsome un manto de tres suelas y mi sombrerillo; y así, sin que nadie me conocie- se, pude estar en el teatro». Siempre es aludien- do á un manto muy tupido ó formado de varias telas.

28. Pd'j. 158. «Traía olorosos guantes de ámbar ruciente.»

Debe de ser ámbar gris, por el color rucio, ó gris, que afecta una de las clases de aquel betún oloroso. El calificativo falta en los vocabularios

836 NOTAS

Los guantes de ámbar eran aquellos que ya al cu.rtir la piel se impregnaban del olor almizcle- ño del ámbar que persistía largo tiempo en ellos después de fabricados.

29. Pág. 158. «Hábito de gorguerán y bien aderezado cuello.»

Más común era el nombre de gorgorán, apli- cado á la tela de seda de algún cuerpo que ser- vía para trajes de hombres y mujeres. El nom- bre y la introducción de la tela en España de- bían de ser recientes, pues Covarrubias no la menciona.

Sin embargo, en 1608 ya se fabricaban en To- ledo gorgoranes, como se ve por la carta de dote de la hija de Cervantes que cita: «Un rebociño de gorgorán de Toledo, aforrado en felpa pajiza de colores con dos pasamanos angostos;>, apre- ciado en cien reales.

Después fué ya muy común su uso. En 1622 Tirso de Molina lo da como muy usado por los médicos, á quienes llama

Mulos en muía, gorgorán y guantes.

30. Pág. 163. «No quiero yo (le dije) que V. m. tenga zalea de barba...; sola la suficiente á un hombre de su porte.»

Zalea es la piel del carnero, curtida con toda la lana, muy usada en todos tiempos. Pero aquí le da Castillo un sentido extensivo que no hay en los vocabularios castellanos.

NOTAS 337

31. Pág. 163. «Dándole muy poblados bigo- tes y clavo.»

Esta significación (la que hoy llamamos peri- lla)^ de la palabra clavo, no se halla en nuestros vocabulax'ios. Era, sin embargo, usual. El Dic- cionario de la Academia trae equivocada é in- completa la definición de la palabra perilla ó pera, que confunde con lo que más comúnmente se llama mosca.

32. Pág. 165. «Cantidad de alambiques y de fornacba.»

Esta última palabra no figura en nuestros Diccionarios. Hay la forma hornacha como sinó- nimo de hornaza, horno pequeño de que se sir- ven los plateros. Pero quizá no sea lo misma tratándose de alquimistas.

33. Pág. 174:

«Porque mi calva, en viéndomela todos, es el blanco á que tiran sus apodos.»

Quizá recordaria Castillo el Vejamen de Pan- taleón de Ribera. Antes, en la pág. 148, había ya sacado á plaza otro calvo sin aprensión, que decía: «Cayóles en gracia que yo hiciese gala del sambenito con tan buen despejo.»

34. Pág. 207.— «Ganando treinta reales de ración y representación cada día.»

Es lo que cobraba un primer galán en las compañías cómicas del siglo xvii, y que siguió hasta después de mediar el xvm. La cuota por

LA NIÑA DE LOS EMBUSTES 22

338 NOTAS

cada uno de ambos conceptos eran 10 y 20; pero en la mayor parte de las compañías la ración es- taba supeditada al hecho de la representación y Bo cobraban los días en que no la había.

Después se suprimieron ambas denominacio- nes, sustituyéndose por la genérica departido, que siguió siendo 30 reales para el primer ga- lán hasta los tiempos de Máiquez, que en esto, como en otras cosas, rompió con la vieja ru- tina .

Más adelante dice (pág. 212) la misma Teresa de Manzanares, hablando de su autor ó jefe de la compañía:

«Acrecentóme el partido de suerte, que con los dos ganábamos cincuenta y cuatro reales». Se- gún esto, correspondían á una primera dama, en la época en que escribía Castillo, 24 reales. Esta cifra se elevó á 30 antes de acabar el siglo XVII, y siguió hasta Luna, que exigió mucho mayor partido, que en algiinos años llegó á 90.000 reales cada uno.

La cifra de 24 quedó adscrita á la segunda dama y á la graciosa ó tercera.

35. Pdg. 210. «Esa noche me ensayaron en un tono... Parecí á todos bien, según dijeron, y <j^uise revalidar las aprobaciones cantando sola en la tercera jornada , donde en un tono nuevo <jue yo sabía...»

Estos tonos se cantaban en los entreactos, y : fueron el origen de las tonadillas, que en el si-

NOTAS 339

glo XVIII llegaron á formar pequeñas piezas dia- logadas, y todas cantadas.

La pintura que en todo este capítulo hac« Castillo de la vida histriónica es de grandísimo interés histórico, por referirse á época de que hay muy pocas noticias.

36. Pág- 215. «Le cogió un día y le puso de vuelta y memoria.»

Lo mismo que hoy decimos: de vuelta y me- dia. No hallo ninguna de estas dos formas en nuestro Diccionario.

37. Pág. 252. «Mi cuñada y yo con mantos de añascóte y sombreretes al uso de Sevilla nos pusimos de embozo». Antes (pág. 169): «Púseme un manto de tres suelas y mi sombrerillo»; y aun antes fpág. 144): «Tenía grandes conocidas, que fueron las que bastaron para hacer mi mer- caduría (los copetes postizos) muy vendible, y f uéralo más si no fuera por estos mantos de anas- cote y sombrerete que se usan allí (en Córdoba), cosa que estorbaba mi buen despacho.

Resulta, pues, que sólo en Andalucía se usaba por encima del manto, que ya cubría la cabeza y cara, un sombrero. Extraño tocado parecería.

38. Pág. 270.— «Sirviendo entonces la una esclava de dueña, encubriendo una florecilla que tenia en la frente con un parche; que la otra tenía mejor cara, y por estar sin hierros guardá- bala yo para alguna tramoya.»

Alude Castillo á la horrible costumbre de mar-

o40 NOTAS

car con un hierro candente á los esclavos la le- tra jS' y un clavo enlazados, que formarían al cabo de algún tiempo como una flor de color roji- zo. Se aplicaba principalmente á los esclavos que alguna vez se habían fugado. El mismo Cas- tillo cita oirá esclava que estaba sin hierros j esto es, que no había sido marcada.

El lugar en que se aplicaba la señal era en la frente. Sin embargo, Covarrubias dice que se solía imprimir también en ambas mejillas.

39. Pág. 302. «Y porque cerca dellos (los teatros) viven los representantes y las damas de la corte, se llaman comúnmente los barrios del placer.»

Según otros autores, también se llamaba el ba- rrio de las musas, porque en dicho cuartel vi- vían muchos poetas: Lope, Quevedo, Cervan- tes, etc.

40. Pdg. 302. «Mi primera salida fué á una fiesta que se hacia en la Victoria.»

Entiéndase en la iglesia del convento de la Victoria, que ocupaba un gran solar á la entra- da de la Carrera de San Jerónimo, en el sitio en que aún hoy está la calle de la Victoria, El con- vento fué demolido en 1836|

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Este pasaje debe leerse así: «mi honra. Con este

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he/idido se fué á su

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ínsriDiOE

Págs.

Introducción v

índice de la vida literaria de Don Alonso de

Castillo Solórzano xci

Texto de la novela 1

índice de los capítulos de la novela 319

Notas 323

Erratas , 341

SB ACABO DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LA IMPRENTA IBÉ- RICA Á CARGO DE ESTANIS- LAO MAESTRE, Á LOS VEINTI- CUATRO DÍAS DEL MES DE MATO DE MCMVI

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